Relaciones entre Japón y América Latina

 

Relaciones en preguerra

Antes de la Segunda Guerra Mundial hubo pocas relaciones económicas y políticas entre Japón y América Latina, aunque en 1940 la cantidad de comercio llegó al nivel equivalente al comercio entre Japón y Europa.

En el área político-militar, había pocos antagonismos entre Japón y América Latina. México contribuyó a la recuperación de la soberanía de Japón al concluir en 1888 el primer Tratado extra asiático. En ocasión de la guerra entre Japón y China, Chile vendió a Japón el barco de guerra Esmeralda por intermedio de Ecuador. Con ocasión de la guerra contra Rusia, Argentina vendió a Japón dos barcos, Rivadavia y Moreno.

En la época de Meiji, Japón era todavía un país pobre y el gobierno decidió enviar gente al extranjero. En los primeros años se envió a Asia y Norteamérica. El primer proyecto oficial de migración para América Latina fue organizado en 1897 en que 35 personas desembarcaron en Chiapas, México. En 1899 llegaron 790 inmigrantes japoneses a Perú, y en 1908 empezó la inmigración para Brasil con la llegada del primer grupo de 781 personas.

Hasta 1941, casi 245.000 personas migraron a América Latina. Brasil es el país que recibió el mayor número (189.000). Llegaron 33.000 al Perú y otros 15.000 a México y 5.000 a Argentina.

 

Relaciones en las primeras décadas de posguerra

Los países latinoamericanos ayudaron a Japón a recuperar la independencia después de la Segunda Guerra Mundial. En 1951, todos los gobiernos firmaron el Tratado de Paz con Japón y quedó así legalmente terminada la beligerancia. Este tratado pronto pudo tener efecto gracias a la ratificación masiva y rápida de los países latinoamericanos. Los países latinoamericanos también ayudaron a Japón a integrarse en las Naciones Unidas en 1956.

Debido a la dificultad económica en los primeros años de posguerra, el gobierno japonés reanudó su política de migración y mandó 80.000 personas para América Latina entre 1952 y 1970. Otros 20.000 individuos migraron a América Latina con su propia iniciativa. En total, Brasil aceptó 70.000, seguido por Argentina con 12.000, Paraguay con 9.600 y Bolivia con 6.000. Desde entonces, ofrecer ayuda a los inmigrantes ha sido uno de los propósitos más importantes de la diplomacia japonesa en América Latina.

Japón aplicó en América Latina la política de separación del aspecto político y el económico, enfatizando las relaciones económicas con cualquier país de la región. Así, Japón mantuvo relaciones cordiales con el gobierno izquierdista de Cuba y con los gobiernos militares de Brasil, Argentina y Chile.

Las empresas comerciales japonesas, las famosas Sogo Shosha, tendieron sus redes comerciales en toda América Latina, para comprar materia prima y vender productos manufacturados de Japón. Hasta 1980, América Latina contó con unos 7% de todas las exportaciones japonesas, un nivel más alto que el de la preguerra.

También había muchas inversiones japonesas en el sector industrial y en el minero. En 1971, América Latina ocupó 15,7% de todas las inversiones japonesas en el mundo. La mitad estaba en la industria manufacturera y un cuarto en el sector minero. La inversión japonesa en América Latina siguió aumentando en la década del 70 y llegó a contar con 17% de total en 1980.

La importancia económica de América Latina estaba aumentando hacia el comienzo de la crisis de deudas acumuladas. Además, América Latina, con sus recursos abundantes, fue reconocida por Japón como una de las regiones importantes para su Política Comprensiva de Seguridad Nacional.

 

Relaciones económicas después de la crisis latinoamericana de las deudas acumuladas y la liberalización económica en la región

(a) Inversiones japonesas

La inversión japonesa en América Latina perdió su peso durante la "década perdida" de América Latina, llegando a 13,5% del total en 1990, o sea 4,5 puntos menos de la cifra de 1980.

Además, se cambió el contenido de las inversiones. Se observó una drástica caída de la importancia del sector manufacturero y el minero y el aumento de importancia del sector financiero (en los paraísos impositivos en el Caribe) y el de servicios como turismo, bienes inmuebles y transporte. Es el resultado de la recesión de las economías latinoamericanas y su liberalización comercial.

La desindustrialización de las inversiones japonesas es especialmente destacada en Argentina. En Chile las inversiones japonesas se concentran en los sectores de la explotación y procesamiento de los recursos naturales. En contraste, las empresas manufactureras de Japón se quedan en Brasil y están aumentando sus inversiones en México.

