El 26 de junio de 1945, tras un mes de deliberación en San Francisco (Estados Unidos) y cinco años y medio de iniciada la aún no terminada Segunda Guerra Mundial, 50 Estados se daban una segunda oportunidad (la primera fue la Sociedad de las Naciones) y apostaban a la creación de una organización universal y general con el principal objetivo de mantener la paz y seguridad internacionales. Hace 80 años se adoptaba y autenticaba la Carta de la Organización de las Naciones Unidas.
Con todo este tiempo transcurrido y una membrecía de 193 Estados, no puede hacerse un balance netamente positivo de su labor, pero tampoco es justo verlo como únicamente negativo.

La labor en materia de derechos humanos, refugiados, asistencia humanitaria, desarrollo económico y, nada más y nada menos, el hecho de haber sido el foro donde se evitara un Holocausto nuclear nos permiten ser “ligeramente optimistas”.

Es cierto que el mantenimiento de la paz, en estos días, parece ser más un “debe” que un “haber”. Pero también es cierto que la organización no tiene herramientas ni recursos para la obtención de sus Propósitos ni la protección de sus Principios si quienes debieran ser los responsables últimos de garantizar el trabajo de la ONU, vale decir, las más grandes Potencias, se erigen como los infractores reincidentes.

Muchos ataques se oyen contra la ONU desde estas tierras. Es pertinente señalar que un país débil, periférico y vulnerable como el nuestro necesita, tanto como el agua, de una organización multilateral global más fuerte que nunca.
Y, por otro lado, quienes la atacan o desgastan de manera constante alrededor del mundo, quizás debieran recordar lo que dijera quien fuera su brillante Secretario General, Dag Hammarskjöld: “Naciones Unidas no fue creada para llevarnos al paraíso, sino para salvarnos del infierno».

Juan Alberto Rial
Secretario 
IRI – UNLP