Historia
Los cincuenta años de la OTAN:
Fabián
José Ygounet *
*
Coordinador del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales del
IRI.
Con el
reciente ingreso de Polonia, Hungría y la República Checa a la OTAN culminó
otro de los capítulos remanentes del orden internacional establecido en Yalta
entre las potencias vencedoras del nazifacismo. Al mismo tiempo, la
participación de la organización en el conflicto de Kosovo ha generado no poca
polémica, forzando un replanteo entre los especialistas y la opinión pública en
general acerca del papel que a la misma le corresponde jugar en el próximo
siglo.
Era de
suponer que los vertiginosos cambios que el mundo ha experimentado en la última
década conducirían necesariamente a modificaciones en ésta, la única alianza
militar que aún perdura desde que fuera creada en aquellos remotos días en que
Mao Tse-Tung llegaba al poder en China, Israel elegía al primer presidente de
su historia y Fidel Castro era apenas un estudiante revoltoso.
El avance soviético de posguerra
Para
comprender las circunstancias que dieron origen a la Organización, es necesario
remontarse al fin de la Segunda Guerra. Fue al poco tiempo de que se firmara la
Carta de las Naciones Unidas, en 1945, que los países de Europa occidental
comenzaron a percibir la necesidad de una protección más específica de sus
territorios de la que ofrecía el organismo recientemente creado.
Múltiples
sucesos colaboraban para generar dicha percepción. El primero fue la
desmovilización masiva de las fuerzas aliadas en Europa: la cantidad de hombres
bajó de 5.000.000 a 880.000 en un año. Esta reducción de las fuerzas, que
siguió a la capitulación de Alemania y Japón, creó tremendos vacíos de poder en
las fronteras europeas y asiáticas de la URSS. Rusia trató de llenar estos
huecos dando continuidad a la extensión de su influencia, que ya había
comenzado en 1940 con la adquisición de Letonia, Estonia y Lituania. En 1945,
los rusos pusieron bajo su administración parte de Alemania Oriental, Prusia,
Polonia, Checoslovaquia y Rumania. Y utilizando diversas tácticas, establecieron
fuertes influencias comunistas en los gobiernos de Albania, Bulgaria, Alemania
Oriental, Polonia, Hungría y Checoslovaquia.
La URSS
había establecido dominación sobre más de novecientos mil kilómetros cuadrados
de territorio nuevo y sobre ciento quince millones de personas. Además era
evidente que no estaba dispuesta a ponerle un límite a estos éxitos: intentó
ganar terreno en Irán y Turquía, y fomentó activamente guerrillas en Grecia,
Indochina, Malasia y Filipinas. Desde cualquier perspectiva, americana o
europea, esto resultaba preocupante.
A lo largo
de 1947 se había completado, de una forma u otra, el dominio comunista sobre
los estados de la Europa oriental. Sólo quedaba al margen Checoslovaquia, en
donde había líderes políticos y partidos capaces de dar batalla a los
comunistas en la arena parlamentaria. Una situación paradójica, teniendo en
cuenta que en relación con el desarrollo industrial de la república, el Partido
Comunista Checo era el más potente de Europa oriental. A pesar de ello, en los
primeros años de la posguerra, y en sintonía con la intención de Moscú de
guardar las apariencias de libertad democrática, los comunistas checos habían
practicado la autocontención. Así, en Checoslovaquia terminó por conformarse
una extraña experiencia mixta: una planificación rigurosa de tipo socialista en
economía y un sistema político de democracia parlamentaria.
Hacia la Guerra Fría
La
situación cambió bruscamente en febrero de 1948. Por entonces, y en respuesta a
un conflicto con los partidos de oposición sobre el nombramiento de algunos
jefes de la policía, los comunistas checoslovacos organizaron una contundente
campaña. Movilizaron a los sindicatos, ya armados, y con el apoyo del ejército
y la policía tomaron el poder el 25 de febrero de 1948. Golpe de estado o
revolución, la acción resultó modélica e incruenta; una especie de
"revolución tranquila", paradójica predecesora de la "revolución
de terciopelo" que en 1989 derribaría al régimen comunista.
La
integración de Checoslovaquia en el bloque soviético tuvo enormes consecuencias
en la evolución hacia el desencadenamiento formal de la Guerra Fría. La
adscripción de Yugoslavia, Albania y otros estados centro-orientales fue una
eventualidad aceptada desde el final mismo de la contienda mundial. Pero con
Checoslovaquia, considerada desde su constitución en 1918 como una avanzadilla
del mundo occidental en el Este de Europa, la reacción fue muy diferente. Para
la prensa occidental, se estaba reproduciendo al milímetro la crisis de 1938,
que había supuesto la claudicación de las potencias democráticas ante los
planes expansionistas nazis y la pérdida de Checoslovaquia. Ahora, Hitler había
sido sustituido por Stalin, pero prevalecía el escenario, e incluso la magia de
las fechas: de 1938 a 1948, diez años justos.
