Revista de Relaciones Internacionales Nro. 16 Historia

Historia

Los cincuenta años de la OTAN:

 

 

Fabián José Ygounet *

* Coordinador del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales del IRI.

Con el reciente ingreso de Polonia, Hungría y la República Checa a la OTAN culminó otro de los capítulos remanentes del orden internacional establecido en Yalta entre las potencias vencedoras del nazifacismo. Al mismo tiempo, la participación de la organización en el conflicto de Kosovo ha generado no poca polémica, forzando un replanteo entre los especialistas y la opinión pública en general acerca del papel que a la misma le corresponde jugar en el próximo siglo.

 

Era de suponer que los vertiginosos cambios que el mundo ha experimentado en la última década conducirían necesariamente a modificaciones en ésta, la única alianza militar que aún perdura desde que fuera creada en aquellos remotos días en que Mao Tse-Tung llegaba al poder en China, Israel elegía al primer presidente de su historia y Fidel Castro era apenas un estudiante revoltoso.

 

El avance soviético de posguerra

 

Para comprender las circunstancias que dieron origen a la Organización, es necesario remontarse al fin de la Segunda Guerra. Fue al poco tiempo de que se firmara la Carta de las Naciones Unidas, en 1945, que los países de Europa occidental comenzaron a percibir la necesidad de una protección más específica de sus territorios de la que ofrecía el organismo recientemente creado.

 

Múltiples sucesos colaboraban para generar dicha percepción. El primero fue la desmovilización masiva de las fuerzas aliadas en Europa: la cantidad de hombres bajó de 5.000.000 a 880.000 en un año. Esta reducción de las fuerzas, que siguió a la capitulación de Alemania y Japón, creó tremendos vacíos de poder en las fronteras europeas y asiáticas de la URSS. Rusia trató de llenar estos huecos dando continuidad a la extensión de su influencia, que ya había comenzado en 1940 con la adquisición de Letonia, Estonia y Lituania. En 1945, los rusos pusieron bajo su administración parte de Alemania Oriental, Prusia, Polonia, Checoslovaquia y Rumania. Y utilizando diversas tácticas, establecieron fuertes influencias comunistas en los gobiernos de Albania, Bulgaria, Alemania Oriental, Polonia, Hungría y Checoslovaquia.

 

La URSS había establecido dominación sobre más de novecientos mil kilómetros cuadrados de territorio nuevo y sobre ciento quince millones de personas. Además era evidente que no estaba dispuesta a ponerle un límite a estos éxitos: intentó ganar terreno en Irán y Turquía, y fomentó activamente guerrillas en Grecia, Indochina, Malasia y Filipinas. Desde cualquier perspectiva, americana o europea, esto resultaba preocupante.

 

A lo largo de 1947 se había completado, de una forma u otra, el dominio comunista sobre los estados de la Europa oriental. Sólo quedaba al margen Checoslovaquia, en donde había líderes políticos y partidos capaces de dar batalla a los comunistas en la arena parlamentaria. Una situación paradójica, teniendo en cuenta que en relación con el desarrollo industrial de la república, el Partido Comunista Checo era el más potente de Europa oriental. A pesar de ello, en los primeros años de la posguerra, y en sintonía con la intención de Moscú de guardar las apariencias de libertad democrática, los comunistas checos habían practicado la autocontención. Así, en Checoslovaquia terminó por conformarse una extraña experiencia mixta: una planificación rigurosa de tipo socialista en economía y un sistema político de democracia parlamentaria.

 

Hacia la Guerra Fría

 

La situación cambió bruscamente en febrero de 1948. Por entonces, y en respuesta a un conflicto con los partidos de oposición sobre el nombramiento de algunos jefes de la policía, los comunistas checoslovacos organizaron una contundente campaña. Movilizaron a los sindicatos, ya armados, y con el apoyo del ejército y la policía tomaron el poder el 25 de febrero de 1948. Golpe de estado o revolución, la acción resultó modélica e incruenta; una especie de "revolución tranquila", paradójica predecesora de la "revolución de terciopelo" que en 1989 derribaría al régimen comunista.

 

La integración de Checoslovaquia en el bloque soviético tuvo enormes consecuencias en la evolución hacia el desencadenamiento formal de la Guerra Fría. La adscripción de Yugoslavia, Albania y otros estados centro-orientales fue una eventualidad aceptada desde el final mismo de la contienda mundial. Pero con Checoslovaquia, considerada desde su constitución en 1918 como una avanzadilla del mundo occidental en el Este de Europa, la reacción fue muy diferente. Para la prensa occidental, se estaba reproduciendo al milímetro la crisis de 1938, que había supuesto la claudicación de las potencias democráticas ante los planes expansionistas nazis y la pérdida de Checoslovaquia. Ahora, Hitler había sido sustituido por Stalin, pero prevalecía el escenario, e incluso la magia de las fechas: de 1938 a 1948, diez años justos.

