Las negociaciones para alcanzar un alto al fuego en el conflicto entre Israel y Hamas en la Franja de Gaza parecen haber caído en un impasse ante la escalada de la violencia de los últimos meses. Como correlato, la insatisfacción de ciertos países occidentales con este punto muerto ha acelerado sus intenciones de reconocer la soberanía del Estado Palestino en la Asamblea General de ONU. La cumbre con sede en Nueva York iniciada este lunes 22 de septiembre ha sido una iniciativa del Gobierno Francés, en conjunto con Arabia Saudita, para renovar el ímpetu de la Resolución 181 de 1947, la cual estipulaba la creación de un Estado judío y uno árabe.
Previo al pasado domingo, Palestina era reconocida como un Estado por 147 de los 193 miembros de Naciones Unidas siendo, asimismo, desde 2012, un Estado observador no-miembro del organismo. Este nombramiento, si bien simbólico, puede ser denominado como un reconocimiento de facto de la soberanía palestina. No obstante, su “estaticidad” es todavía objeto de debate. En general, el criterio para que un Estado sea considerado como sujeto del Derecho Internacional Público exige: población permanente; territorio definido; un gobierno; y la capacidad de vincularse con otras naciones.
El pueblo palestino conforma una nación con una cultura e identidad comunes. Según la propia Asamblea General, posee los derechos inalienables a la auto-determinación y la soberanía. El territorio palestino, más allá de que gran parte de este esté en disputa con u ocupado ilegalmente por Israel, es reconocido por la comunidad internacional según los parámetros establecidos en la resolución 242 de Consejo de Seguridad y en los Acuerdos de Oslo -límites previos a la Guerra de los Seis Días de 1967.
La existencia de un gobierno efectivo está sujeta a polémica. Desde 2007, la Autoridad Nacional Palestina (ANP) presidida por Mahmoud Abbas -representante de la facción Fatah-, sobre quien formalmente recae el gobierno, coexiste con la administración por parte de Hamas de la Franja de Gaza. Más allá de la controversia en cuanto a su efectividad, la existencia de un gobierno con facultades estatales transferidas mediante un tratado -Acuerdo de Oslo II- reconocido internacionalmente es incontestable. Además, y para satisfacer el último criterio, la red diplomática establecida por la ANP ha sido clave para los recientes anuncios de reconocimiento de Palestina.
Los mandatarios de Australia, Canadá, Bélgica y Francia expresaron la voluntad de reconocer al Estado Palestino como testimonio de su frustración por la debacle humanitaria desatada en Gaza. Keir Starmer, primer ministro británico, había manifestado la intención de replicar esta medida a menos que Israel se comprometiese a un armisticio y a establecer lineamientos que condujesen al reconocimiento de Palestina como un Estado, entre otras condiciones poco plausibles a corto plazo.
Estos movimientos respondieron, en parte, a las presiones internas a las que han estado sujetos los diversos dirigentes. Los primeros ministros británico, japonés y canadiense han debido responder a reclamos intrapartidarios, parlamentarios y provenientes de los cuadros diplomáticos y la sociedad civil. Sydney y París han sido sede de manifestaciones a favor de Palestina con la participación de miles de asistentes. La crisis humanitaria creada a partir de las limitaciones al ingreso de ayuda y alimentos ha sido expuesta al mundo por la prensa, aumentando el descontento público en Occidente.
El apoyo a la constitución de una Palestina independiente ha sido instrumentalizado como una herramienta de presión diplomática para obligar a la cúpula política israelí a convenir un alto al fuego, y la edificación de un camino hacia la constitución de un Estado Palestino independiente. Estas declaraciones fueron posibles gracias a los compromisos tomados por Abbas de desmilitarizar el país, llevar a cabo elecciones, continuar reconociendo el derecho de Israel a existir y descartar la participación de Hamas en un futuro gobierno, requerimiento que expone las disyuntivas de Fatah con la organización que administra Gaza.
