Revista de Relaciones Internacionales Nro. 10

Alocución de Jacques Chirac , Presidente de la

República Francesa, en el sepelio de Francois Miterrand

 

Queridos compatriotas, el presidente François Mitterrand ha muerto esta mañana. Los franceses han recibido con emoción la noticia de la desaparición de quien les guió durante 14 años. Querría rendir homenaje a la memoria del hombre de Estado, pero también rendir homenaje al hombre en su riqueza y su complejidad.

François Mitterrand es una obra. Gran lector, enamorado de los libros, sentía la escritura como una respiración natural. Su lengua clásica tradujo siempre de modo fiel y sensible su pensamiento.

François Mitterrand es una voluntad. Voluntad de servir a determinados ideales: la solidaridad y la justicia social; el mensaje humanista del que nuestro país es portador y que hunde sus raíces en lo más profundo de nuestras tradiciones; Europa, una Europa en la que Francia, reconciliada con Alemania y trabajando en común ocupará un espacio de primer orden. Pero también un modo de vivir nuestra democracia. Una democracia moderna, apaciguada en gran medida gracias a la alternancia controlada, con la que ha quedado demostrado que un cambio de mayoría no significa crisis política. Nuestras instituciones se han reforzado. En política François Mitterrand fue ante todo profundamente respetuoso con el ser humano y por eso decidió abolir la pena de muerte. Respetuoso también de los derechos del hombre, no cesó de intervenir allí donde fueran ofendidos. Mantuvo opciones claras y lo hizo siempre en nombre de la idea que tenía de Francia.

Pero François Mitterrand es sobre todo y ante todo una vida. Ciertas existencias transcurren de modo apacible desgranando días parecidos unos a otros, sembrados de acontecimientos privados. El presidente Mitterrand, por el contrario, produce la sensación de haber devorado su propia vida. Se desposó con el siglo. Más de cincuenta años pasados en el centro de la arena política, en medio del desarrollo de los acontecimientos. La guerra. La resistencia. Elecciones y legislaturas. Ministerios de los que, desde muy joven, asumió la responsabilidad. Después, el largo período en el que será una de las figuras mayores de la oposición con determinación, obstinación, tenacidad. Los dos septenios por fin, en los que adquirió toda su dimensión, imprimiendo su sello, su estilo, a la Francia de los años ochenta.

Pero François Mitterrand no puede reducirse a su trayectoria. Si su esfuerzo rebasaba su vida es porque tenía pasión por la vida, pasión que alimentaba y permitía su diálogo con la muerte. La vida bajo todas sus formas. La vida en sus horas oscuras y en sus horas de gloria. La vida de la tierra fértil, la vida de los campos, de esa Francia rural que amaba casi carnalmente. Conocía nuestro país hasta en sus aldeas y en todos lados encontraba un conocido, un amigo. Tenía además pasión por la amistad. La fidelidad debida a los amigos era para él un dogma que prevalecía sobre cualquier otro. Suscitó, en sentido inverso, fidelidades profundas, a través de los años y de las pruebas más duras.

Mi situación resulta singular porque he sido el adversario del presidente François Mitterrand. Pero he sido también su primer ministro y soy ahora su sucesor. Todo lo cual teje un vínculo particular, en el que se unen el respeto por el hombre de Estado y la admiración por el hombre privado que se enfrentó a la enfermedad con un coraje notable, mirándola cara a cara, consiguiendo una tras otra victorias sucesivas contra ella. De mi relación con él, llena de contrastes, pero antigua, retengo la fuerza de ánimo cuando ésta se apoya en la voluntad, la necesidad de situar al hombre en el centro de todo proyecto y el peso de la experiencia. Sólo cuenta finalmente aquello que uno es en su propia verdad y aquello que cabe hacer por Francia.

En esta tarde de luto para nuestro país dirijo a madame Mitterrand y a su familia el testimonio de nuestro respeto y afecto. En el día en que François Mitterrand entra en la historia, pido que meditemos en su mensaje.