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El impacto del conflicto ruso-ucraniano en la Seguridad Alimentaria en África Oriental por Ilaria Francescato y Eugenia R. Suvire Perez

Departamento de África

Artículos

El impacto del conflicto ruso-ucraniano en la Seguridad Alimentaria en África Oriental

Ilaria Francescato
Eugenia R. Suvire Perez

Introducción

El 24 de febrero de 2022, Rusia comenzó un operativo militar especial en Ucrania. Lo que se pensaba que iba a realizarse de manera rápida y sin contratiempos, se extendió más de 16 meses. Las repercusiones del conflicto se sintieron profundamente en 2022, cuando los impactos de la invasión rusa se extendieron rápidamente a nivel global, exacerbando las presiones existentes sobre los sistemas globales. El conflicto no solo causó daños a la población civil y la infraestructura crítica, sino también afectó el comercio, la producción y el consumo a nivel mundial. En particular, quedaron al descubierto las falencias del sistema alimentario global, con importantes interrupciones en las cadenas de suministro de alimentos y fertilizantes, las cuales provocan profundas conmociones en el sistema alimentario mundial. Esto afecta de manera desproporcionada a las poblaciones más vulnerables del Sur Global, especialmente a los países del continente africano en los cuales su sistema alimentario presenta una importante dependencia a los recursos de los países beligerantes.

En el presente trabajo se analiza la vinculación existente entre el conflicto ruso-ucraniano y la seguridad alimentaria de los países de África Occidental en general y en particular a los Estados de Sudán, Etiopía y Somalia. Se plantea la hiperdependencia de estos Estados de los recursos agrícolas del Mar Negro y las posibles soluciones regionales que se están debatiendo para disminuir los efectos y desafíos de los problemas alimenticios en la región.

Efectos de la crisis y situaciones dispares

Las implicancias de la guerra en Ucrania se pueden ver reflejadas no solo en que se impide que los cereales abandonen el “granero de Europa”, sino también en el encarecimiento del precio de los alimentos, que amenaza con agravar la escasez, el hambre y la inestabilidad política de los países en desarrollo, especialmente en África Oriental (Al Jazeera, 2022b).

Anterior al estallido del conflicto, el 90% del trigo y otros cereales de los campos ucranianos se enviaban a los mercados mundiales por vías marítimas a través del Mar Negro. Sin embargo, Rusia procedió a bloquear los corredores en la costa del Mar Negro, impidiendo que los alimentos lleguen a destino. Entretanto, parte del grano se desviaba a través de Europa por medios terrestres, -ferrocarril, carretera o ríos-, pero la cantidad de grano que se puede trasladar por estos medios es exponencialmente menor. Ucrania solo alcanzó a exportar entre 1,5 y 2 millones de toneladas de cereales al mes desde el comienzo de la guerra, frente a los más de 6 millones de toneladas que exportaba antes del conflicto (Al Jazeera, 2022b).

Desde el ministerio de agricultura de Ucrania, se pidió ayuda a la Unión Europea para mejorar las con condiciones de exportación de cereal, como la ampliación del puerto rumano en el Mar Negro, la construcción de más terminales de carga en el rio Danubio y la eliminación de los trámites para el cruce de mercancías en los puertos polacos (Al Jazeera, 2022b).

Desde el lado ruso el grano tampoco llega a su destino. Moscú culpa a las sanciones occidentales sobre sus industrias bancarias y servicios de logística, lo que hace imposible que Rusia exporte alimentos y fertilizantes, argumentando que occidente está ahuyentando a las compañías navieras extranjeras para que no transporten productos de origen ruso. Por su parte, la Comisión Europea concluye que las sanciones no afectan a los alimentos. De esta manera, se crea un escenario de discusiones, denuncias cruzadas y reclamos que no permiten avanzar y mejorar las condiciones para que los suministros de alimentos puedan exportarse correctamente (Al Jazeera, 2022b).

