Acción racional, conflicto y seguridad colectiva en la posguerra fría

 

 

PRIMERA PARTE
LA RACIONALIDAD DE LA ACCION DE LOS INDIVIDUOS

 

1 - La racionalidad de la acción y la teoría de la elección racional.

1.1- La racionalidad y la acción.

Tanto el discurso como la acción son susceptibles de ser declarados racionales o irracionales. Discurso y acción difieren, sin embargo, en múltiples aspectos, lo que conduce a su vez a formas distintas de caracterizar y analizar su racionalidad. En el caso del discurso científico, filosófico o de cualquier clase, el establecimiento de su racionalidad se halla conectado con el problema de la verdad, más precisamente con la conservación de la verdad de los enunciados. Un discurso racional es aquel que respeta las leyes de la lógica, aquel cuya forma argumentativa no permite deducir falsedades a partir de verdades. En el caso de las acciones, en cambio, no tiene sentido hablar de su verdad o falsedad. Las acciones son un algo concreto que, en tanto hechos dados en el mundo, no son en sí mismas susceptibles de ser catalogadas como verdaderas o falsas. ¿Sobre qué base puede entonces establecerse la racionalidad o la irracionalidad de una acción?

Primeramente hay que explicitar a qué se hace referencia cuando aquí se habla de "acción". En ese sentido, compartiré la aceptada interpretación que define a la acción humana como a la producción de un cambio que transforma un estado de cosas p en un estado de cosas distinto p' (la omisión queda incluida como un tipo de acción). Debe aclararse que no toda acción puede ser declarada racional o irracional, sino sólo la acción razonada, voluntaria y conciente, es decir el tipo de acción que la filosofía analítica, en especial a partir de Anscombe (1957) y Davidson (1963), ha dado en llamar acción intencional. En cuanto al concepto de racionalidad, coincidiré con Elster (1986, 1989, 1990), en que se trata de un concepto normativo. En particular, sostendré que hablar de racionalidad supone contar con un criterio normativo que permita discernir entre la acción o el discurso "buenos", fundados, correctos, y la acción o el discurso "malos", infundados, incorrectos.

En el caso del discurso, como se ha dicho, el criterio normativo que sirve de parámetro es el respeto de las leyes de la lógica, que asegura la obtención de conclusiones verdaderas a partir de premisas verdaderas. En el terreno de la acción, encontrar un criterio regulador que permita distinguir entre acciones correctas e incorrectas resulta, como se verá, más complicado.

Además, sólo en lo relativo a la acción, y debido a que ésta constituye un factum dado en el mundo, el concepto de racionalidad, normativo, adquiere también una dimensión empírica y puede ser usado para comprender, explicar y predecir la conducta. En ese sentido, la teoría de la elección racional constituye un modelo de interpretación de la acción que, habiendo traspuesto ya hace tiempo los límites de la ciencia económica en donde tuvo su origen, ha penetrado las demás ciencias sociales llevando a cabo valiosos esfuerzos en la descripción, explicación y predicción de las accion individual a partir de la determinación de un criterio normativo de racionalidad: la maximización de la utilidad esperada por el agente.

Personalmente coincidiré en gran medida con esta teoría, pero me permitiré hacerle dos críticas, una en el plano de la propia teoría y otra a sus intentos por abarcar a la acción moral. Así, tomando en cuenta tales críticas, procuraré encontrar un modelo general abarcativo que integre la teoría de la elección racional con algunas contribuciones personales a la interpretación de la acción.

Antes de seguir, nótese que la distinción entre racionalidad del discurso y racionalidad de la acción se corresponde con la conocida división entre racionalidad teórica y práctica, áreas en las que por lo general se divide al estudio del tema. Además, téngase claramente en cuenta que si bien en la primera parte se hablará de acciones de individuos, en la segunda se hará una estricta analogía con las acciones de política exterior de los estados y demás actores internacionales, de modo tal que el lector debe estar prevenido de que las referencias a las acciones de los individuos tendrán correspondencia con las relativas a las de los actores de la comunidad internacional. Así como la acción y el discurso de los actores sociales constituyen la empiria propiamente dicha de las ciencias sociales en general, la acción y el discurso de los actores de la sociedad internacional contemporánea, constituyen la empiria propiamente dicha de un estudio científico de las relaciones internacionales en particular. Si como sostiene Habermas (1985), el papel de la filosofía es el de constituirse en guardiana de la racionalidad, mi trabajo será en gran parte una manifestación de dicho papel en el terreno de las relaciones internacionales.

 

1.2- La teoría de la elección racional.

1.2.1- Características principales.