 

La reacción de Occidente

 

El golpe de Praga exacerbó los sentimientos de mutua desconfianza y temor. Los últimos restos de benevolencia o indiferencia hacia los soviéticos se evaporaron. Los países de Europa occidental reaccionaron firmando en marzo de 1948 el Tratado de Bruselas, suscripto por el Reino Unido, Bélgica, Francia, Luxemburgo y los Países Bajos. Pronto se formó, en el marco de dicho tratado, la Organización de la Defensa de la Unión Occidental, concebida como un sistema de seguridad colectiva con fuerzas militares comunes y un Comité de Comando en Jefe.

 

Pero sus miembros, conscientes de sus propias limitaciones, sabían que difícilmente se hubieran podido defender con éxito de un hipotético ataque proveniente del bloque soviético. Al poco tiempo todos ellos, con Gran Bretaña a la cabeza, presionaron para involucrar a los Estados Unidos en la defensa de Europa. Esto despertó a los norteamericanos, que no habían incluido a ninguna alianza permanente en sus programas estratégicos cuando la política de contención fue lanzada en 1947. Se dieron cuenta de que la seguridad europea era vital para un mundo libre y especialmente para los propios Estados Unidos. Se reconoció además que para que la defensa colectiva de Europa fuera efectiva, cualquier tratado a ese fin debería incluir un espectro más amplio de los países europeos, así como también a Canadá y a los Estados Unidos, la única potencia mundial suficientemente fuerte como para contraponer un muro de contención verosímil a la expansión rusa.

 

Como resultado de los incentivos creados por estos y otros acontecimientos, la OTAN se estableció formalmente con la firma del Tratado del Atlántico Norte, el 4 de abril de 1949. Las naciones firmantes del tratado, incluyendo a los que ingresaron más tarde, son: Bélgica; Canadá; Dinamarca; Francia; Islandia; Italia; Luxemburgo; Países Bajos; Noruega; Portugal; Reino Unido; Grecia y Turquía (1952); República Federal Alemana (1955); España (1981); Polonia, Hungría y República Checa (1999).

 

Varios países que pretenden ingresar a la organización integran hoy una nutrida "lista de espera", entre cuyos aspirantes más aventajados se encuentran Eslovenia, Lituania, Estonia, Latvia, Eslovaquia, Rumania y Bulgaria. Pero la actual coyuntura internacional no los favorece, por lo que la política "de puertas abiertas" asumida en 1997 en la reunión cumbre de Madrid sufrirá seguramente una pausa "de facto" prolongada.

 

El Tratado

 

El tratado es un documento extremadamente conciso, considerando sus implicancias de largo alcance. Consiste en un preámbulo y en unos pocos artículos. Si bien las actividades militares de la alianza siempre parecen estar a la vanguardia, el Tratado establece claramente que la alianza es todo un conjunto político, económico y social, trazado conforme con las estipulaciones de la Carta de las Naciones Unidas. Su propósito expreso es promover la paz, la seguridad nacional y la estabilidad, dentro del área del Atlántico Norte.

 

En sus artículos más significativos las partes firmantes se comprometen a: 1) mantener y desarrollar su capacidad colectiva e individual para resistir a un ataque armado; 2) consultarse siempre que en opinión de cualquiera de ellas estuviera amenazada la integridad territorial, seguridad o independencia política de cualquiera de sus miembros; 3) brindar asistencia a cualquier parte integrante que haya recibido un ataque armado, lo que se considerará como un ataque a todas ellas, adoptando la acción que se estime necesaria, inclusive el uso de las fuerzas armadas.

 

Puede señalarse que el texto del Tratado, en virtud de su brevedad, brinda meros indicios de las interpretaciones que determinan el acontecer diario de la organización. El artículo 4, por ejemplo, establece la consulta cuando la seguridad de la nación miembro ha sido amenazada. La consulta, sin embargo, se utiliza en muchas otras instancias: es un proceso continuo vinculado a cualquier actividad de la alianza. Encarar una acción unilateral dentro de la OTAN, sin consulta previa, no se realiza casi nunca. La consulta es una de las piezas claves de la fuerza y, al mismo tiempo, una de las debilidades potenciales de la alianza. No parece ser un problema serio hasta que se considera la magnitud de la consulta. En el Consejo del Atlántico Norte (NAC), el cuerpo más antiguo de la OTAN, la consulta entre la totalidad de los estados miembros es continua. El mismo proceso, con pocas excepciones, tiene lugar dentro de las comisiones y subcomisiones y dentro de las distintas organizaciones militares de la OTAN.

