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A2022 Seguridad Artículo Reyes Africa

Departamento de Seguridad Internacional y Defensa

Artículos

Arquitectura de Paz y Seguridad Africana: el rol de Sudáfrica y Nigeria ante la hibridación de conflictos armados en el África Subsahariana[1]

Cristian Reyes[2]
La caída del telón de acero, como bautizara Winston Churchill a la división Este – Oeste, que se vio consumada con el desmoronamiento del muro de Berlín y la fragmentación de la Unión Soviética, como episodios nodales de un enfrentamiento ideológico, condujeron a la finalización de un mundo de tendencias bipolares. Un nuevo orden emergió, y con él, distintos formatos de confrontación se hicieron eco en un sistema internacional que vio regurgitar una fisonomía de conflictos armados de índole multifacética.

En este orden, configurado por una hegemonía estadounidense preponderante, muchos estados, que bajo la influencia de la guerra fría habían sido encorsetados en una ideología condicionante, buscaron erigir su independencia tanto desde la conformación de nuevos límites territoriales, como de la libre asociación o integración a otros actores estatales. Así surgieron confrontaciones étnicas y civiles de índole intra e interestatal que desafiaron el rol de la comunidad internacional ante situaciones de extrema violencia, comprometiendo seriamente la seguridad humana en su concepción más amplia.

Estas características híbridas que engloban conflictos armados y amenazas transnacionales encontraron tierra fértil en espacios de conflagración asidua, desatando una metamorfosis de la violencia que irrumpió en escenarios sumamente vulnerables al accionar de combates irregulares y convencionales, dotados de una conjunción tanto simétrica como asimétrica. En este sentido, y siguiendo a Tello (2013, en Bartolomé, 2019: 11):

La guerra híbrida nos muestra una doble faz. Por un lado, procura fusionar la letalidad de los conflictos interestatales con el fervor de las guerras irregulares. Por el otro, exhibe mayor velocidad y letalidad que las guerras irregulares del pasado, debido a la difusión de tecnologías avanzadas.

La consumación de episodios de esta índole en un tablero internacional en ciernes post guerra fría, motivó a la comunidad internacional a encarar la problemática desde una perspectiva humanitaria integral, más allá de las disposiciones abarcadas en los Convenios de Ginebra y sus Protocolos Adicionales[3], que dieron un marco normativo a la protección de civiles y combatientes durante el empleo de guerras de tipo convencional. Con el auge de conflictos híbridos y nuevas modalidades de confrontación en sus diferentes dominios, el concepto de seguridad humana comenzó a desarrollarse como una alternativa holística que pudiera, al menos, atemperar el infierno.

El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 1994, acuñó algunos componentes de la seguridad humana. En su acepción más restringida y minimalista, entendida como freedom from fear, la seguridad alcanzó la esfera política, personal, comunitaria y económica; en tanto, en su acepción más amplia y maximalista, entendida como freedom from want, el programa abarcó la esfera sanitaria, alimentaria y ambiental (Rivera, 2016).

Desde este enfoque, los estudios sobre seguridad internacional hacia fines del siglo pasado se abocaron a unidades de análisis que priorizaron los conflictos regionales, domésticos y nacionales, pero fundamentalmente la atención estuvo centrada en los individuos como potenciales damnificados. La hibridación de conflictos armados en las postrimerías de la década del ‘90 produjo secuelas de enorme envergadura en materia humanitaria, aumentando los niveles de pobreza, marginalidad, desempleo y analfabetismo, en un contexto signado por los desplazamientos y el deterioro ambiental. Consecuencias que afectaron ostensiblemente el desarrollo de la vida humana.

En este contexto, uno de los continentes más afectados por la inmensidad de variables mencionadas, fue el africano. Durante el último decenio del siglo pasado, África experimentó una proliferación de conflictos étnicos y tribales de características intra e interestatal que desarticularon el espacio geográfico de distintos actores y pusieron en jaque tanto la estabilidad regional como la seguridad continental. Ejemplos como el genocidio de Ruanda, la guerra civil en Angola, el conflicto en Somalia o los enfrentamientos en Sierra Leona, Liberia, Argelia, Burundi y la República Democrática del Congo, dejaron en evidencia una gobernabilidad sumamente frágil que dio fruto a un cúmulo de estados fallidos que quedaron librados a su suerte.

En palabras textuales de Ognimba (2010: 98):

África se vio sacudida durante la década de los 90 por conflictos que ya no solo enfrentaban a los estados y sus ejércitos, sino también a milicias, soldados no profesionales y pueblos, a la vez víctimas, actores y blancos, manipulados por nuevos y atípicos señores de la guerra. Estos se burlaban de las fronteras y las reglas básicas establecidas en convenciones internacionales y a veces vinculadas a los grandes sistemas financieros informales internacionales. Se trataba en su mayoría de conflictos internos, pues las guerras puramente interestatales se volvieron cada vez menos frecuentes y la paz y la seguridad fueron sometidas a una dura prueba por los conflictos armados internos.

