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El Acuerdo entre Irán y Arabia Saudita: antecedentes e impacto sobre la región del Medio Oriente

El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudita, suspendidas desde 2016, es sin duda la noticia más relevante de los últimos días en la región de Medio Oriente. El enfrentamiento entre la República Islámica y el Reino Saudita no es nuevo; por el contrario, la historia del vínculo entre estos actores se encuentra cimentada en la desconfianza mutua, la competencia entre ambos poderes por imponer su propia visión del Islam, y, más importante aún, por su lucha por el liderazgo regional.

Ahora bien, pese a su carácter histórico, distintos autores coinciden en señalar que la disputa entre estos grandes poderes regionales se acentúa a partir de 2003, tras la invasión norteamericana a Irak, un hecho que tuvo un fuerte impacto sobre el balance de poder en Medio Oriente. Todavía más, la relación entre estas dos potencias sólo se deterioró con el inicio de las protestas en el mundo árabe hacia finales de 2010 y principios de 2011. De hecho, Riad entendió las mismas como un precedente peligroso que podría tener un impacto sobre la estabilidad de las monarquías de la región mientras Irán buscó explotar la inestabilidad en la zona en favor de sus propios intereses.

Fruto de esta situación, años atrás Gause se refería a una guerra fría en Medio Oriente para dar cuenta de la naturaleza del vínculo vigente entre el Reino y la República Islámica, Estados que aunque no se han enfrentado militarmente, se han volcado a competir por la posibilidad de influir en los sistemas políticos de otros Estados más débiles de la región.

Solo por citar algunos ejemplos, Riad ha brindado apoyo a los grupos de oposición que reclaman la salida del poder del régimen de Bashar al-Assad en Siria mientras Teherán se erigió como el principal aliado de Damasco en la zona. En tanto, en Yemen, el Estado saudita gestó la coalición que buscó respaldar al gobierno de Hadi frente a la ofensiva hutí, mientras la República Islámica se supone viene brindando respaldo a este actor mediante el aprovisionamiento de armas y el entrenamiento a miembros de sus filas.

Como resultado de la escalada de tensión entre estos dos actores, Arabia Saudita e Irán, rompieron relaciones diplomáticas en enero de 2016. Por entonces, el hecho que desencadenó la ruptura fue la decisión de Riad de proceder a la ejecución de un clérigo chiíta, Nimr al-Nimr- un férreo defensor de los derechos de los shiítas en Arabia Saudita y una figura fuertemente crítica del régimen de los Al-Saud– seguida de protestas en Teherán donde un grupo de manifestantes incendió la embajada saudita. Lo cierto es que, a siete años de este suceso, las partes han decidido restablecer relaciones diplomáticas.

Los acuerdos en Medio Oriente no siempre tienen los resultados esperados. Para ello, basta revisar el fallido pacto nuclear iraní. Sin embargo, sin ser excesivamente optimistas, cabe observar este acuerdo entre Irán y Arabia Saudita con atención, fundamentalmente por las consecuencias regionales que puede tener.

En Yemen, el acuerdo podría significar, en el corto plazo, mayor seguridad para los saudíes, fundamentalmente a través del cese de los ataques hutíes, pertrechados con presunto armamento iraní, desde la frontera sur. También en Beirut podría reanudarse el diálogo con el objetivo de elegir un presidente y un primer ministro. La vacante en el Ejecutivo libanés, que lleva ya cinco meses, depende del poder de negociación no solo de los principales partidos cristianos, sino también del entendimiento entre las múltiples agrupaciones sunitas alineadas con Arabia Saudita y el dúo compuesto por los partidos chiítas Amal y Hezbolá. Siria también es parte de la ecuación. Recientemente, el ministro saudita de Relaciones Exteriores reconoció que el aislamiento a Damasco no era beneficioso para poder ayudar a la recuperación del país. El regreso de Siria, alineado con Irán, a la Liga Árabe, sería una nueva concesión de Arabia Saudita, que le permitiría a Bashar Al-Assad una mayor integración regional. En lo que respecta al conflicto palestino-israelí, en cambio, la crisis interna en el gobierno de Israel agrega incertidumbre a la situación bilateral, y no está claro el panorama del impacto que pueda tener este acuerdo.

Si se trata de contar vencedores y vencidos, China -broker del acuerdo- está entre los primeros. Junto con el prestigio que podría implicar la materialización del acuerdo dentro de dos meses, una mayor estabilidad regional en Medio Oriente brinda certezas sobre el futuro de la provisión del crudo que Beijing requiere. Por otro lado, tampoco está claro que China haya actuado en soledad en el proceso de mediación. Irak ha sido sede de conversaciones a puertas cerradas entre iraníes y sauditas en el último año y medio; ninguna de éstas llegó a buen puerto, pero resultaron en un ejercicio de encuentro muy valioso.

Entre los segundos se encuentra, en primer lugar, Estados Unidos. El gobierno de Joe Biden, que nunca supo dar una dirección certera a su política hacia la región, queda debilitado después de este anuncio, en el que Irán obtuvo mucho sin necesidad de realizar compromisos sobre su eventual plan nuclear. El panorama tampoco es alentador para el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, otro de los perdedores, en su objetivo de aislar a Teherán, quien supo ganar una partida tras la firma de los Acuerdos Abraham. De hecho, este argumento es esgrimido por la oposición para cuestionar su gestión.

Para concluir, esta hoja de ruta que se implementará de manera definitiva en dos meses, pone de relevancia el carácter cambiante del tablero estratégico de Medio Oriente donde aún las enemistades que se cultivan en el tiempo, pueden resultar relegadas a un segundo plano cuando intereses superiores como el de la seguridad así lo ameritan.

Ornela Fabani
Said Chaya
Integrantes
Departamento de Medio Oriente
IRI – UNLP