 

Se debería recordar, sin embargo, que las naciones integrantes no renunciaron a su independencia: ningún estado miembro puede ser forzado en ningún momento a actuar contra lo que estima de interés nacional, aun si el proceso de consulta revela que una determinada nación es la única de la alianza que está a favor o en contra de una acción dada.

 

El desarrollo

 

El desarrollo de la OTAN desde su creación hasta la actualidad es factible de ser dividido en cinco períodos fundamentales.

 

El primero de ellos va desde la firma del tratado en 1949 hasta 1955. Durante el mismo, los Estados Unidos proporcionan abundante ayuda económica y militar a los otros miembros. Sobre el final de este período se admite la incorporación de tres nuevos países. El ingreso de Grecia y Turquía facilita el control del flanco sur, encargado de defender los Dardanelos y el acceso al Mediterráneo oriental desde el Mar Negro -algo que en aquellos años no sólo se consideraba fundamental de cara a un ataque soviético por tierra, sino también para la vigilancia y constreñimiento de la poderosa flota rusa-. A su vez, la incorporación de Alemania Federal -largamente resistida por su responsabilidad en la Segunda Guerra- se debió básicamente a la intención de aprovechar su gran potencial humano e industrial, que venía a compensar la debilidad de los restantes miembros europeos y constituía un contrapeso efectivo al creciente expansionismo soviético.

 

Durante el segundo período, que va desde 1955 a 1967, se procuró construir una OTAN militarmente fuerte y restablecer el balance de poder en Europa. La estrategia predominante en esta etapa consistía en una respuesta masiva nuclear a cualquier ataque soviético sostenido, usaran o no los soviéticos armas similares. Al comenzar este período el bloque comunista responde a la ampliación de la OTAN con el establecimiento formal del Pacto de Varsovia. Hacia el final de esta etapa, la OTAN debió asimilar el conflicto originado por la intransigente postura del presidente De Gaulle, quien trató de poner coto a la injerencia militar de los Estados Unidos en el viejo continente, con el propósito de construir una Europa confederada bajo la influencia francesa. En este contexto, Francia fabricó su propia bomba nuclear y terminó retirándose del mando militar de la alianza en 1966, gesto que fue un manifiesto en favor de una estructura defensiva puramente europea.

 

La tercera fase va de 1967 a 1979. En este período la OTAN adopta una nueva estrategia, conocida como "de respuesta flexible" y que consiste en un intento de adaptarse a las nuevas tácticas del expansionismo soviético, desterrando la escalada nuclear como única reacción posible a las provocaciones del enemigo. Una de sus características apuntaba a generar una acumulación de fuerzas convencionales que permitiera a la organización responder a una ofensiva no nuclear soviética con una estrategia directa firmemente mantenida. La política de la détente, iniciada en 1969 a raíz de los enfrentamientos entre China y la Unión Soviética, generó un proceso de acercamientos entre el Este y el Oeste que se vio coronado por los acuerdos de Helsinki en 1975 y por la firma de SALT, un importante tratado de limitación de armas estratégicas. Pero las ilusiones de paz se vieron frustradas con la invasión rusa a Afganistán en 1979.

 

El cuarto período, 1979-1990, fue un tiempo de crecientes tensiones internacionales. La invasión a Afganistán demostró que el expansionismo soviético no había cesado. La determinación americana de perfeccionar su potencial defensivo y de colocar nuevos misiles nucleares en Europa occidental puso fin a la distensión y provocó acusaciones mutuas de fomentar la guerra entre soviéticos y americanos. En medio de este clima de hostilidades, la OTAN cobró un renovado dinamismo incorporando como nuevos socios primero a España y posteriormente, a la Alemania unificada.

 

En 1990 comienza la quinta fase, signada por el colapso y posterior estallido de la ex-Unión Soviética, la caída de los gobiernos comunistas en diversos países del bloque oriental y el emblemático derrumbe del Muro de Berlín. La posterior disolución del Pacto de Varsovia, producida en 1991, abrió el debate sobre los costes y beneficios de la permanencia de la OTAN. Su costosísima supervivencia se debió, en buena parte, a los supuestos perjuicios económicos que hubiera ocasionado su desmantelamiento. Enormes tinglados burocráticos y contractuales coordinaban y daban vida a estados mayores, servicios de inteligencia, empresas de armamento, departamentos de investigación politológica y un largo etcétera que implicaba miles de puestos de trabajo e importantes negocios. En cierta manera, el bando occidental había caído en la trampa de la dinámica que le había dado la victoria: la rentabilidad del empeño militar.

