Anuario de Relaciones Internacionales, Año 1997 DOCUMENTOS

OCDE
Conferencia ministerial

«Horizonte 2000: las nuevas prioridades para la política social»

 

(París, 12-13 de noviembre de 1996)

 

Conciliar viabilidad y garantías en materia de política social

Hasta ahora el Estado protector ha logrado garantizar un ingreso seguro a las personas integradas al mundo del trabajo, tanto durante su vida profesional como después cuando se jubilan. Sin embargo, el principal riesgo al cual las familias están hoy expuestas es que sus hijos no sean capaces de hacer carrera. Esperan mucho tiempo antes de procrear y gastan mucho, si pueden, para la educación de sus hijos con la esperanza de que estos obtendrán las calificaciones requeridas para establecerse en la vida profesional.

Los sistemas de seguro social son ineficientes contra estos riesgos. Ellos se fundan en la hipótesis de que cada generación ingresará a la vida profesional por sus propios medios y allí hará carrera, haciéndose cargo por el sesgo de las transferencias de ingresos, de las personas que se jubilan y las que están temporariamente desempleadas.

La opción consiste en sustituir al sistema tradicional por un sistema de garantía de ingreso para las personas que han perdido su empleo protegiendo que los trabajadores no integrados a la población activa no estén desprovistos de cobertura social, no sin plantear problemas: para las personas que tienen perspectivas de ganancias mediocres en el mercado de trabajo actual, la diferencia entre el ingreso proporcionado por un empleo mal remunerado (y generalmente poco atractivo) y la garantía mínima de recursos puede ser estrecha, y las ganancias que sacan del trabajo son escasas por el hecho de la reducción de las prestaciones que les pagan a medida que la renta de su trabajo aumenta (es la trampa de la pobreza).

Además, el incremento de la proporción de beneficiarios profundiza la confianza del público. Cuando estos están concentrados en determinada región, pueden ejercerse fuertes presiones políticas, así lo demuestran ciertas tensiones aparecidas recientemente como resultado de la política regional en Bélgica, en Canadá y en Italia. La concentración de los titulares de prestaciones en ciertas regiones o categorías sociales, sobre todo si va acompañada con la idea de que estos deben manipular el sistema para que se unan los dos objetivos, pudiendo también comprometerse la legitimidad del sistema: el hecho que el término mismo «ayuda social» se vuelva «políticamente incorrecto» para los Estados Unidos es una ilustración contundente. Es muy importante que los sistemas de protección social sean administrados con equidad, pero también con firmeza: una administración muy tolerante puede poner en peligro la existencia misma de la protección.

Para enfrentar esta situación, frecuentemente a los poderes públicos les pareció que, la penuria aparente de los empleos demuestran los niveles elevados de desempleo, y esto era imputable a los desequilibrios de la economía: insuficiencia de la demanda global (es la tesis keynesiana) o distorsiones del sistema económico causadas por las rigideces salariales y los sistemas de prestaciones. El único rol que puede desempeñar la política social en ese caso es arreglar las fisuras del tejido social esperando el fin de la crisis.

La realidad parece otra. La riqueza económica por habitante continuó incrementándose regularmente durante el último cuarto de siglo y esto, a un ritmo que ha sido más rápido en Europa que en América del Norte, donde sin embargo el desempleo permaneció limitado. Aunque la estructura del empleo sea ampliamente transformada, la proporción de los activos ocupados en la población no han cambiado, a pesar de la evolución social (jubilación anticipada, prolongación de la escolaridad obligatoria) que podrían contribuir a reducirla. Comprobamos ciertas progresiones del empleo: la distribución del tiempo del trabajo y del empleo dentro de la población se ha modificado. En los países de la OCDE, los mercados de trabajo parecen haber conseguido sacar partido de los elementos más cultos y capacitados de la población.

Las presiones que ejerce la inmigración en los países de la OCDE demuestran las oportunidades que llegan a generar estas economías. Dado que los inmigrantes aceptan empleos de bajos salarios - a veces desprovistos de toda protección - es necesario considerar un nuevo enfoque de las dificultades de empleo que tienen los trabajadores locales si queremos hacer fracasar la xenofobia. Es este, particularmente, el caso de las minorías étnicas desfavorecidas que pueden encontrarse excluidas de las oportunidades que se presenten por su escaso nivel de instrucción y su origen geográfico, en tal caso los inmigrantes pueden contar con el capital social de su comunidad de origen para establecerse en un nuevo país.

Tal vez llegó el momento de considerar la situación actual de los mercados de trabajo como la base sobre la cual construir la política social y no como la causa de sus fracasos. Como hemos visto más arriba, los mercados de trabajo y otros mecanismos económicos crearon tensiones sociales y situaciones de desamparo, y no hay por qué estar satisfecho. El desafío consiste en reformar la política social y el sistema de protección contra la indigencia con el propósito de favorecer el crecimiento sin acentuar las desigualdades en las rentas: si el crecimiento económico es acompañado por un estancamiento de los ingresos de la mayoría de la población o de una caída en términos absolutos de las categorías más desfavorecidas, su mismo interés podrá estar en juego. Seguramente, habrá que renunciar a las transferencias sociales como principal medio de aliviar el desamparo para orientarse hacia medidas constructivas que permitan mejorar la condición y la situación respecto al empleo de las personas que tengan necesidades. En lo inmediato, el costo de estas medidas para los presupuestos públicos no será inferior al de las transferencias en cuyo caso serán sustituidas: esta es la razón por la cual es indispensable experimentar nuevas estrategias antes de ponerlas en práctica, luego de evaluar sus efectos.