En lo que sigue voy a intentar hacer una exposición de los principales supuestos de la teoría de la elección racional (Rational Choice). Dicha exposición, necesariamente parcial, tendrá un carácter introductorio y se orientará a definir las nociones esenciales sobre las cuales me apoyaré para proceder, en los siguientes capítulos, a elaborar un punto de vista personal sobre la acción individual y colectiva.

El estudio de la racionalidad de la acción del individuo ha alcanzado su mayor grado de complejidad a partir del desarrollo de la teoría de la elección racional. Como ya se ha señalado, la teoría tiene su origen en la economía, más precisamente en el análisis de la acción de los agentes económicos, lo que no resulta extraño si se tiene en cuenta que es en el terreno de las acciones con intereses económicos donde la imposibilidad de distinguir entre acciones racionales e irracionales o, más concretamente, el hecho de efectuar una acción irracional, se traduce casi inmediatamente en costos monetarios contantes y sonantes. Lejos de conformarse con sus logros de teoría económica, la Rational Choice se ha expandido hacia las demás disciplinas sociales con el ambicioso objetivo de establecer un marco interpretativo general para la explicación, descripción y predicción de la elección de la acción de un individuo en relación a su situación específica.

El modelo de la elección racional basa sus principales conclusiones en la que se conoce como teoría estricta o restringida de la racionalidad, teoría que intenta explicar la acción individual y colectiva apelando exclusivamente a motivaciones individuales egoístas orientadas al resultado. En la interpretación restringida de la racionalidad se estipula que las preferencias del agente deben cumplir el requisito de consistencia, es decir, deben satisfacer las condiciones de integridad y transitividad. Al respecto, los teóricos de la elección racional sostienen la necesidad de consensuar una teoría amplia o extendida de la racionalidad en la que el juzgamiento de la racionalidad de la acción no se limite a reclamar la consistencia de las preferencias, sino que también exija que éstas involucren un concepto de racionalidad con un sentido más sustancial, moral o social, a partir del cual la acción no egoísta pueda ser explicada. Los intentos en ese sentido han sido infructuosos, como se mostrará más adelante, por lo que la fuerza de la teoría ha quedado más bien limitada a la interpretación, desde la perspectiva de la racionalidad restringida, de la acción estratégica egoísta. Desde ya debe dejarse bien en claro, a fin de evitar falsas interpretaciones, que esto no implica que se niegue la existencia o la importancia de aquellas acciones orientadas en criterios no estratégicos individualistas tales como la acción moral o la acción expresiva, a las que se busca integrar. Tampoco debe entenderse que la teoría de la elección racional o en mi modelo a apoyarse en ella toman al hombre como a una máquina racional infalible. Por el contrario, se trata de caracterizaciones teóricas, de simples modelos que, adoptando un racionalismo crítico moderado y a partir de herramientas como la lógica o las cuantificaciones propias de la teoría de los juegos, procuran interpretar no sólo la acción racional sino también la irracional (para hablar de lo irracional se debe definir previamente qué es lo racional). Tales modelos se ocupan de analizar aquellas acciones racionalizables o susceptibles de ser racionalizadas con el objeto de echar luz a temas como el del paso del conflicto a la acción cooperativa. De esto no se deduce que el individuo se comporte o deba comportarse constantemente de manera racional, ni que se le quite valor a las conductas motivadas por la pasión o la necesidad expresiva (a menos que se den en situaciones que sí requieran de una conducta racional, como en la aplicación de una política a nivel nacional o internacional). Los individuos se conducen a menudo de forma irracional y emocional, pero a los efectos del análisis teórico, la teoría de la elección racional supone un comportamiento racional simplemente debido a que encuentra metodológicamente provechoso a este presupuesto . Si se supusiera que los comportamientos humanos son esencialmente emotivos, neuróticos, psicóticos o absurdos, entonces no sería posible ninguna teoría social.

Por último, debe aclararse también que así como el individuo habla sin ser conciente de la estructura del lenguaje, éste puede llevar perfectamente a cabo una acción racional (y en consecuencia conciente) sin tener conciencia de la forma en que se estructura dicha acción racional, forma que tanto el modelo de la teoría de la elección racional como el mío procuran desentrañar a partir de un distanciamiento analítico que pretende describir los elementos que llevan a que actuemos como actuamos.

Una vez hechas las anteriores advertencias, podemos introducirnos más profundamente en las características de la teoría de la elección racional tomando como referencia los artículos de Harsanyi (1977) y de Naishtat (1992).