La respuesta de Tel Aviv fue que los anuncios eran “una recompensa al terrorismo”. La voluntad de avanzar sobre Gaza y Cisjordania, en conjunto con el ataque militar a Doha, ha demostrado que la presión que hasta el momento los gobiernos occidentales han intentado poner sobre el gobierno de Israel no ha surtido efecto. Ello se debe, en parte, al apoyo estadounidense, el cual diluye la necesidad de comprometerse a un proceso de paz como el que exigen Francia y Reino Unido. El amparo de la Casa Blanca se manifestó en la réplica de las críticas esgrimidas por Israel y la decisión de negar a la delegación de la ANP las visas para entrar al país en vísperas de la cumbre de la Asamblea General.
Producto de la intransigencia israelí, Australia, Canadá, Portugal y el Reino Unido se han adelantado a las sesiones de Asamblea General y han anunciado su reconocimiento efectivo del Estado Palestino un día antes. Emmanuel Macron, quien enunció el discurso de apertura de la cumbre, fue el encargado de comunicar el reconocimiento francés este lunes -durante la jornada se sumaron también los de Bélgica, Luxemburgo, Malta y Mónaco. Esta postura conjunta aísla a Israel y constituye un giro importante para países que habían otorgado apoyo al gobierno de Benjamin Netanyahu.
El reconocimiento de la soberanía palestina atenta contra la autopercepción de Israel. Una identidad negativa puede crear una disposición a la autoafirmación mediante la violencia. No deben extrañar, por tanto, las declaraciones del primer ministro y los ministros de Seguridad y de Finanzas israelíes, quienes postularon como respuesta a la condena occidental el avance definitivo sobre los territorios de Cisjordania -en la retórica religiosa del gobierno: los territorios bíblicos de Judea y Samaria, donde la continua y acelerada expansión de los asentamientos, caminos e infraestructura securitaria israelíes dividen la contigüidad del territorio e interfieren con la vida de millones de palestinos desde el año 1967. Netanyahu reiteró su voluntad de impedir la erección de un Estado Palestino. Como corolario de sus intenciones, las fuerzas militares israelíes anunciaron este lunes el refuerzo de sus contingentes terrestres, navales y aéreos para sepultar cualquier esperanza de soberanía palestina.
No existe una unicidad de criterios sobre los efectos que genera el reconocimiento de un Estado. La Convención de Montevideo de 1933, de donde son extraídos los cánones de estaticidad, afirma que es un acto meramente declarativo, el cual, por ende, porta un significado meramente simbólico. El reconocimiento de la soberanía de un Estado puede tener un efecto pacificador, ya que reduce la necesidad de proteger la existencia física y psíquica mediante el uso de la fuerza. Abbas reconoció la utilidad del viraje diplomático de Occidente para garantizar una convivencia en paz entre Israel y Palestina. No obstante, Hamas, sin dejar de destacar su carácter positivo, recalcó que la conducta de Israel sigue sin ser efectivamente sancionada, careciendo de mucha utilidad práctica.
Sin embargo, la constitución de un Estado Palestino reconocido unánimemente por la comunidad internacional, sin el beneplácito norteamericano, sigue siendo una quimera. Además, el cumplimiento de los compromisos tomados por la ANP no parece ser plausible, sobre todo la no participación de Hamas en la constitución de un nuevo gobierno. Prácticamente todos los habitantes de Gaza tienen alguna filiación con dicha organización por necesidad y no necesariamente por afinidad. Este requerimiento operaría más como un reflejo de disyuntivas políticas entre Hamas y Fatah que de la voluntad popular. El liderazgo local debe ser construido a partir de una nueva agenda política nacional y a través de un proceso que incluya a todas las facciones políticas e instituciones gubernamentales.
La erección de un gobierno débil sin el suficiente respaldo podría atentar contra la viabilidad del autogobierno y ser el disparador de mayor inestabilidad local y regional. El reconocimiento no puede operar según los avatares políticos occidentales y sobre bases que perjudiquen la constitución de un gobierno con firme asiento popular. Por lo pronto y a la espera de la ya anticipada respuesta negativa y posiblemente agresiva de Israel, los avances que generan los reconocimientos son sólo simbólicos para quienes sufren los calvarios de la guerra. Sin un final a la impunidad israelí, difícilmente pueda divisarse un camino allanado hacia la soberanía del pueblo palestino en el horizonte próximo.
Lenny Favre
Integrante
Departamento de Medio Oriente
IRI-UNLP