Revista de Relaciones Internacionales Nro. 6

LAS NACIONES UNIDAS EN UN MUNDO EN TRANSICION *

Se reproducen a continuación los conceptos sobresalientes de la disertación del Sr. Boutros Boutros-Ghali ante el C.A.R.I.

* (Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales), el 14 de marzo de 1994.

La Guerra Fría moldeó las relaciones internacionales durante cuatro décadas. Ningún país pudo substraerse a su impacto. También aquí, en Argentina, la comunidad nacional sufrió sus negativos efectos polarizadores.

Además, la Guerra Fría otorgó a los problemas mundiales cierto grado de previsibilidad, cosa que ya no sucede. El mundo de hoy es inusualmente complejo. Es mucho menos comprensible que el mundo de ayer.

Hace sólo cuatro años que concluyó la Guerra Fría. Sin embargo, ya hemos atravesado varias etapas netamente diferenciadas entre sí. Primero vino la etapa de la esperanza. Las naciones y los pueblos del mundo manifestaron el deseo de cumplir con el propósito de la Carta de las Naciones Unidas: unas Naciones Unidas capaces de mantener la paz y la seguridad internacionales, de asegurar la justicia y los derechos humanos, y de promover el progreso social y mejores niveles de vida, en un clima de mayor libertad".

Luego vino el tiempo del compromiso respecto de la cooperación internacional. Se liberó una gran energía intelectual. Se buscaron nuevas soluciones con un espíritu de optimismo y cooperación. Luego llegó el tiempo de la participación. Las Naciones Unidas se tornaron más activas que en ningún otro momento de su historia. Los estados miembros se mostraron más exigentes con la Organización mundial.

En 1993, por ejemplo, se realizó lo siguiente:

- El Consejo de Seguridad se reunió en 171 oportunidades. Esto superó el récord de todas las reuniones celebradas en los últimos 48 años.

- Se organizaron cinco nuevas misiones de mantenimiento de la paz: Haití, Georgia, Liberia y dos en Ruanda. En los últimos tiempos las Naciones Unidas han organizado más operaciones de paz que en sus primeros 40 años de existencia.

- En este proceso cambió la naturaleza misma del mantenimiento de la paz. En algunos casos, la presencia relativamente pasiva de las fuerzas de mantenimiento de la paz ha sido necesariamente más activa y abarcadora. Ahora, cuando las guerras concluyen, el mantenimiento de la paz incluye la protección de la población civil y la reconstrucción de las sociedades prácticamente destruidas.

- Estas necesidades determinaron que, hacia fines de 1993, más de setenta mil personas, entre civiles y militares, pertenecientes a setenta estados miembros, prestaron servicios en diversas partes del mundo bajo la bandera de las Naciones Unidas.

- Las Naciones Unidas se han convertido, además, en el mayor proveedor y coordinador de asistencia humanitaria del mundo.

- Al finalizar la competencia entre las superpotencias en el Tercer Mundo, el trabajo de desarrollo se encuentra en crisis. Las grandes potencias ya no financian a los países necesitados a fin de obtener aliados para la Guerra Fría. Si bien el fin del militarismo es bienvenido, no ocurre lo mismo con la falta de compromiso y de interés respecto del desarrollo de los países pobres.

Junto con un nuevo espectro de temas globales: el medio ambiente, la población y migración, la salud, los temas jurídicos y comerciales internacionales, la situación de las mujeres y los niños, las responsabilidades de las Naciones Unidas se incrementan día tras día.

Es posible que las Naciones Unidas, al asumir la responsabilidad de una gama de problemas tan amplia como el mundo mismo, experimente fracasos y también éxitos. No es posible hacer a un lado los fracasos; ellos requieren un compromiso constante. Y no es posible esperar que los éxitos sean permanentes. Es probable que cada resultado positivo exija un esfuerzo ulterior.

Por ende el desafío actual incluye dos fases. La primera nos obliga a crear un mundo más comprensible. Necesitamos una visión más clara de nuestro futuro derrotero. Los estados miembros deben llegar a un acuerdo sobre el diagnóstico de las fuerzas que modelan la sociedad internacional. Por lo tanto el mundo debe definir con más precisión el alcance y los límites de la acción colectiva internacional. De acuerdo con la segunda -así como las naciones definen su interés nacional- es necesaria una nueva definición del interés común. Todas las naciones deberían comprender que compartimos el mismo interés por la paz, la seguridad, el desarrollo y la democracia. En el pasado se empleó mucha energía y creatividad para impulsar rivalidades armadas. Hoy, en muchas partes del mundo, se malgastan esfuerzos en guerras, contra aquellos que poseen distintas características étnicas, raciales o religiosas. Esos esfuerzos, esas energías deben ser reorientadas y aplicadas en beneficio de nuestro interés común como miembros de una comunidad internacional compartida.