También debe mencionarse las fuertes acusaciones de Ucrania a Rusia de bombardear la infraestructura agrícola y quemar los campos, dejándolos inservibles para nuevos cultivos y producción de cereales en un futuro próximo, y la destrucción por parte de Rusia de los silos de granos ucranianos de la cosecha 2021/2022. Sumado a esto, se inculpó a Rusia del robo de cereales e intentar vender estos productos a Siria, después de que Líbano y Egipto se negaran a comprarlo. Maxar Technologies, captó imágenes satelitales tomadas a finales de mayo de 2022 donde se muestran barcos rusos cargados de grano en el puerto de Crimea (Al Jazeera, 2023a).

En un escenario de respuestas cruzadas, por un lado, Volodymyr Zelenskyy, presidente de Ucrania, afirma que Rusia ha provocado una crisis alimentaria mundial. Occidente respalda esta afirmación con funcionarios como el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, y el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, en decir que Rusia está utilizando los suministros de alimentos como un arma (Al Jazeera, 2022b).

Rusia expone que los corredores de alimentos pueden reanudarse una vez que Ucrania retire las minas del Mar Negro y los barcos que lleguen puedan ser revisados en busca de armamento para uso bélico. En este contexto, el ministro de Relaciones Exteriores ruso, Sergey Lavrov afirmó que Moscú no abusará de su ventaja naval y que tomaría todas las medidas necesarias para garantizar que los barcos puedan salir de allí libremente (Al Jazeera, 2022b).

Para algunos analistas, el transcurso del conflicto puede provocar interrupciones en la producción agrícola y el comercio mundial, porque puede desplazar la circulación de personas y bienes, impidiendo a los agricultores continuar con su labor. La explotación del campo afectado por el conflicto, que como consecuencia provocó escasez de mano de obra, la interrupción del transporte, la falta de fertilizantes químicos y controles de plagas y enfermedades pueden afectar significativamente la producción de trigo en Ucrania. Además, el conflicto ha interrumpido los envíos de grano a través del Mar Negro y ha cerrado los puertos ucranianos fundamentales para la distribución del grano a los países africanos (Lin, F. et al, 2023).

En el este de África, la mayoría de los países ya se enfrentan a muchos factores que estresan y obstaculizan la cadena de suministros de alimentos a raíz de las crisis del mercado financiero y laboral provocadas por la pandemia de Covid-19. El conflicto ruso-ucraniano exacerbó los problemas actuales y preexistentes. Como consecuencia global, las poblaciones más vulnerables se ven especialmente afectadas. El PMA de Naciones Unidas estima que 47 millones de personas podrían sufrir inseguridad alimentaria aguda en 2022 debido al conflicto en Ucrania (Husain et al., 2022) exponiéndose a una grave situación de vulnerabilidad alimenticia

Ahora bien, cuando hablamos de seguridad alimentaria nos referimos a la disponibilidad de alimentos suficientes, inocuos y nutritivos para que todas las personas tengan una vida sana y activa (FAO, 2021). Lo que afecta a las personas a nivel mundial, regional, nacional y subnacional, y se presenta de diferentes formas, incluidas las crónicas, agudas y transitorias. Esto exacerba las tensiones sociales derivadas de la pobreza y la desigualdad, convirtiéndose en un multiplicador de amenazas para la seguridad nacional (FAO, 2021).

En este sentido, es necesario planear la relación existente entre la seguridad alimentaria y la seguridad nacional. La inseguridad alimentaria es también un factor y agravante de la inseguridad política y económica en el continente africano (FAO, 2021). Sin acceso a los alimentos, los ciudadanos no pueden participar plenamente en las actividades de desarrollo nacional y participación política, provocando un efecto dominó en toda la estructura política, social y económica, agrandando los índices de inseguridad y corrupción. En las regiones afectadas por conflictos, la falta de alimento para el apoyo humanitario también obstaculiza los esfuerzos de consolidación de la paz. (FAO, 2021)

A raíz de los sucesos desencadenados en febrero de 2022, con la invasión rusa a Ucrania, se vieron afectados no solo la población civil y la infraestructura crítica, sino también el comercio, la producción y el consumo a nivel mundial. Esto llevó al incremento de los precios de las materias primas, representando así un riesgo para la seguridad alimentaria en todo el mundo (Ben Hassen & El Bilali, 2022). Entonces, el conflicto entre Rusia y Ucrania está afectando la seguridad alimentaria, lo que representa un riesgo para la seguridad nacional en África.

