Gonzalo Salimena[1]
Los momentos de crisis profunda han estimulado la reflexión. Se ha promovido el pensamiento para acercarnos a entender el mundo que nos rodea y realizar una aproximación crítica al mismo. Rousseau y Montesquieu así lo percibieron al escribir sus obras cercanas a la Revolución Francesa y observar la caída del absolutismo monárquico. Algo similar pasó con Maquiavelo y Hobbes, donde en sus trabajos la verdad se le presentaba al lector entre líneas. Este tipo de escritura esotérica, representaba el miedo a las penalidades que pudiese ejercer sobre ellos cierta élite que en algunos casos podría llegar hasta la muerte.
El historiador inglés Edward Carr tuvo una tarea similar con su obra The Twenty Years’ Crisis, 1919-1939: An Introduction to the Study of International Relations. Allí se proponía realizar una tarea ardua y monumental: concientizar a la sociedad inglesa e internacional de que la política internacional suponía confrontación por el poder y que las condiciones reinantes del período 1919-1939 conducirán a un conflicto generalizado. Lamentablemente su obra se leyó tarde. El reinado del idealismo político y su concepción de la seguridad internacional desde un sistema de seguridad colectivo, resultaba utópico e incontrolable para un mundo en constante transición. El responsable de haber evadido un diagnóstico acertado de la política internacional, el utopismo, era el responsable de haber desarrollado un deber ser, es decir aspectos normativos, que se traducen en deseos que prevalecen por sobre el análisis de los hechos. El conflicto se avecinaba y muchos no querían aceptar la realidad inevitable: El poder y la seguridad marcaban nuevamente los designios del sistema internacional y el accionar de los Estados.
El diplomático norteamericano George Kennan, que luego de la Segunda Guerra Mundial comenzaba a ganar fama y prestigio en la administración norteamericana como el gran experto en “asuntos soviéticos”, tuvo una tarea análoga al historiador inglés. Aunque la sociedad a la cual se dirigía era diferente, al igual que el contexto, el posicionamiento de Estados Unidos como gran superpotencia económica y militar exigía una transformación en el paradigma de la política exterior. Había que convencer a los tomadores de decisiones, de que el orden internacional no podía construirse sobre una visión universalista sustentada en una organización supraestatal. El conflicto naciente de la Guerra Fría, la concepción antitética en términos hegelianos de la seguridad entre la Unión Soviética y Estados Unidos, y el tenor de la conflictividad que estallaba a través de terceros Estados, hacía enmarañado el proceso de canalizar el conflicto a través de Naciones Unidas. Kennan lo sabía, porque la misma ideología soviética según él, manifestaba vulnerabilidades tales como “legitimar un gobierno ilegítimo”, representación para “justificar una acción” y el “mundo externo era hostil”. La naturaleza de la posguerra, se caracterizaba por la “diversidad” y no por la uniformidad. El enfoque que se requería para esta perspectiva era el realismo político. El mundo imperfecto, desde un punto vista racional, con intereses opuestos, con competitividad creciente y principios morales que distan de transformarse en universalizables, convencieron a muchos Estados de ser la nueva lectura hegemónica de las relaciones internacionales. Quizás, porque para muchos estadistas, la reflexión a la que habían arribado luego de la Segunda Guerra Mundial no era tan vistosa, pero sí contundente: una concepción antropológica pesimista de la naturaleza humana. Los apetitos por la búsqueda del poder y la seguridad, que datan de obras de la antigüedad tanto en oriente, como en occidente, hablaban para algunos de una objetividad de las leyes universales, que se cumplían en espacio y tiempo, y que “surgían como un dato innegable de la experiencia”. Esa experiencia la tenía la historia, la disciplina sobre la cual debían sustentarse las relaciones internacionales. Solo ella gozaba de un extenso laboratorio y de las leyes universales.
La lucha por el poder, se transformaba de esta manera, en la ley universal por excelencia, aquella sobre la cual era posible sustentar una teoría: El realismo político clásico. Sin embargo, debe decirse que no todos los Estados buscan el poder. Es cierto que hay un amplio rango de involucramiento entre los Estados en la política internacional, que pueden ir desde el intento de hegemonía hasta la cooperación, y que a la vez hay acciones que pueden ser llevadas a cabo por los Estados y no son de naturaleza política, como pueden ser las humanitarias. Pero cierto es que en política internacional (como sostenía el florentino) “es mejor ser temido que amado” y que la misma siempre ha sido un entorno despiadado y peligroso, diría John Mearsheimer y que, dadas las condiciones actuales, difícilmente la coyuntura se transforme en un ambiente más amigable en los términos propiciados por Francis Fukuyama en su obra el Fin de la Historia.
