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Israel y Emiratos Árabes Unidos: dossier completo sobre un affaire regional.

El avión ya despegó, con destino a Abu Dhabi

A fines de octubre de 2018, hace casi dos años, el himno nacional israelí sonó en Abu Dhabi por primera vez en la historia. La ocasión era el Grand Slam de la Federación Internacional de Judo. En dicha competencia participaron dos deportistas israelíes, Sagi Muki y Peter Paltchik, quienes ganaron en distintas categorías, las medallas de oro. Lo interesante fue que, Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU), no mantenían relaciones diplomáticas. Es más, EAU seguía prohibiendo cualquier tipo de representación de símbolos nacionales de equipos israelíes, incluyendo la bandera. Sin embargo, esto revelaba un proceso de cambio que incluía a otros países de la península arábiga.

Desde Omán, Yusuf bin Alawi bin Abdullah, ministro de Relaciones Exteriores, había señalado en aquel entonces que «Israel es un Estado presente en la región, y todos lo entendemos». Como si esto no fuese suficientemente enfático, agregó: «el mundo también reconoce este hecho. Quizás sea tiempo para que Israel sea tratado del mismo modo (que otros Estados) y que cargue con las mismas responsabilidades». La cuestión de la responsabilidad, ligada a la del reconocimiento soberano es interesante. Especialmente, si se vincula al conflicto palestino-israelí. Las monarquías del Golfo vienen mostrándose cada vez más favorables a Israel pero, hasta ahora, no han dejado de musitar algún que otro recordatorio: el tema palestino debe resolverse.

Quizás el ministro bin Abdullah sugería que más allá de compartir intereses estratégicos con Israel, la oficialización de las relaciones podía representar un futuro factor de presión en favor de la cuestión palestina. En su momento, el ministro aclaró que Omán podría participar no como mediador entre las partes, pero sí apoyando iniciativas de paz como las que presentaba el presidente estadounidense, Donald Trump. Sin embargo, el anuncio tripartito de esta semana, pronunciado por autoridades de Israel, EAU y Estados Unidos, da a entender lo contrario: el Mundo Árabe está dispuesto a omitir el proceso de paz y viajar sin escalas de Tel Aviv a Abu Dhabi, habilitando la cooperación en materia de seguridad, salud, entre otros aspectos.

Acercamiento con Israel, postergación con Palestina.

Las palabras del ministro omaní se oyeron en una Cumbre de Seguridad en Bahrein, la décimo cuarta del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos y, habían sido celebradas por el ministro de Relaciones Exteriores de dicho país, Jalid bin Ahmed al-Kalifa, y del de Arabia Saudita, Adel al-Jubeir. Éste último señaló que normalizar las relaciones con Israel constituía un factor en el proceso de paz; lo dijo un día después que Benjamin Netanyahu, primer ministro israelí, visitara Muscat, capital de Omán, y se entrevistara con el sultán Qabus, fallecido este año.

Dicha visita había provocado un pequeño escándalo: Mahmud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, expresó su malestar al sultán, quien le respondió coordialmente que la normalización de los vínculos entre Israel y el Mundo Árabe no sería en desmedro de los intereses palestinos. Este acercamientos se fundamentan, por un lado, en el recelo generalizado de las monarquías del Golfo a Hezbolá, el presidente sirio Assad e Irán. Por otro, en las agendas de los gobiernos de Arabia Saudita y de EAU, que pretenden mostrarse al mundo como potencias emergentes, modernas y liberales, a la vez que participan en el conflicto armado en Yemen.

La clave está, en suma, en la seguridad e intereses económicos de dichos Estados respecto a la región y a Occidente. Arabia Saudita atraviesa un proceso de reformas que apuntan a volver atractiva su economía al capital financiero internacional, más allá del petróleo, mostrándose proclive a ciertas concesiones como la designación de juezas y la ampliación de derechos a las mujeres (aunque se mantengan instituciones tradicionales sumamente restrictivas de sus libertades), propugnando conformar, aunque sea simbólicamente, una «adaptación progresiva» o “modernización», para conformar las expectativas de los valores liberales occidentales.

Tecnología militar por normalización.