“Hiperdependencia” del cereal del Mar Negro

El área geográfica de África Oriental comprende 13 países (Burundi, Comoros, Djibouti, Etiopía, Eritrea, Kenia, Rwanda, Seychelles, Somalia, South Sudan, Sudan, Tanzania, Uganda) que en términos de seguridad alimentaria representa una de las áreas más vulnerables en el mundo (Andrades, 2022. Solo en Etiopía, Somalia y Kenia 9.4 millones de personas necesitan apoyo humanitario urgente, y en Sudán del Sur 8.3 millones de personas están en riesgo de entrar en una situación de inseguridad alimentaria (Andrades, 2022)

La crisis actual es consecuencia de que convergieron en el sistema múltiples impactos relacionados con la pandemia COVID-19, incluidos bloqueos, una recesión económica mundial, desplazamientos y enfermedades entre los trabajadores agrícolas y ganaderos. En Etiopía, Sudán y Somalia, los fenómenos meteorológicos relacionados al cambio climático, la inflación y la guerra en Ucrania han agravado estas tensiones, lo que hace que un sistema alimentario complejo y altamente relacionado con factores externos, no pueda satisfacer nutricionalmente las necesidades de la población.

La amenaza que representa el cambio climático a la agricultura, y que provoca el desplazamiento de las poblaciones, sequías, inundaciones y la aparición de plagas, representa un problema para el mantenimiento y explotación de los cultivos y las actividades agrícolas. Por otro lado, el desplazamiento de poblaciones en estos territorios ya sea por cuestiones climáticas o por conflictos violentos, es un problema en términos prácticos en la distribución de alimentos básicos para garantizar la estabilidad alimentaria (USAID, 2022).

Conocido como el granero de Europa, Ucrania exporta el 12% del total de las importaciones africanas de trigo. Tanto Ucrania como Rusia son actores fundamentales en los mercados de materias primas, principalmente alimentos y combustibles. Ambos representan el 53% de la cuota del comercio mundial del aceite y semillas de girasol, y el 27% de la cuota del comercio mundial de trigo (UNCTAD, 2022). Desde la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, han surgido interrupciones en la cadena de suministro de Alimentos, ya que ambos países son importantes exportadores netos de productos agrícolas. Sus exportaciones combinadas representan un total del 55% del mercado mundial de aceite de girasol, el 35% del trigo y 19% en maíz (FAO, 2022a).

Naciones Unidas advirtió que la combinación de la pandemia COVID-19 sumado a la crisis ruso-ucraniana ha llevado a la mayor crisis alimentaria después de la Segunda Guerra Mundial. Se puede analizar la existencia de una estructura que compone el mercado mundial de granos, con Rusia y Ucrania suministrando alrededor del 30% del trigo y cebada (UNCTAD, 2022).

En el mercado de trigo, entre 2018 y 2020 África importó 3700 millones de dólares en trigo de Rusia, lo que representa el 32% del total de las importaciones africanas de trigo. Mientras que importó 1400 millones de dólares procedentes de Ucrania, que representa un 12% del total de las importaciones africanas de trigo (UNCTAD, 2022). Ahora bien, con el foco en la región de África Oriental presenta una fuerte dependencia de los cereales del Mar Negro. Para ser más específicos, importa el 72% de su trigo desde Rusia, mientras que el 18% desde Ucrania (FAO 2022).