Bajo aquella coyuntura de violencia perenne y sin un horizonte plausible de resolución inmediata, la Organización para la Unidad Africana (OUA) se encontraba carente de herramientas para abordar los acontecimientos, a la par de estar dotada de un sesgo ideológico producto de su conformación bajo la égida de la guerra fría[4]. La expansión vertiginosa de los conflictos llevó a los jefes de Estado y de Gobierno a realizar la Declaración sobre la situación política y económica de África el 11 de julio 1990, con el objetivo de impulsar definitivamente la Comisión de Mediación, Conciliación y Arbitraje inscripta en el Acta Fundacional de la OUA (1963), la cual no fue puesta práctica hasta 1993 (Gamarra, 2016).

Asimismo, la organización se vio obligada a reformular sus bases fundacionales y reorientar sus políticas en pos de intervenir de manera más efectiva en los conflictos internos con el propósito de preservar la democracia y los derechos humanos, dejando de lado aquellos principios de no interferencia en los asuntos domésticos. En este sentido, la OUA iniciaría un proceso de transmutación hacia una nueva organización que intentaría posicionarse en el orden global como un actor relevante en la reconfiguración del continente africano en materia de seguridad, estabilidad y mantenimiento de la paz; así llegaría el turno de la Unión Africana (UA).

Según Ognimba (2010: 100), el proceso de transformación de la organización se sustentó:

… por la necesidad de dotar al continente africano y a sus pueblos de capacidad para afrontar los desafíos del siglo XXI. Concretamente, la reducción de la pobreza, el desarrollo integral, sostenible y equitativo, el buen gobierno y el respeto por la dignidad humana a través de la promoción y la protección de los derechos humanos y la reafirmación del posicionamiento de África en un mundo globalizado.

Conformación de la Unión Africana: prolegómenos para la Arquitectura de paz y seguridad

Teniendo en cuenta los objetivos materiales establecidos en el Acta Constitutiva de la OUA[5], en relación a las funciones preconcebidas, podemos observar que la organización careció de medios idóneos para prevenir amenazas endógenas en virtud de sus principios, siendo uno de ellos trascendental en la no resolución de conflictos internos, al configurar, tal cual lo manifiesta el punto 2 del artículo III del Acta, “la no injerencia en los asuntos internos de los Estados”. En base a este principio, Jarpe Fábrega (2018: 4), asevera que la no intervención:

… transformó a la OUA en la “guardiana de regímenes de estado que se mantenían en el poder a expensas de los derechos de sus pueblos”. Lo que, sumado a su irrestricto respeto a la soberanía e integridad territorial de los Estados, constriñó su accionar en regímenes dictatoriales, crisis políticas, golpes de Estado, represión y en atrocidades cometidas contra población civil, tales como las ocurridas en Uganda y Ruanda.

Este accionar, que debía ser modificado tras las atrocidades experimentadas, resultó ser un leitmotiv en la constitución de la Unión Africana. Es así como esta flamante organización se constituyó en un mandato que abordaría tanto la paz y seguridad continental, como la integración y el desempeño económico en ejes neurálgicos. En este aspecto, y en un contexto que ameritaba un cambio estructural, la UA se erigió bajo enfoques paradigmáticos que coadyuvaron a rubricar la legitimidad de principios rectores como el de intervención y no indiferencia ante actos de genocidio, crímenes de guerra y lesa humanidad, auspiciando así la premisa de soluciones africanas para problemas africanos[6].

La reorientación que tomó el pasaje de la OUA a la UA a partir de la Declaración de Sirte de 1999[7], quedó plasmada en el Acta Constitutiva del año siguiente en Togo. Uno de los aspectos fundamentales que se vio en la reconfiguración normativa, fue el surgimiento de un concepto conocido como “renacimiento africano”, el cual encuentra sus raíces en la filosofía de discursos sobre el panafricanismo, conceptos que fueron retomados durante la segunda década de los años 90 del siglo pasado por el presidente sudafricano, Thabo Mbeki, quien consideraba conformar “una inteligencia africana que elabore formas y medios para las reformas” (Mbeki, 1998, en Seguí, 2015: 63).

Para Seguí (2015: 62), el renacimiento africano:

… insta a la población africana a superar los retos actuales que acechan el continente (violencia, elitismo, corrupción, pobreza) y consigna una renovación económica, cultural, científica que conlleve más cohesión social, democracia, reconstrucción económica, crecimiento, así como el establecimiento de África como actor relevante en los asuntos geopolíticos.

