Epílogo: Fragmentación del Espacio y articulación política

La tendencia predominante y general implica un movimiento desde el modelo 1 (el mundo como conjunto de mundos) hacia el modelo 4 (sociedad-mundo).

Pero no en forma lineal sino contradictoria.

Por supuesto que los pasos no son secuenciales sino construidos a fuerza de tensiones, marchas y contramarchas. No existe una evolución standard que las distintas sociedades deberían seguir necesariamente.

Lo único evidente que podemos decir es que la problemática de la sociedad-mundo ya no constituye una utopía irrealizable sino una realidad distópica.

Pero esto a condición de que entendamos a la sociedad-mundo no como un espacio homogéneo sino como formado por una pluralidad de situaciones y de lugares, nudos de una red en que lo local, lo nacional y lo global se entrecruzan en líneas de fuerza diversas.

Si consentimos en la existencia de una sociedad civil global como una realidad distópica, es porque encontramos la característica central de la lógica societaria a escala mundial en los problemas y “riesgos” cuya solución trasciende la lógica autónoma de los mercados y de los estados y que carecen de mecanismos institucionales de escala similar que los contrapesen.

En tanto siga predominando un patrón unilateral de racionalidad instrumental fundado en la maximización de la acumulación del capital y el poder, esos riesgos configuran estructuras indecidibles en las actuales condiciones.

Por eso, la solución de los problemas y desafíos globales no pasa únicamente por la construcción de ámbitos institucionales de escala global, sino por el tipo de racionalidad que demandan esos procesos.

Problemas tales como la degradación del medio ambiente, la explosión y presión demográfica de la periferia hacia el centro, la miseria creciente que se enseñorea en la mayoría de las regiones del mundo, etc.; no se solucionan a partir de la razón instrumental del mercado o del estado.

Esos problemas que aparecen como formas coaguladas por encima de las capacidades de decisión y de incidencia de la inmensa mayoría de las personas que habitan este planeta, corresponden a estructuras económicas y políticas cuyos nexos funcionales son los medios dinero y poder.

De forma tal que de nada serviría que las Naciones Unidas se transformen en un organismo con real capacidad de gestión global (cosa que hoy en general no son, si exceptuamos a algunas de sus agencias como el FMI); si esa estructura sigue obedeciendo a las lógicas de la máxima rentabilidad del capital y a los intereses de los estados o regiones hegemónicas.

Existe un fenómeno de pérdida de escala de la política, de la democracia, y del poder de la fuerza de trabajo.

Pérdida de escala de la política entendida no en el sentido de la gestión técnica (nada aparenta ser mas técnico que las políticas económicas de inspiración neoliberal que exige el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial); sino en el sentido de política como “praxis”, es decir, como un proceso colectivo de discusión y de toma de decisiones por los mismos colectivos afectados.

Independientemente del juicio crítico que en ese aspecto nos merezcan las democracias representativas modernas construidas a escala del estado nación capitalista, lo cierto es que con la globalización la distancia entre la adopción de decisiones y los afectados por esas decisiones tiende a hacerse mucho mas amplia.

La política entendida como praxis y la idea de democracia misma pierden sentido en la escala global.

Al mismo tiempo la fuerza de trabajo pierde posibilidades de cuestionar o al menos frenar la lógica salvaje de la acumulación de capital. Frente a un capital globalizado el trabajo aparece debilitado por el desempleo estructural, la heterogeneidad que suponen las nuevas formas de organización del proceso productivo propias del posfordismo y escindido entre las fronteras estatales.

Sin embargo, lejos de imaginar la solución en un nuevo internacionalismo abstracto e ingenuo en las actuales condiciones, y mucho menos de abonar las visiones optimistas de la globalización, se trata de desarrollar desde una perspectiva crítica los instrumentos conceptuales adecuados para dar el primer y fundamental paso: una comprensión de que significan estos procesos globales.

Entre otros aspectos, adquiere relevancia la percepción de la dimensión espacial.

En ese sentido, comprender como la ruptura que se da entre administración estatal-nacional y orden social deja paso a un pluralismo de lugares y de situaciones que responden a condensaciones de líneas de fuerza entre lo global, lo nacional y lo local y al mismo tiempo entre continuidad y discontinuidad.

En esa pluralidad de configuraciones espaciales que ya no coinciden necesariamente con el continuo territorial del estado nacional es donde se están produciendo las resistencias frente a las aristas mas conflictivas de lo que ha dado en llamarse globalización.

Resistencias que se expresan a través de una pluralidad de formas y de identidades y que no siempre se traducen en solidaridades que abonen una dinámica y perspectiva progresista.

La pérdida de sentido de la política, la crisis de las políticas e instituciones estatales como marco de gestión e integración, el debilitamiento de las referencias y los procesos económicos excluyentes, muchas veces generan en forma reactiva la cohesión y el cierre frente a la interperie global que proveen identidades regresivas ligadas a la sangre, la religión o el suelo.

De ahí que en una perspectiva crítica comprender esta nueva territorialidad es el primer paso para empezar a pensar la posibilidad de articulación dentro y entre los lugares.

Solamente a partir de pensar la política como articulación se puede empezar a andar el camino que lleve a una práxis de incidencia global de los colectivos (clases, etnias, géneros, identidades) en que se agrupan los hombres concretos afectados por los procesos anónimos de la globalización.

Y al mismo tiempo lo global de esa praxis solo podría surgir después de la tarea política de la articulación de luchas, identidades en y entre lugares, con un imaginario compartido que impugne la hegemonía ideológica neoliberal.

Articulación, articular constituyen el sustantivo y el verbo de la política en los tiempos de la globalización.

Significan devolver a lo fragmentado y discontinuo una cierta unidad parcial, recuperar la incidencia del hombre común y los colectivos en los que se reúne sobre los procesos que afectan su vida, evitar una huida hacia atrás por el camino frustrante de identidades irracionales.