Según los datos del Programa Mundial de Alimentos (PMA), Sudán, Etiopía y Somalia, están clasificados dentro del área de emergencia alimentaria. Los conflictos, inestabilidad política, cambio climático, desplazamientos, y otros factores son desafíos para asegurar la situación alimenticia ya inestable (FAO, 2022). En Sudán, Etiopía y Somalia, la dependencia en el suministro de alimentos básicos a los países beligerantes es especialmente alta. Con anterioridad al estallido del conflicto, los Estados importaban gran cantidad de sus suministros de nutrientes vitales desde Rusia y Ucrania. Cabe agregar, que también eran registrados por organismos internacionales debido a su situación de riesgo alimentario. Por lo que la dependencia de estos alimentos era clave para satisfacer las necesidades nutricionales de sus poblaciones.

En el caso de Somalia, según el informe de la FAO (2019), Somalia es un país de renta baja y déficit de alimentos que en el último decenio ha experimentado la transición de pasar de ser un “Estado fallido” a ser un “Estado frágil”. Aunque ha habido intentos modestos de avances políticos, estos se han visto entorpecidos por la inseguridad generalizada, catástrofes climáticas y sus efectos, la degradación del ambiente, la escasa inversión en los servicios sociales básicos, a su vez que se analiza un crecimiento de la población a un ritmo superior al de la actividad económica, índices de frágil gobernanza y escasa capacidad estadual para hacer frente a los desafíos (PMA, 2021).

En 2019, siete de cada diez somalíes vivían con menos de 1,90 dólares al día, que corresponde a la sexta tasa de pobreza más alta de África Subsahariana. Los índices de pobreza indican que se encuentra generalizada y profundamente arraigada, especialmente en las zonas rurales y en los asentamientos de personas desplazadas internamente (World Bank, 2019b).  Además, el informe indica que casi el 80% de la población corría riesgo de sufrir perturbaciones externas relacionadas a desastres naturales, conflictos y trastornos económicos (ND-GAIN, 2021). En Somalia se han registrado 6.5 millones de personas en situación de desnutrición alimentaria aguda y se estima que 1.8 millones de infancias están en deficiencia nutricional. Antes de la pandemia de COVID-19, la economía estaba en fase de recuperación. (World Bank, 2020).

Al mismo tiempo, antes del estallido del conflicto importaba el 3% de cereales desde Rusia y el 4% desde Ucrania (Dataking Research Lab, 2022). A lo que se suman los efectos combinados de la pandemia, y otras crisis desatadas por desastres climáticos como plaga de langostas, los ciclones, inundaciones y la sequía, produjeron una contracción del 2.5% en 2020. En consecuencia, se produce desaceleración económica, la disminución de las remesas y la caída en exportaciones que redujeron los ingresos y el consumo en los hogares, perturbando así las cadenas de suministros y agudizando los niveles de pobreza.

En el caso de Etiopía, la economía se sostiene en base a la agricultura, exportan principalmente productos agropecuarios básicos: café, semillas, legumbres y productos ganaderos. Posee una población de alrededor de 102 millones de habitantes, de la cual el 83% vive en zonas rurales y depende de la agricultura del secano para su subsistencia (World Bank, 2019a).

El país ha experimentado un fuerte crecimiento económico en la última década, y ha dado lugar a importantes progresos en el desarrollo social, como el aumento de la esperanza de vida, la malnutrición, el aumento de la escolaridad y mayor acceso a servicios de salud. No obstante, a pesar de estos avances, los índices de pobreza siguen representando un problema grave. Según el PMA el 87% de la población sufre de “pobreza multidimensional”, que la integran índices de inseguridad alimentaria, acceso insuficiente a servicios adecuados de educación y salud, y falta de oportunidades de empleo (PMA, 2020).

