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Estados (des)Unidos de América: racismo sistémico, protestas y polarización

“Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio.”
Martin Luther King.

 

Un principio que aún hoy, transcurridos 57 años del famoso discurso de Martin Luther King  titulado “Yo tengo un sueño”, no logra dar con la luz al final del túnel. El tan ansiado otoño no ha llegado y parece estar muy lejos, mientras que el referido verano quema más que nunca.

En este sentido, durante agosto y septiembre, la cuna de la democracia moderna fue el escenario de una seguidilla de protestas y manifestaciones desencadenadas tras de la muerte de George Floyd, producida en el mes de mayo.

Es necesario remarcar que estas movilizaciones se producen en un contexto de pandemia, a lo que se suma la cuenta regresiva hacia las elecciones presidenciales, a realizarse el 3 de noviembre.

De este modo, hacia fines de agosto hemos presenciado la violencia ejercida contra Jacob Blake, afroamericano a quien la policía de Kenosha ha disparado 7 tiros por la espalda en un intento de arresto.

Como contrapartida, movilizaciones han copado Wisconsin, produciéndose disturbios entre partidarios del movimiento Black Lives Matter y seguidores del presidente Donald Trump.

Ello no ha finalizado allí. Durante el primer fin de semana de septiembre, coincidiendo con la conmemoración del Labour Day (Día del Trabajo), numerosas protestas se han replicado en Lousville,  Portland, Washington D.C y Texas.

Asimismo, movilizaciones antirracistas coparon la capital de Estados Unidos tras la muerte de Deon Kay, joven afroamericano de dieciocho años, abatido por la policía el 2 de septiembre.

Estos hechos se suman a la violencia policial ejercida hacia Breonna Taylor y Daniel Prude, entre otros casos, demostrando que la desigualdad social se mantiene vigente.

Por otro lado, los grupos de ultraderecha han sido una presencia persistente en las protestas del Black Lives Matter, generando un escenario peligroso. De este modo, la polarización se proyecta en los choques entre manifestantes y milicias armadas así como en datos que arroja la realidad cotidiana.

En este sentido, conforme cifras de junio de 2020, el 24% de los muertos a manos de la policía han sido personas de color, aunque el grupo sólo constituye 13% del total de la población del país, de acuerdo a la ONG Mapping Police Violence. (BBC, 2020).

A partir de este panorama, es dable cuestionarnos cómo es posible que se produzcan estos hechos en los Estados Unidos, poseedor de un modelo político, social y económico considerado como ejemplar y que ha sido exportado hacia el resto del mundo.

Tanto el racismo como la violencia  pueden ser considerados como  síntomas que demuestran el agrietamiento del excepcionalismo estadounidense.

Entonces, Estados Unidos se enfrenta tanto a un competidor externo –China-, como al caos interno, en el que Donald Trump visualiza a “los grupos de izquierda” como los principales enemigos.

En este sentido, como argumenta Henry Kissinger (2020), “ahora, en un país dividido, es necesario un gobierno eficiente y con visión de futuro para superar obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza del público es fundamental para la solidaridad social, para la relación de las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales.”

Sin embargo, ¿son estas manifestaciones un fenómeno imprevisto? ¿Cómo responden los candidatos presidenciales ante ello?

La igualdad: el persistente sueño americano.

Respecto al primer interrogante, no podemos considerar las movilizaciones frente a la desigualdad racial como una novedad. El racismo en Estados Unidos es un problema estructural, que se ha presentado a lo largo de su historia.

En este sentido, cuando Alexis de Tocqueville llegó a Estados Unidos en 1831, hubo un hecho que lo sorprendió sobremanera: la igualdad subyacente a la sociedad, que, conforme su visión, predominaba desde los primeros migrantes.

Para el pensador francés, el estado social democrático, basado en la igualdad de oportunidades, hacía innecesaria la revolución, a diferencia de lo que sucedía en el resto de Europa, que sufría frente a la monarquía absoluta.

Sin embargo, no podemos hacer referencia a unaigualdad total si observamos el pasado de segregación racial, discriminación, esclavitud y supremacía blanca.

Para comprender la perspectiva de Tocqueville, es necesario recordar que el principio sobre el que descansa la democracia es el de la mayoría, siendo los intereses del mayor número los que prevalecen a los del menor. En línea con lo expuesto, dicho autor visualizaba en ello una posible amenaza.

Siguiendo a Goldhammer (2016), el ciudadano promedio era el hombre blanco heterosexual, mientras que aquellos que desencajaban en  este grupo fueron formalmente discriminados como “minorías” que debían unirse a la mayoría.

“En una sociedad construida sobre la igualdad putativa, la media es el criterio principal según el cual los individuos construyen la identidad y la protegen de amenazas, reales o percibidas”. (Goldhammer, 2016).

En este sentido, lo que Tocqueville definía como igualdad era el encapsulamiento de las minorías en la mayoría, o la imposición de esta en un trasfondo de desigualdad racial.

Sin embargo, a medida que estos grupos minoritarios fueron accediendo a puestos sociales de mayor status mediante la educación, el resentimiento cobró forma por parte del hombre blanco heterosexual, temeroso de su inminente pérdida de privilegios.