Por otro lado, los conflictos bélicos vigentes en Yemen y la creciente presencia de fuerzas armadas iraníes en Siria preocupan a la corona saudí, acérrima enemiga del régimen de los ayatolas en Irán, que encuentra cada vez más terreno común para negociar la normalización de sus relaciones diplomáticas con Israel. No por nada trascendió, también en 2018, que Arabia Saudita había firmado con Israel un acuerdo por 250 millones de dólares a partir del cual el segundo proveería al primero tecnología sumamente sofisticada en espionaje, pese a que tampoco tienen relaciones diplomáticas oficiales.

Esto no fue óbice para que ambos gobiernos concretaran un acuerdo (negociado en Londres y en Washington) en el que el sistema de defensa anti-misiles israelí, el «Iron Dome» (Domo de Hierro), fue adquirido por los saudíes, a quienes expertos israelíes entrenarían para operar en la frontera con Yemen. Lo mismo vale para Omán o EAU: en efecto, existen conversaciones sobre un ambicioso proyecto ferroviario con distintas conexiones entre los países del Golfo e Israel. Emprendimientos de este estilo concretarían una inédita integración regional, desde el Mediterráneo al Golfo, facilitando el tránsito de pasajeros y bienes como combustibles, insumos para la industria, la tecnología informática, entre otros. La composición de un mismo frente regional indicaría que para consolidar un factor de disuasión a Hezbolá, Assad e Irán, es preciso fortalecerse mutuamente: eso incluye el reconocimiento de la legitimidad del otro a ejercer soberanía su territorio, principio fundamental de toda relación inter-estatal.

Emiratos Árabes te agregó como amigo: a Donald Trump le gusta esto.

La normalización de las relaciones entre Emiratos e Israel debe rastreaerse en este período reciente, pero adquiere una significancia clave reparar en el contexto en el que ocurre. En efecto, una de las grandes controversias de este año ha sido la insistencia de Netanyahu de anexar cerca de un 30% de Cisjordania: más específicamente, la región del Valle del Jordán. Esto, precisamente, en un año en que se halla sumamente debilitado y desprestigiado por sus causas de corrupción, por la crisis económica que atraviesa el país como efecto de la pandemia, y la de inestabilidad política que marca al gobierno de unidad vigente, forjado después de tres instancias electorales: tan fragil es la presente coalición que se especula un próximo llamado para fin de año o comienzos del próximo.

Entonces, que persistiera la voluntad de anexar en este escenario, pese a la ruptura de cooperación con la Autoridad Nacional Palestina y al repudio de la Liga Árabe sugiere al menos una inevitable reflexión. Es decir, aunque los portavoces de EAU y demás representantes del Mundo Árabe protestaran contra la perspectiva de anexión (como hizo la monarquía jordana, que desde 1994 normalizó sus relaciones con el país vecino) esto no ha impedido concretar la oficialización de una relación preexistente. Tal normalización fue patrocinada por Donald Trump, autor de un paradojico “acuerdo del siglo”, carente del consentimiento de una de las partes. Todo esto da a entender que para el Mundo Árabe, la cuestión palestina está perimida, ¿o acaso pretenden promover el fin de la ocupación a partir de su normalización?

En suma, la derecha israelí ha demostrado que puede anunciar la anexión, cual evento en redes sociales, y luego cancelarlo (transitoriamente), agregando como “amigo” a Emiratos Árabes Unidos. Se celebra el gesto, dentro y fuera de Israel, como si “Bibi” Netanyahu hubiese efectivamente desistido y capitalizado, por ello, un logro extraordinario. No obstante, la reconciliación (pluri)nacional con los palestinos queda nuevamente postergada y la pretensión soberana sobre Cisjordania, simbólicamente refrendada. Es posible que este proceso prescinda más de la figura de Netanyahu de lo que la inmediatez de los hechos nos deja entrever: las monarquías del Golfo requieren un aliado más tiempo del que “Bibi” ocupará el cargo. Atestiguamos la configuración de un multilateralismo original, del que surge un interrogante, ¿qué otros posibles anuncios puede habilitar este precedente cuya eficacia acaba de ser comprobada?

Ignacio Rullansky
Coordinador
Departamento de Oriente Medio
IRI – UNLP