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Departamendo de África

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EEUU y la Ley para “luchar” contra Rusia en África: presiones y percepciones

Martín Jorge

Introducción

Hace tiempo que la política exterior rusa expone una constante que aparece en la matriz de su inserción internacional post Guerra Fría: extender su red de contactos diplomáticos en el Sur Global con el objetivo de poner en disputa el orden de primacía estadounidense, anteponiéndolo con un posible “orden multipolar” caracterizado por la “justicia y la igualdad de voces”. Más allá de las apreciaciones personales que puedan virar en torno a la propuesta rusa, lo cierto es que ha tenido un importante despliegue de recursos económicos, científico – tecnológicos y militares en el continente africano en su consecución. De esta manera, el Kremlin llevó adelante un gran número de acciones como por ejemplo: la rearticulación de las relaciones económicas post caída de la Unión Soviética, la firma de acuerdos de cooperación para la construcción de la segunda central nuclear a nivel continental que se ubicará en El – Dabaa en Egipto y la primera cumbre ruso – africana celebrada en Socchi en el 2020. Consecuentemente, pareciera que las garras del oso pardo no paran de extenderse.Ante esta avanzada, se suscitó mayor competencia con otros actores extracontinentales, que tenían un gran rol en las diferentes regiones del África. Por ejemplo, la República Popular China adquirió gran peso en el marco de su estrategia de disputar la conducción del orden internacional. Sin embargo, los polos de poder que más preocupación suscitaron ante la avanzada rusa fueron los tradicionales, como Francia (con un fuerte peso en África Occidental por su pasado colonial), Alemania y los Estados Unidos. Si bien las cuotas de poder de la Federación Rusa en la región no son las mayores en comparación a los demás Estados, lo cierto es que el crecimiento acumulado vuelve al Kremlin un actor internacional a considerarse al leer las dinámicas geopolíticas locales. En definitiva, las relaciones internacionales son relaciones de poder y al incorporarse un jugador en el tablero de ajedrez africano, necesariamente su cuadrante deba desplazar o intervenir en el juego y las posibilidades de maniobra de otros Estados.

Ahora bien, el 31 de marzo del 2022 se introdujo en el parlamento norteamericano una propuesta de ley que apuntaba a “desarrollar y presentar al Congreso una estrategia y un plan de implementación que describa los esfuerzos de los Estados Unidos para contrarrestar la influencia y las actividades malignas de la Federación Rusa y sus representantes en África…” (H. R. 7311, 2022, p. 1). Precisamente, esta propuesta inició sus tratativas en el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, terminando posteriormente con una aprobación de la misma. Actualmente, se encuentra en tratamiento dentro del Comité de Relaciones Exteriores del Senado.

El presente trabajo tendrá como objetivo buscar los elementos geopolíticos, políticos y económicos que generaron esta percepción de amenaza por parte de los Estados Unidos, llevándolos a diagramar esta estrategia de seguimiento a la política exterior rusa. La información y datos aquí recabados servirán como insumo para, a futuro, poder seguir profundizando en el estudio de la legislación y su posible aplicación, si se llegase a aprobar en todas sus instancias.

¿Sólo un efecto ucranio?

Para entender el surgimiento de esta ley hay que realizar una breve reflexión sobre el contexto en el cuál la misma es enviada a la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. A saber, la fecha se produce luego de dos acontecimientos importantes que servirán de impulso parcial, no determinante, de este proyecto.

Por un lado, se encuentra la invasión de Rusia a Ucrania que se produce el 24 de febrero del corriente 2022, generando que aumenten las alarmas de las cancillerías europeas y asiáticas en torno a este conflicto que derivó en una guerra clásica en pleno siglo XXI. Como respuesta a la situación, Estados Unidos articuló, liderando la Organización del Tratado del Atlántico Norte una participación en apoyo a Ucrania, aunque constantemente Biden remarcó que no se enviarían ni tropas para el combate ni tropas para resguardar la paz (Wolf, 2022). Ante este conflicto, las relaciones ruso – norteamericanas volvieron a pasar por momentos de tensión revitalizando la discusión maniquea en torno a estos dos polos de histórica disputa político – ideológica.

