Revista de Relaciones Internacionales Nro. 15

Panorama de las relaciones Cubano-Argentinas en los noventa

 

Rodolfo Portal Conde *

* Alumno de la Maestría en Relaciones Internacionales del Instituto de Relaciones Internacionales de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Universidad Nacional de La Plata

 

A modo de introducción

 

Las relaciones cubano-argentinas han atravesado etapas de altos y bajos en las últimas décadas, encontrando el pico de confrontación más alto en 1962 cuando Cuba fue expulsada de la OEA por la incompatibilidad de su nuevo régimen con el resto de los gobiernos americanos, unido a la acusación de instigar y apoyar a los movimientos guerrilleros en el continente.

Si bien la Argentina no tuvo la misma influencia de la revolución cubana como el caso conocido de las guerrillas venezolanas en la década del 60, lo cierto es que Buenos Aires se sumó, como el resto del continente y por presiones de Estados Unidos, a la política de aislamiento contra la isla.

En este escenario es preciso tener en cuenta que a partir de entonces la política exterior de los países americanos respecto de Cuba estaría condicionada por la Casa Blanca. Los únicos gobiernos del área que han tenido un mayor margen de maniobrabilidad en sus relaciones con La Habana son México y Canadá.

Cuba constituyó, y aún lo sigue siendo, una "asignatura pendiente" para Estados Unidos; un punto de la agenda de la Guerra Fría que Washington no ha podido ni ha querido resolver, y cualquier iniciativa latinoamericana referida con Cuba debe estar en función de los objetivos norteamericanos. Es la actitud de la Casa Blanca la que ha prevalecido desde entonces.

Disentir sobre Cuba con EE.UU., o apartarse sustancialmente de su política con la isla es un desafío para el cual América Latina no está del todo preparada, a no ser que pueda contar con el apoyo o la iniciativa de Europa (tendencia que muestra consolidarse en la actualidad) que le ayude a minimizar las presiones norteamericanas y el costo de las mismas.

Partamos entonces del presupuesto que el diseño de las relaciones de Buenos Aires hacia La Habana pasan necesariamente por una suerte de "triangulación condicionada" donde Washington constituye el otro vértice del esquema. Ello corrobora, pues, la inexistencia de una agenda propia de política exterior que pueda implicar disenso con EE.UU., si bien donde convergen los intereses se da lo que podríamos llamar influencia consentida.

El fin de la Guerra Fría propició, entre otras cosas, un rediseño del esquema político regional donde América Latina parece encontrar una mayor brecha para la reformulación de su política hacia Cuba; quien también está cambiando sensiblemente. No obstante, esta tendencia aún no se ha consolidado y prevalece el viejo esquema donde cualquier acercamiento o entendimiento con La Habana estará en función del diferendo Cuba-EE.UU.

 

La posición cubana

 

La política exterior cubana después de la revolución podríamos definirla en dos grandes etapas: una que va desde la instauración del nuevo modelo (inicios de los 60) hasta la segunda mitad de la década de los 80 y caracterizada por un fundamento ideológico y avalada por la alianza con la Unión Soviética y el bloque socialista.

Fue una política con un marcado carácter multilateralista (especialmente en los organismos que conforman las Naciones Unidas) y basada en la búsqueda de una influencia y prestigio para liderear de alguna manera el llamado Tercer Mundo. Sus vínculos económicos tuvieron muy bajo perfil dado el esquema cerrado de su asociación al bloque, no siendo así con su desempeño político, el cual hizo distinguir a la isla en la arena internacional en su enfrentamiento con Estados Unidos.

En este escenario, y dado el aislamiento impulsado por EE.UU. contra el régimen cubano, América Latina dejó de tener un espacio priorizado en la agenda cubana, si bien en el plano no formal sus vínculos se limitaron a apoyar los movimientos de liberación nacional en el área y en franco desafío a Washington.