En este sentido, el renacimiento africano es considerado como parte de un movimiento antiimperialista más amplio que sirve para superar las dificultades provocadas en el continente por años de colonialismo y de relaciones internacionales injustas, incluida la crisis de la deuda, el subdesarrollo, la dislocación social, etc. (Maloka, 2001: 3, en Ibid.).

Así las cosas, la institucionalización de la UA para el mantenimiento de la paz y seguridad continental, quedó sellada en la Cumbre de Durban, Sudáfrica (2002)[8]. En ella, se adoptó el Protocolo que crea el Consejo de Paz y Seguridad[9] como “un órgano permanente de toma de decisiones para la prevención, gestión y resolución de conflictos”, constituido en un “colectivo de arreglos de seguridad y alerta temprana para facilitar la implementación oportuna y eficiente de respuesta a situaciones de conflicto y crisis en África”, según lo estipula su artículo segundo.

En este sentido, el Protocolo da origen a la Arquitectura de Paz y Seguridad Africana (APSA, por sus siglas en inglés) con la composición de una serie de órganos que quedaron plasmados en el punto 2 del artículo 2: “El Consejo de Paz y Seguridad contará con el apoyo de la Comisión, un Panel de Sabios, un Sistema Continental de Alerta Temprana, una Fuerza de reserva africana y un fondo especial”[10].

De manera integral, la agenda de la APSA basa su composición y delimitación en tópicos relacionados con la alerta temprana y prevención de conflictos; las operaciones de paz, apoyo a la paz, consolidación de la paz y posconflicto; reconstrucción y desarrollo; promoción de prácticas democráticas, buena gobernanza y respeto por los derechos humanos; acción humanitaria y gestión de desastres (Monua, 2018).

Asimismo, APSA cuenta con la colaboración y complementación de las Comunidades Económicas Regionales[11] de manera subsidiaria, y con las organizaciones Subregionales Africanas[12], las cuales están compuestas por los 54 Estados miembros de la UA. Estos grupos de intervención interdependiente funcionan como sustento, apoyo y coadyuvan a la implementación de mecanismos institucionales en materia de seguridad y prevención Según Brás (2015: 180):

Estas organizaciones africanas son, en su área de intervención regional, responsables de la seguridad y del apoyo al desarrollo de los respectivos países miembros, integrándolos por esa vía en las dinámicas del contexto regional de seguridad africano. Por ese motivo, se constituyen también en puntos focales e interlocutores privilegiados para el desarrollo de las políticas de cooperación estratégica en África, ora en la vertiente del apoyo al desarrollo ora en el área de la seguridad y defensa.

Este esquema integral e interconectado para el mantenimiento de la paz y la seguridad a nivel continental, encuentra a la UA como un actor con proyección global para garantizar la estabilidad de sus problemas internos. APSA, como brazo ejecutor junto al Consejo de Paz y Seguridad, representa un salto cualitativo de mayor proactividad en relación a la respuesta inmediata y coordinada de todos sus dispositivos institucionales, frente a situaciones de constante ebullición intraestatal que desestabilizan y condicionan la geopolítica del continente.

En este contexto, las organizaciones subregionales junto a las comunidades económicas configuran un organigrama de intervención y sustentabilidad que tiende a conformarse en un proceso de seguridad colectiva en el orden de la diplomacia preventiva y la resolución de conflictos, en donde las zonas de disputa encuentran motivos de índole geoestratégica por la abundancia de recursos naturales. En este escenario, y siguiendo a Brás (2015: 184):

… la creación de la APSA representa una panafricanización del factor seguridad, presentando en los dos niveles, estratégico y operacional, interconectados un alcance continental al envolver y comprometer a los Estados y a las Organizaciones en la creación de mejores condiciones de vida para las personas, a través de una cooperación político-estratégica.

Ahora bien, luego de esbozar un diagrama general de la conformación de APSA bajo la tutela de la UA, nos interesa observar, dentro de esas organizaciones subregionales, tanto el rol como el comportamiento de dos estados que por sus características económicas, políticas, militares y sociales, se posicionan como referentes regionales y garantes institucionales en la Arquitectura de Paz y Seguridad Africana. En este aspecto, ahondaremos específicamente en los casos de Sudáfrica y Nigeria como actores de peso en el África Subsahariana.

Sudáfrica: la voz austral con resonancia continental

La República de Sudáfrica se posiciona actualmente como una potencia media emergente tanto en el orden subregional y regional como a nivel continental, con una marcada proyección global. Con una población estimada en más de 59,3 millones de personas, Sudáfrica ostenta un PBI per cápita de 5.090,72 dólares (Guinea Infomarket, 08/09/2021); siendo la segunda economía más importante de África y la más diversificada[13].