El apogeo de esta situación puede verse proyectado en la elección del primer presidente afroamericano de los Estados Unidos en el 2009. Ello fue un hito totalmente novedoso y revolucionario: la minoría accediendo a espacios anteriormente reservados solo a la raza blanca.

Como correlato, este descontento se tradujo en la identificación y elección de un hombre que pretende encarnar los intereses de estos grupos y expresar su rencor: Donald Trump.

“Su campaña presidencial fue construida sobre una base de desesperación de la clase trabajadora blanca. En el siglo XXI, esa clase se siente menos privilegiada que nunca; de hecho, sus miembros sienten que están sitiados y esa creencia alimenta el resentimiento racial. Para muchos de estos estadounidenses blancos, la presidencia de Obama simbolizó el estado de decadencia, desesperación y muerte social de su nación.” (Harris et. Lieberman, 2017).

Tomemos, por ejemplo, su famosa expresión “Make America great again”. En este caso, si considera necesario que  América sea grande “de nuevo”, quiere decir que ya no lo es, pero que alguna vez lo ha sido. Es a ese status perdido al que debe volverse, a la prosperidad y cohesión.

Podemos observar, entonces, cómo la historia de Estados Unidos estuvo lejos de enmarcarse dentro del ideal democrático de la igualdad.

En la actualidad, en un contexto diferente, frente a un mayor auge de la globalización, de la defensa de los derechos humanos a nivel global, y de los medios de comunicación que permiten visibilizar sucesos a nivel mundial, el que era considerado como modelo democrático perfecto comienza a mostrar sus fallas.

A ello se suma la situación mundial de pandemia, que exacerba el descontento y profundiza el malestar, y la proximidad de las elecciones, sobre las cuales estos hechos inciden.

Mientras tanto…Elecciones aproximándose.

Respecto al segundo interrogante, no debemos olvidar que el panorama descrito  se enmarca en las elecciones presidencialesa realizarse el próximo 3 de noviembre.

Frente a ello, la brecha entre los principales candidatos se amplía. Ante la ola de protestas, tanto Biden como Trump han respondido acusando y criticando a la contraparte.

El candidato republicano ha mantenido un discurso con un enfoque divisionista, tildando las protestas como “terrorismo doméstico”, el cual, conforme su visión, ha sido propiciado por la izquierda radical, agrupados bajo la denominación de  ANTIFA (“antifascistas”).

Asimismo, en el marco de la Convención Nacional Republicana, declaró que la policía es víctima de “saqueadores y agitadores comunistas”, y remarcó la necesidad de enviar fuerzas de seguridad a Kenosha, donde se han producido marchas en contra del racismo.

Siguiendo con su actitud característica, ha profundizado la utilización de conceptos xenófobos, racistas y misóginos, posicionándose del lado de los supremacistas blancos y poseedores de armas. Asimismo, ha utilizado este divisionismo para declarar la necesidad de “restaurar  la ley y el orden”.

“Estas elecciones decidirán si defendemos el estilo de vida americano, o si permitimos que un movimiento radical lo desmantele completamente y lo destruya” (El País, 2020).

En sus palabras Trump se autoinfunde el rol de defensor del orden norteamericano, y aprovecha la situación para mostrarse como el único que puede mantener el statu quo.

A su vez, ha acusado el accionar de los gobernadores y alcaldes de los territorios en los que se han producido las protestas, como débiles y carentes de dureza.

Por su parte, Joe Biden culpó al actual presidente de ser quien instiga los disturbios, declarando que ha sido “incapaz de acabar con la violencia, ya que la ha alentado durante años”. A ello ha agregado la necesidad de “recuperar el alma estadounidense”.

Esta polarización que afecta al modelo estadounidense, incidiendo sobre las próximas elecciones, repercute asimismo sobre su proyección exterior. En este sentido, ¿cómo es posible competir en el plano externo cuando hay problemas internos urgentes que resolver?

El modelo liberal se encuentra, entonces, ante falencias que afectan a la política externa, influyendo en el repliegue estadounidense que viene llevando adelante Donald Trump. En este sentido, la política exterior es un reflejo del plano doméstico, por lo que esta crisis de valores en el plano interno tiene un efecto sobre aquella.

Como señala Anabella Busso, “estamos frente a una agudización de la crisis del orden internacional liberal establecido después de la Segunda Guerra y también ante una crisis de la globalización neoliberal. Estados Unidos ha sido un actor central en ambos procesos y las condiciones sistémicas y domésticas actuales afectan sus atributos de poder”. (Busso, 2020: 156).

Por ello, es importante tener presente que, independientemente del candidato que triunfe en las próximas elecciones, la segregación racial será un factor persistente al que se deberá brindar una solución.

Los antagonismos entre los sectores sociales se recrudecen, afectando los  atributos de poder de Estados Unidos, e incidiendo en la crisis del modelo liberal que ha venido decayendo post segunda guerra mundial.

De esta forma, unir a los Estados (des)Unidos será el principal objetivo para superar al racismo sistémico y la crisis del excepcionalismo norteamericano; factores que agregan peso al hundimiento del modelo que ha prevalecido desde la segunda posguerra.

Referencias:

 

Florencia Shqueitzer
Integrante
Centro de Reflexión en Política Internacional (CeRPI)
IRI – UNLP