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11 de marzo de 1990: transición democrática en Chile

¿Qué significa hablar de una dictadura de la que no se tiene experiencia? ¿Cómo reflexionar acerca de algo guardado en la memoria pero de lo que no se tiene recuerdo? La dictadura chilena forma parte de mi memoria, porque de por medio hay conciencia y noción común de pasado. Por más que no haya una experiencia corporal del acontecimiento, el cuerpo puede sentirse interpelado por su memoria.

¿Cómo hablar de la dictadura? ¿Desde qué punto de vista? Las palabras sobre la memoria del pasado no echan raíces fácilmente. Por eso quizás es mejor recurrir a la raíz de las palabras mismas. “Dictadura” proviene del latín dictate, que significa “gobierno en donde una sola persona da las órdenes”. En el Imperio Romano, un dictador era aquel que ocupaba una magistratura extraordinaria por razones de fuerza mayor durante un tiempo determinado.

El régimen dictatorial es vivido por una sociedad. Es aquella a quien el dictador necesita para ser quien es, su existencia se justifica en tanto haya un pueblo al que darle órdenes. Aquí ya hay dos experiencias que se relacionan: la del cuerpo social que efectivamente es atravesado por la dictadura, y la del cuerpo que se interpela por la memoria de ella.

Los discursos que se generan a partir de estas vivencias, diferenciadas en tiempo y espacio,  tienen distinto carácter. Un juego de lenguaje peculiar se desarrolla en este contraste: mientras el cuerpo que se encuentra más allá de la dictadura la piensa, la pondera y la discute, el fenómeno dictatorial ahoga en el silencio al cuerpo que lo padece. Una dictadura es aquella que logra, en términos de Jacques Rancière, un consenso de silencio. Un dictador hace entender a sus gobernados que el silencio es la condición de su supervivencia. Dictar el no-discurso, amordazar al cuerpo social, que sea el pueblo mismo quien se ate el pañuelo alrededor de la boca.

El comandante en jefe del Ejército Chileno Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, depuso al entonces presidente de la República, Salvador Allende. Durante casi 17 años, se acordó el silencio a cambio de la supervivencia. Pero un día como hoy, 11 de marzo, pero de 1990, el régimen dictatorial chileno se vio formalmente concluido. La voz de la sociedad chilena se venía haciendo oír desde antes: ya en 1988 se había expresado, a través de un referéndum convocado por el gobierno, en contra de la continuación de Pinochet como primer mandatario del país, y en la fecha antes mencionada dio un cierre definitivo a casi dos décadas de sopor.

La razón que anima estas breves reflexiones es parte del discurso de una memoria sin experiencia. Y el motivo es la vuelta de la democracia en Chile, o sea, la apertura del régimen hacia el desacuerdo: una condición de existencia de la democracia no es el silencio, es la expresión, es la creación de la propia experiencia a través de las palabras públicas.

Y a partir del discurso, otra condición de la democracia es poder pasar al acto. Las palabras conforman estructura, pero la acción la vivifica. Vivir en democracia significa ser conscientes de que somos capaces de actuar, y necesariamente actuar. Vivir en común y volver posible un incesante cambio. Participar diariamente de la refundación del régimen democrático es exactamente lo que, al decir de Merleau-Ponty, constituye la carne de lo social político. No dejar nunca de hacer, ni de crear el propio espacio, el espacio democrático de discurso y acción.

El 11 de marzo se cumple un nuevo aniversario la transición democrática en Chile. Ningún número debería ser excusa para no recordar que podemos recordar, para hablar acerca de que podemos hablar, y hacer porque podemos hacer.

Ignacio Alfredo Grassia
Colaborador de la Red Federal de Historia de las Relaciones Internacionales (CoFEI)
Departamento de Historia
IRI – UNLP