En nuestros días, el proceso de transición intersistémico, se caracteriza por una lucha por el poder (¿Acaso alguna vez ha dejado de serlo?) en el cual hay transformaciones económicas, estratégico militares y políticas que afectan a los agentes estatales y no estatales, donde el conflicto se posiciona como el protagonista nuestro de cada día. Históricamente, las disputas estuvieron presentes entre los Estados, pero había una concepción cercana de los principios morales, para lo cual la conflictividad no propiciaba un quiebre de ese sistema sostenía el brillante sociólogo francés Raymond Aron. El resultado era un sistema estable y previsible, donde el uso de la violencia tenía límites. Este sistema multipolar homogéneo fue instaurado por Europa luego de la Paz de Westfalia y su duración se extendió hasta entrado el siglo XX. La iniciación de la Guerra Fría, significó un quiebre de este sistema, porque si bien la violencia y conflictividad estaban presentes, a diferencia del período histórico anterior, los Estados revisionistas propiciaban una ruptura del sistema mismo. La heterogeneidad de este nuevo sistema bipolar, “si no era el orígen era por lo menos la causa de la violencia” amén que la misma puede transformar la hostilidad interestatal en una “enemistad apasionada”.
Este proceso de transición que atraviesa el mundo se ve asediado a su vez por una incertidumbre multifacética creciente. No solo desde el punto de vista estratégico, que supone no poder designar un enemigo concreto, sino desde el punto de vista de los procesos políticos internacionales. La complejidad creciente de los procesos y la mayor cantidad de variables que interactúan, dan por resultado la incertidumbre de no saber con precisión el resultado de esa dinámica. El poder determina la conducta de los principales actores que saben que la manera de subsistir en el sistema, es transformarse en un hegemón, para mantener una posición dominante. De esta manera, la seguridad se transforma en un tema prioritario en la agenda internacional. Basta con observar el gasto militar mundial general publicado por SIPRI (Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo) que demuestra un incremento generalizado de 2718 mil millones de dólares en 2024. En general, en el sistema internacional los Estados, debido a la conflictividad creciente, han decidido aumentar el presupuesto asignado preeminencia a sus capacidades militares por sobre otras áreas. Estos datos, nos brindan una idea de la “estimación del poder por medio de la comparación de las capacidades”, lo cual refleja la distribución del poder en materia de estructura militar posicionando en un primer lugar indiscutido a Estados Unidos con el 37% del gasto mundial y el 66% del gasto militar de la OTAN, seguido de lejos en segundo lugar por China que subió su gasto en un 7%, pero que representó el 50% de Asia. Rusia, lejos de apaciguar su gasto militar y el conflicto con Ucrania, promueve un ascenso de su gasto llevándolo al 19 % del gasto público total del país. En cuarto lugar, Alemania frente al posible avance ruso sobre Europa Oriental, se ve obligada a recobrar el protagonismo perdido en materia militar y transformarse en actor clave en Europa central. Por tal razón subió su gasto un 28%, y se espera que continúe esta tendencia en el mediano plazo, desarrollando una política continental de contención. Por último encontramos a la India, un actor con crecientes capacidades militares, nucleares y espaciales, que se encuentra actualmente en un conflicto con Pakistán, pero que puede cumplir un rol destacado como articulador entre occidente y oriente.
La política internacional de nuestros días se ha tornado tan insegura, que aquellos Estados que históricamente propiciaron una neutralidad (como Suecia y Finlandia) hoy decidieron romper esa tradición y alinearse para buscar más seguridad. Otros como Israel, frente a una amenaza inminente, deciden emprender un ataque preventivo, para anticipar males mayores y garantizarse cierta seguridad en el corto plazo. Los conflictos proliferan y alcanzan intereses nacionales y regiones que desconocían la conflictividad desde hace un tiempo cómo Europa. Los mapas se están moviendo y el tablero mundial muestra que el “poder es a las relaciones internacionales, lo que la moneda es a la economía”. La agenda tradicional de seguridad y la geopolítica ganan cada vez más espacio y condicionan otros objetivos. Lo nuevo y lo viejo coexisten e interactúan, aunque aún no confeccionan una salida al proceso de transición, pero algo está claro: la luz al final del túnel para la reducción de la conflictividad está en lograr en alcanzar un equilibrio en la heterogeneidad, “sujetando los mastines de la guerra” como sostenía Henry Kissinger.
Referencias
Aron, R. (1963). Paz y guerra entre las naciones. Editorial Alianza.
Carr, E. (1964). The twenty years crisis 1919-1939. An introduction to the Study of International Relations. (Caps. I y II). Editorial Macmillan.
Gaddis, J. (1989). Estrategias de la contención. Una evaluación crítica de la política de seguridad norteamericana de posguerra. Editorial GEL.
Kissinger, H. (2016), Orden Mundial. Reflexiones sobre el carácter de los países. Editorial Debate
Morgenthau, H. (1986) Política entre las naciones. La lucha por el poder y la paz. Editorial GEL.
Salimena, G. (2024), La política internacional en el proceso de transformación intersistémica. Editorial Teseo.
Waltz, K. (1988), Teoría de la política internacional. Editorial GEL.
[1] Doctor en Relaciones Internacionales. Director de la Licenciatura en Defensa Nacional (UNDEF). Director del Centro de Estudios Interdisciplinarios para la Defensa (UNDEF). Profesor Visitante de la Universidad de La Sapienza (Roma). Miembro de la Comisiòn Asesora del Doctorado IRI-UNLP.