Por otro lado, completamente conectado con lo anteriormente nombrado, se debe tener en cuenta la votación de Asamblea General del día 2 de marzo del 2022, que favoreció la sanción de una resolución que buscaba aplicar sanciones económicas a la Federación Rusa. Este acto de condena por haber incurrido en la invasión a Ucrania tuvo un amplio apoyo por múltiples Estados miembros de Naciones Unidas. En total, la votación final arrojó un resultado de 141 votos a favor, 5 en contra y 35 abstenciones (Al – Jazeera, 2022). Lo interesante del resultado de las abstenciones es que provienen, mayoritariamente, de los Estados africanos, lo cual despertó cierta atención por parte de las cancillerías. ¿A qué responde esta abstención? ¿Es resultado de la diplomacia activa que el Kremlin despliega en África hace prácticamente dos décadas?

No se puede determinar que estas son las dos causas únicas que justifican dicha propuesta de contención para con Rusia en África, sino que existen ciertos aspectos de orden sistémico y de orden regional para comprender aún más esta “propuesta” de EEUU.[1] Necesariamente es requisito aproximarnos a cómo Rusia se articula con África, por qué razón ello es preocupante para la seguridad de algunos actores internacionales, y cómo se cimenta dicha problemática en el contexto internacional actual permeado por el conflicto ruso – ucraniano.

Un primer aspecto fundamental es lo que se podría denominar como “cuestión energética” que permea de manera troncal el vínculo entre Rusia y África. Esto se debe a que la Federación Rusa se erige internacionalmente como una potencia con cuotas de poder energéticos superlativos, contando con recursos hidrocarburíferos en abundancia y disponiendo de la capacidad técnico – científica para edificar centrales nucleares, por ejemplo. Por ende, la política exterior energética del Estado euroasiático se volvió neurálgica en su inserción internacional por detentar una soberanía energética consumada por su sobre capacidad de autoabastecimiento. En diferencia, los Estados africanos sufren de fuertes problemas estructurales respecto a su matriz energética que, si bien atravesó procesos de ampliación, modernización y diversificación, incorporando energías verdes, las mismas no dan abasto en muchos casos para responder a las demandas civiles. Este déficit energético ha devenido en un punto a favor para la diplomacia del Kremlin, generando gran cantidad de acuerdos entre petroleras y gaseras rusas, así como también acuerdos para la construcción de centrales de producción energética, como es el caso de las centrales nucleares (Ahsby & Mutah, 2022).

Como consecuencia del conflicto ruso-ucraniano algunos de los proyectos de empresas rusas como Lukoil y Tatneft se vieron suspendidas o están prontas a menguar su actividad en el continente. Esta situación es resultado, en parte, de la batería de sanciones que los actores del sistema internacional empiezan a dirigir hacia Moscú. La situación de estas dos empresas con fuerte activismo en el Golfo de Guinea no son casos aislados, sino que situaciones similares empiezan a replicarse en el resto del continente (Ahsby & Mutah, 2022).

En relación a ello, aquí aparece una incógnita interesante vinculada al caso de El Dabaa, Egipto, donde Rusia articuló la construcción de la segunda central energético – nuclear continental en el marco de su cooperación técnico científica. Si bien, por el momento, no se detuvieron los flujos de financiamiento, los mismos posiblemente encuentren ciertas limitaciones si el conflicto perdura y las sanciones permanecen. El impacto de las mismas fue significativo para la economía del Estado euroasiático que ya, per sé, no dispone de una estabilidad financiero – monetaria de gran envergadura fruto de su dependencia de los precios de los hidrocarburos (Movchan, 2015).

Por su parte, otra variable que interviene en el posicionamiento de los Estados africanos en la materia, es la necesidad de importar granos desde Ucrania y Rusia, configurándose una “cuestión agrícola” de fuerte impacto. Según los datos dispuestos por Ahsby y Mutah (2022), puede señalarse que “África importó $4 mil millones y $2,9 mil millones en productos agrícolas, respectivamente, de Rusia y Ucrania”. A ello, se debe sumar el porcentaje de importación, que en países como Egipto alcanza prácticamente el 50% y un 60% respecto a la Federación Rusa. Otro caso ejemplificador es el destacado por Callamard y Mucheca (2022), donde se expone que:

“Rusia y Ucrania representan casi un tercio de las exportaciones mundiales de trigo con las naciones africanas entre sus mayores compradores. Según el Programa Mundial de Alimentos, Rusia y Ucrania suministran el 100 % de los suministros de Eritrea y el 66 % de los de Etiopía”.

Fuente: Vulnerability Analysis and Mapping, “Implicaciones del conflicto de Ucrania en la alimentación Acceso y disponibilidad en África Oriental Región”; Programa Mundial de Alimentos; (2022).