Según Harsanyi, el modelo de la Rational Choice ha logrado reemplazar la noción de sentido común acerca de la racionalidad de la acción, por otra más general, más precisa, y conceptualmente mucho más rica, por una noción de racionalidad de "implicaciones filosóficas significativas". Esto es así debido a que en la formación de la teoría de la elección racional convergen cuatro niveles de estudio de la racionalidad de la acción.

 

a) El nivel de sentido común o concepto medios-fines de la racionalidad.

En este nivel la acción de un agente se considera racional cuando y sólo cuando se dota de los mejores medios para alcanzar un fin dado (tal sería su criterio de racionalidad). Como señala Harsanyi, en la vida cotidiana, cuando se habla de "comportamiento racional", en la mayoría de los casos se está pensando en un comportamiento que comprende la elección de los mejores medios disponibles para acceder a un fin dado.

El concepto medios-fines de la racionalidad ya se halla definido en la teoría de la acción de Aristóteles, a quien volveré a referirme en la presentación de mi propio punto de vista.

 

b) El nivel preferencias-oportunidades.

El concepto medios-fines de la racionalidad no resulta suficiente para explicar los cambios de fines. Para hacerlo, la teoría económica introdujo un concepto más amplio de racionalidad que define a la conducta racional como una elección entre fines alternativos, sobre la base de un conjunto dado de preferencias y un conjunto dado de oportunidades (es decir de posibles alternativas). Los cambios de fines se explican a partir de un conjunto estable de preferencias. Si el agente elige un fin dado, entonces tiene que abandonar fines alternativos. Por ejemplo, si la preferencia de un individuo es acceder a un nivel superior de educación, puede optar por inscribirse en una universidad privada o pública (si no tiene dinero para la cuota), o bien hacer un curso de nivel terciario. En esta forma, tres fines diferentes se explican a partir de una misma preferencia estable.

Abandonar los fines alternativos es el costo de oportunidad que el agente paga por perseguir un fin específico. Por lo tanto, en este nivel, la acción racional consiste en elegir el fin específico que implique el menor costo de oportunidad, después de hacer una cuidadosa consideración de los costos de oportunidad relativos a la elección de los distintos fines contenidos en la preferencia.

Se observa que el modelo preferencias-oportunidades subsume el modelo medios-fines.

 

c) El modelo Bayesiano de decisión paramétrica.

La teoría económica ha demostrado que si el conjunto de preferencias de un agente satisface ciertos requisitos (transitividad, completitud, no inconmensurabilidad, preorden, continuidad), entonces este conjunto de preferencias puede representarse mediante una función de utilidad que asocia un número real a cada preferencia. Siguiendo el ejemplo anterior, se supone que el agente puede por caso asignar un valor 3 de utilidad al acceso a estudios universitarios, un valor 2 a los estudios terciarios y un valor 1 a los cursos de capacitación. De acuerdo con esto, la conducta racional del agente definida por el modelo preferencias-oportunidades sería equivalente a la maximización de utilidades, es decir, a la maximización de la función de utilidad. Este criterio de racionalidad de la acción es aplicable al análisis de la conducta humana bajo certeza, en condiciones en las que el agente puede predecir inequívocamente el resultado de las acciones que puede efectuar (al menos como una aproximación). Pero no es sino en este tercer nivel que la teoría extiende el análisis a la acción humana bajo riesgo y bajo incertidumbre. Ambos, riesgo e incertidumbre se refieren a situaciones en las que el agente no puede predecir de manera inequívoca los resultados de su acción, sino sólo a partir de la atribución de probabilidades objetivas (riesgo) o subjetivas (incertidumbre) a aquellos estados de cosas de los que no se tiene una información completa. De manera que en caso de riesgo o de incertidumbre no basta con referirse a utilidades sino a utilidades esperadas.

Por lo tanto, la principal conclusión de la teoría de la decisión Bayesiana es proponer como criterio más abarcativo de racionalidad, incluyendo a la acción bajo riesgo y bajo incertidumbre, a la maximización de la utilidad esperada, que será en definitiva, como ya se adelantó, el criterio de racionalidad de la acción adoptado por la teoría de la elección racional.

Se tiene que los dos niveles anteriores de racionalidad (medios-fines y preferencias-oportunidades) resultan ser ahora casos particulares del modelo Bayesiano de decisión paramétrica.

 

d) La teoría de juegos.