Las naciones que consideraban que las ideologías opuestas eran demoníacas deben ahora dirigir su mirada hacia los demonios reales: la pobreza, la hambruna, la enfermedad y la contaminación ambiental, la falta de democracia y la violación de los derechos humanos. Pero los obstáculos para una mayor claridad, comprensión y compromiso en los asuntos internacionales están siendo claramente identificados. Si los estados miembros pueden manejar estos temas, las Naciones Unidas podrán ocuparse de lograr una mayor unidad y justicia en términos globales y sus éxitos serán mayores. Si estas contradicciones no se resuelven es probable que debamos enfrentar problemas cada vez más profundos y, en última instancia, el caos. Permítame pasar revista a los problemas que enfrentamos ahora. En primer lugar, existe una contradicción sistemática en los asuntos mundiales. Después de las guerras napoleónicas se reunió el Congreso de Viena. Después de la Primera Guerra Mundial se firmó el Tratado de Versalles. Después de la Segunda Guerra Mundial se firmó en San Francisco la Carta de las Naciones Unidas. Esa visión unificadora fue luego substituida por la lucha entre las superpotencias. Pero ahora la bipolaridad de la Guerra Fría ha desaparecido y no existe nada que lo reemplace. Y no cabe esperar que una conferencia mundial determine, en este momento, el curso de los acontecimientos.

Por lo tanto, en un momento de interacción global sin precedentes, aún no ha aparecido un nuevo consenso para crear un sistema internacional.

En segundo lugar, existe una contradicción estructural.

Las Naciones Unidas es una Organización mundial de estados soberanos. Pero el tiempo de la soberanía fundamental y absoluta ha pasado. El comercio, las comunicaciones, los desastres tales como la hambruna, y las amenazas al medio ambiente trascienden las fronteras interestatales. Por ende, las soluciones deben ser internacionales. En muchos casos, los estados han delegado voluntariamente aspectos de su soberanía a organismos supra-nacionales o a entidades multilaterales externas.

En otros casos, la soberanía y la cohesión de los estados se han visto debilitadas por reclamos étnicos, religiosos, sociales, culturales o lingüísticos.

De modo que la piedra angular del orden y el progreso internacionales -el estado- se transforma, voluntaria e involuntariamente. Pero no se vislumbra ninguna alternativa al estado.

En tercer lugar, existe la contradicción psicológica.

La modernización ha eliminado gran parte de la vida local, tradicional y comunal. Al mismo tiempo, en todas partes se percibe la presencia de las fuerzas impersonales de la internacionalización. Ello ha creado una abrumadora sensación de inseguridad. esto, a su vez, ha originado la necesidad de identificarse con una entidad mayor, para otorgar un nuevo significado a la experiencia original.

Como consecuencia de ello, el individuo alienado se siente cada vez más atraído por el tribalismo, el nacionalismo, el proteccionismo y el fundamentalismo.

Esto da origen a otra contradicción. La gente necesita un intermediario con el mundo exterior, pero en la búsqueda de ese apoyo suele acercarse a grupos que se cierran y se oponen a la corriente mundial de cambio.

En cuarto lugar, hay una contradicción político militar.

Durante la guerra fría, se estimaba que todo conflicto era importante.

Hoy en día, los Estados no consideran que haya mayores motivos para preocuparse, a menos que su seguridad nacional se vea directamente amenazada. Se muestran muy reacios a recurrir a la fuerza. Esperan que los conflictos se resuelvan mediante negociaciones diplomáticas. Pero así como la fuerza por sí sola, sin diplomacia, es autodestructiva, la diplomacia por sí sola, sin la fuerza, no sirve de nada. Es evidente que la comunidad internacional no puede tratar de solucionar todas las crisis que se produzcan. Por si les da la espalda con mucha frecuencia, en poco tiempo se enfrentará a la extensión progresiva de los conflictos y el caos.

Por lo tanto, en la actualidad no hay una armonización entre las medidas políticas y militares de seguridad. En el pasado, el mundo consideraba que la paz y la seguridad internacionales constituían una red interconectada. Hoy en día, no hay consenso sobre el tipo de conflictos que son importantes en relación con el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales.

En quinto lugar, están la crisis y la contradicción del desarrollo.

Aunque el concepto de desarrollo lleva implícita la idea de progreso, actualmente no cabe duda de que éste no es un proceso fácil ni automático. Algunos Estados han tenido éxito, pero muchos se han estancado y no han progresado nada o han alcanzado muy pocos adelantos. Y, lo peor todavía, muchos Estados han sufrido un retroceso en el proceso de desarrollo debido a guerras y conflictos.

Una vez terminada la Guerra Fría, el fracaso de las economías de planificación centralizada demostró que las fuerzas del mercado serían elementos indispensables de la prosperidad económica. Pero, debido a la complejidad de los factores económicos, sociales, políticos y ambientales, no se ha alcanzado un nuevo consenso con respecto al desarrollo. Las soluciones del pasado han resultado inadecuadas, pero no hay nuevos criterios que gocen de aceptación unánime. La contradicción del desarrollo tiene varios aspectos. Se necesita un enfoque coherente e integrador, pero la capacidad de los gobiernos para influir en la economía ha disminuido. Las instituciones internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el GATT influyen en áreas cada vez más reducidas, precisamente en la época en que más se las necesita. Y aunque se ha logrado una comprensión más realista de las fuentes del crecimiento, a los pueblos más pobres del mundo se los trata cada vez con mayor indiferencia y desprecio. En sexto lugar, está la contradicción en las comunicaciones.