El gráfico da cuenta de la situación de África del Este respecto a estos dos actores en lo que es el mercado del trigo. El gráfico es extraído del reporte titulado “Implicaciones del conflicto de Ucrania en la alimentación Acceso y disponibilidad en África Oriental Región” del Programa Mundial de Alimentos.

En torno a estos elementos, se debe sumar el lugar de los fertilizantes que Rusia y Ucrania exportan al continente, siendo ambos actores protagonistas a nivel internacional en fertilizantes nitrogenados y potasio. Las sanciones económicas requirieron, entre otras cosas, suspender o menguar significativamente la exportación de cereales y de los productos vinculados a la fertilización (Ahsby & Mutah, 2022).

A su vez, la “cuestión de la seguridad” también se inserta en esta problemática. La realidad es que año tras año, fue aumentando la presencia de las Compañías Militares Privadas (Private Military Companies) que, de alguna manera, funcionan como presencia militar rusa en el continente de manera “terciarizada” mediante compañías privadas de sospechoso accionar. Por ejemplo, un caso renombrado es el del Grupo Wagner, que ha recibido acusaciones de violación de derechos humanos y funcionar como nuevo formato de mercenarios en manos del Kremlin.

Si bien el presidente Vladimir Putin negó el vínculo con Rusia, lo cierto es que su accionar siempre estuvo arraigado en lugares de amplio interés para Moscú, como es el caso de Crimea y de Libia, República Centroafricana o Zimbabue. Su rol, se sospecha, es el de actuar como aquel “brazo informal” de la Federación Rusa en África, ejecutando las políticas más engorrosas donde se entremezclan elementos como el control de enclaves núcleo de recursos naturales (control de minas o zonas aledañas a potenciales pozos petroleros). A medida que transcurre el tiempo el vínculo entre este grupo y el círculo de decisiones de Moscú se fue reforzando hasta, incluso aparecer en documentos de Naciones Unidas denunciando los abusos por parte de los mismos (Rondeaux, 2019).

Puede decirse, entonces, que estos dos hechos específicos, la guerra ruso – ucraniana y las abstenciones africanas ante las sanciones a Rusia, terminan de dar un impulso para que EE.UU endurezca sus posturas frente al Kremlin. Particularmente, el segundo acontecimiento sintetizó una realidad a enfrentar: Moscú amplió sus cuotas de poder y conexiones dentro del mundo africano. Por ello, realizar una breve reflexión sobre estas variables es importante para comprender el surgimiento de la nueva ley que está siendo procesada por el Congreso estadounidense. Entender la vinculación entre las mismas y la ubicación de éstas en un contexto de guerra ruso – ucraniana da cuenta de que las relaciones ruso – africanas son vinculaciones geopolíticas que ameritan una estrategia de abordaje.

Esta Ley, presentada por el representante demócrata Gregory Meeks quizás es el reflejo de una percepción de amenaza en función de la alteración del status quo por el activismo del actor euroasiático. Lo cierto es que el apoyo en la casa de representantes tuvo alcance transversal a los partidos políticos, arribando a un consenso bipartidista para sancionar la ley. Al parecer, las cuestiones y variables anteriormente analizadas tienen reflejo en tres supuestos: África es un continente donde la influencia rusa se ha acrecentado alterando las relaciones de poder; que Rusia encuentra en África un respiro a las sanciones fruto de los mercados pequeños y medianos abiertos al Kremlin y, como consecuencia de los dos aspectos anteriores, sus vinculaciones africanas están relacionadas a las capacidades de maniobra rusas a nivel internacional. En palabras de Gregory Meeks (2022):

“Estoy orgulloso de la muestra excepcional de apoyo bipartidista a la Ley de Lucha contra las Actividades Rusas Malignas en África que fue aprobada por la Cámara a principios de esta semana. Es una demostración de cómo la guerra de Putin en Ucrania y las actividades ilícitas y corruptas del Kremlin en África para financiar esa guerra y otras hazañas han trabajado para unificar al Congreso y a la comunidad internacional (…) Mientras continuamos presionando a Putin y sus agentes por cometer crímenes de guerra durante esta injustificable guerra de agresión, no podemos olvidar que la Federación Rusa continuará buscando vías a través de las cuales pueda robar, manipular y explotar recursos en partes de África para evadir sanciones y socavar los intereses estadounidenses”.