En base a una política exterior con ribetes más pragmáticos y africanistas, e impulsora de la integración y el multilateralismo, Sudáfrica logró erigir instituciones más eficientes que dieron legitimidad a su accionar en el sistema internacional, consolidando así su participación en bloques de economías emergentes como los BRICS[14], o siendo referente indiscutida en la Comunidad de Desarrollo del África Austral.

De este modo, la política exterior se sustenta en un conjunto de valores (patriotismo, lealtad, dedicación, Ubuntu y Batho Pele[15], equidad e integridad) y principios sobre los cuales se estructuran los objetivos estratégicos del país, entendidos como el interés nacional. Entre los principios rectores se destacan el compromiso con la promoción de los derechos humanos, con la democracia, con la justicia y el derecho internacional, con la paz internacional, con el fomento de mecanismos para la resolución de conflictos, y por último un compromiso con el desarrollo económico a través de la región y la cooperación internacional en un mundo globalizado e interdependiente (DIRCO, 2009: 6, en Lechini, 2016: 44).

Si bien Sudáfrica proyecta un discurso de representatividad del continente de adentro hacia fuera, la repercusión doméstica genera rispideces al observarse una política que antepondría sus intereses nacionales por sobre los regionales. En este sentido, y siguiendo a Lechini (2016: 45):

Sudáfrica se ofrece como puerta de entrada al África, especialmente en los foros comerciales globales, y como representante o con voz para hablar en nombre de África en los encuentros y organizaciones multilaterales. Sudáfrica como una democracia multirracial, Sudáfrica como líder regional y africano, Sudáfrica como puerta de ingreso al África, con una economía en crecimiento, con importantes empresas y un sólido sistema financiero, son argumentos que se escuchan en los foros multilaterales y que se silencian en los africanos, generando mucha suspicacia en la región.

En cuanto a su poder blando, Sudáfrica fue gran artífice en la conformación de la UA y en la puesta en funcionamiento de APSA, posicionándose como garante de la institucionalidad habida cuenta de su influencia internacional, regional y continental, sustentada no solo en sus características económicas, sino también en sus capacidades militares y recursos duros.

En este aspecto, y según el ranking elaborado por el portal Global Firepower (2021), en materia de capacidades militares, poder de fuego, logística, tecnología y presupuesto, la República de Sudáfrica se encuentra en el puesto 32 con una puntuación PowerIndex[16] de 0.5665 puntos, sobre un total de 140 países analizados; en tanto, sus recursos financieros en materia de presupuesto para la Defensa alcanzan los $3,597,000,000.

Respecto a su poder aéreo, Sudáfrica cuenta con 221 aeronaves, 17 aviones de combate, 87 helicópteros y 12 helicópteros de ataque; en relación a su poder terrestre, alcanza una fuerza de tanques de 195 unidades, 3.000 vehículos blindados, 43 unidades de artillería autopropulsada, 72 de artillería remolcada, y 50 proyectores de cohetes móviles; y en cuanto a su poder naval, alcanza una fuerza de flota de 30 unidades, 3 submarinos, 4 fragatas, 31 buques patrulleros, 2 flotas de guerra de minas, y 103 unidades de la marina mercante; y como proyección logística, cuenta con 407 aeropuertos (Ibid.).

El potencial que determina su posicionamiento también encuentra su razón de ser en la ubicación geográfica, respecto a la importancia que alcanzan océanos como el Atlántico Sur o el Índico[17] como espacios de dominio y proyección de poder, tanto para actores regionales como para potencias extrarregionales. En este sentido, el Cabo de Buena Esperanza se alza como una ruta de paso estratégica entre ambos océanos para el petróleo proveniente de Oriente Medio.

La consolidación de Sudáfrica en el tablero internacional le permitió ser considerada como un actor relevante en su área de influencia, impulsando así una agenda interna más amplia y contundente como potencia militar y económica. En base a esto, durante los gobiernos de Thabo Mbeki (1999-2008) y Jacob Zuma (2009-2018), Sudáfrica penduló entre una diplomacia preventiva que aglutinó recursos duros y blandos en la pacificación del continente[18], colaborando estrechamente con Nigeria en la reconfiguración institucional y operativa de APSA, y una participación más activa en operaciones de mantenimiento de la paz y reconstrucción post-conflicto del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y del Consejo de Seguridad y Paz de la Unión Africana (Lechini, 2016).

