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La primera cumbre post-Brexit entre el Reino Unido y la Unión Europea: de la separación al diálogo pragmático

El 19 de mayo de 2025 se celebró en Londres la primera cumbre Reino Unido–Unión Europea, la cual marca el inicio de una nueva etapa en la relación euro-británica. La cumbre estuvo encabezada por António Costa, actual presidente del Consejo Europeo; la presidenta de la Comisión Europea, Úrsula von der Leyen; y Keir Starmer, primer ministro británico. Este encuentro constituye el primer acercamiento institucional de cooperación entre ambas partes desde la salida del Reino Unido de la UE mediante el Brexit.

Los detalles de la asociación estratégica

Durante la cumbre se suscribieron diversos compromisos bilaterales con el objetivo de fortalecer la cooperación en múltiples áreas de interés para ambas partes.

En materia de asuntos globales, se acordó trabajar de forma mancomunada en temas como energía, normas agroalimentarias, cambio climático, vínculos interpersonales, migración y política. En lo relativo a defensa y seguridad, ambas partes reconocieron su responsabilidad compartida respecto a la seguridad del continente europeo, y acordaron establecer una asociación en la materia.

En el plano comercial, se comprometieron a facilitar el flujo de productos agrícolas, simplificando los controles fronterizos. En cuanto a la política pesquera —uno de los puntos más disputados durante el Brexit— se alcanzó un acuerdo que generaliza el acceso recíproco a las aguas de pesca hasta junio de 2038, aunque aún resta definir el alcance de las cuotas.

Respecto a la cooperación bilateral, se acordó intensificar los vínculos en temas de interés común, tales como desarrollo, respuesta humanitaria, seguridad alimentaria, movilidad de estudiantes y profesionales, mercado eléctrico, derechos de emisión, y cooperación judicial, policial y migratoria.

En síntesis, la cumbre estableció un nuevo marco institucional orientado a flexibilizar los controles aduaneros sobre las exportaciones bilaterales, facilitar la movilidad juvenil y estudiantil, avanzar en una posición común sobre la seguridad europea, y fortalecer sustancialmente la coordinación y el gasto en defensa, con el propósito de afrontar desafíos compartidos ante un orden internacional más disputado y volátil.

 

Del Brexit a la asociación estratégica

Cuando David Cameron convocó al referéndum sobre el Brexit el 20 de febrero de 2016, nadie imaginaba que el sistema internacional cambiaría tan sustancialmente a lo largo de la década siguiente. Por entonces, los defensores del Brexit sostenían que el Reino Unido estaría mucho mejor fuera de la Unión Europea: que tendría mayor libertad para celebrar acuerdos comerciales —especialmente con la región del Indo-Pacífico y los Estados Unidos—, que podría regular unilateralmente la migración y las finanzas, y que convertiría a Londres en una “Singapur del Támesis”, fortaleciendo su rol global.

El Brexit se concretó finalmente, pero nada ocurrió como se esperaba. En 2016, Donald Trump llegó por primera vez a la Casa Blanca y la globalización, que había logrado superar los efectos de la crisis de 2008 mediante el multilateralismo y la cooperación internacional, comenzó a ser desmantelada a través de una guerra arancelaria entre Estados Unidos y China.

En 2020, el mundo enfrentó una pandemia que sacudió los cimientos económicos globales. En 2022, Rusia invadió Ucrania, desatando un conflicto de magnitud geopolítica aún irresuelto. En 2023, el conflicto en Gaza entre Israel y Palestina exacerbó las tensiones en Medio Oriente, y en 2025, una escalada entre Irán e Israel, aunque contenida, dejó en claro que el equilibrio global de poder ha cambiado de manera irreversible. El retorno de Trump a la presidencia de EE. UU. en 2025 incrementó la incertidumbre mundial mediante medidas unilaterales arancelarias y migratorias, amenazando la estabilidad de las relaciones dentro del bloque occidental.

Desde el Brexit, tanto el Reino Unido como la Unión Europea han debido adaptarse a un entorno internacional transformado, competitivo y volátil. Ninguna de sus economías atravesó por un período de auge: desde 2020, ambas experimentan una desaceleración del crecimiento, inflación persistente, crisis energética, aumento de la desigualdad e inestabilidad social.

El ambicioso proyecto de una “Gran Bretaña Global”, impulsado en 2020 por el Partido Conservador, naufragó políticamente en medio de cambios profundos en el orden mundial. La globalización ha llegado a su fin; la posglobalización ha comenzado. En esta etapa de competencia sistémica creciente, ni Occidente, ni Estados Unidos, ni el G-7, ni el Reino Unido ni Europa están en condiciones de establecer las reglas del orden internacional por sí solos.