En el país, la situación de deficiencia alimentaria es perjudicada por los conflictos internos y varía la situación en las diferentes áreas al interior del Estado. Estos problemas afectan de manera diferente a los distintos grupos de población considerando las desigualdades de género y otras desigualdades sistémicas (PMA, 2020). En 2020, se registraron desplazamientos internos de 1,8 millones de etíopes como resultado de conflictos, sequías e inundaciones. A estas problemáticas se sumaron la invasión regional de langostas y el COVID-19, que presenta importantes riesgos humanitarios y consecuencias para el sistema alimentario del país. Además, se debe considerar que Etiopía mantiene fronteras abiertas para quienes huyen de los conflictos de los países cercanos como Eritrea, Somalia, Sudan y Sudan del Sur. Junto al apoyo de la comunidad internacional recibe a 735.000 refugiados en 26 campamentos en el país (ACNUR, 2023). En total en el país hay alrededor 11.8 millones de personas que están sufriendo hambre. El conflicto ruso-ucraniano ha resultado especialmente perjudicial para Etiopía, considerando que era el país con más importaciones de cereales desde Rusia, alrededor de $863.660 millones de dólares (taking research lab).

En el caso de Sudán, posee altos niveles de inestabilidad macroeconómica, desigualdad de género, tasas de malnutrición e inseguridad alimentaria. A causa de problemáticas y dificultades internas, el país ocupa el puesto 165 de los 188 países en el índice de desarrollo humano y presenta graves deficiencias en los indicadores socioeconómicos (IDH, 2016). En relación a la población, dos tercios viven en zonas rurales, por lo que la economía de Sudán depende en gran medida de la agricultura (Banco Mundial 2016). Este sector representa el 40% del Producto Bruto Interno (PBI) y emplea alrededor del 45% de la población (PMA, 2019).  Mientras la agricultura de regadío y mecanizada se utiliza principalmente para los cultivos comerciales que están dirigidos a la exportación, la agricultura de secano es relegada a los agricultores más pobres, los cuales producen principalmente cultivos básicos y son, por ende, esenciales para garantizar la seguridad alimentaria nacional. En la Agricultura de Secano, las variaciones del clima afectan principalmente este tipo de actividad, lo que genera que los efectos provocados por el cambio climático y desastres naturales perjudiquen no solo a la economía en general, sino también a los medios de subsistencia y la seguridad alimentaria (PMA, 2019).

Sudán asume las consecuencias de la guerra cuando ya contaba con fuertes desafíos en términos de estabilidad política, macroeconómica, humanitaria y sanitaria. Los datos son preocupantes: se estima que más de 19 millones de personas se enfrentan a inseguridad alimentaria. Sudán contaba con acuerdos comerciales con Rusia para la comercialización de cereales, evaluados por Sudán en un $609.10 millones de dólares (Dataking Research Lab, 2022). Como efecto inmediato de la guerra, durante el 2022, Sudán se enfrentó a un proceso inflacionario ocasionando el aumento en un 14% de los precios de la harina de trigo (Abay. et al, 2023).

En síntesis, podemos decir que estos países han sufrido los impactos de la guerra desde el comienzo del conflicto. El aumento de los precios de los alimentos básicos se plasmó durante el 2022 en los países importadores. Somalia y Sudán en particular tenían resiliencia en la importación desde Rusia y Ucrania de trigo, maíz, aceite de girasol (Al Jazeera, 2022)

El equipo de investigación de Dataking Research Lab (2022) denuncia que la guerra en Ucrania trajo como consecuencia el aumento de los precios de la mano a una escalada inflacionaria en la economía mundial. Lo que causó daños en los índices de pobreza, afectando directamente a países como Somalia y Sudán que enfrentaron fuertes reducciones de ayuda financiera, y tuvo efectos que impactan en la población aumentando el nivel de pobreza (Dataking Research Lab, 2022).

Nuevas medidas de resolución en largo plazo

Uno de los factores claves que debilitó los sistemas alimentarios de los países africanos   se destacan los efectos causados a raíz de la pandemia COVID-19. Sin embargo, el comienzo de la guerra profundizó la crisis de abastecimiento de alimentos y aceleró la subida de los precios de alimentos básicos.

A partir de 2022 los gobiernos nacionales y las organizaciones internacionales que operan en Sudán, Somalia y Etiopía implementaron proyectos direccionados en el desarrollo de una agricultura nacional y una diferenciación de los cultivos junto a planes para mejorar la resiliencia de los territorios a las calamidades climáticas.