(b) Comercio

En la década actual, América Latina empezó a recuperar su posición en las exportaciones japonesas pero sigue perdiendo su peso en las importaciones japonesas. Solo Asia ha aumentado su peso en las importaciones japonesas.

Para América Latina, Japón es menos importante como mercado pero más importante como su fuente de importaciones. La importancia de Asia se ha incrementado en exportaciones e importaciones desde América Latina. Latinoamérica ha visto la tendencia de aumentar el comercio intra-regional. Argentina demuestra la misma tendencia aunque su dependencia en el mercado latinoamericano es mayor que el promedio latinoamericano.

Asia también ha aumentado el comercio intra-regional; los EE.UU. han incrementado su comercio con NAFTA. Sin embargo, las relaciones entre América Latina y NAFTA y entre Asia y Japón se han reducido. Todavía no existe peligro de formación de bloques económicos.

Japón ha perdido su competitividad frente a los EE.UU. en América Latina, tal vez debido al alza de la moneda nipona. En Argentina, Japón fue exitosa en los primeros años de la década actual pero perdió en los años siguientes debido, no solo a la revalorización del yen, sino al cambio de la política argentina en la industria automotriz.

Excepto el caso de México, Japón importa más de lo que exporta para América Latina. Así contribuye a la balanza comercial de los países latinoamericanos.

La gran mayoría de las exportaciones japonesas para América Latina son máquinas, incluyendo automóviles. Además, su peso ha subido constantemente. Japón ha aumentado su importación de los alimentos de América Latina (incluyendo Argentina). El peso de las materias primas y los metales está en declive aunque la cantidad absoluta es todavía muy alta. La importación de máquinas es muy baja, excepto el caso mexicano. Se ve una tendencia clara de desindustrialización no solo en la inversión sino también en el comercio de Japón con América Latina.

(c) Asistencia Oficial para el Desarrollo

Una de las características de la AOD japonesa es el alto peso de la asistencia de préstamo (en yenes por OECF). Sin embargo, los préstamos con bajo interés se ofrecen solo a los países con ingreso bajo (PBI per capita menor de 766 dólares) o mediano (entre 766 y 3.036). Por eso, se concentran en Asia (72,2% de total). Para los países con mayor ingreso, solo se ofrecen préstamos para proyectos relacionados con la protección del medio ambiente o proyectos que afectan a más de un país de la región.

La asistencia financiera no reembolsable se ofrece solo a los países pobres. No se otorga a los países con mediano y alto ingreso excepto las pequeñas cooperaciones culturales.

Por fin la cooperación técnica (mayoría por JICA) es para todos los países incluyendo los países con mayor ingreso.

En los años recientes se destaca la asistencia para los países centroamericanos. Es para rehabilitación económica de la región destruida por la guerra civil durante una década, trabajo que los EE.UU. ya no está dispuesto de desempeñar.

 

Diplomacia positiva en América Latina después de la década del 80

Durante la década del 80, la mayor contribución del Japón en el ámbito internacional siguió siendo en el área económica. Es ampliamente conocido que el proyecto japonés de retorno de divisas, por ejemplo, ha sido un elemento indispensable para llevar adelante el Plan Brady y otros programas de reducción de deudas

Por contraste, la intervención de Japón en el aspecto político-militar continuó como hasta entonces, es decir, sin una orientación muy clara. Durante la guerra de las Malvinas, por ejemplo, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas Japón votó a favor de la moción presentada por el gobierno británico, exigiendo el retiro de las fuerzas militares argentinas. Pero al mismo tiempo, a diferencia de los países europeos y Estados Unidos, las sanciones económicas contra Argentina fueron "a medias tintas".

Lo mismo podría decirse con relación a los conflictos en Centroamérica. Por un lado, se efectuaron críticas al gobierno sandinista y se redujo considerablemente la asistencia económica, ajustando el paso a la política del gobierno de Ronald Reagan, quien veía a Nicaragua como un país enemigo. Pero al mismo tiempo, a partir de 1985, Japón apoyó la propuesta de paz del Grupo Contadora y secundó, con el ofrecimiento de ayuda para la rehabilitación económica después de la restauración de la paz, el Convenio de Esquipulas II de 1987, contrariando la voluntad de los Estados Unidos.

Una actitud similar se observa respecto a Panamá. En 1988, Japón admitió, otra vez en contra de la voluntad de los Estados Unidos, la sucesión presidencial forzada por el general Noriega. Pero en 1989, apoyó la resolución de la OEA que exigía la transferencia del poder al partido opositor. Y reiteró la misma actitud de no tomar partido cuando se produjo la intervención militar de los Estados Unidos. Por un lado, el gobierno japonés se lamentó ante el derramamiento de sangre por la acción estadounidense y, a la vez, expresó su "comprensión" de la situación que había conducido a dicho ataque militar.