El modelo anterior requiere todavía de un paso suplementario de generalización. En efecto, los agentes racionales no sólo toman sus decisiones en un entorno natural de riesgo e incertidumbre, sino que además se mueven en un entorno social, es decir, orientan sus acciones en función de las posibles acciones de otros agentes racionales, sabiendo que estos últimos hacen lo mismo. En esta situación, denominada situación de juego, la decisión paramétrica no es más que un caso particular, aquél en el que el otro es la naturaleza, actuando exclusivamente al azar. Pero cuando los otros son unidades de decisión racionales, es decir orientadas por la regla de la maximización de la utilidad esperada, se vuelve posible anticipar la conducta de los agentes a partir de los análisis de la teoría de juegos a los que recurre la teoría. Dichos análisis permiten en principio, y a partir del estudio de matrices en las que se especifican las utilidades alternativas a los distintos cursos de acción posibles en el "juego", descubrir la solución de ese juego y, en base a ella, explicar y predecir las estrategias de los "jugadores", suponiendo que estos actúan de manera racional (de acuerdo al criterio de la maximización de la utilidad esperada).

La teoría de juegos se ubica en el nivel más abarcativo de la interpretación de la acción, constituyendo el núcleo de la teoría de la elección racional. Sus inicios se remontan a la década del veinte, cuando el matemático Emile Borel trazó algunas de sus ideas fundamentales, pero no es sino hasta la aparición del trabajo de von Neumann y Morgenstern (1944) que adquiere notoriedad. Desde ese momento, la teoría de juegos ha ido mejorando sus planteos y ampliando su campo de aplicación, transformándose en una difundida y aceptada teoría interpretativa de la conducta racional de dos o más unidades de decisión en interacción recíproca.

Según Elster (1982), el éxito de la teoría de juegos consiste en su capacidad de abarcar simultáneamente tres conjuntos de interdependencias que impregnan la vida social:

1) La recompensa de cada agente depende de la elección de todos, es decir, no sólo de su propia acción sino también de las acciones elegidas por los demás actores que intervienen en el juego.

2) La recompensa de cada agente depende de la recompensa de todos los agentes intervinientes en el juego, debido a que se supone que todos eligen de manera de maximizar su recompensa.

3) La elección de cada agente depende de la elección de todos. Cuando un agente elige una acción, debe tomar en cuenta lo que harán los demás, ya que una acción que es óptima frente a un conjunto determinado de acciones o estrategias adoptadas por los demás no es necesariamente óptima frente a otro conjunto. "Para llegar a una decisión, el actor tiene, pues, que prever las decisiones de los otros, sabiendo que estos tratan de prever las de él" (Elster 1982:41).

Elementos fundamentales de la situación de juego son la información disponible por los jugadores y su posibilidad de diálogo, factores que toman relevancia a la hora de definir las diferentes clases posibles de juegos. En ese sentido, la teoría distingue entre juegos con información completa e incompleta, con información perfecta e imperfecta, cooperativos y no cooperativos, así como entre juegos de suma cero y de suma no nula. Más adelante, a medida que vaya siendo necesario, se analizarán las características de los mencionados juegos y se profundizará sobre otros conceptos importantes de la teoría.

 

1.2.2- Una crítica a la teoría de la elección racional.

Tanto el neorrealismo como el institucionalismo, los enfoques más actualizados en el terreno de estudio de las relaciones internacionales, tienden a incorporar a la teoría de la elección racional de manera acrítica. En contraste con esto, en el presente punto me permitiré llevar a cabo una serie de observaciones a dicha teoría de las que se derivará, en el siguiente capítulo, un modelo un tanto diferente y a mi entender más comprensivo de la acción y su racionalidad que será aplicado, en la segunda parte, a la interpretación de la acción de los actores internacionales. En ese sentido, las mencionadas observaciones se referirán a las dos áreas en las que la teoría de la elección racional ha recibido objeciones, al ámbito de la acción estratégica (al de la teoría propiamente dicha) y al ámbito de la acción moral (a los intentos de la teoría de extender sus postulados a la interpretación de la acción ética).

 

1) Una crítica en el plano estratégico.

