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No más FARC

El conflicto armado colombiano tiene como una de sus principales aristas, al enfrentamiento más viejo del continente, entre las FARC y el Estado. Por lo cual, la desmovilización no significará en teoría el fin del conflicto, que cuenta con otros actores y variables, y que ha costado unos 250 mil muertos, más de 50 mil desaparecidos y unos 8 millones de víctimas, calculando las cifras apenas desde 1985. El ELN aunque negocia con el Estado sigue matando policías y militares, y las Bandas Criminales en la sombra, imponen su narcoviolencia como producto de la metamorfosis paramilitar, a donde seguramente se integrarán algunos reductos guerrilleros en desacuerdo con el actual proceso.

Sin embargo, acabar con el slogan FARC, representa desarmar a la guerrilla más numerosa de América, que llegó a tener unos 20 mil miembros, y que en la actualidad se estiman en 8 mil. Un gran número si recordamos que éste grupo se formalizó en 1964 apenas con 48 guerrilleros. Pero ya desde el “Bogotazo” del 9 de abril de 1948, las células de autodefensa campesina e indígena y otros miembros clandestinos del partido comunista, se movilizaron a nivel nacional en razón a la violencia bipartidista de los entonces tradicionales: liberales y conservadores. En el recorrido, la guerrilla definitivamente se prostituyó decantando en accionares terroristas y otros crímenes internacionales, con activos en empresas narcoviolentas, y, como resultado un justificado pero influenciado rechazo social, lo cual asegura su fracaso político.

Fueron fallidos los procesos de paz intentados por Belisario Betancur en los 80s; los resultados del ataque a Casa Verde de Gaviria en los 90s; la silla vacía y el temporal Caguán de Pastrana que dotó por unos días a las FARC del estatus político de beligerancia, y que sólo logró el fortalecimiento y expansión del grupo, consolidando la internacionalización del conflicto con la entrada del Plan Colombia (hoy Plan Paz). Concomitante con la barbarie paramilitar vivida durante los mandatos de Uribe, se disminuyeron los índices de homicidios gracias a las desapariciones a punta de fosas comunes, falsos positivos, descuartizamientos, uso de cocodrilos, tigres y leones. Lo que copiaron expendedores de drogas en el centro de Bogotá (El Bronx), usando también ácido y perros para matar y eliminar humanos a plena luz del 2016.

Una vez acordados temas como los agrarios, sobre narcotráfico, relativos a la participación política y las restricciones para ejercerla provenientes del Estatuto de Roma, la creación de la Justicia Especial para la Paz y de la concepción de un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, sólo basta esperar a que casualmente el próximo 20 de julio, día de la Independencia Nacional, se firme el acuerdo final. Seguramente la Corte Constitucional dará el visto bueno al plebiscito, que no dejará mucho margen de error para alcanzar el bajo y polémico umbral del mecanismo refrendatario. Será alcanzado, incluso, con los escasos 20 puntos de aceptación al gobierno Santos.

Ahora, embriagados de discursos gloriosos de paz, deseamos que realmente se cumpla el fin de las hostilidades anunciado el 23 de junio con bombos y platillos, con presencia de la ONU y una fila de dignatarios en La Habana. Donde rechinó en la ridiculez la presencia de Venezuela como país garante del proceso así como los honores rendidos por las FARC a Hugo Chávez. Chile, Cuba y Noruega, reflejaron la posición diplomática de la sociedad internacional, limitándose al acompañamiento en los requerimientos que les haga Colombia.

Días antes de que Ban Ki-Moon le diera mayor credibilidad al anunciado fin del conflicto, Santos desparpajado alarmó al pueblo con la posibilidad de guerras urbanas y el incremento de impuestos, en caso de no lograrse la paz. Por eso no le quedó de otra que plagiar a Voltaire, sosteniendo que pese a estar en desacuerdo con la guerrilla, defenderá con todas sus fuerzas el derecho a que estas se expresen.

Ahora, los guerrilleros se concentrarán durante 6 meses en 23 zonas rurales y 8 campamentos donde portarán armas, uniformes y se suspenderán las órdenes de captura, y mientras que la ONU monitorea, realizarán jornadas productivas y de capacitación, hasta que se cumpla con la entrega total de las armas.

La coyuntura implantó al Dios posconflicto, y las élites socio-económicas aprovechan el cuarto de hora comercial y político de la paz, abriéndose una vez más sin censura a la inversión extranjera y la dominación política. Siendo claramente entendible que si el conflicto constituyó el discurso para la construcción política en Colombia, ahora lo es la paz.

Los detractores impulsados por Uribe han llegado al clímax apocalíptico de identificar el proceso como la toma del castro-chavismo a Colombia, pero se olvidan de la aberrante falsa desmovilización paramilitar gestada y que fue mucho más ofensiva en términos jurídico-políticos.

Nos preparamos para ver el salto mortal de las FARC en la nada puritana arena política. Un ambiente propicio para almas contaminadas y turbias. Por eso para no hablar de paz parcial, no perdonar lo imperdonable y poder reconciliarnos, éste escenario polémico de justicia alternativa es propicio para poder seguir arrebatando actores del juego de la muerte, esa que desea la oposición política y que alimentan los medios de comunicación, cosechando falsos rumores sobre éste proceso, sin duda histórico.

Bajo estas premisas se acondicionan los posibles candidatos a la presidencia del 2018. Para alcanzar la verdadera paz debemos recordar que sólo un pequeño porcentaje de las muertes que ocurren en Colombia, son ocasionadas, dentro del conflicto armado. La corrupción ha generado muchos tipos de asesinos y de víctimas poco importantes, excepto para el amarillismo informativo.

Es vital que no se perdonen los crímenes atroces, tal y como está previsto, pues como lo dijo Gaitán: Nada más cruel e inhumano que una guerra. Nada más deseable que la paz. Pero la paz tiene sus causas, es un efecto. El efecto del respeto a los mutuos derechos.

Diana Patricia Arias Henao
Dra. Relaciones Internacionales UNLP
Profesora de la Universidad Militar Nueva Granada
Editora de la revista de Relaciones Internacionales. Estrategia y Seguridad
Twitter:@dianaariashenao