Si el ingreso del Reino Unido a la Comunidad Europea en 1973 puede interpretarse como una apuesta por construir un destino compartido con beneficios comunes, la Asociación Estratégica celebrada en Londres en 2025 puede comprenderse como el primer paso de una estrategia pragmática, orientada a afrontar los desafíos de una era marcada por la intensificación de la competencia global.

Afrontando desafíos comunes

A diferencia del primer ministro David Cameron, que gobernó durante el repliegue de la globalización, el laborista Keir Starmer enfrenta un orden internacional volátil y crecientemente multipolar. Este escenario empuja a Londres y Bruselas a coordinar su política exterior ante tres grandes desafíos: el progresivo retiro del compromiso estadounidense con la seguridad europea; la amenaza nuclear rusa; y la competencia sistémica con China.

En la coyuntura actual, ni Europa ni el Reino Unido disfrutan de estabilidad ni crecimiento robusto. Aunque siguen siendo actores relevantes del sistema internacional, la competencia global se ha intensificado. No es que hayan declinado, sino que otros actores han ascendido con mayor velocidad.

En respuesta, la Unión Europea planea duplicar su gasto en defensa en los próximos cinco años, pasando de 350.000 a 800.000 millones de euros. Por su parte, el Reino Unido se comprometió a elevar su gasto en defensa del 2,0 % al 4,1 % del PBI anual hacia 2027, lo que equivaldría a aproximadamente 170.000 millones de dólares anuales. Con una economía altamente endeudada, bajo crecimiento y creciente desigualdad social, cabe preguntarse si el Reino Unido podrá cumplir efectivamente con tales compromisos.

El Ministerio de Defensa británico anunció recientemente la construcción de 12 nuevos submarinos nucleares, a razón de uno cada 18 meses, lo que implica un cronograma de 18 años. Un plazo razonable si se considera que la construcción de los dos portaaviones clase Queen Elizabeth tomó 12 años.

La asociación integral establecida busca enmarcar la cooperación en una amplia gama de áreas: gestión de crisis internacionales, participación británica en las operaciones de la Política Común de Seguridad y Defensa (PCSD), ciberseguridad, lucha contra la desinformación y amenazas híbridas, protección de infraestructuras críticas y movilidad militar.

El acuerdo también contempla la posibilidad de que las empresas británicas participen en programas europeos de desarrollo y adquisición de capacidades, con acceso potencial al fondo SAFE, dotado con 150.000 millones de euros.

Desde una mirada crítica, puede observarse que el Reino Unido sigue manteniéndose al margen de las estructuras institucionales de la UE. El carácter intergubernamental, voluntario y revisable del acuerdo refleja los límites de una asociación al estilo británico, que privilegia la flexibilidad y un compromiso à la carte en lugar de una integración profunda. En tal sentido, el acuerdo, aunque discursivamente ambicioso, representa más una solución funcional, coyuntural y pragmática que un proyecto estratégico compartido.

Balance y perspectivas de la cumbre

En términos concretos, la Cumbre de Londres permitió restablecer el diálogo político de alto nivel entre el Reino Unido y la Unión Europea; institucionalizar grupos técnicos mixtos permanentes para implementar los compromisos asumidos; suscribir una declaración conjunta en materia de seguridad; y activar mecanismos clave como el Fondo Europeo de Defensa.

Si bien el acuerdo prevé una ampliación de la cooperación bilateral en diversos ámbitos — económico, político, comercial, social y tecnológico—, no puede soslayarse que su motivación principal radica en la necesidad imperiosa de establecer una agenda de seguridad compartida. En un contexto signado por el resurgimiento de la competencia geopolítica, la inestabilidad sistémica y amenazas transversales, Londres y Bruselas reconocen la necesidad de articular respuestas coordinadas ante los desafíos globales inminentes.

Sin embargo, esta asociación estratégica —aunque significativa— no puede interpretarse como una reconciliación plena, ni como una vuelta al punto de partida, ni como un proyecto integrador de largo plazo. Su diseño flexible y revisable evidencia tanto los límites estructurales del vínculo post-Brexit como la persistente ambigüedad británica frente a Europa.

En este sentido, más que una convergencia política profunda, el acuerdo representa una solución funcional, orientada a responder a un entorno internacional crecientemente volátil, caracterizado por una posglobalización que impone nuevos desafíos estratégicos a ambos actores y exige, a su vez, formas renovadas de cooperación sostenidas por compromisos flexibles pero duraderos.

Federico Luis Vaccarezza
Secretario
Departamento de Europa
IRI-UNLP