La segunda etapa de la política exterior cubana empieza a conformarse tras la disolución del bloque socialista y el fin de la Guerra Fría y el riesgo que implica la intensificación del acoso norteamericano, lo cual ha puesto en peligro la permanencia del modelo cubano; ahora sin los aliados poderosos de entonces.

Dada la necesidad de una nueva reinserción en la economía mundial y la búsqueda de nuevos socios tras la crisis económica en la que se ha visto sumida, las autoridades cubanas han propiciado una apertura, sobre todo económica, donde el bilateralismo y el bajo perfil político han condicionado la inclinación de la balanza hacia una política menos principista y más funcional a las necesidades económicas inmediatas de la isla.

El bilateralismo toma fuerza en la medida que sirve para reforzar no sólo los vínculos económicos, sino que también en el plano multilateral (organismos internacionales) le favorece para sustentar la credibilidad de su modelo. Esta estrategia se enfoca concretamente a debilitar cualquier aislamiento de la isla en el plano internacional, mediante un reforzamiento de sus lazos económicos e impulsada por una ofensiva diplomática con un carácter más pragmático.

El gobierno cubano ha sacado en claro que en estas circunstancias, un acercamiento a sus vecinos geográficos, culturales e históricos no sólo le puede beneficiar económicamente, sino que además le ayuda a formar un consenso en el área para quebrar la férrea postura de Estados Unidos y poder legitimizar la permanencia de su modelo, aunque renovado.

La vía más propicia para La Habana parece ser la concertación bilateral y la búsqueda de entendimiento con sus diferentes vecinos y con el tema económico como la variable fundamental en la agenda de negociaciones. Por otro lado, el gobierno cubano se ha propuesto consolidar un consenso político en el continente por medio de las Cumbres Iberoamericanas que se celebran anualmente sin la participación de Estados Unidos.

En este sentido, su principal resultado radica en haber instalado el debate de su reinserción al Sistema Americano con un creciente consenso al respecto, cosa que era impensable antes de los 90 por el propio contexto político del mundo en general y de la región en particular que hacía estéril cualquier esfuerzo de entendimiento con La Habana.

Si bien se restablecieron las relaciones diplomáticas entre Buenos Aires y La Habana en marzo de 1973, los contactos bilaterales se han mantenido en lo sucesivo en un plano formal y no de estrechos vínculos. En el plano político, una suerte de distanciamiento condicionado, según la opinión de varios analistas, por las diferencias respecto a la deuda que La Habana contrajo con la Argentina, lo cual en mi opinión es la fachada a las limitaciones que implica el alineamiento de Buenos Aires con EE.UU.

Con esta estrategia cubana se ha impulsado una ofensiva en el área que ya se ha concretado en la firma de varios acuerdos de cooperación y renegociación de su deuda externa con países como México, Canadá y Brasil. Por otra parte, dentro de la nueva legislación que está generando la apertura cubana, la promoción y protección a las inversiones latinoamericanas tienen un lugar privilegiado. Ello apunta sin dudas a objetivos bien claros, y el ingreso de Cuba al CARICOM y su pedido formal para integrar la ALADI no se pueden ver aparte de este contexto.

A fines de los 80 ya La Habana dió sus primeros pasos en un intento por solventar con Buenos Aires el pago de la deuda aunque no se llegó a ningún acuerdo. Las negociaciones se retomaron en los primeros años de los 90 y aún parece estancada y sin solución.

El propósito de Cuba apunta también al MERCOSUR y no puede desestimar a la Argentina como actor esencial en dicho bloque. No obstante, La Habana parece decidida a estrechar más sus lazos con el Brasil, no sólo por obstentar éste el liderazgo en la zona, sino además porque su disposición a negociar con la isla está menos condicionada por las presiones norteamericanas, lo cual lo convierte en un interlocutor más accesible para las autoridades cubanas, al mismo tiempo que se puede conformar una relación más redituable para ambos.