 

Finalmente, la ampliación hacia el Este proveyó de un argumento creíble, en tanto que los mismos estados que hasta hacía poco integraban el Pacto de Varsovia parecían apasionadamente interesados en ingresar a la OTAN. La explicación residía en que la Alianza Atlántica cubría para esos países una apariencia de integración europea en espera -o ausencia- de un ingreso real en las estructuras económicas y políticas de la Comunidad Europea. Pero, a poco de andar, la opción de utilizar a la OTAN como biombo integrador puso en evidencia múltiples complejidades y abrió el camino a una creciente tensión con Rusia, que en ocasiones hizo recordar al pesado ambiente de la Guerra Fría. La misión sobre Yugoslavia a raíz del conflicto por Kosovo dotó a la organización de un inusual protagonismo, al tiempo que permitió a los analistas internacionales entrever qué rol se dispone a cumplir la OTAN en la próxima fase de su historia.

 

La geopolítica dice "presente"

 

Uno de los más conspicuos asesores en política internacional de los Estados Unidos, Zbigniew Brzezinski, ha sido el principal impulsor de la idea de que si la Unión Europea se extiende hacia el este, también debe extenderse su órgano de seguridad. Y dado que muchos de los países de Europa occidental son miembros formales de la OTAN, organización en la cual los EE.UU. constituyen el principal actor, es inconcebible dejar de considerar que los temas de seguridad europea también hacen a la seguridad norteamericana.

 

Según Brzezinski, la reunificación alemana y la caída de los regímenes socialistas, unida a la desafortunada experiencia de la guerra balcánica, aconsejan la incorporación a la OTAN de los países europeos centro-orientales e incluso de Rusia. Este "Plan para Europa" debería prever la ayuda a los países solicitantes con programas adaptados a cada caso particular y destinados a superar los obstáculos que les impiden reunir los requisitos de ingreso. En la opinión de Brzezinski, esto ayudará a consolidar la democracia y a extender la paz frente a los nuevos problemas que pudieran surgir en los Balcanes, el Báltico o Ucrania.

 

Dicho plan supone, obviamente, la consolidación de la supremacía estadounidense en Europa y el control sobre la posibilidad de un resurgir nacionalista en Rusia, incluso sobre toda política alemana demasiado independiente, interfiriendo en cualquier posible alianza ruso-germana. También implica la creación de un frente contra un Islam militante en el Mediterráneo, sobre todo ante la factibilidad de una Turquía ganada por el fundamentalismo y expansiva hacia el Asia centroriental a través de los países islámicos ex-soviéticos de raíz turca.

 

Otro notorio especialista en política internacional, Henry Kissinger, se muestra contrario a la inclusión de Rusia a la OTAN, puesto que -dice- podría transformar la alianza militar en un foro político, incitando a los rusos a presionar en la toma de decisiones y destruyendo a la organización como red de seguridad. Pero coincide en aceptar la incorporación de otros países europeos, básicamente por dos razones: una es marcar de cerca a Rusia, ocupando su antiguo "triángulo de seguridad"; la otra es llevar los límites de la organización más allá de la frontera alemana actual, pues si ésta fuera la línea de defensa común, Berlín, aprovechándose de su posición, podría llegar a cuestionar el liderazgo estadounidense.

 

Europa y la OTAN

 

Entre tanto, Francia insiste con sus viejas aspiraciones, nunca enteramente concretadas. Hace poco tiempo requirió de la Casa Blanca que el norteamericano que ejerce el Comando Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa -uno de los tres comandantes mayores de la estructura militar de la OTAN- tenga un adjunto europeo. Y que sea otro europeo quien detente la comandancia sur de la alianza, con sede en Nápoles.

 

Recientemente Alemania presentó a sus socios comunitarios, en una reunión del Consejo de Ministros de la Unión Europea, un plan para crear un sistema de seguridad europea con prescindencia de los Estados Unidos. Resultó significativo que lo hiciera precisamente el 13 de marzo, apenas un día después de que en Independence, Missouri, se formalizara el ingreso de los tres nuevos miembros de la OTAN. Si bien la iniciativa no cuestiona la existencia de la Alianza Atlántica, plantea que Europa debe disponer de capacidades y estructuras propias, "incluidas las militares", para hacer frente a las misiones necesarias de seguridad.

 

En la misma dirección parecen avanzar los últimos proyectos enunciados por Romano Prodi como presidente designado de la Unión Europea, que apuntan a hacer de Europa una entidad política de carácter federal cada vez más integrada, y por ende cada vez más legitimada para presentarse como autoridad en condiciones de asegurar la paz y el respeto del derecho en el área del Viejo Continente.

