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La forma y el fondo de la actual política exterior

Por cuestiones de análisis podemos estudiar la política exterior en dos planos: uno de fondo y otro de forma. El primero de ellos se refiere a cuál es el marco teórico explícito o implícito que guía el accionar de un determinado gobierno, mientras que el segundo se refiere a los mecanismos y modos que se construyen para viabilizarla.

Dentro de los dos grandes modelos que han caracterizado nuestra política exterior está claro que el actual gobierno optó por el globalismo, el cual obedece a determinados intereses y valores que representan a su electorado. En este andarivel podríamos decir que Carlos Escudé estaría conforme con el devenir de estos acontecimientos que orientan nuestra relación con el mundo hacia el alineamiento con Grandes Potencias y cierto discurso de carácter ciudadano-céntrico que la administración de Javier Milei posee.

Habitualmente, los estudios enfocados a la segunda cuestión se centran en los procesos decisorios del país en general y de cada administración en particular, pero queremos hacer hincapié en los modos en los que se ejecuta nuestra política exterior.

Tradicionalmente, la diplomacia es un conjunto de procedimientos que involucran habilidad, sagacidad y disimulo para poder cumplir con una estrategia de vinculación con el mundo. Sin embargo, podemos recordar la expresión del entonces candidato Milei “no negocio con comunistas” para referirse a cómo serían sus relaciones con China, o caracterizar al presidente brasileño Lula da Silva de “comunista y ladrón”. Enfrentarse con los dos destinos más importantes de nuestras exportaciones, que además poseen cierto carácter estructural -junto a Estados Unidos-, no parece un ejercicio de pragmatismo y, seguramente, no es una buena idea.

A pesar de las esperanzas de que la práctica gubernamental llevaría a cierto pragmatismo, lejos de ello las ofensas gratuitas continuaron. Además de los calificativos mencionados, tenemos los coqueteos con Taiwán, invitar a Jair Bolsonaro a su asunción, o tratar de asesino a Gustavo Petro entre otros dichos. Incluso con los Estados Unidos, centro de su proclamado alineamiento, las cosas no han escapado a esta dinámica: un día se reúne con el Secretario de Estado Antony Blinken del demócrata Joe Biden y al otro asiste a una asamblea política en el marco de la campaña electoral de Donald Trump donde le dice que desea verlo la próxima vez como presidente.

Esta incontinencia tuitera, verbal y actitudinal genera costos innecesarios. Y creemos precisamente que en este punto el autor del Realismo Periférico estaría en desacuerdo con la estrategia gubernamental. Siempre hemos sostenido que el valor principal de la teoría escudeana ha sido intentar establecer parámetros sobre los costos que determinadas políticas tendrían sobre la política externa y no la fantasía del aislamiento de mundo. Estas ofensas son una falta de cortesía cuya motivación tal vez responda a un interés específico, ya que esas expresiones y actitudes entorpecen las relaciones sin generar ningún beneficio.

Como se ha sostenido desde todas las vertientes de los análisis de política exterior, vivimos en un país vulnerable que, según quien nos lo cuente, o no posee o no le sobran, los márgenes de acción para cometer este tipo de errores, claramente evitables.

Por ellas es de consideración que la construcción de una estrategia de inserción por parte de la actual administración se encuentra lejos de la habilidad, la táctica y la sutileza que deberían caracterizar a las acciones de un Estado y en algunos casos se encuentra cerca de uno de los antónimos de la diplomacia: la torpeza.

Alejandro Simonoff
Coordinador
Centro de Reflexión en Política Internacional
IRI-UNLP