La reacción de Occidente
El golpe
de Praga exacerbó los sentimientos de mutua desconfianza y temor. Los últimos
restos de benevolencia o indiferencia hacia los soviéticos se evaporaron. Los
países de Europa occidental reaccionaron firmando en marzo de 1948 el Tratado
de Bruselas, suscripto por el Reino Unido, Bélgica, Francia, Luxemburgo y los
Países Bajos. Pronto se formó, en el marco de dicho tratado, la Organización de
la Defensa de la Unión Occidental, concebida como un sistema de seguridad
colectiva con fuerzas militares comunes y un Comité de Comando en Jefe.
Pero sus
miembros, conscientes de sus propias limitaciones, sabían que difícilmente se
hubieran podido defender con éxito de un hipotético ataque proveniente del
bloque soviético. Al poco tiempo todos ellos, con Gran Bretaña a la cabeza,
presionaron para involucrar a los Estados Unidos en la defensa de Europa. Esto
despertó a los norteamericanos, que no habían incluido a ninguna alianza permanente
en sus programas estratégicos cuando la política de contención fue lanzada en
1947. Se dieron cuenta de que la seguridad europea era vital para un mundo
libre y especialmente para los propios Estados Unidos. Se reconoció además que
para que la defensa colectiva de Europa fuera efectiva, cualquier tratado a ese
fin debería incluir un espectro más amplio de los países europeos, así como
también a Canadá y a los Estados Unidos, la única potencia mundial
suficientemente fuerte como para contraponer un muro de contención verosímil a
la expansión rusa.
Como
resultado de los incentivos creados por estos y otros acontecimientos, la
OTAN se estableció formalmente con la firma del Tratado del Atlántico Norte, el
4 de abril de 1949. Las naciones firmantes del tratado, incluyendo a los
que ingresaron más tarde, son: Bélgica; Canadá; Dinamarca; Francia; Islandia;
Italia; Luxemburgo; Países Bajos; Noruega; Portugal; Reino Unido; Grecia y
Turquía (1952); República Federal Alemana (1955); España (1981); Polonia,
Hungría y República Checa (1999).
Varios
países que pretenden ingresar a la organización integran hoy una nutrida
"lista de espera", entre cuyos aspirantes más aventajados se
encuentran Eslovenia, Lituania, Estonia, Latvia, Eslovaquia, Rumania y Bulgaria.
Pero la actual coyuntura internacional no los favorece, por lo que la política
"de puertas abiertas" asumida en 1997 en la reunión cumbre de Madrid
sufrirá seguramente una pausa "de facto" prolongada.
El Tratado
El tratado
es un documento extremadamente conciso, considerando sus implicancias de largo
alcance. Consiste en un preámbulo y en unos pocos artículos. Si bien las
actividades militares de la alianza siempre parecen estar a la vanguardia, el
Tratado establece claramente que la alianza es todo un conjunto político,
económico y social, trazado conforme con las estipulaciones de la Carta de las
Naciones Unidas. Su propósito expreso es promover la paz, la seguridad nacional
y la estabilidad, dentro del área del Atlántico Norte.
En sus
artículos más significativos las partes firmantes se comprometen a: 1) mantener
y desarrollar su capacidad colectiva e individual para resistir a un ataque
armado; 2) consultarse siempre que en opinión de cualquiera de ellas estuviera
amenazada la integridad territorial, seguridad o independencia política de
cualquiera de sus miembros; 3) brindar asistencia a cualquier parte integrante
que haya recibido un ataque armado, lo que se considerará como un ataque a
todas ellas, adoptando la acción que se estime necesaria, inclusive el uso de
las fuerzas armadas.
Puede
señalarse que el texto del Tratado, en virtud de su brevedad, brinda meros
indicios de las interpretaciones que determinan el acontecer diario de la
organización. El artículo 4, por ejemplo, establece la consulta cuando la
seguridad de la nación miembro ha sido amenazada. La consulta, sin embargo, se
utiliza en muchas otras instancias: es un proceso continuo vinculado a
cualquier actividad de la alianza. Encarar una acción unilateral dentro de la
OTAN, sin consulta previa, no se realiza casi nunca. La consulta es una de las
piezas claves de la fuerza y, al mismo tiempo, una de las debilidades
potenciales de la alianza. No parece ser un problema serio hasta que se
considera la magnitud de la consulta. En el Consejo del Atlántico Norte (NAC),
el cuerpo más antiguo de la OTAN, la consulta entre la totalidad de los estados
miembros es continua. El mismo proceso, con pocas excepciones, tiene lugar
dentro de las comisiones y subcomisiones y dentro de las distintas organizaciones
militares de la OTAN.