Nigeria: el despertar de una potencia en ciernes

La República Federal de Nigeria se configura actualmente como uno de los estados más importantes e influyentes tanto del África Occidental como del continente en general. Además de contar con la economía más grande y diversificada, ostenta indicadores de crecimiento sostenido en su desarrollo[19]. Siendo el principal referente de la Comunidad Económica regional (CEDEAO/ECOWAS), Nigeria cuenta con mano de obra calificada y representa la tasa demográfica más alta del continente con una población estimada en 206 millones de personas, alcanzando un PBI de 450 mil millones de dólares[20].

Otro rasgo característico que determina el progreso de la nación nigeriana es su carácter de principal exportador de petróleo en África[21], cualidad que se combina con la abundancia de recursos naturales y las grandes reservas de gas natural a nivel continental. Asimismo, Nigeria ejerce una gran influencia respecto a la demanda de crudo en el Golfo de Guinea, la cual cubre alrededor del 40% por ciento de la demanda de petróleo de Europa y cerca del 30% de la demanda de Estados Unidos.

Estos factores y capacidades materiales le han dado a Nigeria un lugar preponderante en el orden global a lo largo de las últimas décadas. Según Pamies (2014: 9):

En el plano internacional el país es conocido por ser un importante exportador de petróleo, especialmente a partir de los años cincuenta, y en las últimas tres décadas la exportación de crudo ha representado alrededor del 90% de las exportaciones totales del país. Tras el parón durante la Guerra de Biafra a finales de los sesenta el crecimiento de las exportaciones continuó subiendo, si bien los beneficios no repercutieron a la población, agudizándose el crecimiento a inicios de los ochenta, pero volviendo a caer ininterrumpidamente hasta el inicio de la guerra de Irak. A medida que el recuerdo de la guerra se ha ido borrando progresivamente, Nigeria se ha convertido en una alternativa al petróleo de Oriente Medio.

Ahora bien, en el plano político y en materia de seguridad, Nigeria tiene un rol clave en su entorno cercano que desafía permanentemente su liderazgo. Por un lado, linda con el cinturón del Sahel[22], una región dominada por la pobreza extrema, el auge del yihadismo y el crimen organizado, problemáticas que generan un cúmulo de conflictos de índole multidimensional. Y por el otro, aún experimenta reminiscencias de una crisis doméstica acuciante frente al grupo terrorista Boko Haram[23], que al momento provocó 2 millones de desplazados y alrededor de 40.000 muertos.

En este sentido, los esfuerzos para mantener la paz y seguridad regional en un contexto que insumía un protagonismo relevante fueron denodados por parte de Nigeria. Su postura frente a las amenazas híbridas y el terrorismo han hecho resaltar su capacidad institucional para abordar dificultades endémicas, logrando resultados tanto a nivel regional como continental. Asimismo, y al configurarse como socio del G-5 del Sahel[24], se ha transformado en un agente fundamental para la búsqueda de la estabilidad.

En el ámbito político, Nigeria ha sido importante en la búsqueda de la CEDEAO por promover la estabilidad política en la región. El país tuvo un importante papel en el acuerdo que puso fin a las guerras civiles en la región del río Mano (Guinea Conakri, Liberia, Sierra Leona). Y, de modo más reciente, la intervención nigeriana aseguró una transición pacífica del poder en Gambia tras unas disputadas elecciones (Opalo, 1/11/2019).

Como uno de los representantes más influyentes a nivel continental de la UA y a nivel regional de APSA, Nigeria tiene un aporte uniforme en sus capacidades militares. Según el ranking elaborado por el portal Global Firepower (2021), la República Federal nigeriana ocupa el puesto 35 con una puntuación PowerIndex de 0.6241 puntos, sobre una base de 140 estados observados, alcanzando un presupuesto en materia de Defensa que llega a los $2,100,000,000.

En relación a su poder aéreo, Nigeria cuenta con 125 aviones, 8 de combate, 13 de ataque dedicado y 41 helicópteros, siendo 15 de ellos de ataque; en cuanto a su poder terrestre, alcanza una fuerza de tanques de 355 unidades, 2.000 vehículos blindados, 65 unidades de artillería autopropulsada, 339 de artillería remolcada, y 59 proyectores de cohetes móviles; respecto a su poder naval, cuenta con una fuerza de flota de 75 unidades, 1 fragata, 97 patrulleros oceánicos, 2 flotas de guerra de minas, y 667 unidades de la marina mercante; y como proyección logística, alcanza los 54 aeropuertos (Ibid.).