Dadas estas circunstancias aparecen dos probables escenarios que posibiliten un mayor acercamiento entre Cuba y la Argentina. Tales escenarios, aunque parezcan excluyentes, se pueden complementar siempre y cuando se modifique la relación triangular Buenos Aires-Washington-La Habana.

En un caso, un mayor acercamiento entre Cuba y la Argentina estaría ponderado en proporción a un mejoramiento de las relaciones Cuba-EE.UU. Esta sería la opción más costosa para La Habana, cuando menos la más difícil, dado el estado actual de su diferendo con Washington. El otro escenario se vislumbra como el más posible en el corto y mediano plazo y es el reforzamiento de los vínculos económicos, en el caso que la parte argentina muestre voluntad política para solucionar el tema pendiente de la deuda.

Es cierto que Cuba no significa en sí misma una prioridad económica para la Argentina, pero dadas las transformaciones vertiginosas que están teniendo lugar en la economía isleña, la posibilidad de un mercado de 11 millones de habitantes parece cobrar importancia. Por otro lado, podría representar una puerta de ingreso a un mercado de casi 200 millones de consumidores que conforma toda el área del Caribe y Centroamérica. La decisión europea de apostar a dichas posibilidades parece ver las ventajas por la ausencia del capital estadounidense en la mayor de las Antillas. Estas señales ya hacen eco en Buenos Aires, pero su alineamiento con EE.UU. sigue siendo la brújula de su política exterior.

En el plano político, y a pesar de estar ausente del máximo órgano regional, Cuba ha logrado que el debate sobre el tema cubano se haya convertido en un punto de la agenda de cada reunión y la posibilidad de su regreso parece estar más cerca.

A pesar del discurso oficial del gobierno cubano de su indiferencia por el regreso a su asiento en la organización, lo importante para La Habana es asegurarse primero que exista un consenso desprovisto de condicionamientos políticos por el costo que éstos implican para su política. Ha estado ausente muchos años pero no tiene prisa para el regreso, aunque sí lo necesita. Por otra parte, el gobierno cubano sabe que ello dependerá del mejoramiento de sus relaciones con Washington como premisa.

Por lo pronto, La Habana parece estar mejor posicionada al lograr que en ese organismo regional (una vez calificado por el líder cubano como el ministerio de colonias de Washington) se haya sumado a las críticas y al rechazo que ha suscitado en Naciones Unidas la política de hostigamiento de EE.UU. para con Cuba. Un avance más significativo del logrado hasta acá estará en dependencia de lo que suceda en lo adelante en las relaciones cubano-norteamericanas.

Con relación a la Argentina, La Habana parece decidida a explorar y explotar todas las áreas posibles de intercambio con mayor rédito económico y al menor costo político, aunque la postura del gobierno argentino parece guiada por la vía del menor compromiso posible.

Dentro de la reestructuración económica emprendida por la isla, el sector del turismo ha pasado a ser protagonista por la cantidad de divisas que genera. No es casual que las principales inversiones extranjeras apunten a ese rubro, y en sintonía con esto, el flujo de turistas que visita la isla anualmente se multiplica. En el caso de los argentinos, Cuba se ha convertido en un destino turístico privilegiado y las cifras ya ubican al país sudamericano en los primeros lugares por visitantes.

A ello debemos sumarle los esfuerzos para lograr la firma entre ambos estados de un Acuerdo para la protección y promoción recíproca de inversiones y enfocado a atraer al empresariado argentino que se encuentra bloqueado entre las posibilidades de aumentar sus inversiones en la isla y la política oficial del gobierno respecto de los EE.UU.

Paralelamente, las autoridades cubanas están creando las condiciones propicias para un clima de mayores vínculos en áreas como el deporte, la cultura, la medicina y la educación entre otros, evitando rozar en lo posible las diferencias políticas. Para La Habana, esta estrategia es en la actualidad la más factible y la más redituable para diseñar su política hacia la Argentina mientras el tiempo siga siendo protagonista.