Se debería
recordar, sin embargo, que las naciones integrantes no renunciaron a su
independencia: ningún estado miembro puede ser forzado en ningún momento a
actuar contra lo que estima de interés nacional, aun si el proceso de consulta
revela que una determinada nación es la única de la alianza que está a favor o
en contra de una acción dada.
El desarrollo
El
desarrollo de la OTAN desde su creación hasta la actualidad es factible de ser
dividido en cinco períodos fundamentales.
El primero
de ellos va desde la firma del tratado en 1949 hasta 1955. Durante el mismo,
los Estados Unidos proporcionan abundante ayuda económica y militar a los otros
miembros. Sobre el final de este período se admite la incorporación de tres
nuevos países. El ingreso de Grecia y Turquía facilita el control del flanco
sur, encargado de defender los Dardanelos y el acceso al Mediterráneo oriental
desde el Mar Negro -algo que en aquellos años no sólo se consideraba
fundamental de cara a un ataque soviético por tierra, sino también para la
vigilancia y constreñimiento de la poderosa flota rusa-. A su vez, la
incorporación de Alemania Federal -largamente resistida por su responsabilidad
en la Segunda Guerra- se debió básicamente a la intención de aprovechar su gran
potencial humano e industrial, que venía a compensar la debilidad de los
restantes miembros europeos y constituía un contrapeso efectivo al creciente
expansionismo soviético.
Durante el
segundo período, que va desde 1955 a 1967, se procuró construir una OTAN
militarmente fuerte y restablecer el balance de poder en Europa. La estrategia
predominante en esta etapa consistía en una respuesta masiva nuclear a
cualquier ataque soviético sostenido, usaran o no los soviéticos armas similares.
Al comenzar este período el bloque comunista responde a la ampliación de la
OTAN con el establecimiento formal del Pacto de Varsovia. Hacia el final de
esta etapa, la OTAN debió asimilar el conflicto originado por la intransigente
postura del presidente De Gaulle, quien trató de poner coto a la injerencia
militar de los Estados Unidos en el viejo continente, con el propósito de
construir una Europa confederada bajo la influencia francesa. En este contexto,
Francia fabricó su propia bomba nuclear y terminó retirándose del mando militar
de la alianza en 1966, gesto que fue un manifiesto en favor de una estructura
defensiva puramente europea.
La tercera
fase va de 1967 a 1979. En este período la OTAN adopta una nueva estrategia,
conocida como "de respuesta flexible" y que consiste en un intento de
adaptarse a las nuevas tácticas del expansionismo soviético, desterrando la
escalada nuclear como única reacción posible a las provocaciones del enemigo.
Una de sus características apuntaba a generar una acumulación de fuerzas
convencionales que permitiera a la organización responder a una ofensiva no
nuclear soviética con una estrategia directa firmemente mantenida. La política
de la détente, iniciada en 1969 a raíz de los enfrentamientos entre China y la
Unión Soviética, generó un proceso de acercamientos entre el Este y el Oeste
que se vio coronado por los acuerdos de Helsinki en 1975 y por la firma de
SALT, un importante tratado de limitación de armas estratégicas. Pero las
ilusiones de paz se vieron frustradas con la invasión rusa a Afganistán en
1979.
El cuarto
período, 1979-1990, fue un tiempo de crecientes tensiones internacionales. La
invasión a Afganistán demostró que el expansionismo soviético no había cesado.
La determinación americana de perfeccionar su potencial defensivo y de colocar
nuevos misiles nucleares en Europa occidental puso fin a la distensión y
provocó acusaciones mutuas de fomentar la guerra entre soviéticos y americanos.
En medio de este clima de hostilidades, la OTAN cobró un renovado dinamismo
incorporando como nuevos socios primero a España y posteriormente, a la
Alemania unificada.
En 1990
comienza la quinta fase, signada por el colapso y posterior estallido de la
ex-Unión Soviética, la caída de los gobiernos comunistas en diversos países del
bloque oriental y el emblemático derrumbe del Muro de Berlín. La posterior
disolución del Pacto de Varsovia, producida en 1991, abrió el debate sobre los
costes y beneficios de la permanencia de la OTAN. Su costosísima supervivencia
se debió, en buena parte, a los supuestos perjuicios económicos que hubiera
ocasionado su desmantelamiento. Enormes tinglados burocráticos y contractuales
coordinaban y daban vida a estados mayores, servicios de inteligencia, empresas
de armamento, departamentos de investigación politológica y un largo etcétera
que implicaba miles de puestos de trabajo e importantes negocios. En cierta
manera, el bando occidental había caído en la trampa de la dinámica que le
había dado la victoria: la rentabilidad del empeño militar.