Consecuentemente con su posicionamiento y consciente de su margen de maniobrabilidad en la esfera decisional de la UA y en la operatividad de APSA, Nigeria, desde el gobierno de Olusegun Obasanjo (1999-2007), inició un proceso de reorientación en la economía del continente y de adecuación a la estructura institucional para el mantenimiento de la paz y la seguridad en África. En palabras de Carreño Lara (2018: 111):

… el triunfo del general Olusegun Obasanjo, en la elección presidencial de 1999, sentó las bases de una reinserción internacional que tuvo como norte la promoción de la democracia. Además, la política de nigeriana de defensa ha puesto énfasis en la necesidad de fortalecer la capacidad de apoyo a los países africanos en situaciones de crisis. De hecho, la configuración geográfica de Nigeria ha llevado, indiscutiblemente, a vincular su seguridad a la estabilidad subregional. Además, esta premisa se ve reforzada por el temor a que su seguridad se vea alterada por poderes extrarregionalas que actúan en cooperación con otros estados de África.

Reflexión Final

Resulta indudable apreciar que la constitución de la Unión Africana significó un punto de inflexión en el entendimiento integral de las problemáticas que aquejan al continente. La elaboración de una arquitectura que pudiera proveer soluciones a una génesis de conflictos endémicos transfronterizos y domésticos procuró, en principio, abordar las causales de manera más coercitiva, a pesar de no contar con todos los recursos necesarios al momento de concretar acciones contundentes que permitieran atemperar situaciones de enormes consecuencias endógenas.

Si bien la UA ha tenido una activa participación en misiones de mantenimiento de paz, ya sea en Burundi, Sudán, Comoros o Somalia, y ha hecho uso de su poder conferido en relación a la suspensión de algunos estados tras irrupciones abruptas al orden constitucional, condenado golpes de Estado[25], al momento enfrenta dificultades acuciantes para consolidar la institucionalización operativa de la arquitectura. Su escaso presupuesto y la dificultad de contar con recursos humanos capaces de afrontar conflictos de índole híbrida y multidimensional condicionan sus propósitos y disminuyen su autonomía.

Actualmente, APSA se encuentra financiada principalmente por Argelia, Egipto, Etiopía, Nigeria y Sudáfrica, que son los estados africanos con mayor desarrollo[26]; pero el aporte financiero de gran envergadura proviene del exterior, siendo la Unión Europea el proveedor más destacado[27]. Esto, de alguna manera, limita los márgenes de maniobrabilidad de las instituciones para poder adoptar decisiones de forma independiente.

Ahora bien, en este orden de acontecimientos, es indispensable destacar que tanto Sudáfrica como Nigeria, siendo los representantes más destacados del África Subsahariana por sus condiciones materiales e inmateriales, asumen un compromiso como potencias regionales sin descuidar sus intereses vernáculos, los cuales adquieren mayor relevancia al momento de configurar un orden integral de comportamiento.

En este aspecto, ambos actores ostentan un poder simbólico dentro de la UA que repercute considerablemente en la configuración de APSA. Tanto Sudáfrica como Nigeria, al ser conductores de la institucionalización del organismo, inciden de manera decisiva en su funcionamiento, procurando delimitar intervenciones que puedan ser asertivas a su esfera de dominio sin comprometer su liderazgo estructural a nivel continental.

En tal sentido, podemos observar que ambas repúblicas también compiten en su afán de representatividad como interlocutoras de la UA. Mientras Sudáfrica apela a su reconocimiento internacional en aras de la integración y el multilateralismo, que legitiman su accionar interno, Nigeria apuesta a un crecimiento sostenido en el orden económico que procure disminuir la dependencia financiera y permita garantizar estabilidad.

De esta manera, vemos que las dos potencias del continente influyen en el balance de poder de APSA, a costa de incrementar la capacidad de despliegue frente a amenazas endógenas que pongan en peligro la seguridad regional.