En su intervención se ven reflejados algunos de los supuestos anteriormente nombrados. En definitiva, la matriz geopolítica que subyace tras las relaciones entre Rusia y África es percibida como una amenaza para los demás actores en el tablero africano. Por ello sería un error comprender a esta ley como una respuesta reactiva por parte de EEUU hacia el Kremlin por lo acaecido en Europa del Este, sino que hay “cuestiones de fondo” que ameritan un seguimiento de la política exterior rusa en el continente aquí analizado.

Críticas desde África

Las críticas del continente respecto a la situación de Ucrania requieren, para una comprensión cabal, la realización de un breve racconto histórico. Sin las intenciones de desarrollar un apartado histórico, la realización de un punteo puede ser ilustrativa para comprender qué aspectos facilitan o dificultan las interacciones entre los Estados africanos y Rusia – Estados Unidos. Si bien ambos tienen diferencias, algunas similitudes y cargan con tramos históricos surtidos, los elementos a mencionar son apelados al pensar algunos posicionamientos diplomáticos del continente respecto a la Guerra ruso – ucraniana, por ejemplo.

En primer lugar, ambos actores del norte global no tienen, en su historial del siglo IX y XX, una impronta colonial – imperialista tradicional en África como sí lo disponen actores como Francia, Gran Bretaña o Bélgica. En el caso de estos tres últimos, estamos ante las grandes coronas que, en su momento, habían estructurado enclaves coloniales en gran parte del continente. Sin embargo, no por ello se debe considerar que el prontuario de ambas se presenta impoluto, es aquí donde aparecen ciertas diferencias fundamentales para la narrativa de ambas.

Rusia se presenta como aquella orgullosa heredera de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en la región. El factor de “orgullo” no es menor, puesto que esta superpotencia contribuyó material y diplomáticamente en los procesos de liberación nacional de los Estados africanos. De la década del 50 en adelante, cuando inicia el proceso de descolonización en el continente, la Plaza Roja logró la articulación de sus maniobras con una multiplicidad de grupos revolucionarios y guerrillas para combatir la ocupación occidental. El Kremlin se proyecta hacia el continente como una potencia estrictamente diferente a las occidentales, haciendo hincapié en su limpio historial colonial y remarcando su apoyo fáctico y simbólico al africanismo. Estos elementos, constituyen algunos de los pilares mediante los cuales Moscú estructuró su línea discursiva hacia el continente (Lechado, 1991).

No fue hasta la desproporcionada influencia que empezaban a adquirir los soviéticos, que empezaron a articular respuestas ambivalentes fundadas en criterios pragmáticos. Es decir, en algunos casos se buscó generar una atracción a líderes que iniciaron siendo revolucionarios y, en otras situaciones, se buscó apoyar a los gobiernos coloniales locales para destituir líderes insurreccionales con vinculaciones soviéticas (Soler, 2020).

Luego de la caída de la Unión Soviética y con aquel hiato de Yeltsin que caracterizaron los 90 de la Federación Rusa, hubo una gran apuesta norteamericana de extender su influencia en el continente africano sobre tres ejes inter – vinculados: la democracia liberal, las prescripciones neoliberales y aquel american way of life. África no se escapó de los brazos de la potencia que emergió post – desplome soviético. Sin embargo, los avances fueron lentos y poco alentadores. Las iniciativas estadounidenses en la región encontraron gran resistencia por parte de actores domésticos y actores continentales, como por ejemplo en la Crisis de Somalia, el Genocidio de Ruanda, las guerras civiles que se propagaban; devenido el siglo XXI en posteriormente, las intervenciones realizadas bajo la comandancia cuasi – santa de un Estados Unidos imperial llevando adelante la guerra contra el terrorismo, los desastres acontecidos en Libia, entre otros (Osella, 2001).

Mientras transcurría la primera década del siglo XXI con múltiples retrocesos de EEUU en la región, en Rusia llegaba Vladimir Putin al poder, quién empezaría tiempo después a configurar su política hacia el continente bajo el estandarte de construir un “orden multilateral” que incluya a los Estados africanos y se distancie del “unipolarismo imperial” estadounidense.

La necesidad de traer a reflexión el breve punteo histórico es poder identificar que la presencia de Rusia en el continente tiene un pasado complejo de intervenciones y que acentuó el repliegue norteamericano con el pasar de los años. Luego del 11 de Septiembre y el inicio de la guerra contra el terrorismo proclamada por George W. Bush se debe establecer una consideración: África no obtuvo mayor relevancia bajo la política securitizada de EEUU; sino que fueron Medio Oriente y el Norte de África las dos regiones que pasaron a la cabeza de la agenda de la Casa Blanca. Inclusive, primero fue el caso de Medio Oriente y, posteriormente, se acentúo en la incorporación del Norte de África y el Magreb. África Subsahariana fue permeada por diferentes actores que empezaban a tener más participación ante la retirada de los Estados Unidos. Este repliegue se tornó hasta discriminado por relegar regiones al desprecio con un Donald Trump refiriéndose a los Estados del África como “shitholes” (García & Ibañez, 2022).