Finalmente,
la ampliación hacia el Este proveyó de un argumento creíble, en tanto que los
mismos estados que hasta hacía poco integraban el Pacto de Varsovia parecían
apasionadamente interesados en ingresar a la OTAN. La explicación residía en
que la Alianza Atlántica cubría para esos países una apariencia de integración
europea en espera -o ausencia- de un ingreso real en las estructuras económicas
y políticas de la Comunidad Europea. Pero, a poco de andar, la opción de
utilizar a la OTAN como biombo integrador puso en evidencia múltiples
complejidades y abrió el camino a una creciente tensión con Rusia, que en
ocasiones hizo recordar al pesado ambiente de la Guerra Fría. La misión sobre
Yugoslavia a raíz del conflicto por Kosovo dotó a la organización de un inusual
protagonismo, al tiempo que permitió a los analistas internacionales entrever
qué rol se dispone a cumplir la OTAN en la próxima fase de su historia.
La geopolítica dice "presente"
Uno de los
más conspicuos asesores en política internacional de los Estados Unidos,
Zbigniew Brzezinski, ha sido el principal impulsor de la idea de que si la
Unión Europea se extiende hacia el este, también debe extenderse su órgano de
seguridad. Y dado que muchos de los países de Europa occidental son miembros formales
de la OTAN, organización en la cual los EE.UU. constituyen el principal actor,
es inconcebible dejar de considerar que los temas de seguridad europea también
hacen a la seguridad norteamericana.
Según
Brzezinski, la reunificación alemana y la caída de los regímenes socialistas,
unida a la desafortunada experiencia de la guerra balcánica, aconsejan la
incorporación a la OTAN de los países europeos centro-orientales e incluso de
Rusia. Este "Plan para Europa" debería prever la ayuda a los países
solicitantes con programas adaptados a cada caso particular y destinados a
superar los obstáculos que les impiden reunir los requisitos de ingreso. En la
opinión de Brzezinski, esto ayudará a consolidar la democracia y a extender la
paz frente a los nuevos problemas que pudieran surgir en los Balcanes, el
Báltico o Ucrania.
Dicho plan
supone, obviamente, la consolidación de la supremacía estadounidense en Europa
y el control sobre la posibilidad de un resurgir nacionalista en Rusia, incluso
sobre toda política alemana demasiado independiente, interfiriendo en cualquier
posible alianza ruso-germana. También implica la creación de un frente contra
un Islam militante en el Mediterráneo, sobre todo ante la factibilidad de una
Turquía ganada por el fundamentalismo y expansiva hacia el Asia centroriental a
través de los países islámicos ex-soviéticos de raíz turca.
Otro
notorio especialista en política internacional, Henry Kissinger, se muestra
contrario a la inclusión de Rusia a la OTAN, puesto que -dice- podría transformar
la alianza militar en un foro político, incitando a los rusos a presionar en la
toma de decisiones y destruyendo a la organización como red de seguridad. Pero
coincide en aceptar la incorporación de otros países europeos, básicamente por
dos razones: una es marcar de cerca a Rusia, ocupando su antiguo
"triángulo de seguridad"; la otra es llevar los límites de la
organización más allá de la frontera alemana actual, pues si ésta fuera la
línea de defensa común, Berlín, aprovechándose de su posición, podría llegar a
cuestionar el liderazgo estadounidense.
Europa y la OTAN
Entre
tanto, Francia insiste con sus viejas aspiraciones, nunca enteramente
concretadas. Hace poco tiempo requirió de la Casa Blanca que el norteamericano
que ejerce el Comando Supremo de las Fuerzas Aliadas en Europa -uno de los tres
comandantes mayores de la estructura militar de la OTAN- tenga un adjunto
europeo. Y que sea otro europeo quien detente la comandancia sur de la alianza,
con sede en Nápoles.
Recientemente
Alemania presentó a sus socios comunitarios, en una reunión del Consejo de
Ministros de la Unión Europea, un plan para crear un sistema de seguridad
europea con prescindencia de los Estados Unidos. Resultó significativo que lo
hiciera precisamente el 13 de marzo, apenas un día después de que en
Independence, Missouri, se formalizara el ingreso de los tres nuevos miembros
de la OTAN. Si bien la iniciativa no cuestiona la existencia de la Alianza
Atlántica, plantea que Europa debe disponer de capacidades y estructuras
propias, "incluidas las militares", para hacer frente a las misiones
necesarias de seguridad.
En la
misma dirección parecen avanzar los últimos proyectos enunciados por Romano
Prodi como presidente designado de la Unión Europea, que apuntan a hacer de
Europa una entidad política de carácter federal cada vez más integrada, y por
ende cada vez más legitimada para presentarse como autoridad en condiciones de
asegurar la paz y el respeto del derecho en el área del Viejo Continente.
Pero los
Estados Unidos no están precisamente dispuestos a que Europa tenga una
auténtica soberanía militar, ni a perder el derecho de veto sobre las
decisiones europeas. El Pentágono no piensa entregar las palancas de la
maquinaria. ¿Quién asegura que en el futuro no exista un acuerdo
franco-germano-ruso para decidir sobre los destinos e intereses del viejo
continente?
