Tan magno evento se recuerda en todo el orbe. Cientos de paneles en Congresos, como los que hubieron la semana pasada en AECPA (España), historiadores estelares, recorriendo el mundo, como Orlando Figes la semana próxima en Santiago de Chile, libros como el de Martín Baña y Pablo Stefanoni en nuestro país, que se venden como nunca antes, seminarios que nos solicitan sobre el tema en este bimestre en Buenos Aires y la lista sigue. Lo paradójico es que, en el único lugar donde no habrá conmemoración oficial alguna, es en… Rusia. Sí, en la Rusia de Vladimir Putin. ¿Por qué? He aquí algunos fundamentos preliminares.
Han pasado 100 años del proceso revolucionario, un tiempo más que suficiente, para recordar no sólo el elevado costo humano que implicó la guerra civil posterior al Octubre de 1917, sino, sobre todo a las purgas leninistas y estalinistas, la matanza de los kulaks, los 27 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, hoy eufemísticamente, «la Gran Guerra Patriótica», pero también, el despegue hasta el espacio, de la vieja URSS, sus adelantos científicos, su industrialización forzada, el poblamiento de la Siberia (hoy despoblada y amenazada demográficamente por la supuesta «socia», China), la gran paridad nuclear con Estados Unidos, etc. Es decir, el vaso medio lleno o el vaso medio vacío, según como se mire.
Putin, un ex empleado de la KGB en Dresden (Alemania Oriental), quien bien podría sentirse nostálgico como ningún otro, sin embargo conoció mejor que nadie sus carencias estructurales, es un líder conservador y elige verlo así: como un gran hito innegable con un tremendo impacto en la historia de la humanidad, pero con un desmedido, hasta innecesario, costo que no merece ser festejado ni celebrado. Sus rescates históricos de los Ilyn, Berdiayev y demás filósofos del siglo XIX que terminaron siendo despreciados por los bolcheviques; el papel de los Stolypin y los Kolchak, que quisieron modernizar al zarismo o estuvieron del lado «blanco» en el campo de batalla, respectivamente; el recuerdo de un Andrópov que bien pudo imitar el camino chino, al que no se animó o descartó un temeroso Gorbachov, son muestras elocuentes de una actitud putinista, agradecido a una URSS que ya no volverá, pero distante con aquella sanguinaria revolución, desorganizador de las vidas privadas de millones de rusos y sus descendientes, incluyendo la familia del propio líder ruso. Mucho dolor y tristeza, semejante división hoy no es bienvenida en una Rusia que necesita otras energías para llegar algún día al nivel de vida de la Alemania de Merkel, pero sin Merkel y sin las concesiones de Alemania para con Occidente, en aras de alcanzar ese umbral.
Esta Rusia no revolucionaria y que además percibe desconfiada en cada revolución actual (Ucrania, Georgia, mundo árabe), una conspiración americana para desestabilizarla en su propio «patio trasero», merece una oportunidad histórica hacia adelante. Sin negar su pasado pero atreviéndose a dejarlo atrás. Es la mejor y más saludable manera de recordar a sus muertos, tantos que es imposible obviarlos; pero al mismo tiempo, la necesaria para que sus nietos y bisnietos reconstruyan y proyecten un gran país, con una gran historia, pero con un enorme futuro. Putin lo sabe e interpreta mejor que nadie en Rusia. Por ello, volverá a ganar en marzo del 2018, si es que volviera candidatearse como Presidente.
Dos grandes detalles finales sobre la Revolución Bolchevique en estos tiempos de Putin. Las grandes ciudades rusas hoy sólo conmovidas por un hecho relevante (pero en las antípodas de lo ideológico), el próximo Mundial de Fútbol 2018, muestran un gran cartel, con una leyenda que dice «Su Majestad, perdónanos«, con el rosto de Nicolás II. El otro, los ancianos de 70 a 80 años, todos los 7 de noviembre van con sus banderas rojas del viejo Partido Comunista, cantan a capella los viejos sones bélicos, recuerdan a los que ya no están dejando sus ofrendas florales fuera del perímetro de la legendaria Plaza Roja al pie de la estatua del Mariscal Zhukov, el héroe de la resistencia soviética al nazismo en la II Guerra. Este año no será la excepción.
Casi con seguridad los rodeará la policía, no estarán tan sólos como antes, los acompañarán sus hijos y nietos sólo por respeto y tendrá una carga politizada – más que nunca- por las elecciones tan cercanas. Sin embargo, el resultado final en marzo de 2018, no será el tren blindado de Lenin desde Suiza, sino otro que ya conocen todos.
Marcelo O. Montes
Cátedra de Rusia
Departamento de Eurasia
IRI – UNLP