La agenda argentina

 

Con la llegada del justicialismo al poder en 1989, la política hacia La Habana no varió sustancialmente y lejos de mejorar, se crearon varias asperezas que alcanzaron el tono de enfrentamiento entre ambos gobiernos y que ha marcado el sello de las relaciones bilaterales hasta la actualidad.

Para comprender esta actitud debemos relacionarla con la política diseñada por el gobierno de Menem desde su primer mandato inducida a asociar (más bien tratar de insertar) a la Argentina a Estados Unidos y al mundo occidental. Su objetivo se pensó en función de mejorar el posicionamiento periférico de la Argentina y el medio lo constituía una alianza incondicional con Washington y donde el alto perfil económico exigía eliminar cualquier obstáculo de índole político para sus propósitos.

En este contexto las relaciones con Cuba eran en sí mismas un obstáculo, al menos para los ojos de La Casa Blanca, de una alianza más comprometida. La consecuencia más inmediata de esta decisión argentina fue reforzar la relación de dependencia en el esquema triangular, al cual ya nos referimos, en tanto que un mayor acercamiento a los EE.UU. (por el que Menem optó) condicionó casi en la misma medida, pero a la inversa, un alejamiento con La Habana.

Este enfrentamiento (muchas veces personalizado en la figura del primer mandatario) con el gobierno cubano ha ido conformando una ecuación donde parece excluyente si se pretende un reforzamiento de los lazos con Washington. No es asintomático que la escalada más alta de tensiones con Cuba se diera en la primera etapa del gobierno menemista cuando la política argentina se lanzó a reconquistar la confianza de los organismos financieros y los sectores políticos norteamericanos.

Para reforzar esta postura argentina pudiéramos agregar que el gobierno cubano aún no contaba con una propuesta viable para un acercamiento con Buenos Aires; ya sea por el tema de la deuda externa o bien porque sus prioridades de política exterior aún no miraban al Cono Sur. Además, desde el punto de vista económico, Cuba tenía poco y nada que ofrecer.

La estrategia del gobierno de Menem no dudó buscar un acercamiento (cosa que logró en su momento) al sector más conservador y poderoso de la comunidad cubana en los Estados Unidos, teniendo muy en cuenta que no sólo es un ente fuerte económicamente dentro de la comunidad latina en ese país, sino además de la conocida influencia en el Congreso y en los círculos de poder norteamericanos.

Algunos analistas señalan que para el Presidente argentino, convertirse en el vocero de La Casa Blanca en la cruzada contra el régimen cubano, en las cumbres iberoamericanas donde EE.UU. no participa, era un aval de incondicionalidad en su política y que le podría redituar a su favor en ese sentido.

El primer cambio en la actitud argentina parece darse en 1995, en ocasión de servir de anfitriona a la cumbre que se celebró en la ciudad de Bariloche. Lo novedoso en este encuentro, y de lo cual la prensa se hizo eco rápidamente, fue el tono usado por el mandatario argentino menos ácido y acusador que en ocasiones anteriores respecto del sistema cubano y que por vez primera la Argentina condenó oficialmente el embargo estadounidense contra la isla, calificándolo incluso de ineficaz e injusto.

La hipótesis que entretegieron los medios de un cambio radical en la política hacia La Habana es insostenible y analizemos por qué: En el ámbito latinoamericano, Argentina fue el último país en sumarse al rechazo generalizado que generó la controvertida Ley Helms-Burton, con marcado carácter extraterritorial. No sólo América Latina, sino que Europa llevó la disputa con EE.UU. a la jurisdicción de la OMC, lo cual agrietó sensiblemente las relaciones de Washington con sus aliados.

Este desatino de la política norteamericana le dió la posibilidad a América Latina y por extensión a la Argentina de sumarse al rechazo a tal ley anticubana sin jugar el rol de líder, y donde el costo de sus relaciones con EE.UU. es evidentemente mínimo.