Rusia y la OTAN
Luego de
la disolución del Pacto de Varsovia y la retirada del Ejército Rojo de Europa
oriental, los rusos estaban convencidos de que también se extinguiría la OTAN
puesto que, al igual que el Pacto, era una consecuencia de la Guerra Fría. Pero
hete aquí que no sólo no se disolvió, sino que existe el proyecto de extenderla
hasta sus propias narices. Ellos consideran que detrás de esta maniobra no hay
una voluntad genuinamente europea, sino que es un avance del atlantismo
norteamericano, dispuesto a aprovecharse de la relativa debilidad rusa para
ocupar las posiciones que antes Rusia detentaba.
El ex
general Aleksander Lebed dijo que la inclusión de los tres nuevos integrantes
de la OTAN "es tan humillante para Rusia como el Tratado de Versalles
lo fue para Alemania después de la Primera Guerra Mundial". En tanto
Mijail Gorvachov, último presidente de la URSS, no sólo manifestó su acuerdo
con esas declaraciones, sino que dijo sentirse "traicionado por
Occidente", señalando que el ingreso de estos nuevos estados a la OTAN
solo logrará "aumentar la desconfianza", puesto que "en vez de
buscar la seguridad colectiva de Europa, persigue un liderazgo monopólico".
También coincide con esta visión Alexei Arbatov, vicepresidente de la Comisión
de Defensa de la Duma de la Federación de Rusia, para quien dichas
incorporaciones son "la consumación de un gran plan para destruir de una
vez y para siempre a Rusia como potencia europea".
Los Estados Unidos y la OTAN
Los rusos
están convencidos de que detrás de la extensión de la OTAN sólo existe la
voluntad de poder de los Estados Unidos, camuflado cínicamente de democracia,
libertad y progreso. Pero no se agota todo allí: también cuenta la convicción
de que Occidente significa todo eso y más, de que la economía de mercado y la
democracia liberal a escala planetaria traerán necesariamente la paz y la felicidad
mundial.
En el
discurso de Clinton en ocasión de asumir su segundo mandato presidencial, hay
un pasaje significativo, la referencia al versículo 58:12 de Isaías:
"Levantarás los cimientos que han de durar numerosas generaciones, y serás
llamado el que ha reparado la brecha y hace seguros los caminos". Haciendo
suyo este mensaje, el presidente concluye: "Estados Unidos no es un lugar,
es una idea, la idea más perfecta de la historia de los pueblos".
Desde
Clinton a Bush, pasando por los ya citados Kissinger y Brzezinski, todos
coinciden en la necesidad de "un liderazgo norteamericano firme e
iluminado" para garantizar un orden internacional "humanizado y
pacífico". Y todos creen de buena fe que su política intervencionista no
debe tener fronteras, pues se consideran a sí mismos la salvaguarda y la
garantía de la paz y de un mejor derecho. En cualquier caso, sus expresiones
ponen una vez más en evidencia el mesianismo veterotestamentario, tan propio
del puritanismo que aún signa la política norteamericana.
Esta OTAN
revitalizada les proporciona una plataforma extremadamente funcional a sus
propósitos, que Estados Unidos sabrá aprovechar en todas sus posibilidades. El
único problema es que, en ocasiones, "salvar al mundo" puede implicar
el ataque a quien se oponga a su sistema, la implementación de acciones
homicidas, o el avasallamiento de identidades regionales y nacionales.
La actual coyuntura y sus interpretaciones
La
reciente intervención de la OTAN en Serbia provocó diversas objeciones, que
tuvieron como fuente de inspiración tanto el pacifismo invocado por amplios
sectores de la comunidad internacional, como el hecho de que no obedeció a la
defensa territorial de ninguno de sus miembros, constituyendo una acción
contraria no solo al tratado constitutivo de la alianza, sino también a la
misma constitución nacional de muchos de sus integrantes.
Incluso se
aduce una violación a la Carta de las Naciones Unidas, en la medida en que la
misma solo permite este tipo de acciones con la anuencia del Consejo de
Seguridad, lo que en este caso no se ha cumplido. Esto permitió que los
críticos más enconados calificaran a la operación como la "agresión a un
estado soberano que enfrenta un conflicto interno".
Se arguye
que el operativo no fue más que la exhibición obscena de los derechos emanados
de un poder que, en la medida en que se siente más consolidado, tiende a
efectuar un uso cada vez más frecuente de la fuerza como instrumento político.
Y que este acostumbramiento de ciertos decisores a dicho recurso no ha
conseguido, sin embargo, que el mundo se transforme en un lugar más seguro.
