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Malvinas y el Brexit

Una nueva oportunidad para cambiar la política exterior argentina con respecto al Atlántico Sur

El 31 de enero de 2020 se produjo finalmente la salida del Reino Unido de la Unión Europea tras 47 años de difícil convivencia, ya que los británicos se negaron a adoptar la moneda única, la libre circulación de personas, pidieron aportar menos al presupuesto europeo y siempre se opusieron a la integración política.

Hay profundas razones históricas que explican el Brexit más allá de la coyuntura política de los últimos años: para la antigua Inglaterra, luego convertida en Gran Bretaña, y finalmente en el Reino Unido, Europa era algo ajeno a la que se denominaba  «el  Continente» mientras que su propia autopercepción era que su heredad constituía un territorio autónomo: «las Islas», el centro desde el cual forjaron un imperio de ultramar en el que fueron frecuentes las disputas con las otras metrópolis del continente que también tenían posesiones coloniales y cuya suerte se definió finalmente en 1805, cuando en la batalla de Trafalgar la armada británica destruyó a las armadas francesas y española y el poder marítimo británico -mercante y de guerra- devino en poder mundial. Con el tiempo la cantidad de buques británicos llegó a ser superior a las 20.000 unidades y el Reino Unido llegó a manejar el transporte marítimo del mundo, obteniendo el monopolio de bodegas, precio de flete, seguros y créditos financieros. Dicho poder se reforzó con un proceso de transculturación que implicó la exportación de sus valores culturales a nivel universal, siendo posiblemente las más permeables al mismo las sociedades de hispanoamérica.

En los festejos populares por el Brexit de la noche de Londres del 31 de enero encontramos que la nostalgia por esa hegemonía perdida luego de la segunda guerra mundial, y la utopía de su recuperación, subsiste en el inconciente colectivo de una sociedad que nunca se consideró europea. Lo han explícito los últimos primeros ministros británicos Theresa May y Boris Johnson. La primera expresaba en enero de 2017 que con la salida del Reino Unido de la Unión Europea era el momento de «crear ahora  una Gran Bretaña verdaderamente global» y Boris Johnson este 1° de febrero: «se inicia una nueva era, para mucha gente es un asombroso momento de esperanza, un momento que pensaban que nunca llegaría». Posiblemente los mismos sentimientos ha manifestado en su fuero interno la reina Isabel II cuando firmó el decreto por el que autorizaba finalmente la salida del Reino Unido de la Unión Europea.

Pese a estas manifestaciones, la clase dirigente británica es conciente de los desafíos económicos y las dificultades domésticas que se presentarán a corto y mediano plazo y que éstos deben ser previstos. Es por ello que, desde hace tiempo, su diplomacia viene explorando la forma de adaptarse a los mismos y una de ellas es firmar tratados de libre comercio con EE.UU, aún con la Unión Europea, y muy especialmente con los países de Latinoamérica, con los cuales las ventajas comparativas de su producción industrial son notables. Además se presentan como ávidos consumidores de sus flujos financieros, debido al crónico endeudamiento externo de los mismos desde la época de su independencia política. Lo expresó en algún momento Boris Johnson al considerar que en esta coyuntura histórica «América era para el Reino Unido más importante que Europa», parafraseando a George Canning cuando en 1822 le decía a Lord Wellington: «Cada día estoy más convencido de que en el presente estado del mundo y de nuestro país, las cosas y los asuntos de la América Meridional valen infinítamente más para nosotros que los de Europa».    

Pero en América del Sur existe desde hace 187 años un conflicto diplomático con el Reino Unido por la existencia en el subcontinente de un resabio de aquel imperio británico que la utopía que existe detrás del Brexit sueña en resucitar: los archipiélagos de las Islas Malvinas, Sandwich del Sur, Georgias del Sur y sus mares circundantes, usurpados por el Reino Unido en 1833 y no devueltos al pueblo argentino pese a las resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas y su Comité Especial de Descolonización y las declaraciones de todos los foros internacionales a los que la República Argentina ha acudido con su reclamo. Consciente de que el problema existe el embajador del Reino Unido en Buenos Aires, Mark Kent, al día siguiente de la salida de su país de la Unión Europea advirtió publicamente al gobierno y al pueblo argentino que el Brexit no implicaba modificación de la postura de su país con respecto al enclave colonial y que, por lo tanto, no se negociará diplomáticamente la restitución de los territorios usurpados desde el siglo XIX. Indudablemente son las instrucciones recibidas desde Londres y para que no queden dudas de la firmeza de esta decisión el embajador lo expresó ante las cámaras de la televisión argentina a efectos de que tanto los operadores políticos como los ciudadanos en general no se hicieran falsas iluciones. 