No es casual tampoco que el Presidente Menem suavizara su discursopara con Cuba si tenemos en cuenta que finalizando el primer período de su mandato Argentina comienza a modificar levemente su postura ante el desánimo y la falta de expectativas frente a los réditos esperados por la alianza con Estados Unidos y se preocupa por intensificar la diversificación de sus relaciones con Europa, Asia y otras regiones.

En este contexto, los cambios de postura de Buenos Aires hacia Cuba se pudieran calificar como señales de amago sin que podamos hablar de un cambio radical de política exterior.

En el marco de los organismos internacionales, en especial en las Naciones Unidas, la Argentina se ha ubicado en una posición intermedia respecto del tema cubano, a partir justamente de este período al asumir una postura un tanto pasiva desde la banca de la abstención.

Por un lado, en el Comité de Derechos Humanos, donde acontece el enfrentamiento más enconado entre Cuba y EE.UU., Buenos Aires ha votado en contra (en la mayoría de las veces) al votar las resoluciones patrocinadas por Estados Unidos e Israel para sancionar a la isla en el tema de los derechos humanos. En estas sesiones la posición mayoritaria y tradicional de Latinoamérica es abstenerse.

En el plenario anual de la Asamblea General, donde el embargo norteamericano aparece en la agenda de debate desde 1992 ininterrumpidamente, la posición argentina se ubica del lado del consenso, donde una inmensa mayoría internacional rechaza la política norteamericana.

El otro escenario es el Comité de Descolonización de NN.UU. El hecho de no enfrentarse directamente a EE.UU., pero al mismo tiempo no situarse en contra de la comunidad internacional, le ofrece a Buenos Aires un doble rédito: Por un lado no pone en riesgo sus vínculos con EE.UU. y Occidente y el apoyo que puede obtener por esa vía para el tema Malvinas. Además mejora su imagen ante el Tercer Mundo, sobretodo por la pérdida de credibilidad tras su abrupto e injustificado retiro de los NOAL.

Recordemos además que la política de Cuba respecto al tema Malvinas ha sido siempre el de apoyar a Buenos Aires en dicho comité, aunque este tema sigue siendo uno de los puntos irresueltos de la agenda exterior argentina.

Podemos resumir entonces que la política de Buenos Aires hacia La Habana además de ser pragmática y funcional es un tanto diferenciada en el plano bilateral y en el multilateral, donde el punto de convergencia entre ambos parece ser el de encontrar el punto donde la balanza indique el menor costo en sus relaciones con Estados Unidos.

El intercambio económico

 

En el plano económico, si bien las relaciones son menos conflictivas, distan aún de ser satisfactorias. Según cifras del INDEC, en 1995 el valor de las exportaciones argentinas a Cuba se redujo en casi un tercio con relación a 1989. De 187 millones de dólares en exportaciones en 1989, la cifra descendió a 65 en 1995, a pesar que Argentina aumentó (en casi 6 veces) el monto de sus importaciones desde la isla en igual período; especialmente en productos farmaceúticos y biotecnológicos.

Fue en este período que ambos gobiernos se sientan a renegociar el pago de la deuda que Cuba contrajo con la Argentina desde la década del 70. Las autoridades cubanas por su parte, en la política de apertura emprendida por La Habana para atraer al capital extranjero retoma la propuesta hecha anteriormente con algunas modificaciones leves para llegar a un acuerdo y destrabar las relaciones. En la actualidad no se ha concretado lo acordado en 1995.

Cuando en 1994 se crea la Cámara Argentino-Cubana de Comercio el empresariado comienza a interesarse y a presionar al gobierno para invertir en Cuba, especialmente las pequeñas y medianas empresas que ven la posibilidad de penetrar nuevos mercados y esto lo sabe el gobierno.

La designación de Jorge Tellerman como Embajador en La Habana (considerado hombre de negocios) ha sido interpretada por el gobierno cubano como la posibilidad para estrechar los lazos económicos con la Argentina. No es casual que el diplomático, junto al Gobernador de la provincia de Córdoba y el séquito de empresarios que le acompañaron en su visita no oficial a La Habana, fueran recibidos por el propio Presidente cubano, en un gesto poco usual y que no ocurría en la sede diplomática argentina en casi 20 años.