Frente a
éstas y otras objeciones, indudablemente fundadas, consta el hecho de que el
principio de legitimidad exclusiva de la guerra defensiva resulta, por razones
de orden moral, cada vez más insostenible. Y que son varios los analistas que
como Gianni Vattimo, filósofo del Derecho, consideran que "frente a las
enormes tragedias producidas por las dictaduras de este siglo, es hipócrita
seguir atados a la idea de no injerencia en los asuntos internos de los
distintos países". En tal sentido, no caben dudas de que las crueles -y
ampliamente documentadas- violaciones a los derechos humanos perpetradas por
los serbios en Kosovo piden a gritos una respuesta por parte de la comunidad
internacional.
Por otro
lado, la OTAN ya no puede ser lo que fue hasta hoy y formalmente es todavía,
una alianza defensiva contra la amenaza soviética. Ni las constituciones ni los
tratados son textos inmodificables, y se entiende que la estructura y los
estatutos de la OTAN serán dentro de poco revisados para responder a la nueva
situación mundial.
La OTAN y la ONU
Entre las
voces más críticas, el conflicto de Kosovo produjo múltiples apelaciones a la
intervención de las Naciones Unidas que merecen una cuidadosa consideración. La
ONU es hoy, de hecho, apenas un poco más que un tigre de papel, cuyas
estructuras fundamentales responden a un mundo bipolar que ya no existe. Y si
bien sirvió para evitar el exterminio nuclear durante la Guerra Fría, no pudo
impedir sin embargo las sangrientas represiones en el interior de los dos
bloques, desde Hungría, en 1956, a la masacre de la plaza Tiananmen, pasando
por Checoslovaquia en el '68 y las dictaduras filo-occidentales en Asia y
Sudamérica.
Sus limitaciones
son cada vez más evidentes para todos y se vinculan fundamentalmente con la
estructura no democrática de la organización -cuestionada en este momento desde
muchas partes- y que, tarde o temprano, tendrá que ser revisada.
Son estas
limitaciones las que han determinado la incapacidad de la ONU para encontrar
-al menos hasta ahora- un acuerdo capaz de frenar las graves violaciones a los
derechos humanos cometidas por muchos dirigentes, entre los cuales hoy aparece
Milosevic como el más expuesto y reprobable.
Y esas
limitaciones son, precisamente, señaladas por quienes arguyen que se puede y se
debe aceptar que la OTAN haga aquello que por su urgencia no puede esperar, y
la ONU -al menos esta ONU- no parece capaz de resolver. En otras palabras, está
en entredicho la legitimidad excluyente de la ONU para el uso internacional de
la fuerza.
Conclusiones
La Alianza
Atlántica, nacida más para intimidar a los soviéticos que para luchar contra
ellos, cumplió eficazmente su misión: derrotó al comunismo en 1989 sin haber
disparado un solo tiro. Paradójicamente, fue tras la derrota de su enemigo que
la OTAN abandonó la asepsia de las teatralizaciones y la guerra virtual para
adentrarse en el menos civilizado y menos previsible campo de los
enfrentamientos reales.
La OTAN, a
la que muchos daban por muerta hace una década, "celebra" sus
primeros cincuenta años de existencia adoptando un rol protagónico en el por
momentos doloroso proceso de transición hacia nuevas formas de coexistencia
internacional post Guerra Fría. El devenir de los acontecimientos la obligan a
rever su propia naturaleza, para plantearse ya no exclusivamente como una
alianza estratégico-defensiva con poder disuasorio, sino como referencia
central y operativa de la seguridad mundial.
Muchos
analistas consideran preocupante esta situación, agravada con una Organización
de las Naciones Unidas que carece de fuerzas permanentes y de estructuras
operacionales dignas de ese nombre, y que parece dispuesta a delegar en la
alianza altas responsabilidades inherentes al mantenimiento de la paz y la seguridad
planetarias. La situación hace pensar en un polémico "franchising"
del poder de policía mundial, que provoca fundados temores por el riesgo de
parcialidad en la toma de decisiones cuya trascendencia hoy resulta -a la luz
de los trágicos sucesos de Yugoslavia- más evidente que nunca.
Esto
remite necesariamente a nuevos cambios a los que pronto asistiremos:
modificaciones en los aspectos formales de la OTAN y probablemente también de
la ONU, que de a poco irán haciendo explícita su adecuación a una realidad
mundial que ya no ha de regirse por las herramientas de la Guerra Fría. Otros
alzarán su voz en favor de una Europa más autosuficiente, capaz de organizar y
mantener una fuerza de defensa autónoma y eficaz. Si bien la idea nunca contó
con el apoyo de Washington y su implementación futura parece poco probable aún
en el mediano plazo, es factible que, de a poco, muchos vuelvan a orientar su
mirada hacia ese camino que los franceses vienen señalando con insistencia
desde hace tiempo.
Mientras
tanto, los Estados Unidos tienen claro que la democratización y la pacificación
del continente europeo constituyen la principal prioridad estratégica de su
política exterior y que, en este sentido, la OTAN se revela como una
herramienta privilegiada.