 

Pero los Estados Unidos no están precisamente dispuestos a que Europa tenga una auténtica soberanía militar, ni a perder el derecho de veto sobre las decisiones europeas. El Pentágono no piensa entregar las palancas de la maquinaria. ¿Quién asegura que en el futuro no exista un acuerdo franco-germano-ruso para decidir sobre los destinos e intereses del viejo continente?

 

Rusia y la OTAN

 

Luego de la disolución del Pacto de Varsovia y la retirada del Ejército Rojo de Europa oriental, los rusos estaban convencidos de que también se extinguiría la OTAN puesto que, al igual que el Pacto, era una consecuencia de la Guerra Fría. Pero hete aquí que no sólo no se disolvió, sino que existe el proyecto de extenderla hasta sus propias narices. Ellos consideran que detrás de esta maniobra no hay una voluntad genuinamente europea, sino que es un avance del atlantismo norteamericano, dispuesto a aprovecharse de la relativa debilidad rusa para ocupar las posiciones que antes Rusia detentaba.

 

El ex general Aleksander Lebed dijo que la inclusión de los tres nuevos integrantes de la OTAN "es tan humillante para Rusia como el Tratado de Versalles lo fue para Alemania después de la Primera Guerra Mundial". En tanto Mijail Gorvachov, último presidente de la URSS, no sólo manifestó su acuerdo con esas declaraciones, sino que dijo sentirse "traicionado por Occidente", señalando que el ingreso de estos nuevos estados a la OTAN solo logrará "aumentar la desconfianza", puesto que "en vez de buscar la seguridad colectiva de Europa, persigue un liderazgo monopólico". También coincide con esta visión Alexei Arbatov, vicepresidente de la Comisión de Defensa de la Duma de la Federación de Rusia, para quien dichas incorporaciones son "la consumación de un gran plan para destruir de una vez y para siempre a Rusia como potencia europea".

 

Los Estados Unidos y la OTAN

 

Los rusos están convencidos de que detrás de la extensión de la OTAN sólo existe la voluntad de poder de los Estados Unidos, camuflado cínicamente de democracia, libertad y progreso. Pero no se agota todo allí: también cuenta la convicción de que Occidente significa todo eso y más, de que la economía de mercado y la democracia liberal a escala planetaria traerán necesariamente la paz y la felicidad mundial.

 

En el discurso de Clinton en ocasión de asumir su segundo mandato presidencial, hay un pasaje significativo, la referencia al versículo 58:12 de Isaías: "Levantarás los cimientos que han de durar numerosas generaciones, y serás llamado el que ha reparado la brecha y hace seguros los caminos". Haciendo suyo este mensaje, el presidente concluye: "Estados Unidos no es un lugar, es una idea, la idea más perfecta de la historia de los pueblos".

 

Desde Clinton a Bush, pasando por los ya citados Kissinger y Brzezinski, todos coinciden en la necesidad de "un liderazgo norteamericano firme e iluminado" para garantizar un orden internacional "humanizado y pacífico". Y todos creen de buena fe que su política intervencionista no debe tener fronteras, pues se consideran a sí mismos la salvaguarda y la garantía de la paz y de un mejor derecho. En cualquier caso, sus expresiones ponen una vez más en evidencia el mesianismo veterotestamentario, tan propio del puritanismo que aún signa la política norteamericana.

 

Esta OTAN revitalizada les proporciona una plataforma extremadamente funcional a sus propósitos, que Estados Unidos sabrá aprovechar en todas sus posibilidades. El único problema es que, en ocasiones, "salvar al mundo" puede implicar el ataque a quien se oponga a su sistema, la implementación de acciones homicidas, o el avasallamiento de identidades regionales y nacionales.

 

La actual coyuntura y sus interpretaciones

 

La reciente intervención de la OTAN en Serbia provocó diversas objeciones, que tuvieron como fuente de inspiración tanto el pacifismo invocado por amplios sectores de la comunidad internacional, como el hecho de que no obedeció a la defensa territorial de ninguno de sus miembros, constituyendo una acción contraria no solo al tratado constitutivo de la alianza, sino también a la misma constitución nacional de muchos de sus integrantes.

 

Incluso se aduce una violación a la Carta de las Naciones Unidas, en la medida en que la misma solo permite este tipo de acciones con la anuencia del Consejo de Seguridad, lo que en este caso no se ha cumplido. Esto permitió que los críticos más enconados calificaran a la operación como la "agresión a un estado soberano que enfrenta un conflicto interno".

 

Se arguye que el operativo no fue más que la exhibición obscena de los derechos emanados de un poder que, en la medida en que se siente más consolidado, tiende a efectuar un uso cada vez más frecuente de la fuerza como instrumento político. Y que este acostumbramiento de ciertos decisores a dicho recurso no ha conseguido, sin embargo, que el mundo se transforme en un lugar más seguro.