A diferencia de las relaciones económicas, en los problemas político-militares se exige una clara distinción entre lo blanco y lo negro, los amigos y los enemigos. A lo largo de la década del 80, sin embargo, Japón mantuvo constantemente una actitud cautelosa.

En la década presente, la política exterior de Japón es todavía cautelosa en el aspecto militar, pero mucho más positiva y consistente en el aspecto político. A principios de la década del 90, el gobierno japonés decidió cuatro metas principales de su política exterior que son la protección del medio ambiente, la disuasión del uso y la exportación de las armas, la promoción de la democracia, y el fortalecimiento de la economía de mercado. América Latina es hoy la región en que estos objetivos son realizados de una manera más positiva y consistente en el mundo. Hay varias razones para explicar este fenómeno.

En primer término, por contraste con otras regiones en vías de desarrollo, hay pocos enfrentamientos militares serios en América Latina. Entonces, Japón necesita preocuparse menos por involucrarse en los asuntos militares. En América Latina, Japón puede concentrar su energía en los problemas económicos y políticos.

En segundo término, hacia 1990 se hizo evidente la consolidación del proceso de democratización en América Latina, especialmente a partir de la transferencia del poder a los partidos de oposición efectuada en Chile por el gobierno militar de derecha, y en Nicaragua por el gobierno sandinista. Desde el punto de vista del gobierno japonés, en América Latina desaparecieron entonces las posibilidades de verse envuelto en una confrontación política grave, a diferencia de Asia, Africa o el Medio Oriente, en donde todavía persisten gobiernos autoritarios.

En el aspecto económico, hacia principios de la década del 90, casi todos los países latinoamericanos abandonaron el modelo de sustitución de importaciones con excesivas protecciones estatales y adoptaron el modelo liberal que da más importancia al funcionamiento del mercado. América Latina está hoy a la vanguardia de la reforma económica en esta dirección.

De modo que América Latina se transformó en una suerte de centro de experimentación de los objetivos que guiarían la política exterior japonesa en la década actual: el apoyo a la democracia y el fortalecimiento de la economía de mercado. Aquí se fusionan el aspecto económico y el político.

Por ejemplo, cuando en 1991 se formó el PDD (Partnership for Democracy and Development), organismo informal constituido por los países de la región, países desarrollados y organizaciones internacionales, con el objeto de ayudar la recuperación de los países centroamericanos según la línea democrática-liberal, Japón asumió una participación activa, haciéndose cargo de la presidencia del grupo de trabajo sobre desarrollo económico. A partir de 1992, los programas de la Asistencia Oficial para el Desarrollo del gobierno japonés dirigidos a los países de Centroamérica se incrementaron rápidamente, a un punto tal que en muchos de ellos Japón se convirtió en el primero o segundo país donante. También aumentó el grado de compromiso en el aspecto político. En las elecciones presidenciales celebradas en El Salvador, en marzo de 1994, por ejemplo, siguiendo las normativas establecidas en la Ley de Cooperación Internacional, se enviaron 15 miembros para participar en el grupo observador de las Naciones Unidas y se efectuaron aportes financieros.

Con relación a Perú, cuando en abril de 1991 se celebró en Japón la asamblea anual del BID (Banco Interamericano de Desarrollo), el gobierno japonés contribuyó a la organización de la reunión informal para la asistencia a dicho país, y en términos reales se desempeñó, junto con los Estados Unidos, como líder del grupo. Un préstamo cercano a los 1.100 millones de dólares concedido por este grupo de apoyo, en septiembre del mismo año, fue el empujón inicial para la recuperación económica del Perú. En abril de 1992, cuando tanto los Estados Unidos como los países vecinos de América Latina expresaron su descontento ante el autogolpe realizado por el presidente Fujimori, Japón se encontró situado ante un nuevo dilema. O apoyar a la democracia, de acuerdo a los principios de la política exterior, o apoyar al presidente de origen japonés que por entonces ya gozaba de gran popularidad, incluso en Japón. En esas circunstancias, el gobierno envió a un alto oficial del Ministerio de Asuntos Exteriores, quien pudo persuadir al presidente Fujimori sobre «la necesidad de llevar a cabo el proceso de retorno al sistema democrático, de un modo satisfactorio para la comunidad internacional». Este encuentro era una de las razones por las cuales el presidente Fujimori cambió su plan inicial, que pretendía la aprobación del proyecto gubernamental de modificación de la Constitución en un plebiscito, y decidió primero convocar a elecciones constitucionales para la redacción de la nueva Constitución, que después sometería al voto ciudadano. Las críticas internacionales se atenuaron paulatinamente, y cuando se reunió la Asamblea Constituyente, en diciembre de 1992, la OEA (Organización de Estados Americanos) declaró «resuelto» el incidente en contra de la democracia desencadenado por el presidente Fujimori. Inmediatamente, Japón le otorgó un préstamo puente por 860 millones de dólares a través del Banco de Exportación e Importación de Japón. Esta medida fue decisiva para que el Perú fuera reintegrado en la comunidad financiera internacional.