Las medidas abordadas por los países y entidades internacionales buscan no solo planes de desarrollo agrícola, sino que también pretenden hacer frente a la subida de los precios de fertilizantes. Para estos objetivos African Development Bank desplegó programas como el African Financing Mechanism (AFFM) que, aunque ya existía previo al conflicto, se redoblaron los esfuerzos para reforzar el “African emergency Food Program”.

La Fundación Rosa Luxemburg (2022), analiza las consecuencias que puede acarrear la guerra ruso-ucraniana en los países africanos a partir de las políticas adoptadas por los países africanos. Estas medidas han comprendido varios ejes, no sólo en materia estrictamente alimentaria. En el caso del Este de África, donde se ubican los países de nuestro interés, los gobiernos respondieron con políticas en el campo social y económico, interviniendo en regulaciones monetarias y fiscales y en general para enfrentar la subida de los precios alimentarios y de combustible. Asì es claro que los efectos de la guerra fueron varios y no solo amenazan la seguridad alimentaria, también el contexto económico y social (Rosa Luxemburg Stiftung, 2022).

Los gobiernos de esta subregión se encargaron de conceder subvenciones para permitir a los agricultores de acuicultura fertilizantes y pusieron inversiones para incrementar las producciones de trigo y más. Además, los países africanos fuertemente endeudados necesitaron medidas de alivio y/o cancelación de la deuda para permitir el acceso al mercado de las importaciones.

Otras medidas fueron tomadas en campo de protección social, que indirectamente se incorpora a la necesidad de una reducción del estado de vulnerabilidad de las poblaciones, programas de asistencia alimentaria y de suministro de bienes esenciales fueron desplegados en todos los países (FAO, 2021; Andrades, 2020). Esto permite asegurar que los niños en edad escolar tenían una comida por día, además fueron incentivadas las transferencias de dinero y know-how empresarial por los households. Entonces las respuestas de corto plazo intervinieron con soluciones de apoyo alimentario y económico, y ya se vieron medidas para incrementar la producción y diferenciación agrícola, que tienen nuevas perspectivas para el futuro (USAID, 2022).

Organismos internacionales como el PMA o el Banco Mundial elaboraron proyectos que permitan generar soluciones factibles para revertir los efectos de la crisis. Por un lado, el PMA recaudó alrededor de 473 millones de dólares durante la primera mitad del 2022 para invertir en los sistemas alimentarios de los países más vulnerables en el continente africano. Por otro lado, el Banco Mundial aprobó 327.5 millones de dólares para apoyar al sector ganadero en Djibouti, Etiopía, Kenia y Somalia (Al Jazeera, 2022a).

A pesar del aumento de los niveles de inseguridad alimentaria, después de la guerra en Ucrania y la demostración que para enfrentarla es necesario ser menos dependientes de las importaciones y planear proyectos de resiliencia de los sistemas de alimentación africanos. Estos planes miran a un incremento de inversión en sistemas alimentarios sostenibles y en la facilitación de la producción y comercio de los alimentos (World Bank, 2022). Para esto, Adesina planteó en marzo de 2022 un plan a largo plazo para evitar la escasez de alimentos y reducir la inflación. El proyecto es liderado por el Banco Africano de Desarrollo (BAFD) el cual consiste en apoyar a veinte millones de agricultores con acceso a tecnologías agrícolas resilientes al clima para impulsar la producción de alimentos, con el objetivo de que permita alimentar a 200 millones de personas del continente africano.  Según este proyecto, se podrá reducir la dependencia del cereal del Mar Negro, y los agricultores podrán producir 30 millones de toneladas de alimentos, entre ellos trigo, arroz, maíz y soja. Se espera que la producción se valore en 12.000 millones de dólares (Dutton, 2022)

Otra iniciativa que tenía por objetivo brindar una solución que permita aliviar la presión del sistema alimentario en el continente africano fue la “iniciativa de Granos del Mar Negro”. Este fue un acuerdo negociado en julio de 2022, entre Rusia y Ucrania por Naciones Unidas y Turquía que permitió exportar 32,9 toneladas de alimentos desde Ucrania. El acuerdo consistía en crear un corredor seguro para las exportaciones de granos desde los puertos ucranianos: Odesa, Yuzhny y Chernomorski. Los barcos que ingresaran a Ucrania deben ser cuidadosamente inspeccionados bajo la supervisión del centro de coordinación conjunta para evitar el movimiento de armas (Al Jazeera, 2023b).