Frente a éstas y otras objeciones, indudablemente fundadas, consta el hecho de que el principio de legitimidad exclusiva de la guerra defensiva resulta, por razones de orden moral, cada vez más insostenible. Y que son varios los analistas que como Gianni Vattimo, filósofo del Derecho, consideran que "frente a las enormes tragedias producidas por las dictaduras de este siglo, es hipócrita seguir atados a la idea de no injerencia en los asuntos internos de los distintos países". En tal sentido, no caben dudas de que las crueles -y ampliamente documentadas- violaciones a los derechos humanos perpetradas por los serbios en Kosovo piden a gritos una respuesta por parte de la comunidad internacional.

 

Por otro lado, la OTAN ya no puede ser lo que fue hasta hoy y formalmente es todavía, una alianza defensiva contra la amenaza soviética. Ni las constituciones ni los tratados son textos inmodificables, y se entiende que la estructura y los estatutos de la OTAN serán dentro de poco revisados para responder a la nueva situación mundial.

 

La OTAN y la ONU

 

Entre las voces más críticas, el conflicto de Kosovo produjo múltiples apelaciones a la intervención de las Naciones Unidas que merecen una cuidadosa consideración. La ONU es hoy, de hecho, apenas un poco más que un tigre de papel, cuyas estructuras fundamentales responden a un mundo bipolar que ya no existe. Y si bien sirvió para evitar el exterminio nuclear durante la Guerra Fría, no pudo impedir sin embargo las sangrientas represiones en el interior de los dos bloques, desde Hungría, en 1956, a la masacre de la plaza Tiananmen, pasando por Checoslovaquia en el '68 y las dictaduras filo-occidentales en Asia y Sudamérica.

 

Sus limitaciones son cada vez más evidentes para todos y se vinculan fundamentalmente con la estructura no democrática de la organización -cuestionada en este momento desde muchas partes- y que, tarde o temprano, tendrá que ser revisada.

 

Son estas limitaciones las que han determinado la incapacidad de la ONU para encontrar -al menos hasta ahora- un acuerdo capaz de frenar las graves violaciones a los derechos humanos cometidas por muchos dirigentes, entre los cuales hoy aparece Milosevic como el más expuesto y reprobable.

 

Y esas limitaciones son, precisamente, señaladas por quienes arguyen que se puede y se debe aceptar que la OTAN haga aquello que por su urgencia no puede esperar, y la ONU -al menos esta ONU- no parece capaz de resolver. En otras palabras, está en entredicho la legitimidad excluyente de la ONU para el uso internacional de la fuerza.

 

Conclusiones

 

La Alianza Atlántica, nacida más para intimidar a los soviéticos que para luchar contra ellos, cumplió eficazmente su misión: derrotó al comunismo en 1989 sin haber disparado un solo tiro. Paradójicamente, fue tras la derrota de su enemigo que la OTAN abandonó la asepsia de las teatralizaciones y la guerra virtual para adentrarse en el menos civilizado y menos previsible campo de los enfrentamientos reales.

 

La OTAN, a la que muchos daban por muerta hace una década, "celebra" sus primeros cincuenta años de existencia adoptando un rol protagónico en el por momentos doloroso proceso de transición hacia nuevas formas de coexistencia internacional post Guerra Fría. El devenir de los acontecimientos la obligan a rever su propia naturaleza, para plantearse ya no exclusivamente como una alianza estratégico-defensiva con poder disuasorio, sino como referencia central y operativa de la seguridad mundial.

 

Muchos analistas consideran preocupante esta situación, agravada con una Organización de las Naciones Unidas que carece de fuerzas permanentes y de estructuras operacionales dignas de ese nombre, y que parece dispuesta a delegar en la alianza altas responsabilidades inherentes al mantenimiento de la paz y la seguridad planetarias. La situación hace pensar en un polémico "franchising" del poder de policía mundial, que provoca fundados temores por el riesgo de parcialidad en la toma de decisiones cuya trascendencia hoy resulta -a la luz de los trágicos sucesos de Yugoslavia- más evidente que nunca.

 

Esto remite necesariamente a nuevos cambios a los que pronto asistiremos: modificaciones en los aspectos formales de la OTAN y probablemente también de la ONU, que de a poco irán haciendo explícita su adecuación a una realidad mundial que ya no ha de regirse por las herramientas de la Guerra Fría. Otros alzarán su voz en favor de una Europa más autosuficiente, capaz de organizar y mantener una fuerza de defensa autónoma y eficaz. Si bien la idea nunca contó con el apoyo de Washington y su implementación futura parece poco probable aún en el mediano plazo, es factible que, de a poco, muchos vuelvan a orientar su mirada hacia ese camino que los franceses vienen señalando con insistencia desde hace tiempo.