Ahora bien, cabe preguntarse de qué manera se inserta la guerra ruso – ucraniana en estas relaciones. Esta carga histórica que disponen ambos actores extracontinentales tiene distintos pesos en función de los Estados africanos que se debe tener en consideración. A pesar de que existan Estados con particular afinidad a las capitales occidentales u orientales, lo cierto es que existen puntos que gran parte de los Estados africanos coordinadamente plantearon a la hora de pensar la discusión sobre la guerra y las sanciones que a Rusia se le aplicaban por ella.

Por un lado, la resolución debatida en Naciones Unidas se deliberó sin tener en consideración la participación total de la Asamblea General, evitando incorporar las visiones y las percepciones de diferentes actores del sistema internacional, como son los Estados africanos. En este sentido, se podría haber contemplado, si se los incorporaba en la discusión, que los mismos iban a verse fuertemente damnificados por las sanciones tal como el impacto que tiene la cuestión agrícola. A su vez, se despiertan críticas acerca de la rendición de cuentas rusas, mientras se siguen ignorando los bombardeos saudíes en Yemen que han desestabilizado la región y generado múltiples olas migratorias hacia el Cuerno de África (Callamard y Muchena, 2022).

Lo que algunos representantes de Estados africanos señalan es que la cuestión de fondo presente en la discusión de aprobar las resoluciones condenatorias poco tiene que ver con solucionar o encauzar el conflicto en Ucrania. Por el contrario, se señalaba que la matriz es esencialmente geopolítica. Según el presidente de Sudáfrica:

“La resolución que hemos considerado hoy no crea un entorno propicio para la diplomacia, el diálogo y la mediación. Si bien estamos de acuerdo y apoyamos los esfuerzos realizados por los Estados Miembros para señalar a la atención de la comunidad internacional la situación en Ucrania, Sudáfrica considera que se debería haber prestado mayor atención a acercar a las partes al diálogo. Para Sudáfrica, el texto en su forma actual podría abrir una brecha más profunda entre las partes en lugar de contribuir a la resolución del conflicto” (Ramaphosa, 2022).

De alguna manera, estos elementos fueron generando fricciones entre los Estados africanos y aquellos impulsores de las resoluciones que sancionaban a la Federación Rusa. En algunos casos, encontramos hasta el trazo de paralelismos entre la presencia rusa en Ucrania y la presencia de distintas potencias en el marco de la crisis político-institucional que surge en Mali. Nuevamente, elementos que hacen a la historia del continente y al presente de las diferentes regiones africanas, pero que raramente encontraron la atención de los medios y las cancillerías para encontrarles solución (Callamard & Muchena, 2022).

Esta situación en la que algunos Estados africanos plantean que la discusión fue abordada erróneamente, genera distanciamiento de estos países respecto al caso ucraniano o, aún peor a lo que quizás temían los propulsores de las sanciones, terminaron aproximando a algunos Estados del continente a la Federación Rusa. En el caso del presidente sudafricano, por ejemplo, inició con una postura equidistante del conflicto, pasando luego por una crítica a los procesos de resoluciones en Naciones Unidas, a finalmente culpar públicamente a la OTAN de ser responsable de que se hayan desatado los conflictos en Europa del Este. De alguna manera, estas controversias se engloban bajo el concepto de “Estados espectadores” que Ramaphosa utiliza constantemente al referirse a la percepción de los Estados tomadores de decisiones respecto al lugar de los Estados africanos en estos momentos (Aljazeera, 2022)

Otro caso ejemplar es el del presidente senegalés Macky Sall, actual jefe de la Unión Africana, que se reunió con Vladimir Putin en pleno conflicto ruso – ucraniano para debatir acerca de la crisis de seguridad alimentaria que estaba atravesando África fruto del desabastecimiento de trigo, entre otras cosas. Inclusive, en una apuesta por mostrar una política proactiva, se expuso la buena voluntad de la Unión Africana para mediar en el conflicto ya que los Estados del continente disponen de una amplia relación con ambas partes fruto de las relaciones agrícolas. De esta manera, se planteó que «forma parte de los esfuerzos de la actual presidencia de la Unión para contribuir a la tregua en la guerra en Ucrania, y la liberación de las reservas de cereales y fertilizantes cuyo bloqueo afecta especialmente a los países africanos» según Chadian Moussa Faki Mahamat (2022), actual presidente de la Comisión de la Unión Africana (Majeed, 2022).

