Ascenso y caída de ‘el Chef de Putin’ por Juan Alberto Rial

Ascenso y caída de ‘el Chef de Putin’

Juan Alberto Rial*

Hace cerca de dos meses, Yevgeni Prigozhin iniciaba su última cruzada: tras criticar las operaciones militares por la invasión a Ucrania, coronaba el ascenso de sus reproches hasta el desafío abierto al poder de su protector: Putin.

Así fue como “el Chef de Putin” encabezó una columna de blindados el 24 de junio y se dirigió a Moscú. Ese mismo día se acordó que Prigozhin y sus “músicos” –como se apodan a sí mismos los integrantes de Wagner– podrían exiliarse en Bielorrusia. Se trató del principal desafío al ejercicio del poder de Putin en más de veinte años.

Puertas adentro, la figura del presidente ruso quedaba en cuestionamiento: era la primera vez que ya no aparecía como garante del orden. Su antiguo protegido le demandaba acciones concretas de manera pública. Tal reto requería un gesto de autoridad que no dejara lugar a dudas sobre quién es quién en Rusia.

Prigozhin creció al amparo del líder ruso. Surgido de las cenizas del imperio soviético, era un delincuente sin mayores luces a comienzos de los años 1990. Alternó años de prisión con períodos de libertad, hasta terminar a cargo de un restaurante de lujo. En ese contexto hizo contacto con Putin. Al llegar a vicealcalde de la ciudad, convirtió a Prigozhin en proveedor de servicios de catering: de allí su apodo.

Fue escalando en la misma medida que Putin ascendía en su carrera política, hasta llegar a la joya de su cartera de inversión: Wagner, el grupo de contratistas militares que proveían “servicios de seguridad privada”.

Desde aquel 24 de junio muchos analistas llamaban al exprotegido de Putin “el muerto que camina”. El 23 de agosto abordó, junto con toda la cúpula de Wagner, un vuelo privado que lo llevaría de Moscú a San Petersburgo. Nunca llegó a destino.

Las especulaciones del cómo se multiplican: una bomba en el interior de la aeronave, un misil. Pero todas las preguntas sobre el quién tienen una sola respuesta: Vladimir Putin.

No fue un balazo, como el que mató a Boris Nemtsov, ex viceprimer ministro; o envenenamiento como el que asesinó a Alexander Litvinenko, exoficial de la KGB. Ese mismo año, 2006, murió baleada Anna Politkovskaya, periodista de Novaya Gazeta, tras la publicación de un libro donde criticaba a Putin. En 2009, Anastasia Baburova, también periodista, fue asesinada. En 2013, el oligarca ruso Boris Berezovsky apareció ahorcado en su casa.

Ayer, el presidente ruso daba un discurso por el 80° aniversario de la batalla de Kursk.

Saludó a los soldados que “combaten con valentía”. En simultáneo, el avión que llevaba a Prigozhin se precipitaba cerca de Moscú.

Se le atribuye a Putin la recurrencia de la frase: “Puedo perdonar cualquier cosa, menos la traición”. Había dejado claro que ese levantamiento era una traición: todo indica que ayer fue el momento de demostrar que él no perdonó. Los actuales disidentes y el mundo entero han escuchado su mensaje. Fuerte y claro.

*Secretario del Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de La Plata; Magíster en Relaciones Internacionales (IRI – UNLP). Este artículo fue publicado por el Diario Perfil el 26/08/2023