Dentro del propio gobierno argentino parecen surgir divergencias respecto a la política con Cuba como las críticas reiteradas del Senador Eduardo Menem a la política oficial hacia La Habana o las propias contradicciones afloradas entre la Cancillería y el Gobierno por las declaraciones anticipadas del Embajador argentino ante la OEA, relacionadas con el apoyo de su gobierno para el regreso inmediato de Cuba a la Organización, a lo cual el propio Menem tuvo que desmentir durante la II Cumbre para las Américas celebrada en Santiago de Chile el pasado abril.

 

La visita del Papa a Cuba y sus repercusiones

 

Los resultados inmediatos de la visita de Juan Pablo II a Cuba en enero último la podemos encuadrar dentro del marco de lo previsible para algunos y lo imprevisible para otros.

Para el gobierno cubano, la visita del Sumo Pontífice le sirvió para demostrar ante la comunidad internacional su disposición a cooperar en una apertura más amplia, pero también a sumar consenso para evitar un aislamiento, y nada más acertado en estos momentos que un acercamiento con la Iglesia Católica, a cambio que ésta se pronunciara en contra del embargo y la política hostil de EE.UU.

A lo anterior debemos agregarle la influencia no sólo moral, sino también política de que goza el Vaticano en la arena internacional, apoyo necesario para Cuba para debilitar la credibilidad de la política norteamericana y mostrarle al mundo lo absurda y caduca de la misma. Para la parte cubana esto era lo previsible.

Por su parte, para EE.UU. también era previsible que las concesiones hechas por Cuba con esta visita histórica (mayor espacio para la iglesia católica en la isla, la liberación de presos políticos, etc) benefician directamente al Vaticano, pero son bienvenidas también por la comunidad internacional, a la vez que significa un cambio de postura de La Habana y que Washington no dudó en devolver con gestos según el propio Departamento de Estado en una suerte de "respuesta calibrada".

Si bien La Habana no parece muy conforme con la cauta reacción de EE.UU. (el levantamiento de las restricciones para el envío de ayuda humanitaria, el restablecimiento de los vuelos directos entre los dos países y la decisión del Departamento de Defensa de sacar a Cuba de la lista de países que, según Washington, son un peligro para su seguridad nacional) esto era también previsible dentro de las reacciones posibles.

Lo que si no parece haber previsto Washington fue la reacción asumida por la Argentina tras esta visita, lo cual provocó inmediatas reacciones. La prensa se hizo eco enseguida de la tácita aceptación por el Canciller Di Tella de la invitación que le hiciera su par cubano en 1996 para visitar la isla. En igual sentido, la Cancillería informó la probable visita oficial del Presidente Menem a Cuba el año próximo en ocasión de la Cumbre Iberoamericana a celebrarse en La Habana, lo que presupone la aceptación de Cuba como sede; lo cual condicionó Buenos Aires hasta este momento.

Si a ello le sumamos las declaraciones del Embajador argentino en la OEA de su apoyo expreso para aprobar la solicitud cubana de ingreso a la ALADI, ayudó a conformar un panorama cuando menos, confuso para Washington.

En el Departamento de Estado se tejieron tres hipótesis sobre esta repentina actitud argentina. En primer lugar, que Buenos Aires no alcanzó a interpretar en su justa medida la estrategia norteamericana tras la visita del Papa a la isla; que la presión empresarial ha ganado suficiente terreno y esta es la coyuntura propicia para presionar al gobierno, o bien que Buenos Aires ha decidido romper la dependencia triangular para diseñar su propia política hacia Cuba.

