Insatisfacciones sedimentadas, ciertos miedos atávicos, y sobre todo el cambio en el universo electoral efectivo que supuso el regreso a la obligatoriedad del voto, son algunos de los factores explicativos del categórico triunfo de José Antonio Kast en la presidencial chilena, quien además posee el mérito de haber leído mejor que sus competidores la sensación de crisis securitaria instalada en Chile por medio de la narrativa de la emergencia y eficacia, apreciadas por los nuevos votantes menos politizados y más pragmáticos. Por lo tanto, es evidente que el sufragio obligatorio, que significó que el total de votantes pasara desde algo más de la mitad al 85%, definió buena parte del resultado presidencial en Chile.
Luego está la crisis de las expectativas producto de un malestar nada nuevo en Chile, que se había hecho presente con fuerza en 2011 con las manifestaciones estudiantes y, más tarde, en el denominado estallido de 2019. Aquella sensación térmica también alimentó el voto de protesta proclive al cambio de la actual administración. Esta derivación se une al carrusel de decisiones populares en uno y otro sentido que han ido alterando la tradicional predictibilidad de la política chilena: desde la abrumadora mayoría que votó a favor del cambio constitucional sin la participación del Congreso, hasta los dos contundentes rechazos a los proyectos institucionales de 2022 y 2023 respectivamente.
No faltó quienes pensaron que el protagonismo del partido Republicano en el segundo intento de transformación institucional en 2023 dañaría la imagen de su líder José Antonio Kast, pero no fue así. Otros pensaron que su alusión a Pinochet algunos años atrás, “si viviera votaría por mí”, le afectaría, lo que tampoco ocurrió, aunque más bien se constató que el antiguo clivaje entre la proximidad o el rechazo a la dictadura se diluyó en torno a lógicas más instrumentales de la política o simplemente de la urgencia de reinstalar una idea apreciada en Chile desde épocas portalianas, el orden, lo que algunos denominan la restauración. Lo cierto es ya desde la elección presidencial de 2021, se había superado el sistema partidario que siguió a la dictadura, con el Partido Republicano y el Frente Amplio superando después de 3 décadas a las fuerzas tradicionales de los gobiernos post dictatoriales, la centro-derechista “Chile Vamos” y la ex-Concertación, dejándolas fuera del balotaje.
Kast ya antes había comenzado a ampliar su base de apoyo mucho más allá del respaldo a su primera candidatura de 2017, cuando apelaba al segmento de sociedad chilena identificada con el legado pinochetista. Su aparición en esa época reflejó la crítica a la centro-derecha y a la derecha clásica comprometida en la construcción de consensos, particularmente con el “piñerismo”, con la que estableció una relación confrontacional por su apertura al diálogo con los adversarios políticos. Aunque, Kast era no un outsider –había sido concejal y diputado cuatro períodos por la Unión Demócrata Independiente (UDI)-, se presentó como independiente, logrando un inesperado 8% de los escrutinios. Decidió entonces comenzar a institucionalizar sus posiciones mediante la creación del movimiento Acción Republicana en 2018, aunque inspirado en la revolución conservadora del fundador de la UDI, Jaime Guzmán. Dicho dirigente y teórico fue un ferviente admirador del corporativismo hispano que más tarde fusionó con la corriente neoliberal de Hayek, mediante el concepto de subsidiaredad del Estado, lo que implicaba que éste sólo actuaba cuando mercado y agrupaciones intermedias no podían hacerlo. Una idea fuerza de la Constitución de 1980.
Al igual que Jaime Guzmán, Kast se siente cómodo en las corrientes del liberalismo conservador, una versión del conservadurismo no romántico cuyos orígenes llegan hasta el “whig” Edmud Burke, aquel partidario del liberalismo burgués antirrevolucionario, potenciando el espíritu capitalista sobre la base de las instituciones históricas que encarnan la “evolución natural” y el desarrollo orgánico.
Desde el Partido Republicano fundado en 2019 Kast desplegó una posición intermedia –bisagra si se prefiere- de la tradición política hiper-conservadora, anclada a la “nave nodriza” de la UDI (desde la cual provienen varios de sus dirigentes), y las definiciones políticas cercana a la ola de una nueva derecha global y radical. Los Republicanos fueron adoptando cierta mímesis con la derecha conservadora declarando entre sus principios una “economía social de mercado” siempre derivada “defensa de la libre iniciativa privada en materia económica (…) a fin de impedir que el Estado invada el campo de actividad económica y social propio de los particulares”.
En cambio, en el ámbito internacional cultivó relaciones con Jair Bolsonaro. Ya en 2018, Kast brindó apoyo a éste en su carrera presidencial. En un encuentro entre ambos, suscribió la idea de una alianza internacional anti izquierda. Asimismo, se aproximó al líder voxista español Santiago Abascal, y manifestó interés por replicar las respuestas anti-migrantes del iliberal premier húngaro Viktor Orban. En la campaña de 2025 anunció su admiración por la primera ministra italiana Giorgia Meloni, quien ha modulado sus posiciones post-fascistas originarias optando por el atlantismo.
Lo mismo puede decirse de su viaje a Buenos Aires, un tradicional itinerario sólo interrumpido por coyunturas políticas, cuya novedad radica en la celeridad -apenas dos días después de la elección-. Se dibujó un alineamiento regional y hemisférico más allá de los matices entre ambos liderazgos. Porque Kast, aunque se confrontó a la centro-derecha histórica, no se distingue por la crítica estridente a una “casta” (el mismo un directivo tradicional), sino que prevaleció al hacer de la seguridad ciudadana y el rechazo a la migración irregular sus fórmulas anclas.
Así, en la primera vuelta de la campaña de 2025, resultó segundo con 23,93%, evitó la sobre-exposición mediática dejando el espacio de la estridencia declarativa al candidato Johannes Kayser, sacando de su programa los temas valóricos morales e internacionales, potenciando en su lugar la dimensión interméstica de seguridad e inmigración mediante una lectura adaptada a las fobias chilenas vigentes. En la segunda vuelta logró una avalancha de votos que representaron el 58.16%, desde ciertas lecturas un antiguo “cheque en blanco”, aunque no hay que olvidar que a su favor también concurrieron una parte de las denominadas “identidades políticas negativas”, aquellas que en tesituras polarizadas optan por quien consideran menos riesgoso, en este caso en contra de una candidatura que, aunque fue respaldada por una alianza amplia de centro-izquierda, tenía domicilio político comunista.
Y aunque siempre hay que cuidarse de la sobre-interpretación de los números en los balotajes, el mayor desafío para el nuevo gobierno del Presidente Kast está en el destejido “Penélope” de algunas de sus narrativas: es decir para abordar las cuestiones de lucha contra el crimen organizados o la prevención de ingresos irregulares al país, requerirá recursos y tecnología con un programa que promete recortar gastos públicos. Adicionalmente ostentará en el Congreso, a inaugurarse en marzo, la primera mayoría relativa en la cámara de diputados y la mitad del Senado que hará absolutamente necesario el diálogo y la negociación con el nuevo centro posicional del Partido de la Gente, así como con la oposición de ese entonces, escorada en la cámara alta. Literalmente una doble paradoja.
Gilberto Aranda
Profesor Titular de la Universidad de Chile
Integrante
Departamento de América Latina y el Caribe
IRI-UNLP