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70 años de la OTAN

Hace unas semanas conmemorábamos la Caída del Muro de Berlín, uno de los emblemas de la Guerra Fría. Sin embargo, hay aniversarios de otros emblemas de la Guerra Fría por estos días, de Muros que nunca cayeron, sino que continúan erguidos. Tal es el caso de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) que nació el 4 de abril de 1949, pero que en estos días celebra en Londres la Cumbre que conmemorará los 70 años de vida de esta organización.

Ante la “amenaza comunista” a Europa, Washington tuvo que rediscutir cuestiones fundamentales para poder crear este escudo ante el Oso Soviético. Gracias a la Iniciativa Vandenberg, el Senado autorizó al presidente Truman poder negociar una alianza militar en tiempos de paz, a pesar de la prohibición constitucional. Ya puesto en marcha el “Plan Marshall” (la asistencia económica provista por los Estados Unidos a Europa Occidental para reconstruir sus economías), el Tratado de Washington garantizaba algo más que una economía de mercado en Europa Central y Occidental: garantizaba (conforme su artículo 5) una respuesta colectiva por parte de los socios en caso de un acto de agresión a cualquiera de los integrantes del Tratado.

Así Estados Unidos se comprometía a proteger a sus socios de Europa, o quizás podríamos decir que los Estados Unidos forzaba a Europa a alinearse con Occidente, ya que también Europa debía responder frente a un ataque soviético a América del Norte. De esta manera, un herramienta de disuasión de mucho peso podía esgrimirse ante alguna aventura de Moscú. Lo gráfico de la utilidad de esta herramienta lo encontramos en la afirmación hecha por el primer Secretario General de la OTAN, el británico Lord Ismay: la Alianza no era más que un invento anglosajón “para mantener a los rusos fuera, a los americanos dentro y a los alemanes abajo”.

Sin embargo, han pasado 30 años de la caída del Muro de Berlín (y la desaparición de su espejo soviético, el Pacto de Varsovia), y esta estructura de Guerra Fría sigue viva, aunque algunos dudan de su vitalidad, por lo cual llegaron a calificarla de “zombi”.

La implosión del Imperio Soviético le dio nuevos aires, y así pasó en 1991 de sus 16 miembros a los 29 de la actualidad. Casi la totalidad (excepción hecha de Georgia y Ucrania) de los ex satélites de Moscú se incorporaron a las filas de Bruselas. Tras el polémico involucramiento en la Guerra de los Balcanes, los atentados del 11S oficiaron de “desfibrilador”, sacando a la Organización de su letargo. Con Afganistán como objetivo, Washington consiguió el acompañamiento de Bruselas (la OTAN desplegó más de 100.000 efectivos allí) a un conflicto armado aún hoy de final incierto, sin claros vencedores ni derrotados. Más aún: pocos años después el terrorismo trasnacional adoptaría una identidad inédita, ya que es factible afirmar que Estado Islámico no hubiera sido imaginado ni por el guionista más talentoso de Hollywood. Sin embargo, en marzo de 2014 con la anexión de Crimea por parte de la Federación Rusa, (anticipándose a la ampliación de la Unión Europea o de la OTAN hacia Ucrania, allí donde el mismo Imperio Ruso nació) el viejo rival que explicó la génesis de la “alianza defensiva” reapareció. La arquitectura recientemente resucitada ahora rencontraba con su razón para vivir.

70 años después, la OTAN lidia con fuerzas centrífugas. La indisimulable y no nueva vocación “atlantista” de Reino Unido, que podría aliviar una construcción robusta de la seguridad europea con su ¿retirada? de la Unión Europa, desatando las manos a los planes que al respecto han tenido París y Berlín. El acercamiento nada accidental de Ankara a Moscú  (Turquía ha adquirido a Rusia el sistema de defensa antimisiles más avanzado, el S-400, y no perdona a Washington su indefinición con respecto a las milicias kurdas YPG, que fueron de utilidad para los americanos en Siria), la necesidad de los países de Europa Oriental de contar con Estados Unidos como uno de sus aliados, el desdén del presidente Trump demostrado hacia sus socios europeos (que no honraban sus compromisos presupuestarios de colaborar a la defensa común), y los fuertes cruces entre muchos de los jefes de Estado y de Gobierno previo a la Cumbre abre enormes interrogantes con respecto a la subsistencia del elemento ineludible en estas construcciones, aquellos que los juristas romanos llamaban la “affectio societatis”.

Ciertamente, Washington puede hacer reproches a sus socios: el 75% del presupuesto de defensa de la Organización es solventado por los contribuyentes americanos, y ese porcentaje llega al 80% si sumamos lo que los británicos aportan; el 25% de los gastos de la Organización provienen de los aportes de Estados Unidos. Muy pocos socios gastan el 2% de su PBI en Defensa (algo que hasta Barak Obama reclamó a sus socios) y tres de ellos ni siquiera llegan al 1% (España, Bélgica y Bruselas). Pero recordemos que en las fronteras de la OTAN existe otra potencia militar que significa el 6º presupuesto de defensa a nivel mundial y el segundo arsenal nuclear. Obviamente no significa la amenaza que implicaba en los años ´60, pero tampoco cabe subestimarla. Y más allá del rival más evidente, cabe preguntarse cuál sería el sentido estratégico de dejar la Defensa del continente en manos de los alemanes y de los franceses. ¿La posible pérdida en términos de influencia y condicionamiento al Continente no superaría con creces lo ahorrado?

Sin embargo, la película está exhibiéndose y aún está lejos de terminar. La finalización de la Cumbre que ahora se celebra en Londres comenzará a responder interrogantes sobre si tendremos a o una secuela.

Creo oportuno mencionar a un gran estadista (Winston Churchill), quien dijo “Solo hay una cosa peor que luchar junto a tus aliados y es luchar sin ellos”. Claro que Donald Trump no tiene la talla de quien fuera el Primer Ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial, pero no ha de faltarle el sentido práctico que se espera que tenga todo líder político.

Por otro lado, siempre cabe pensar en estas arquitecturas como una suerte de matafuegos. En la medida que no los usamos, su adquisición y mantenimiento se asemeja a un simple gasto. Pero cuando el fuego se desata, queremos tenerlos en las mejores condiciones al alcance de nuestras manos.

Juan Alberto Rial
Coordinador
Departamento de Seguridad Internacional y Defensa
IRI – UNLP