Notas

[1] Trabajo final entregado en el marco de la materia “África en las Relaciones Internacionales”, de la Maestría en Relaciones Internacionales (IRI – UNLP).
[2] Maestrando en Relaciones Internacionales (IRI – UNLP); Licenciado en Comunicación Social (Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP); Secretario del Departamento de Seguridad Internacional y Defensa; Docente de Derecho Internacional Público (Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, UNLP).
[3] Los Convenios de Ginebra fueron suscriptos el 12 de agosto de 1949. El plexo normativo de cada Convenio contempla: la protección de heridos y enfermos de las fuerzas armadas durante el conflicto (Convenio I); la protección de heridos, enfermos y náufragos de las fuerzas armadas en el mar (Convenio II); el tratamiento de los prisioneros de guerra (Convenio III); y la protección de la población civil durante la guerra (Convenio IV). Posteriormente, en un contexto de conflictos armados no internacionales y guerras de Liberación Nacional, en el año 1977 se incorporan a los Convenios de Ginebra los Protocolos Adicionales. El Protocolo I, amplía la protección de las víctimas en los conflictos armados al agregarse las guerras de Liberación Nacional y la lucha de los pueblos contra toda dominación colonial y racial; y el Protocolo II, se aboca exclusivamente a la protección de las víctimas en los conflictos armados sin carácter internacional.
[4] La Organización para la Unidad Africana fue constituida el 25 de mayo de 1963 bajo los ideales de libertad y panafricanismo, en un contexto marcado por el colonialismo, los procesos independentistas y la autodeterminación de los pueblos, la cual estuvo sustentada en la Resolución 1514 de la Asamblea General de las Naciones Unidas, conocida como la Carta Magna de la Descolonización.
[5] Según el Acta fundacional firmada en mayo de 1963 en Addis Abeba, los objetivos de la organización son: a) Reforzar la unidad y solidaridad en los Estados africanos; b) Coordinar e intensificar su cooperación y sus esfuerzos para ofrecer mejores condiciones de vida a los pueblos africanos; c) Defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia; d) Eliminar bajo todas sus formas el colonialismo de África; e) Favorecer la cooperación internacional, habida cuenta de la Carta de las Naciones Unidas y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
[6] El Acta Constitutiva de la Unión Africana fue adoptada el 12 de julio del año 2000 en Lomé, Togo. En el apartado de Principios (art. 4, inciso h) el Acta establece “el derecho de la Unión de intervenir en un Estado miembro por decisión de la conferencia, en algunas circunstancias graves, tales como el genocidio”; asimismo, y en consonancia con el artículo anterior, el inciso (j), establece el “Derecho de los Estados miembros de solicitar la intervención de la Unión para restaurar la paz y la seguridad”; y finalmente, el inciso (p), configura la “Condenación y rechazo de los cambios anticonstitucionales de gobierno”.
[7] La Declaración de Sirte, Libia (1999), fue considerada como la semilla de creación de la Unión Africana. Propuesta por Muamar Gaddafi, la declaración tuvo como objetivos principales crear los Estados unidos africanos. En su seno, se dieron debates relacionados al renacimiento africano en base a los postulados de los presidentes Mbeki (Sudáfrica) y Obasanjo (Nigeria). Se propuso la creación de un departamento para la prevención y alerta temprana de conflictos, se buscó reimpulsar el Documento de Kampala sobre la Conferencia de seguridad, estabilidad, desarrollo y cooperación, y se trató de acelerar las disposiciones del Tratado de Abuja para crear una Comunidad Económica Africana (Seguí, 2015: 65).
[8] Durante la Cumbre quedaron establecidos los órganos principales de la UA: la Asamblea de la Unión de Jefes de Estado; el Consejo Ejecutivo de Ministros; los Comités Representativos Permanentes; y la Comisión de Presidentes, Vicepresidentes y Comisarios.
[9] La cristalización del Protocolo encuentra un acontecimiento previo que fue la Declaración de El Cairo de 1993, la cual versaba sobre la puesta en funcionamiento de mecanismos de gestión, prevención y resolución de conflictos.
[10] El Panel de Sabios es el órgano consultivo establecido para asesorar y actuar en la prevención de conflictos; el Sistema Continental de Alerta Temprana, se encarga de monitorear y reportar crisis emergentes actuando en la prevención de los conflictos; la Fuerza de reserva africana provee fuerzas de paz de despliegue rápido y se orienta a gestionar las crisis; el Fondo de Paz entrega el financiamiento de las operaciones de mantenimiento y de apoyo a la paz; y la Capacidad Africana para respuesta inmediata a las crisis, que fue creada 11 años después pero que también forma parte de la Arquitectura, se orienta a la gestión de crisis (Jarpe Fábrega, 2018).
[11] Las Comunidades Económicas Regionales africanas fueron creadas por el Tratado de Abuja en 1991 bajo el auspicio de la OUA. Actualmente se dividen en ocho bloques: CEDEAO/ECOWAS (Comunidad Económica de los Estados de África Occidental); COMESA (Mercado Común de África Oriental y Austral); CEEAC/ECCAS (Comunidad Económica de los Estados de África Central); CEN-SAD (Comunidad de los Estados Sahel-saharianos); CAO-EAC (Comunidad Africana Oriental); UMA (Unión del Magreb Árabe); SADC (Comunidad de Desarrollo de África Austral); IGAD (Autoridad Intergubernamental para el Desarrollo).