En el caso de Haití, para las elecciones presidenciales de diciembre de 1990, Japón envió a tres miembros al grupo de observación electoral de las Naciones Unidas. Con motivo del golpe de Estado de septiembre del año siguiente, Japón suspendió la asistencia económica, salvo una cifra menor en ayuda médica. Cuando en mayo de 1994 las Naciones Unidas decidieron endurecer las sanciones contra el gobierno militar, Japón actuó conforme a dichas medidas. Y luego de la vuelta al poder del presidente Aristide, en octubre de 1994, además de reanudar la asistencia económica (a los refugiados que regresaban y otros aspectos de emergencia), colaboró en las elecciones parlamentarias y presidenciales mediante el envío de miembros al grupo de observación de la OEA.

Hemos visto que desde los años 90, la política exterior japonesa respecto a América Latina adquirió una actividad y coherencia claramente diferente a la seguida hasta entonces. Esta actitud de compromiso activo, aparece también reflejada en los numerosos foros políticos organizados en la región por iniciativas japonesas. Desde 1989, el ministro de Asuntos Exteriores del Japón se reúne con sus pares de los países del Grupo de Río con ocasión de la Asamblea General de las Naciones Unidas. Asimismo, desde 1993, el mismo ministro se reúne anualmente con los ministros de Relaciones Exteriores de los países a cargo de la presidencia del Grupo Río, la Troica (constituida por el anterior, el actual y el siguiente). También desde 1993 se lleva a cabo el Foro de Japón y el Caribe, y desde 1995 el Foro «Diálogo y Cooperación», entre Japón y los países de Centroamérica. Y en 1996 se iniciaron las reuniones de altos funcionarios del Ministerio de Asuntos Exteriores, el Ministerio de Industria y Comercio Exterior, la Agencia de Planificación Económica, y con representantes de los países del MERCOSUR.

De este modo, en los últimos años Japón ha adquirido un compromiso cada vez mayor en el aspecto económico y, al mismo tiempo, ha sido claro en el apoyo a un determinado sistema de gobierno, una actitud poco común hasta entonces.

 

Desafíos para el Siglo XXI

¿Cuál es el desafío fundamental para Japón en sus relaciones con América Latina en el próximo siglo? El concepto clave es "diversificación". En sus relaciones políticas y económicas, Japón ha mantenido relaciones muy íntimas con los EE.UU. y Asia. Sin embargo, la dependencia excesiva en el mercado estadounidense ha debilitado la posición del gobierno japonés frente a la presión política del gobierno estadounidense. Las demandas de los EE.UU. para la disolución de las instituciones sociales como los keiretsu y para un aumento de gastos públicos son especialmente alarmantes. Cada nación ha creado instituciones adaptadas a su cultura y su sociedad. El puro neoliberalismo podrá servir a las empresas norteamericanas, pero no tanto para otros países con diferentes tradiciones. Además, el endeudamiento del gobierno japonés es ya muy pesado. Cerca de 30% de todos los gastos ordinarios depende de deudas y 20% de los gastos ordinarios son usados para devolver las deudas. No es recomendable aumentar deudas gubernamentales en gran escala. Es claro que Japón necesita reducir su dependencia en el mercado estadounidense para recuperar su autonomía en la política económica.

Por otro lado, la mayor atención de las empresas japonesas se ha destinado a los países asiáticos. Sin embargo, la crisis asiática claramente demostró que las economías asiáticas no son inmortales. En un mundo cada día más competitivo, Japón necesita expandir nuevos mercados para sus productos industriales y nuevos sitios de inversión. América Latina es especialmente importante por su alta potencialidad en el futuro cercano.

También se necesita recordar que Japón es un país con pocos recursos naturales. Sin un acceso seguro a hidrocarburos, materias primas y alimentos, Japón no podrá reanudar su desarrollo económico para el siglo XXI. Un rápido desarrollo de las economías asiáticas, especialmente la china y la india, llevará a serios problemas para Japón en el abastecimiento de recursos naturales. América Latina es un continente donde estos recursos son abundantes. Japón necesita comenzar sus esfuerzos de profundizar sus relaciones con los países latinoamericanos con una visión de largo plazo, bajo la Política Comprensiva de Seguridad Nacional.