Las principales críticas que la teoría de la elección racional ha recibido en relación a su interpretación de la acción estratégica hacen referencia a la complejidad que aparece en los cálculos cuando se cuenta con gran cantidad de variables y más de dos agentes, a la dificultad en la cuantificación de utilidades y probabilidades subjetivas y a la consecuente tendencia a la simplificación y al falseamiento de los problemas. Según esta crítica, el individuo no actúa normalmente como supone la teoría, ya que no dispone en todo momento de una configuración clara y simultánea de todas las alternativas a su alcance. En ese sentido, los numerosos trabajos de Herbert Simon introducen la noción de "racionalidad limitada", a la vez que sustituyen el concepto de "maximización" por el de "satisfacción". Los agentes, según Simon, no cuentan con una matriz que dé cuenta de todas las alternativas disponibles, de las cuantificaciones de valor de cada una y de las evaluaciones de probabilidad respectivas, sino que examinan las distintas alternativas secuencialmente hasta que llegan a una que responde a sus patrones mínimos de aceptabilidad. Es decir, Simon sugiere que el agente no busca la alternativa de maximización sino que rechaza las soluciones insatisfactorias hasta que llega a una lo suficientemente satisfactoria para permitirle actuar. Steinbruner (1974) va más allá en su crítica a la teoría utilitaria clásica del actor racional. Su teoría "cibernética" de la decisión sostiene que los individuos normales se desempeñan de manera adaptativa, simplificando situaciones complejas, controlando un pequeño conjunto de variables críticas y reduciendo la incertidumbre por medio del control de estas variables dentro de límites satisfactorios, sin recurrir a cálculos elaborados.

La teoría de la elección racional ha respondido a las críticas planteadas por estos enfoques señalando la vaguedad de sus conceptos, en especial de el de "satisfacción". Elster (1986) afirma que tales posiciones no explican cómo hacer para definir los niveles de aspiración mínimos (de satisfacción de los agentes), ni cuáles variables deben ser dejadas de lado en cada situación, dificultades que debilitan sobremanera su interpretación de la acción racional. En todo caso, los enfoques señalados no son inconciliables con la teoría de la elección racional, sino que resultan complementarios con ella. La teoría de la elección racional representa un modelo más abarcativo, complejo y sofisticado de la interpretación de la acción, lo que no implica que en la vida cotidiana, en situaciones de incertidumbre en las que el agente no pueda cuantificar utilidades o probabilidades, o bien en problemas de gran complejidad de cálculos, el agente no proceda según criterios de racionalidad más simples, ya sea desistiendo de la consideración de la estrategia de los demás (según una racionalidad paramétrica independiente de la teoría de juegos) o bien adoptando conciente o intuitivamente criterios como el de la racionalidad limitada o el de la simple racionalidad medios-fines del sentido común (todos subsumidos por el más amplio criterio de la maximización de la utilidad esperada en una situación social). En ese sentido, en el capítulo 2 pretenderé hacer un aporte a la teoría de la acción que enriquezca la interpretación de la teoría de la elección racional respecto de la descripción, explicación y predicción de la acción del individuo en situaciones de riesgo o incertidumbre.

En relación a la teoría de juegos propiamente dicha, la teoría de la elección racional ha reconocido, junto con el resto de las disciplinas sociales y como se señaló en la introducción, sus dificultades y riesgos. Así, ha sabido canalizar su aplicación al estudio de temas en los que resulta valiosa y relevante, sobre todo al análisis del conflicto y la cooperación en el que tanto las opciones (cooperar o no cooperar) como los actores ("yo" y "cualquier otro") pueden ser reducidos a dos.

 

2) Una crítica en el plano moral.

El segundo conjunto de críticas a la teoría de la elección racional se refiere a las dificultades que ésta ha afrontado en su intento de extender su criterio normativo a la interpretación de la acción ética o moral.*

Tal como se adelantó, una de las características del modelo de la Rational Choice es su tendencia a expandirse fuera de la economía abarcando a las demás disciplinas sociales. El traslado de dicho modelo del ámbito de la acción económica al de la acción humana en general plantea sin embargo, una serie de dificultades entre las cuales resalta la justificación dentro de la teoría de aquellas acciones llevadas a cabo en contemplación de principios éticos y de normas morales y legales derivadas de ellos. Al respecto, debe distinguirse claramente la expresión "dimensión normativa de la racionalidad" (la inherencia al concepto de racionalidad de un criterio que permita distinguir entre acciones correctas e incorrectas), de la de "racionalidad de las normas" (el intento de aplicar ese criterio a las acciones efectuadas con respeto a distintos tipos de normas).

Elster (1986, 1989) encara explícitamente el problema que las normas en general plantean al modelo de la elección racional. Los principios morales, así como las normas jurídicas y sociales en general constituyen ejemplos de lo que Elster toma en general como normas sociales orientadoras de la acción. Es en este sentido que Elster (1986) presenta a la "teoría de las normas sociales" como una de las alternativas posibles para:

a) Completar la teoría de la elección racional.

b) Reemplazar a la teoría de la elección racional.

En lo que concierne a la primera opción, habría dos maneras de completar o conciliar las teorías nombradas:

a1) Insertar las normas como constricciones constitutivas del mundo del agente.

a2) Integrarlas a las preferencias (las funciones de utilidad) de los agentes.