La iniciativa de Granos del Mar Negro permitió bajar los precios y aliviar la crisis alimentaria de los países dependientes de los cereales ucranianos, especialmente en Etiopía, Somalia y también Yemen. Permitió que el precio del trigo descendiera en un 17% y el precio del maíz en un 26%. El Comité Internacional de Recate denominó a este acuerdo de granos como un “salvavidas para los 79 países y 349 millones de personas en la primera línea de inseguridad alimentaria”, incluyendo gran parte de los países del continente africano (Al Jazeera, 2023b). Sin embargo, el 17 de julio de 2023 Rusia pone fin al acuerdo, argumentando que no se habían cumplido las condiciones para la extensión de este.

Sin Rusia, se vuelve cada vez más complicado exportar los granos ucranianos por el Mar Negro. Aún quedan las vías férreas y terrestres a través de la Unión Europea, donde Ucrania ha estado exportando volúmenes sustanciales de cereales de los países del este de la UE desde que comenzó el conflicto. Sin embargo, los desafíos logísticos, incluidos los diferentes anchos de vía no permiten la movilidad de grandes cantidades de recursos (Al Jazeera, 2023b). Otro desafío es el flujo de granos ucranianos a través del este de la UE, que perjudica a los agricultores de esta región, debido a que se reducen los suministros locales y el mercado para sus cultivos. Como resultado, la UE permitió que cinco países, entre estos Bulgaria, Hungría, Polonia, Rumania y Eslovaquia, prohíban la venta en su territorio de trigo, maíz, colza y girasol de procedencia ucraniana, para facilitar el tránsito de exportación a otros lugares (Al Jazeera, 2023b).

Queda en evidencia que la imposibilidad de transportar los cereales por el Mar Negro y la necesidad de que estos se desvíen hacia Europa del Este aleja a los suministros de alimentos cada vez más de los países africanos que dependen del recurso, y a su vez, que más vulnerables quedan frente a la suspensión del acuerdo con Turquía.

Conclusiones

A modo de conclusión, la guerra ruso-ucraniana afecta directamente a los países de África Occidental. Teniendo en cuenta que estos presentan una hiperdependencia de los productos del Mar Negro, fundamentalmente de los países beligerantes. Ucrania es uno de los mayores exportadores de cereales del mundo, que se vio obligada a suspender la mayor parte de sus entregas después de que Rusia invadiera su país en febrero de 2022. En consecuencia, la guerra ha provocado una interrupción en las cadenas mundiales de suministro de alimentos, que, a su vez, ha contribuido a un aumento vertiginoso de los precios de los alimentos. Y la difícil adquisición de fertilizantes provenientes de Rusia.

Se consideran relevantes las medidas abordadas por los países de la región y entidades internacionales orientadas a incrementar el nivel de resiliencia de los sistemas alimentarios de África Occidental, destinadas principalmente a disminuir la dependencia de las importaciones.

Si bien la guerra en Ucrania ha exacerbado el hambre y alterado los sistemas alimentarios en Sudán, Somalia y Etiopía estos países, también presenta desafíos que alteran sus sistemas alimentarios como el cambio climático, desplazamientos poblacionales y conflictos violentos. Por último, se debe mencionar que las debilidades en el sistema alimentario de África Oriental no se deben únicamente a agentes externos, sino también a históricos procesos de corrupción estructural, donde referentes políticos y militares acapararon los principales recursos de los países involucrados -incluidos alimentos- perjudicando a la población, como así también se han tomado medidas que no beneficiaron a los pequeños y medianos productores.

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