Las palabras
del presidente Clinton en su ya citado discurso confirman esta valoración y nos
permiten entrever con poco margen de error cuál será la tendencia que
prevalecerá en la próxima fase del desarrollo de la alianza: "Para dar a
los Estados Unidos medio siglo más de seguridad y prosperidad, nuestra primera
tarea es ayudar a establecer una Europa indivisa y democrática. Cuando Europa
es estable, próspera y está en paz, Estados Unidos está más seguro. Para ello
debemos ampliar la OTAN, estableciendo una relación estable entre ella y una
Rusia democrática...Si Estados Unidos quiere seguir dirigiendo el mundo,
quienes dirigimos a Estados Unidos tenemos que encontrar, sencillamente, la
voluntad de pagar el billete".
Por si
quedaba alguna duda, la reciente intervención de la alianza en el conflicto de
Kosovo, coincidente con su qincuagésimo aniversario, revela al mundo que,
sencillamente, esa voluntad a la que alude el presidente Clinton no se ha
perdido.
Fecha de
cierre: 31 de marzo de 1999
Organización del Tratado del Atlántico Norte
TRATADO DEL ATLÁNTICO NORTE (OTAN) firmado en Washington DC, el 4 IV 1949, por los
Gobiernos de Estados Unidos, Canadá, Bélgica, Dinamarca Francia, Holanda,
Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido y Portugal; entró en
vigencia el 26 VII 1949. Grecia depositó los instrumentos de adhesión en 1951,
Turquía en 1952, Alemania Federal en 1955.
Los
Estados Partes en el presente Tratado,
Reafirmando
su fe en los fines y
principios de la Carta de las Naciones Unidas, y su deseo de vivir en paz con
todos los pueblos y Gobiernos.
Resueltos
a salvaguardar la libertad,
su herencia común y su civilización, fundadas en los principios de democracia
libertad individual y reinado del Derecho.
Deseosos
de favorecer en la región del
Atlántico Norte el bienestar y la estabilidad.
Resueltos
a unir sus esfuerzas para su
defensa colectiva y para preservar la paz y la seguridad.
Han
convenido el siguiente Tratado del Atlántico Norte:
Art.
1.° Las Partes se
comprometen, según está estipulado en la Carta de las Naciones Unidas, a
resolver por medios pacíficos todas sus diferencias int., de tal manera que la
paz y la seguridad int., así como la Justicia, no sean puestas en peligro, y a
abstenerse en sus relaciones int. de recurrir a la amenaza o al empleo de la
fuerza, incompatibles con los fines de las Naciones Unidas.
Art.
2.° Las Partes contribuirán
al desenvolvimiento de las relaciones int. pacíficas y amistosas, robusteciendo
sus instituciones libres y asegurando una mejor comprensión de los principios
sobre los que se fundan tales instituciones, y desarrollando las condiciona
propias para asegurar la estabilidad y el bienestar. Se esforzarán en eliminar
toda colisión en sus políticas económicas int., y fortalecerán la colaboración
económica entre cada una de ellas y entre todas.
Art.
3.° A fin de asegurar de
manera más eficaz el cumplimiento de los fines del presente Tratado, las
Partes, pronunciándose individual y conjuntamente de un modo continuo y
efectivo en favor del desenvolvimiento de sus propios medios y prestándose
mutua asistencia, mantendrán y acrecentarán su capacidad individual y colectiva
de resistencia a un ataque armado.
Art.
4.° Las Partes se consultarán
cada vez que, según una de ellas, la integridad territorial, la independencia
política o su seguridad estén amenazadas.
Art.
5.° Las Partes convienen en
que un ataque armado contra una o varias de ellas, ocurrido en Europa o en
América del Norte, será considerado como un ataque dirigido contra todas, y, en
consecuencia, convienen en que si tal ataque se produce, cada una de ellas, en
el ejercicio del derecho de legitima defensa, individual o colectiva,
reconocido por el art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas, asistirá a
la Parte o Partes atacadas tomando individualmente, y de acuerdo con las otras,
ias medidas que juzgue necesarias, comprendido el empleo de las fuerzas armadas
para restablecer la seguridad en la regién del Atlántico Norte.
Todo
ataque armado de esta naturaleza y todas las medidas tomadas en consecuencia,
serán puestas inmediatamente en conocimiento del Consejo de Seguridad. Estas
medidas acabarán cuando el Consejo de Seguridad haya tomado las necesarias para
restablecer y mantener la paz y la seguridad internacionales.
Art.
6.° Para la aplicación del
art. 5.° se considera ataque armado contra una o varias Partes: una acción
militar contra el territorio en Europa o en América del Norte contra los
Departamentos franceses de Argelia, contra las fuerzas de ocupación de
cualquiera de las Partes en Europa contra las islas situadas en la jurisdicción
de una de las Partes en el Atlántico al Norte del Trópico de Cáncer o contra
los navíos o aeronaves de cualquiera de las Partes en la misma región. (Véase
modificación de 22 X 1951, después.)