El tema es complejo en tanto cada uno de estos factores no actúa por sí solo, sino en interacción con los otros. Todo parece indicar que este cambio de actitud responde más bien a la conjugación preponderante de los dos primeros, pues en mi opinión, aún la Argentina no está en condiciones de elegir la tercera por la implicación y el costo que acarrearía en sus relaciones con Washington.

La Cancillería argentina no supo ponderar el alcance de la reacción de EE.UU. a la actitud cubana y se apresuró a imaginar un escenario inexistente que la llevó a adoptar tal postura. Al mismo tiempo, las "falsas señales" que recibió el sector empresarial de la virtual eliminación de obstáculos para negociar con Cuba ayudaron a ensombrecer más el panorama.

El propio Presidente Clinton se encargó de dirimir las inquietudes de Washington con el mandatario argentino cuando se reunieron en Santiago de Chile. El mensaje que le transmitió fue claro: cualquier iniciativa latinoamericana respecto de Cuba no debe contradecir la estrategia norteamericana hacia La Habana. Por su parte, el Presidente Menem se retractó convincentemente y no vaciló en desempolvar las viejas y clásicas críticas contra el gobierno cubano; reafirmando de esta forma su incondicionalidad con EE.UU., y al mismo tiempo la incapacidad de Buenos Aires de modificar el status quo de la relación triangular.

Algunos analistas han interpretado este repentino (aunque no sorpresivo) cambio argentino como un amago consciente para testear las posibilidades de maniobra con las que cuenta frente al gobierno cubano y tener iniciativas que no tengan que ver con Estados Unidos, lo cual contradice la postura de la errónea lectura hecha por Buenos Aires frente a los cambios producidos tras la visita papal.

Todo parece indicar que la tendencia a adelantarse a un escenario probable, pero no concretado es una variable que influye decisivamente en la percepción del gobierno argentino y que le ha hecho tomar decisiones a destiempo en materia de política exterior, lo que sin dudas hace que la misma pierda coherencia.

El precedente más contundente de lo anterior es la interpretación hecha por Buenos Aires de la gestación de un nuevo orden mundial tras la Guerra del Golfo y su premura en diseñar (en su opinión un momento óptimo) una alianza incondicional con EE.UU. y Occidente (tomar parte activa del lado de los aliados durante la guerra), y despojarse de todo vínculo o compromiso con el Tercer Mundo que obstaculizara dicho objetivo. Las expectativas suscitadas tras la visita del Papa a Cuba y la percepción de la impronta en la solución del diferendo cubano-norteamericano hicieron a Buenos Aires actuar de manera análoga.

 

Algunas consideraciones

 

Vista así como están las cosas no parecería apresurado afirmar que es improbable vislumbrar un cambio de la política argentina hacia Cuba en el corto plazo. Y es que para que Buenos Aires modifique su postura necesita que al menos uno de los otros dos actores del triángulo haga un giro radical en su posición y por ende influya en el resto.

Por su lado, Cuba trata moverse en un plano con avances cortos pero seguros (en lo político y en lo económico) para pagar el menor costo en la apertura que se ha visto obligada a realizar. Su estrategia no es sólo ganar tiempo para recuperarse, sino ganar más consenso para derribar el cerco norteamericano.

Estados Unidos aunque mantiene su postura, sabe que no puede avanzar más en su hostilidad con la isla sin que medie una justificación de peso; que La Habana no está dispuesta a concederle. Por lo tanto, su posición se va a centrar en limitar cualquiera influencia de un tercero en su diferendo con la isla mientras actúa con cautela y juega a respuestas calibradas sobre cualquier gesto que La Habana manifieste para relajar las tensiones, lo cual no excluye su posición de fuerza, pero le posibilita mejorar su imagen un tanto cuestionada por muchos como el victimario.

Tanto La Habana como Washington saben que esta es la opción que tienen a mano ahora y están dispuestos a continuar su juego político pero con códigos diferentes; esto es: ofrecer más concediendo lo mínimo.