La conformación de la Ley de EEUU para realizar un seguimiento a Moscú en el continente se da en un marco de fuerte desinterés por parte del coloso norteamericano hacia la región. Inclusive, la administración Trump se esforzó por socavar aún más los vínculos existentes con las naciones de África Subsahariana, específicamente. Por ende, quizás este motivo pueda deberse a dos hipótesis no excluyentes: EEUU coloca su mirada en África en vistas unívocas de supervisar el avance ruso, o EEUU vuelca algo más de atención a los comportamientos de actores en el continente porque observa un aumento de la relevancia estratégica del mismo a nivel global.

Reflexiones finales

Según las nociones teóricas del realismo neoclásico, para comprender la política exterior de un Estado es indispensable identificar las presiones sistémicas que aquel experimenta y cómo las mismas son interpretadas por los agentes tomadores de decisiones. Por ende, la necesidad de abordar algunos de los puntos aquí expuestos es poder identificar algunos elementos que contribuyen a explicar el porqué de esta nueva legislación norteamericana en proceso (Rose, 1998).

En este caso, encontramos que uno de los elementos que hacen a las presiones sistémicas son las apuestas del Kremlin por aumentar sus capacidades de maniobra a nivel internacional en vistas a disputar mayores cuotas de poder. Esta apuesta, en el caso concreto de África, se materializa en el aumento progresivo – en términos cuantitativos y cualitativos – de los lazos entre el Kremlin y las cancillerías africanas. Aquí aparecen, por ejemplo, la cuestión agrícola, la cuestión energética y la cuestión de seguridad como ejes problemáticos que son el resultado de una política exterior dirigida a ampliar las vinculaciones en esas áreas. Este aspecto ha devenido en la percepción de una amenaza para la influencia de los Estados Unidos en el continente africano, ya que la participación regional rusa genera alteraciones en el status quo del tablero geopolítico africano.

Sin embargo, cabe realizar una pregunta que aún dista de tener respuesta ¿Es una preocupación por cómo se acomodarán las piezas de la geopolítica africana o la preocupación se focaliza en el tablero global y África es solo una pieza del mismo? Para responder esta incógnita se requerirá profundizar estos estudios. Lo cierto es que no necesariamente las opciones presentadas sean excluyentes. La participación de Moscú en los mercados energéticos y agrícolas del continente del sur global genera lazos que acercan a estos actores culturalmente diferentes y geográficamente distantes. A pesar de ello, esta percepción de amenaza también se enmarca en un “duelo bipolar” que enfrenta a EEUU y a la República Popular China. Las mismas vinieron a destacar los límites del apoyo africano a Occidente, exponiendo, por un lado, los lazos que han vinculado estos actores internacionales (cuestión agrícola, cuestión energética y la cuestión de seguridad) y, por otro, la crítica a recibir por parte a los Estados africanos como aquellos que se limitan de “espectadores” ante las problemáticas internacionales.

Las iniciativas de acercamiento de la Unión Africana a Rusia y a Ucrania, junto a la participación en espacios multilaterales de distintos líderes y jefes de Estados africanos, ha dado cuenta de que la actitud de África ante el conflicto ruso – ucraniano no apunta, aunque sea en términos ideales, a ser pasiva. Quizás en esto se puedan encontrar elementos que aporten a una revalorización del lugar de África en el sistema internacional, desde aquella percepción de un continente salvaje, poco desarrollado, inestable e irrelevante, a un continente que busca tener participación en los grandes temas de agenda internacional y dar cuenta de su potencial aporte diplomático ante estas situaciones. La pregunta que puede cerrar este artículo, y que llevaría a repensar la región para la totalidad de los actores del sistema internacional, es; ¿África está adquiriendo mayores cuotas de relevancia para la geopolítica internacional?

Notas

[1] Algunos de los elementos a destacar son las relaciones Washington – Pekín tensadas en el marco de la disputa por la conducción del Orden Internacional, la existencia de un fuerte discurso maniqueo que apunta a Vladimir Putin como el “Stalin del siglo XXI”, la posición de quienes enmarcan el conflicto en una batalla entre democracias liberales y las autocracias orientales, entre otras (Friedman, 2022).

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