Tanto en a1 como en a2 se tropieza, no obstante, con dificultades. Con respecto a a1, si las normas se consideran constricciones de los estados de naturaleza, no se puede explicar la libertad inherente al agente de llevar a cabo acciones que violen su propia norma. Esta libertad, sin embargo, es un dato constitutivo de la noción de norma, en tanto que la misma implica un acatamiento voluntario por parte del agente. Por lo tanto, con la solución a1 el modelo no podría explicar la verdadera cuestión a resolver, la de por qué los agentes acatan las normas en ciertas circunstancias pero no en todas.

Más atractiva resulta a mi juicio la alternativa a2, es decir el intento de incluir los principios morales dentro del conjunto de preferencias. La consideración de un principio moral llevaría en ese caso a un reordenamiento de las preferencias (a preferir la cooperación al egoísmo, por ejemplo) sobre las que se aplica el criterio estratégico. Sin embargo, esto no sirve para explicar, por ejemplo, la acción del agente moral no egoísta que actúa por deber, aún en contra de sus preferencias individuales. La acción solidaria de quien prefiere la solidaridad es estratégica, aunque satisfaga cierto criterio moral no está estrictamente orientada por dicho criterio, sino por las preferencias estratégicas de tal agente. Además, los casos de acciones moralmente relevantes, y de los que no puede dar cuenta la teoría, son aquéllos en los que el agente deja de lado sus preferencias individuales y orienta sus pasos hacia el bien común según un criterio moral general, aunque pueda verse por ello estratégicamente perjudicado. Tal como admite Elster y como lo señala Naishtat (1992a) y (1993b), es obvio que existe una serie de acciones humanas que no están orientadas a la consecución de resultados, sino que se presentan como instancias de normas presupuestas por los agentes. La diferencia irreductible entre los planos estratégico y normativo consiste en el papel que desempeñan las consecuencias de la acción en ambos casos. Mientras en el plano estratégico las consecuencias son el sentido de la acción, en tanto ésta constituye un medio para traer un estado preferido de cosas al mundo, en el plano normativo las consecuencias son indiferentes para el agente. Los principios morales son ejemplos de tales normas, explicables más naturalmente desde criterios normativos sociales o morales que apelando a criterios estratégicos de maximización. Hay, por lo tanto, casos en que las normas son prioritarias al cálculo estratégico individual en el orden explicativo de la acción, casos en que las normas ejercen un poder independiente, no reductible a un ajuste utilitario de costos. "Quien obedece a una pauta normativa no está dispuesto a considerar las alternativas a la norma como si se tratase de preferencias de menor rango. O bien las alternativas a la norma se desechan en bloque, o bien lo que rige la acción no es una norma" (Naishtat 1993b). En rigor, si una acción está gobernada por una norma, ninguna expansión del conjunto de preferencias del agente debiera alterar esa conducta. Además, toda reducción de sus posibilidades de cumplir con la norma debería dejarlo ante la imposibilidad de prever el curso futuro de su acción. Estas dos últimas características son incompatibles, sin embargo, con la representación de las preferencias por una función continua de utilidad.

La alternativa que le quedaría a la teoría de las normas sociales sería la que se llamó b, es decir la de sustituir, en la elección de la acción, a la teoría de la elección racional. Sin embargo, Elster rechaza de plano esta posibilidad argumentando que existen innumerables ejemplos de conductas tradicionales descartadas cuando se presentan oportunidades que el individuo encuentra que sirven mejor a sus metas. No obstante, no menciona a la conducta moral. En cuanto a los casos en que la recurrencia a las normas permite explicar acciones en las que la elección racional falla, Elster señala que esta recurrencia tiende a ser "ad hoc y ex post facto", por lo que la acción en base a normas (incluyendo a los principios morales), refractaria al modelo de la elección racional, sería irrelevante para la empiria social a pesar de las evidencias en contrario. En El cemento de la sociedad (1989), el pensamiento de Elster asume una posición más proclive a tratar este tipo de conductas como empíricamente relevantes. Allí atribuye a las normas sociales el papel de motivaciones no racionales de la acción cooperativa. No me parece que éste sea un enfoque correcto, sobre todo para las normas o principios morales para las que la ética ha elaborado numerosos criterios de racionalidad moral. Sin embargo, tampoco me parece que haya motivos para "sustituir" la teoría de la elección racional por una teoría de las normas, sino que bastaría con que esta última complementara a la primera. Decimos "complementar" y no "completar" internamente como planteaba Elster en la alternativa a), es decir, se sumaría una tercera opción a las sostenidas por el autor. A propósito de esto, la sociología empírica recoge tres formas de cumplimiento de las normas:

a) El cumplimiento de la norma por imitación.

b) El cumplimiento de la norma por mero temor a un castigo.

c) El cumplimiento de la norma por "internalización", por hallarla razonable y justa.