Vivimos en la era de la información. Es posible tener acceso a un gran caudal de información en forma instantánea y desde cualquier lugar del mundo. El mero volumen de material informativo otorga a los medios de comunicación un papel fundamental. Los temas en que se concentran estos medios y la interpretación que les dan influyen notablemente sobre el curso de los acontecimientos a nivel mundial. Hoy en día, dichos acontecimientos sufren distorsiones de tres tipos: geográficas, sustantivas y funcionales. Cuando hay dos conflictos de igual gravedad, el mundo recibe más información sobre aquél donde hay representantes de los medios de comunicación más importantes. Si el primer conflicto es mucho más grave que el otro, puede considerarse más importante al segundo si los reporteros estiman que los intereses de su cultura se ven más afectados. Y no cabe duda de que se informará sobre los acontecimientos políticos y militares que pueden producir imágenes dramáticas, en tanto que apenas se les prestará atención a los cambios paulatinos que pueden llegar a ser mucho más trascendentes, como son el desarrollo económico y el social. Así es como la contradicción existente entre información y conocimiento distorciona nuestra comprensión de los acontecimientos mundiales.

En séptimo lugar, están las consecuencias que estas contradicciones globales tienen para las Naciones Unidas y la forma en que pueden superarse a través de la Organización.

Las Naciones Unidas son la Organización mundial por excelencia y, como tal, ofrecen una base al nuevo sistema internacional que es necesario implantar. Son un instrumento de sus Estados Miembros. El multilateralismo lúcido es el garante, no el enemigo, de la soberanía y la integridad de los Estados. La seguridad y la prosperidad de los Estados no se lograrán si existe un retorno al nacionalismo estrecho. Pero el mundo también debe proveer los medios. Los compromisos financieros de las Naciones Unidas para las misiones de paz han aumentado de 455 millones de dólares a más de 3.000 millones de dólares en los últimos cuatro años. A la fecha, se han agotado todas las reservas financieras para mantenimiento de la paz. A fines de 1993, las contribuciones impagas de los Estados Miembros para operaciones de paz sumaban 1.000 millones de dólares y, incluso considerando las contribuciones recibidas en febrero de este año, se me ha indicado que no tendremos más fondos en abril.

De modo que las Naciones Unidas están enfrentando, además de las crisis estructurales del sistema internacional, una grave crisis financiera. Muy pocos Estados Miembros hacen sus aportes en su totalidad y puntualmente.

Pero pese a todos estos problemas y dudas, el balance es extraordinariamente positivo. Las Naciones Unidas ofrecen a la comunidad internacional un instrumento valiosísimo de cooperación internacional. La Carta de las Naciones Unidas tiene una legitimidad y una universalidad sin parangón. Estos dos factores otorgan a la ONU una autoridad moral muy particular.

Las actividades que llevan a cabo las Naciones Unidas cuentan con el respaldo monolítico de todos los países. Sus valores no surgen de un mínimo consenso político a nivel mundial, sino de los valores de toda la humanidad: los valores de la paz y la seguridad, de la equidad económica y social, de la democracia y de los derechos humanos. Esos son los valores que están consagrados en la Carta. Las Naciones Unidas no pueden ni deben tratar de hacerlo todo, pero pueden, al igual que Arquímedes, mover el mundo en la dirección adecuada con un esfuerzo relativamente reducido, siempre que cuenten con la comprensión y el apoyo adecuados.

Lo que quiero decir esta tarde es que las extraordinarias posibilidades que existen en esta etapa de la historia también exigen una respuesta extraordinaria. Los Estados Miembros deben asumir nuevas responsabilidades. Deben considerar a las Naciones Unidas como una proyección de sus deseos, no como algo autónomo e independiente. La voluntad y la autoridad políticas necesarias para la adopción de todas las resoluciones de las Naciones Unidas deben manifestarse también cuando llega el momento de llevarlas a la práctica. Las tareas de las Naciones Unidas deben ser objeto de un completo seguimiento. Los mandatos y las misiones deben contar con el respaldo financiero y material necesario para realizar las tareas pertinentes. Nos acercamos al final de un siglo que ha sido descripto como el más sangriento y brutal de la historia. No podemos ignorar la necesidad de pasar de esta etapa a una que se caracterice por un espíritu más amplio y más humano.

Con dolor y con dificultad, hemos comenzado a comprender que para millones de seres humanos en el mundo, de todos los países y de todos los sectores, las Naciones Unidas no son sólo un instrumento de paz y cooperación entre las naciones, sino que son una esperanza de paz para la humanidad.

Aún no es demasiado tarde para crear las nuevas Naciones Unidas para una era internacional. En los albores del nuevo siglo, debemos ofrecer una agenda llena de esperanzas a un mundo que lucha por hallar su rumbo.

Es la hora de las Naciones Unidas del futuro.