La relación entre la Unión Europea y el Mercosur, ha transitado durante el último cuarto de siglo por una sucesión de avances, retrocesos y redefiniciones. Desde el inicio formal de las negociaciones en 1999, el acuerdo birregional ha sido todo un paradigma de problemas para articular los intereses comerciales, identitarios y estratégicos entre dos regiones afines en los términos de valores, pero claramente disimiles en los términos de ritmo, sensibilidades y prioridades. Sin embargo, con el trasfondo de los cambios en la geografía global, una competencia geopolítica creciente y la falta de alternativas para nuestras sociedades, el asunto no es si el acuerdo tiene sentido desde el punto de vista geoeconómico sino si Europa y Sudamérica pueden permitirse seguir sin él.
Durante los últimos años, el proceso de ratificación ha adquirido una dinámica especial. La Comisión Europea ha venido enfatizando la afinidad birregional como un instrumental clave para la consolidación de la presencia europea en América Latina en contraposición a la influencia creciente de China, mientras que, los países del Mercosur – con Brasil y Argentina en posiciones fluctuantes condicionadas por los sucesivos cambios de gobierno – han venido reformulando sus intereses estratégicos con la finalidad de reposicionarse en un sistema internacional cada vez más fragmentado.
De todas maneras, es evidente que los obstáculos internos dentro del bloque europeo continúan siendo significativos. Particularmente Francia, aparece en el epicentro de las resistencias políticas. El sector agropecuario, con un considerable peso electoral en las zonas rurales, ha venido presionando de manera ininterrumpida por un mayor proteccionismo traducido en mayores garantías ambientales presentando el acuerdo como una amenaza para la producción local. Estos argumentos, aunque atendibles, conviven con una dinámica interna europea en la que las sensibilidades domesticas en muchos casos terminan por determinar el funcionamiento de la política exterior comunitaria. Hasta el momento, el resultado ha sido un proceso de ratificación que recurrentemente ha sido prisionero de las coyunturas políticas nacionales.
De todas maneras, atrás de la narrativa del veto francés se oculta un elemento aún más preocupante: la carencia de una mirada estratégica coherente por parte de la UE hacia América Latina. Al mirar al Mercosur desde un prisma economicista centrado exclusivamente en la cuestión agrícola o medioambiental, Europa está perdiendo de vista que la asociación entre ambos bloques es, ante todo, una apuesta en la competencia geopolítica. Para el bloque sudamericano, este acuerdo representa una oportunidad para reposicionarse en el tablero geoeconómico global, diversificar sus exportaciones y atraer inversiones en sectores decisivos como la energía, la industria verde y las cadenas de valor tecnológicas
En este escenario resulta indispensable asumir que, la demora en la ratificación del acuerdo, no es solamente un problema técnico o negociador. Es una señal respecto de la dificultad que tienen ambos actores para articular un proyecto de largo plazo en un entorno internacional que indiscutiblemente penaliza la indecisión. Cada año que el acuerdo se demora es un año en el que otros actores —mucho más rápidos y pragmáticos— están dispuestos a ocupar esos espacios que hubieran podido ocupar los europeos.
A pesar de todo, las señales del último año indican que existe un interés genuino y los países europeos, en su gran mayoría, están realizando un esfuerzo político destinado a concluir este largo proceso. Tanto Bruselas como los países del Mercosur reconocen que la implementación de salvaguardas agrícolas, las cláusulas de sostenibilidad reforzadas y la búsqueda de nuevos consensos internos podrían retrasar la negociación de ambos lados por un tiempo indefinido y esto tendría costos estratégicos crecientes.
Después de más de veinticinco años de idas y vueltas en una negociación comercial, es razonable que predomine cada vez más el escepticismo. De todas formas, es cierto también que hay pocos casos en los que el sistema internacional haya ofrecido incentivos tan claros para cerrar un acuerdo. El bloque europeo necesita más que nunca diversificar sus alianzas; el Mercosur necesita integrarse de manera más competitiva en la economía global; y los dos necesitan demostrar que todavía se pueden alcanzar consensos significativos en un orden internacional cada vez más competitivo, fragmentado e incierto.
A pesar de las diferencias y tensiones, todo indicaría que las condiciones políticas y estratégicas están alineadas para que el acuerdo pueda finalizarse. Después de una espera que ya acumula veinticinco años de negociaciones, cabría esperar que los dos bloques estén a la altura del momento histórico y concluyan satisfactoriamente uno de los proyectos birregionales más ambiciosos de las últimas décadas.
Federico Vaccarezza
Secretario
Departamento de Europa
IRI-UNLP