En el primer caso, característico de las normas y costumbres sociales, puede alegarse la interpretación de Elster (1989), es decir, atribuirles el carácter de motivaciones irracionales de la acción cooperativa. En el segundo caso, característico de la obediencia a normas jurídicas, la acción de seguir la norma es netamente racional y estratégica. En el caso c), típico de la acción en base a normas o principios morales, el agente también actúa de manera racional (razonada, fundamentada), pero no de manera racional estratégica, sino a través de una forma de racionalidad ligada a la justicia y no a las consecuencias de la acción, es decir, a partir de un criterio de racionalidad moral. De modo que aquí adquiere relevancia el análisis de la racionalidad de la acción en base a normas o principios morales, antes que el de otro tipo de normas. La acción moral, en obediencia a normas o principios morales, tiene su propia forma de racionalidad.

En lo que respecta a la acción guiada por normas jurídicas o legales, ésta podrá explicarse o bien en términos de cualquier acción estratégica (en el caso de que su respeto se deba al deseo de evitar las sanciones subsecuentes de la transgresión de la norma), o bien como una acción moral (en el caso de que su respeto se deba a la creencia en el valor moral contenido en la norma jurídica). Una ley puede obedecerse por temor a la sanción derivada de su incumplimiento o bien por el convencimiento en su justicia.

Habiendo dejado de lado las sugerencias de Elster, examinemos ahora brevemente algunas conclusiones que sobre la acción gobernada por normas y principios, elaboran Amartya Sen (1982) y John Harsanyi (1977) en la misma compilación de Elster (1986).

Para Sen, en acciones tales como el voto no obligatorio, la disciplina ecológica o la productividad en el trabajo, en las que el control recíproco del cumplimiento de acuerdos vinculantes de cooperación es inverosímil, los agentes suelen actuar como si estuviesen maximizando la utilidad colectiva antes que la individual. La explicación que el autor presenta de esta conducta maximizadora global apela precisamente a las normas. En las circunstancias de las acciones mencionadas, los agentes producirían una suspensión de la racionalidad estratégica individual y orientarían sus conductas por normas. Según Sen, esto no significaría que los agentes cambien sus preferencias, sino la regla de acción. Cabría preguntarse por qué harían tal cosa y sobre qué criterio, si existiera alguno, se inspirarían esas normas.

Paso ahora a Harsanyi (1977), quien sostiene que los juicios de valor moralmente racionales llevan implícitos la maximización del nivel de utilidad promedio de todos los individuos de la sociedad. Mientras la teoría de juegos es una teoría sobre intereses individuales conflictivos, la ética sería la teoría de los intereses comunes de la sociedad en su conjunto. De este modo, Harsanyi tanto como Sen introducen la ética utilitarista en el modelo.

Se tiene que la alternativa Sen-Harsanyi consiste en tomar al individuo moral como a aquel que en determinadas circunstancias deja de lado la maximización de sus utilidades individuales a cambio del criterio moral utilitarista de la maximización de la utilidad colectiva (la utilidad promedio de los individuos de la sociedad). Antes de seguir hay que dejar en claro la diferencia entre la segunda de las opciones sugeridas por Elster para completar la teoría de la elección racional con una teoría de las normas (opción a2), y esta nueva alternativa: una cosa es la inclusión de principios morales en las preferencias, o lo que es lo mismo, la aplicación de un criterio moral (universalista, utilitarista, particularista, religioso o de otro tipo) en la ordenación de las preferencias a ser consideradas en la aplicación del criterio estratégico, mientras que otra cosa es la aplicación de un criterio moral a un conjunto de preferencias individuales previamente dado, en reemplazo del criterio estratégico individual. Teniendo en cuenta las numerosas objeciones a la inclusión de los principios dentro de las preferencias, la alternativa de Sen-Harsanyi consiste en tomar como criterio moral aplicable a las preferencias dadas al criterio moral utilitarista, extendiendo el criterio estratégico de la maximización de la función de utilidad individual, a la función de utilidad social. De manera que, según se deriva de estos autores, los agentes tendrían una doble función de utilidad, el agente estratégico maximizaría la utilidad individual pero en ciertas circunstancias la dejaría de lado para tomar la utilidad social. En este sentido, la alternativa Sen- Harsanyi sería un intento de complementar la teoría de la elección racional por medio del utilitarismo ético. Desde esta interpretación, el agente moral puro sería el que en todos los casos se refiriera a la utilidad social.