Desde hace mucho tiempo venimos insistiendo que el Brexit es una nueva oporrtunidad para cambiar la política exterior argentina con respecto al conflicto argentino-británico en el Atlántico Sur, pero que tenemos que actuar con prudencia y sin falsos optimismos. El Reino Unido y la misma colonia británica de las Islas Malvinas tendrán algunas dificultades en la etapa de transición, pero no podemos esperar que las soluciones vengan de afuera o por debilidad del adversario sino que debemos asumir que tenemos que hacer un esfuerzo sostenido que trascienda a los gobiernos de turno constituyéndose en una verdadera política de Estado, lo que lamentablemente no ha ocurrido. La diplomacia británica, previendo las dificultades que produciría a su país -y aún al enclave colonial- la salida de la Unión Europea indujo a la diplomacia argentina a asumir los compromisos establecidos en el Comunicado Conjunto del 13 de septiembre de 2016. En esos días, el vicecanciller británico dijo en Buenos Aires: «Es un momento muy positivo para la relación entre el Reino Unido y la Argentina.Tenemos una historia compartida y muchos enlaces profundos en la cultura y el idioma». Al mes, el entonces canciller británico Boris Johnson habría declarado en forma jocosa en la comisión de relaciones exteriores del parlamento británico: «Con Argentina hemos resuelto todos los problemas porque apartamos de la mesa de negociaciones a las Falklands». Tenía razón ya que en dicho Comunicado Conjunto se establecen compromisos para complementar la economía argentina con la británica, la cooperación en ámbitos de la cultura, geostratégicos y de la defensa, y un capítulo especial destinado a hacer sustentable la colonia británica de las Islas Malvinas. Ni una palabra sobre la existencia o solución del conflicto.

Debemos tener en cuenta que el Reino Unido se encuentra en el Atlántico Sur porque está interesado en los recursos naturales de la zona, por una cuestión geopolítica, de estrategia militar y de prestigio internacional, y muy especialmente, por la proyección antártica del enclave colonial. En este sentido Londres trasladó en 2004 su Comando Naval del Atlántico Sur desde la Isla Ascención a nuestras Islas Malvinas y el British Antartic Survey tiene dos bases en el archipiélago subantártico de las Islas Georgias del Sur (King Edward Point, en la isla San Pedro, y Bas Isla Bird, en la isla homónima) y que en el Comunicado Conjunto de los vicecancilleres de la República Argentina y el Reino Unido del 13 de septiembre de 2016 se acuerdan compromisos para una cooperación especial argentino-británica en el ámbito antártico que condicionan la autonomía de  nuestras actividades en el mismo.   

El día 1° de febrero de 2020 el embajador británico se dirigió a la sociedad argentina para advertirle que el Brexit no modifica la situación del enclave colonial, que el Reino Unido continuará usurpando esos territorios y mares circundantes a la República Argentina, usufructando ilegalmente sus recursos naturales en violación de las normas de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, más allá de los reclamos que pudiera hacerle la Comunidad Internacional. Ante una toma de posición tan clara son inútiles las notas de protesta, las declaraciones ante distintos foros y sobre todos la escenografía de algunos discursos parlamentarios a las que nos tiene acostumbrados el estamento político y no constituyen más que una estética que en nada afecta los intereses reales del adversario. La República Argentina tiene que contestarle al gobierno británico con una actitud soberana que desde hace años venimos reclamando: la denuncia del Comunicado Conjunto de los vicecancilleres de la República Argentina y el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte del 13 de septiembre de 2016 y todos los acuerdos firmados en cumplimiento de los compromisos asumidos en el mismo, con fundamento en la cláusula transitoria primera de la Constitución de la Nación Argentina. De no hacerlo, continuaremos admitiendo la consolidación de la situación colonial.


Carlos Alberto Biangardi Delgado

Coordinador
Departamento del Atlántico Sur
IRI – UNLP