 

Mientras tanto, los Estados Unidos tienen claro que la democratización y la pacificación del continente europeo constituyen la principal prioridad estratégica de su política exterior y que, en este sentido, la OTAN se revela como una herramienta privilegiada.

 

Las palabras del presidente Clinton en su ya citado discurso confirman esta valoración y nos permiten entrever con poco margen de error cuál será la tendencia que prevalecerá en la próxima fase del desarrollo de la alianza: "Para dar a los Estados Unidos medio siglo más de seguridad y prosperidad, nuestra primera tarea es ayudar a establecer una Europa indivisa y democrática. Cuando Europa es estable, próspera y está en paz, Estados Unidos está más seguro. Para ello debemos ampliar la OTAN, estableciendo una relación estable entre ella y una Rusia democrática...Si Estados Unidos quiere seguir dirigiendo el mundo, quienes dirigimos a Estados Unidos tenemos que encontrar, sencillamente, la voluntad de pagar el billete".

 

Por si quedaba alguna duda, la reciente intervención de la alianza en el conflicto de Kosovo, coincidente con su qincuagésimo aniversario, revela al mundo que, sencillamente, esa voluntad a la que alude el presidente Clinton no se ha perdido.

 

Fecha de cierre: 31 de marzo de 1999

 

Organización del Tratado del Atlántico Norte

 

 

 

 

 

 

TRATADO DEL ATLÁNTICO NORTE (OTAN) firmado en Washington DC, el 4 IV 1949, por los Gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Dinamarca Francia, Holanda, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido y Portugal; entró en vigencia el 26 VII 1949. Grecia depositó los instrumentos de adhesión en 1951, Turquía en 1952, Alemania Federal en 1955.

 

 

 

Los Estados Partes en el presente Tratado,

Reafirmando su fe en los fines y principios de la Carta de las Naciones Unidas, y su deseo de vivir en paz con todos los pueblos y Gobiernos.

Resueltos a salvaguardar la libertad, su herencia común y su civilización, fundadas en los principios de democracia libertad individual y reinado del Derecho.

Deseosos de favorecer en la región del Atlántico Norte el bienestar y la estabilidad.

Resueltos a unir sus esfuerzas para su defensa colectiva y para preservar la paz y la seguridad.

 

Han convenido el siguiente Tratado del Atlántico Norte:

 

 

Art. 1.° Las Partes se comprometen, según está estipulado en la Carta de las Naciones Unidas, a resolver por medios pacíficos todas sus diferencias int., de tal manera que la paz y la seguridad int., así como la Justicia, no sean puestas en peligro, y a abstenerse en sus relaciones int. de recurrir a la amenaza o al empleo de la fuerza, incompatibles con los fines de las Naciones Unidas.

 

Art. 2.° Las Partes contribuirán al desenvolvimiento de las relaciones int. pacíficas y amistosas, robusteciendo sus instituciones libres y asegurando una mejor comprensión de los principios sobre los que se fundan tales instituciones, y desarrollando las condiciona propias para asegurar la estabilidad y el bienestar. Se esforzarán en eliminar toda colisión en sus políticas económicas int., y fortalecerán la colaboración económica entre cada una de ellas y entre todas.

 

Art. 3.° A fin de asegurar de manera más eficaz el cumplimiento de los fines del presente Tratado, las Partes, pronunciándose individual y conjuntamente de un modo continuo y efectivo en favor del desenvolvimiento de sus propios medios y prestándose mutua asistencia, mantendrán y acrecentarán su capacidad individual y colectiva de resistencia a un ataque armado.

 

Art. 4.° Las Partes se consultarán cada vez que, según una de ellas, la integridad territorial, la independencia política o su seguridad estén amenazadas.

 

Art. 5.° Las Partes convienen en que un ataque armado contra una o varias de ellas, ocurrido en Europa o en América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas, y, en consecuencia, convienen en que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en el ejercicio del derecho de legitima defensa, individual o colectiva, reconocido por el art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a la Parte o Partes atacadas tomando individualmente, y de acuerdo con las otras, ias medidas que juzgue necesarias, comprendido el empleo de las fuerzas armadas para restablecer la seguridad en la regién del Atlántico Norte.

Todo ataque armado de esta naturaleza y todas las medidas tomadas en consecuencia, serán puestas inmediatamente en conocimiento del Consejo de Seguridad. Estas medidas acabarán cuando el Consejo de Seguridad haya tomado las necesarias para restablecer y mantener la paz y la seguridad internacionales.