Art.
7.° El presente Tratado no
afecta en manera alguna a los derechos y obligaciones derivadas de la Carta
para las Partes que sean miembros de las Naciones Unidas, ni la responsabilidad
primordial del Consejo de Seguridad para el mantenimiento de la paz y la
seguridad internacionales.
Art.
8.° Cada una de las Partes
declara que ninguno de los Acuerdos int. actualmente en vigor, entre ella y
otra Parte o cualquier otro Estado, está en contradicción con las disposiciones
del presente Tratado, y asume la obligación de no suscribir ningún Convenio en
contradicción con ellas.
Art. 9° Las Partes establecen por la presente
disposición un Consejo, en el que cada una estará representada para conocer de
las cuestiones relativas a la aplicación dei Tratado.
El Consejo
estará organizado de manera que pueda reunirse rápidamente y en todo momento.
Contará con los organismos subsidiarios que puedan ser necesarios; establecerá
inmediatamente un Comité de Defensa, que recomendará las medidas a adoptar para
la aplicación de los art. 3.° y 5. °
Art.
10.° Las Partes pueden, por
acuerdo unánime, invitar a adherir al Tratado a todo otro Estado europeo
susceptible de favorecer el desenvolvimiento de los principios del mismo y a
contribuir a la seguridad de la región del Atlántico Norte. El Estado invitado
puede llegar a ser Parte en el Tratado, depositando su documento de adhesión
cerca del Gobierno de los Estados Unidos de América. Esta informará a cada una
de las Partes del depósito de cada instrumento de adhesión.
Art.
11.° Este Tratado será
ratificado, y sus disposiciones se aplicarán por las Partes conforme a sus
normas constitucionales respectivas. Los instrumentos de ratificación serán
depositados, tan pronto como sea posible, cerca del Gobierno de los Estados
Unidos de América, que informará a los demás signatarios del depósito de cada
instrumento de ratificaci6n. El Tratado entrará en vigor entre los Estados que
lo hayan ratificado desde que las ratificaciones de la mayoría de los
signatarios, comprendidas las de Bélgica, Canadá, Estados Unidos, Francia, Luxemburgo,
Holanda y el Reino Unido, hayan sido depositadas, y empezar la aplicact6n
respecto a los demás signatarios el día del depósito de su ratificación.
Art.
12.° Luego que el Tratado
haya estado en vigor durante diez años y en cualquier fecha posterior, las
Partes se consultarán a petición de cualquiera de ellas, con el fin de
revisarlo, en vista de los factores que afecten en ese momento a la paz y la
seguridad de la región del Atlántico Norte, comprendido el desenvolvimiento de
los Convenios, tanto universal como regionales, concluidos conforme a la Carta
de las Naciones Unidas, para el mantenimiento de la paz y la seguridad
internacionales.
Art.
13.° Luego que el Tratado
haya estado en vigor durante veinte años, cualquiera de las Partes podrá darlo
por concluido en lo que la concierna un año después de haber comunicado su
denuncia al Gobierno de los Estados Unidos, que informara a los Gobiernos de
las demás Partes del depósito de cada instrumento de denuncia. (En 1954 se
acordó considerarlo indefinido.)
Art.
14.° Este Tratado, cuyos
textos francés e inglés hacen igualmente fe, será depositado en los archivos
del Gobierno de los Estados Unidos de América. Copias certificadas serán
transmitidas por éste a los Gobiernos de los otros Estados signatarios.
De
conformidad con lo cual, los plenipotenciarios cuya firma figura al pie han
signado el Tratado en Washington el 4 IV 1949.
El
Protocolo sobre la adhesión de Grecia y Turquía del 22 X 1951 modificó el art.
6 como sigue:
Para la
aplicación del art. 5.° se
considera como ataque armado contra una o más de las partes un ataque armado:
I), contra el
territorio de ellas en Europa del Norte, contra los departamentos franceses en
Argelia, contra el territorio de Turquía o contra las islas colocadas bajo la
jurisdicci6n de una de las partes en la región del Atlántico Norte al Norte del
Trópico de Cáncer.
II), contra las
fuerzas navíos o aeronaves de una de las partes que se encuentren sobre esos
territorios, así como en cualquier otra región de Europa en la que las fuerzas
de ocupación de las partes estén estacionadas en la fecha de entrada en vigor
del Tratado o encontrándose sobre el Mediterráneo en la región del Tratado del
Atlántico del Norte al norte del Trópico de Cáncer, o por encima de éste.
El
Protocolo sobre la adhesión de la República Federal Alemana a la OTAN se firmó
en París el 23 X 1954.