[12] Las organización Subregionales Africanas se dividen en cinco zonas: África del Norte (Argelia, Egipto, Libia, Republica Democrática Árabe Saharaui y Túnez); África del Sur (Angola, Botsuana, Lesoto, Malawi, Mozambique, Namibia, Sudáfrica, Suazilandia, Zambia, Zimbabue); África del Oeste (Benín, Burkina Faso, Cabo Verde, Costa de Marfil, Gambia, Ghana, Guinea, Guinea-Bissau, Liberia, Mali, Mauritania, Níger, Nigeria, Senegal, Sierra Leona, Togo); África del Este (Comoras, Yibuti, Eritrea, Etiopía, Kenia, Madagascar, Mauricio, Seychelles, Somalia, Sudán, Sudán del Sur, Tanzania, Uganda, Ruanda); y África Central (Burundi, Camerún, Chad, Guinea Ecuatorial, Gabón, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Santo Tomé y Príncipe).
[13] El sector exportador de Sudáfrica está dominado por productos básicos como el carbón, el platino, el oro y el mineral de hierro. Y su sector industrial está dominado por la empresa estatal Eskom, responsable de un 95% del suministro eléctrico (Opalo, 1/11/2019).
[14] Sudáfrica se incorporó al bloque comercial de economías emergentes en el año 2011. Inicialmente conformado por Brasil, Rusia, India y China en 2006, el bloque vio en Sudáfrica una puerta de conexión a todo el continente africano. Esto se debió a la percepción de “representante” que tenía para el bloque la República de Sudáfrica en el mercado global, teniendo en cuenta su potencial en materia de recursos naturales, las tasas de crecimiento económico, las inversiones y la oportunidad que presentaba para sus integrantes el acceso a un mercado de consumo más robusto.
[15] La filosofía de Ubuntu significa «humanidad» y ha desempeñado un papel importante en la formación de la conciencia nacional sudafricana, tanto en el proceso de su transformación democrática como en la construcción de la nación (Ibid.).
[16] Para lograr una clasificación respecto a la potencia de fuego global de los estados, el portal utiliza un cúmulo de variables y factores individuales que determinan la puntuación denominada PowerIndex. Según el portal, cuanto menor es el valor de puntuación, más poderosa es la capacidad de combate teórica de una nación.
[17] Sudáfrica posee alrededor de 2.800 kilómetros de costa distribuidas entre el Océano Atlántico Sur y el Océano Índico.
[18] Algunos de los países en conflicto en los cuales participó Sudáfrica, son: Angola, Burundi, Lesoto, Kenia, Mozambique, Sierra Leona, Sudan y Zimbabue.
[19] La economía nigeriana representa el 35% del PBI del África Subsahariana (ACNUR, 2018).
[20] Según datos del Fondo Monetario Internacional, la economía de Nigeria se encuentra en el puesto 29 a nivel mundial, alcanzando un PBI per cápita de 2.000 mil dólares (Eulixe, 17/06/2020).
[21] Nigeria forma parte de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) desde el año 1971. Hacia el año 2017, las exportaciones de petróleo representaban un 96% de las exportaciones de mercancías (Opalo, 1/11/2019).
[22]El Sahel es un territorio comprendido entre la sabana africana y el desierto del Sahara donde confluyen diferentes etnias, religiones y modos de subsistencia, allí se encuentran los países menos desarrollados del planeta según el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Además, los importantes problemas demográficos, económicos y de seguridad, provocan una inestabilidad en la región que impide el crecimiento económico (Hernández Ramos, 2020: 3). De oeste a este, el denominado cinturón recorre Mauritania, Senegal, Mali, Burkina Faso, Níger, Nigeria, Chad, Sudán, Eritrea y Etiopía.
[23] Boko Haram es una organización terrorista de carácter fundamentalista islámico que actúa mayormente en el norte de Nigeria. En el último tiempo, dado un avance abrumador del ejército nigeriano, alrededor de 6.000 mil miembros del grupo se rindieron ante las autoridades. Y su último líder, Abubakar Shekau, decidió inmolarse el pasado 19 de mayo tras ser capturado por la rama del Estado Islámico de la Provincia de África Occidental (ISWAP), organización de la cual Shekau era disidente.
[24] Este grupo fue conformado en el año 2014 con el objetivo de coordinar políticas en materia de desarrollo y seguridad. Está compuesto por Burkina Faso, Chad, Malí, Mauritania y Níger.
[25] Los casos más recientes de suspensión de membresía son los de Sudán, Mali y Guinea.
[26] A partir del 2016, la organización adoptó un nuevo enfoque de financiamiento que obliga a todos sus estados miembros a implementar un impuesto del 0.2% sobre todas sus importaciones elegibles (Jarpe Fábrega, 2018).
[27] La Unión Europea proporciona apoyo financiero mediante el Fondo Europeo de Desarrollo. En el periodo 2014-2020, se previó una financiación de 50 millones de euros anuales destinadas al Fondo de Apoyo a la Paz de África y a los Programas Indicativos de las Comunidades Regionales (Tribunal de Cuentas Europeo, 2018).

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