 

Art. 6.° Para la aplicación del art. 5.° se considera ataque armado contra una o varias Partes: una acción militar contra el territorio en Europa o en América del Norte contra los Departamentos franceses de Argelia, contra las fuerzas de ocupación de cualquiera de las Partes en Europa contra las islas situadas en la jurisdicción de una de las Partes en el Atlántico al Norte del Trópico de Cáncer o contra los navíos o aeronaves de cualquiera de las Partes en la misma región. (Véase modificación de 22 X 1951, después.)

 

Art. 7.° El presente Tratado no afecta en manera alguna a los derechos y obligaciones derivadas de la Carta para las Partes que sean miembros de las Naciones Unidas, ni la responsabilidad primordial del Consejo de Seguridad para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.

 

Art. 8.° Cada una de las Partes declara que ninguno de los Acuerdos int. actualmente en vigor, entre ella y otra Parte o cualquier otro Estado, está en contradicción con las disposiciones del presente Tratado, y asume la obligación de no suscribir ningún Convenio en contradicción con ellas.

 

Art. 9° Las Partes establecen por la presente disposición un Consejo, en el que cada una estará representada para conocer de las cuestiones relativas a la aplicación dei Tratado.

El Consejo estará organizado de manera que pueda reunirse rápidamente y en todo momento. Contará con los organismos subsidiarios que puedan ser necesarios; establecerá inmediatamente un Comité de Defensa, que recomendará las medidas a adoptar para la aplicación de los art. 3.° y 5. °

 

Art. 10.° Las Partes pueden, por acuerdo unánime, invitar a adherir al Tratado a todo otro Estado europeo susceptible de favorecer el desenvolvimiento de los principios del mismo y a contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte. El Estado invitado puede llegar a ser Parte en el Tratado, depositando su documento de adhesión cerca del Gobierno de los Estados Unidos de América. Esta informará a cada una de las Partes del depósito de cada instrumento de adhesión.

 

Art. 11.° Este Tratado será ratificado, y sus disposiciones se aplicarán por las Partes conforme a sus normas constitucionales respectivas. Los instrumentos de ratificación serán depositados, tan pronto como sea posible, cerca del Gobierno de los Estados Unidos de América, que informará a los demás signatarios del depósito de cada instrumento de ratificaci6n. El Tratado entrará en vigor entre los Estados que lo hayan ratificado desde que las ratificaciones de la mayoría de los signatarios, comprendidas las de Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Francia, Luxemburgo, Holanda y el Reino Unido, hayan sido depositadas, y empezar la aplicact6n respecto a los demás signatarios el día del depósito de su ratificación.

 

Art. 12.° Luego que el Tratado haya estado en vigor durante diez años y en cualquier fecha posterior, las Partes se consultarán a petición de cualquiera de ellas, con el fin de revisarlo, en vista de los factores que afecten en ese momento a la paz y la seguridad de la región del Atlántico Norte, comprendido el desenvolvimiento de los Convenios, tanto universal como regionales, concluidos conforme a la Carta de las Naciones Unidas, para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.

 

Art. 13.° Luego que el Tratado haya estado en vigor durante veinte años, cualquiera de las Partes podrá darlo por concluido en lo que la concierna un año después de haber comunicado su denuncia al Gobierno de los Estados Unidos, que informara a los Gobiernos de las demás Partes del depósito de cada instrumento de denuncia. (En 1954 se acordó considerarlo indefinido.)

 

Art. 14.° Este Tratado, cuyos textos francés e inglés hacen igualmente fe, será depositado en los archivos del Gobierno de los Estados Unidos de América. Copias certificadas serán transmitidas por éste a los Gobiernos de los otros Estados signatarios.

De conformidad con lo cual, los plenipotenciarios cuya firma figura al pie han signado el Tratado en Washington el 4 IV 1949.

El Protocolo sobre la adhesión de Grecia y Turquía del 22 X 1951 modificó el art. 6 como sigue:

Para la aplicación del art. 5.° se considera como ataque armado contra una o más de las partes un ataque armado:

I), contra el territorio de ellas en Europa del Norte, contra los departamentos franceses en Argelia, contra el territorio de Turquía o contra las islas colocadas bajo la jurisdicci6n de una de las partes en la región del Atlántico Norte al Norte del Trópico de Cáncer.

II), contra las fuerzas navíos o aeronaves de una de las partes que se encuentren sobre esos territorios, así como en cualquier otra región de Europa en la que las fuerzas de ocupación de las partes estén estacionadas en la fecha de entrada en vigor del Tratado o encontrándose sobre el Mediterráneo en la región del Tratado del Atlántico del Norte al norte del Trópico de Cáncer, o por encima de éste.

El Protocolo sobre la adhesión de la República Federal Alemana a la OTAN se firmó en París el 23 X 1954.