Creo, sin embargo, que si bien el criterio de la maximización de la utilidad esperada resulta adecuado como base para un estudio empírico del amplio espectro de las acciones estratégicas, no lo es para el de las acciones morales. La alternativa Sen-Harsanyi es susceptible de todas las fuertes y fundadas críticas hechas al utilitarismo moral. Todo utilitarismo recae en lo que aparece como una de las confusiones conceptuales más difundidas de la época contemporánea: la identificación entre utilidad y valor, la corriente asociación de lo útil con lo bueno y de lo inútil con lo malo o carente de valor. Sin embargo, es evidente que existen tanto acciones buenas pero inútiles (la acción del filósofo o la del artista), como malas y útiles (el homicidio por dinero). En ese sentido, todos coincidimos en calificar de morales a acciones tales como ayudar a un enfermo o cumplir una promesa, acciones que no siempre resultan útiles para el agente ni para la sociedad en su conjunto. La "solución final" de Hitler al "problema judío" o la matanza indiscriminada de niños musulmanes a manos del ejército servio- bosnio constituyeron acciones moralmente repugnantes, pero no estratégicamente irracionales. En ambos casos existía un fin preciso (la eliminación de los judíos del Tercer Reich, el terror y la desaliento del enemigo en la antigua Yugoslavia), que se trató de conseguir por medio de una acción considerada como la más adecuada (maximizadora de la utilidad) para el logro de tales propósitos en las referidas situaciones estratégicas. La extensión del criterio de la racionalidad estratégica al terreno de la acción moral, en la forma del utilitarismo ético, puede llegar a la justificación moral de las acciones referidas en los anteriores ejemplos: tanto los nazis como los irregulares servios habrían obrado en defensa de los intereses comunes de la "nación germana" o del "pueblo servio", maximizando lo que ellos consideraban la utilidad promedio de estos colectivos. Cuesta, sin embargo, calificar tales acciones como racionales, ya que uno se da cuenta intuitivamente de su inadecuación moral. Como señala Hidalgo (1993), "encontramos ejemplos de acciones intuitivamente renuentes a ser consideradas prima facie racionales (...), en aquéllas que conciernen a las violaciones a los derechos humanos, a la tortura, al asesinato, que tan cómodamente pueden "racionalizarse" en términos de metas y creencias de sus agentes y que, sin embargo, parecen exigir una revolución que las descalifique". Todo lo cual conduce a reafirmar la consideración de la racionalidad en dos dominios distintos, el estratégico y el ético, con criterios también diferentes y muchas veces contradictorios. En ese sentido, he aludido ya a la necesidad de lograr una teoría amplia de la racionalidad que complemente los aciertos de la teoría restringida en el análisis de la acción estratégica, con una perspectiva sustantiva de la racionalidad que incorpore el juzgamiento moral de la acción.

De manera que para poder describir, explicar, predecir y fundamentalmente justificar de manera completa una acción, no alcanza con extender el criterio estratégico a la utilidad social, sino que se debe contar necesariamente con otro tipo de criterio normativo moral. La alternativa Sen-Harsanyi no es inherente a la teoría de la elección racional ni la única posición posible, en el terreno moral, que puede compatibilizarse con ella. De la misma manera que en el intento de incluir los principios morales dentro de las preferencias, cualquiera puede ser el criterio moral a tener en cuenta en el juzgamiento ético de la acción, y no necesariamente el utilitarista. Al respecto, los ejemplos vistos dejan planteada la pregunta acerca del criterio moral a adoptar. En el capítulo 7 examino distintas alternativas, así como una reflexión sobre la posibilidad de una ética política, inclinándome por los criterios sugeridos por las corrientes de la ética universalista.

Puede agregarse además que, en la medida en que un criterio normativo estratégico (a partir del cual se discierne el deber ser instrumental estratégico) así como un criterio normativo moral (a partir del cual se discierne el deber ser moral) orientan acciones en el mundo, tienen implicancias empíricas. Es decir que no sólo las acciones estratégicas sino también las acciones en correspondencia a principios morales son hechos de la realidad concreta, por lo que estarán también incluídas en la dimensión empírica (práctica) de la racionalidad. Así, podrá haber acciones que satisfagan los dos criterios, uno o ninguno. Acerca de cuál criterio deba prevalecer en aquellos casos contradictorios, me referiré en el siguiente capítulo, en el que daré mi propio punto de vista acerca de la racionalidad de la acción. En ese sentido, procuraré elaborar un modelo general que comprenda a la acción moral y contribuya a solucionar algunos de los problemas de la teoría de la elección racional.