Por su parte la Argentina parece decidida a reforzar la dualidad de su política hacia La Habana mientras dichos códigos se definen. Por un lado, se irá abriendo al crecimiento del intercambio comercial, porque entre otras cosas la ofensiva cubana no va a excluir una nueva propuesta de solución a la deuda, al mismo tiempo que su postura política no sufrirá cambios sensibles mientras Washington y La Habana no modifiquen el estado actual de sus no relaciones . Esta parece ser la opción más cómoda para Buenos Aires y la más redituable.

Tendría que darse un giro de 180 grados en la política norteamericana o un cambio radical político dentro de la isla para que la Argentina pueda modificar su postura, y por el momento no hay indicios claros, al menos en mi opinión, que eso pueda suceder en el corto plazo.

 

 

 

 1 Recientemente se dió a conocer que oficiales cubanos apoyaron logísticamente desde la frontera con Bolivia el alzamiento dirigido por el periodista argentino Jorge Massetti, en la provincia de Salta entre 1962 y 1964, y el cual fracasó. Al respecto ver: "Secretos de Generales", Editora Política, La Habana, 1997.

 

 2 Cuba fue fundadora y miembro activo del Movimiento de Países No Alineados y su rol de líder en esta organización en una etapa fue incuestionable. Algunos llegaron a catalogarla como el interlocutor entre el bloque socialista y el mundo subdesarrollado, y otros como un país subdesarrollado con una política exterior de una potencia. Recordemos además su participación militar activa en África.

 3 Téngase en cuenta que con la disolución del bloque socialista, Cuba perdió abruptamente el 75% de su comercio exterior, a la vez que Washington intensificó su acoso hacia la isla con la controvertida Ley Helms-Burton.

 4 Argentina es en estos momentos el principal acreedor latinoamericano de Cuba. Según datos de la Cancillería, en abril de 1995 la deuda consolidada ascendía a 1279,5 millones de dólares. Los últimos contactos datan de ese año cuando La Habana propuso la emisión de un bono para capitalizar las inversiones argentinas en la isla como forma de pago, además de otras facilidades que formalmente fueron aceptadas pero hasta ahora nada se ha concretado.

 

 5 Según datos aportados por el Cónsul General de Cuba en Buenos Aires, el Lic. Jorge Rodríguez, en la actualidad la cifra asciende a casi 30 mil turistas anuales y la demanda de turismo hacia la isla crece vertiginosamente; no sólo el turismo tradicional, sino además otras modalidades implementadas por instituciones especializadas cubanas como el llamado turismo de salud.

 

 6 El lobby cubano en EE.UU. es el segundo más poderoso después del judío y en el Congreso está respaldado por tres legisladores republicanos (también de origen cubano) que son los fervientes promotores de la política anticubana. Por otro lado, el Presidente Menem fue condecorado por el líder de la organización anticastrista más poderosa en ese país.

 

 7 En la recién sesión del Comité, cuando parecía que la Cancillerí tenía instrucciones de abstenerse al proyecto norteamericano, se produjo un vuelco y votó con EE.UU., lo que algunos califican como un gesto de reafirmación de Buenos Aires de su carácter de aliado incondicional, sobre todo después de las dudas generadas tras la visita papal a La Habana.

 

 8 Ver: "Comercio Exterior Argentino". Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), Buenos Aires, 1989 y años sucesivos.

 9 En los últimos años se incrementó la cantidad de hombres de negocios que visitan la isla. En días recientes, en una velada cultural organizada por la Embajada cubana en Buenos Aires, se dió cita la élite empresarial argentina. Personajes como los presidentes de la Fiat, de la Phillips Morris, de la Sociedad Comercial Del Plata, el de la Unión Industrial y el administrador de la Sociedad Rural Argentina, entre otros, en clara señal de sus deseos de hacer negocios con la isla. Ver en Diario Clarín , "Negocios al ritmo de salsa", sección Economía, 23 de abril de 1998, p. 28.

posición oficial del Gobierno argentino sobre el tema. Sólo contiene los puntos de vista personales de sus autores.