Entre los escombros de la Franja de Gaza no solo se evidencia la hambruna y la crisis humanitaria acelerada, sino también la inacción de la Comunidad Internacional ante el horror de un genocidio, una vez más. Un genocidio que se inscribe en un contexto de ocupación prolongada, resistencia armada y ciclos de violencia. Las acciones militares se justifican por Israel como respuesta a ataques de Hamás y con el objetivo de desmantelar a la organización terrorista.
Para comprender el bloqueo israelí en Gaza, se podría reflexionar pretendiendo un ejercicio breve, en una línea de tiempo acotada durante los últimos veinte años, cuando Israel intento desocupar el territorio, retirando tropas y a los colonos de la Franja de Gaza, pero manteniendo un estricto control sobre las fronteras terrestres, aéreas y marítimas. Por esto, desde 2005, es que las organizaciones de derechos humanos y sectores de la sociedad internacional, consideran que mantiene su estatus de potencia ocupante.
La tensión fue en aumento hasta que en respuesta a la toma de poder de Hamás en el territorio debilitando por tracción a sangre a la Autoridad Palestina, Israel (y en menor medida Egipto) impuso un estricto bloqueo terrestre, aéreo y naval sobre Gaza desde 2007. Este bloqueo fue justificado por Israel como una medida de seguridad para evitar la entrada de armas y materiales que pudieran ser usados por Hamás.
El bloqueo limitó drásticamente la entrada de bienes esenciales (incluyendo alimentos, medicinas, materiales de construcción y combustible), así como la salida de personas y productos. Esto estranguló la economía de Gaza y llevó a un deterioro constante de las condiciones de vida, la infraestructura y los servicios públicos, creando una crisis humanitaria crónica.
Luego del ataque sin precedentes contra el sur de Israel en octubre del 2023, Israel declaró la guerra, lanzando una ofensiva militar masiva en Gaza con el objetivo declarado de desmantelar a Hamás. Esta ofensiva incluyó bombardeos intensos, una incursión terrestre y la imposición de un «asedio total», cortando el acceso a alimentos, agua, electricidad y combustible.
La combinación del asedio total, la destrucción generalizada, el desplazamiento masivo de la población y las severas restricciones a la entrada de ayuda humanitaria ha llevado a Gaza a una situación de hambruna, lamentablemente también sin precedentes. La población, ya vulnerable por el bloqueo de años, se encuentra ahora en una situación crítica, con millones al borde de la inanición y el colapso de los servicios de salud y saneamiento.
Desde la perspectiva del derecho internacional, existen fuertes argumentos para considerar que se están violando principios fundamentales del Derecho Internacional Humanitario, lo que exige una respuesta urgente y contundente por parte de la comunidad internacional para garantizar el acceso humanitario, proteger a los civiles y buscar una solución política justa y duradera.
Estos días, con las imágenes del horror y sufrimiento, se buscan términos académicos para definir lo que no podemos describir con palabras, no solo desde las posiciones académicas de las relaciones internacionales, sino desde la misma condición de humanidad frente a este abismo. La situación en Gaza puede ser condenada legalmente en términos de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad (incluyendo la deportación/traslado forzoso, la persecución y el exterminio a través de condiciones de vida inhumanas), el uso de la hambruna como arma, castigo colectivo, y como una catástrofe humanitaria masiva resultado de graves violaciones del Derecho Internacional Humanitario y del Derecho Internacional de los Derechos Humanos.
Pero más allá de los marcos teóricos, ¿Como es posible que nuestra humanidad no haya aprendido de los genocidios que ya nos enmudecieron? ¿Como es posible que los lideres internacionales, aún hoy, mantengan la cobardía de sus intereses nacionales por sobre el reclamo de a gritos ante el horror?
La incapacidad de aprender de los genocidios pasados se puede entender a través de la complejidad de la Política Internacional y los Intereses Nacionales, la conocida realpolitik, que han prevalecido por sobre los imperativos morales o humanitarios. ¿Es posible fundamentar que las lecciones aprendidas de los genocidios se presentan en la evolución del derecho internacional humanitario? Si, en el sentido de que ha creado marcos legales y morales para combatirlo, pero la voluntad política para aplicar esos marcos de manera consistente y efectiva sigue siendo el gran desafío quizás sesgado desde la cruda política del poder, con un derecho internacional herido de muerte.
¿Como es que el presente de un pueblo que sufrió el Holocausto, lo atroz de una solución final por un régimen autoritario, se balancee en programas de seguridad y justificaciones que presentan una línea teórica tenue si la analizamos desde el humanismo, y fortalecida, si es que lo hacemos desde la política del poder? Fortalecida en conceptos amparados en la evolución de los “grises” del derecho internacional y la debilidad del multilateralismo actual. ¿Como es posible que un pueblo que haya sufrido tanto con esta experiencia, hoy vuelva a repetirla peor como verdugo de otro pueblo? Podríamos preguntarnos desde el horror sobre en qué se diferencian estos actos, sobre como diferenciar su análisis en diferentes marcos teóricos, para dejar en claro, que la mayor diferencia es que no se ha declarado la intención manifiesta de destruir a esa población. Podemos inferir así que, incluso si la intención genocida estuviera de manifiesto, la diferencia radicaría en que el Holocausto fue un proyecto de aniquilación racial e ideológica por parte de un régimen totalitario, que estableció una estructura industrializada para la eliminación física de un grupo específico en toda Europa.
En el conflicto palestino, si se demostrara la intención genocida, esta se manifestaría a través de acciones militares, asedio, desplazamiento forzoso y la creación de condiciones de vida inhabitables, en el contexto de una ocupación y un conflicto prolongado. Los métodos serían diferentes y el contexto geopolítico también.
Ambos serían actos de genocidio si la intención de destruir un grupo se prueba, pero cada uno con sus propias características históricas, operativas y contextuales. La gravedad de la acusación de genocidio, para cualquier caso, radica en la prueba de esa intención específica de destruir el grupo «como tal», más allá de las muertes y el sufrimiento, que de por sí ya pueden constituir crímenes de guerra o crímenes de lesa humanidad.
Quizás lo cierto, es que hoy asistimos a un escenario de transición del poder mundial que nos brinda un testimonio doloroso del fracaso de la comunidad internacional en su conjunto para aplicar de manera efectiva las lecciones aprendidas de la Segunda Guerra Mundial y los mecanismos creados para prevenir atrocidades. Es la interacción compleja entre la realpolitik, las fallas institucionales y las interpretaciones elásticas del derecho lo que permite que el horror continúe.
Por lo mencionado hasta aquí, la situación actual de hambruna y conflicto en Gaza es la culminación de una historia de despojo, ocupación, bloqueo, violencia cíclica y una prolongada crisis humanitaria. Las acciones de las partes, la inacción de la comunidad internacional y la desesperación de la población han creado un entorno donde el sufrimiento se ha vuelto insostenible.
Carolina Romano
Profesora de la Universidad Católica de Salta
Invitada por el Departamento de Medio Oriente
IRI-UNLP