Por otra parte, no es necesario considerar más que la política social constituye exclusivamente el resorte del Estado. Algunos organismos sin fines de lucro reciben fondos del Estado que son incluídos en el total del gasto público, pero en muchos países estos organismos están financiados esencialmente por el sector privado (beneficiándose por esto con ventajas fiscales). Estas instituciones no gubernamentales que se ocupan de los servicios públicos juegan un rol particularmente importante en los países (como Estados Unidos y el Reino Unido) donde el gasto público directo representa una parte muy baja del PBI.

Cuando buscamos determinar si sería posible concebir la política social según un nuevo enfoque es necesario no olvidar que los gastos consagrados a las transferencias en especie son cubiertas parcialmente por los impuestos pagados por los beneficiarios, que es particularmente el caso en los países donde las prestaciones son elevadas y donde, como consecuencia, los impuestos también lo son. Si tenemos en cuenta este factor, verificamos que las diferencias en el monto bruto de los gastos públicos están menos marcadas.

Otro factor importante que explica las desigualdades en los gastos públicos es el campo de asistencia de la salud que, cuando están financiadas esencialmente con un seguro privado propuesto por el empleador (como en los Estados Unidos) suprimen una de las principales fuentes del gasto público.

Este nuevo enfoque presentaría particularmente las características siguientes:

- Sin duda, las posibilidades de empleo se dirigirán cada vez más a las personas capaces de adaptarse, sea porque son miembros de una familia donde otros también aportan de sus ingresos (y están así en condiciones de soportar fluctuaciones semanales de ingresos), sea porque ellos mismos dan prueba de capacidad de adaptación. Es conveniente concebir planes de garantía de ingresos que estimulen a los beneficiarios a mostrarse flexibles y que se arriesguen a encontrar un nuevo empleo. Esto supone una mayor estabilidad de la garantía de ingresos a mediano plazo, en particular para las personas con cargas familiares.

- Probablemente habrá, en un futuro previsible, un excedente de la oferta potencial de trabajo, y no hay posibilidad de demandar a las personas que tengan necesidad de una garantía de ingreso de consagrarse esencialmente a la búsqueda de un empleo. En cambio, para beneficiarse con una garantía de ingresos, deberían estar incitadas a llevar a cabo otras actividades susceptibles de mejorar sus perspectivas de empleo, por ejemplo, diversos tipos de formación, trabajos de interés colectivo y empleos no remunerados a prueba.

- El principio de la capitalización de la garantía de ingreso que ha sido preconizada (Banco Mundial 1995) como una solución a muy largo plazo para financiar las pensiones de jubilación, podría ser aplicada inmediatamente en el marco de la vida profesional. Los beneficiarios de la garantía de ingresos ( aparte de las asignaciones complementarias en concepto de hijos y otras personas a cargo) tendrían que reembolsar una parte de las sumas percibidas cuando sus ingresos superen cierto monto. Globalmente, las personas desfavorecidas recibirían siempre más que las que no pagan su cuota y las personas favorecidas pagarían una cuota mayor a las que no lo reciben, incitando a cada individuo para que mejoren su situación e introduciéndolos a un sistema que permita ayudar a las personas que no están afiliadas a un régimen de seguro, la distinción entre «asegurados» y «beneficiados» podría esfumarse.

- Es necesario poner en práctica los métodos de gestión por caso que tengan un carácter activo más que pasivo; en lugar de vigilar que se defina escrupulosamente el monto de las prestaciones en concepto de garantía de ingresos en función de los derechos adquiridos, convendría vigilar que la garantía de ingreso ( sea «capitalizada» o no) para las personas en edad activa, sirva para financiar las actividades susceptibles de favorecer un regreso a la vida profesional.

- Hacerse cargo de personas, particularmente niños y personas de edad avanzada o lisiadas dentro de las familias, debería considerarse como una verdadera actividad y remunerada en cuanto tal (Bradbury-1996).

Estas medidas podrían incluirse en una nueva estrategia que tendría en cuenta la interdependencia de las intervenciones de los poderes públicos (en los campos de la educación, de la salud o la seguridad social) en diferentes etapas de la existencia. Esta estrategia recalcaría más en las acciones importantes, en los momentos centrales de la vida; las intervenciones serían más numerosas en la infancia y tendrían un carácter más preventivo que curativo. El objetivo sería redefinir la equidad y la seguridad como obstáculos a la flexibilidad durante toda la vida y evitar las definiciones que dejan pensar que el fin de la política social es asegurar una protección contra la flexibilidad. Si este enfoque no es discutido, los poderes públicos corren el riesgo de ser obligados a ello porque no podrán tratarlo de manera autónoma como consecuencia de la globalización de la vida económica y social. O bien, un plan dictado exclusivamente por tales obligaciones que correría el riesgo de no ofrecer ni protección ni flexibilidad.