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El Reino Unido frente al conflicto en Ucrania: ¿potencia residual o actor estratégico marginado?

El conflicto de Ucrania se ha convertido en el eje definitorio de la agenda de seguridad europea contemporánea y, con ello, en una prueba crucial para el rol del Reino Unido en el continente tras el Brexit. Si bien Londres ha buscado reafirmarse como líder militar y diplomático a través del apoyo decidido a Kiev, el escenario internacional introduce elementos que podrían desdibujar esta aspiración. Entre ellos, la posibilidad de una negociación directa entre Donald Trump y Vladímir Putin para poner fin a la guerra plantea un desafío central: relegar al Reino Unido al margen de las decisiones estratégicas más relevantes para la seguridad europea. Este panorama se vuelve aún más complejo si se lo analiza desde el prisma teórico propuesto por David McCourt (2014), quien define al Reino Unido como una “potencia residual”, es decir, un actor que, aunque todavía posee capacidades relevantes, necesita justificar constantemente su papel en un orden internacional en el que ya no ocupa un rol definitorio.

Desde una perspectiva británica, el conflicto en Ucrania representa una oportunidad para compensar las pérdidas de influencia en el continente derivadas del Brexit. El abastecimiento de armamento avanzado, el entrenamiento y formación de las tropas ucranianas en el suelo británico y la construcción de alianzas ad hoc con los países de la Europa del Este le permitieron a Londres proyectar la imagen de un actor firme y resolutivo frente a la amenaza de Rusia. En tal sentido, el gobierno de Keir Starmer está intentando posicionar al Reino Unido como un socio indispensable en la seguridad del continente, en el preciso momento en el que la Unión Europea enfrenta una serie de desafíos persistentes para consolidar una política de defensa común. No obstante, esta estrategia de liderazgo militar se encuentra interpelada por la posibilidad de que la solución al conflicto provenga no del esfuerzo colectivo europeo–atlántico, sino de un acuerdo bilateral entre Washington y Moscú.

Una negociación directa entre Trump y Putin podría tener profundas consecuencias para la estrategia internacional del Reino Unido. En primer lugar, podría desplazar a Londres del centro de las negociaciones, confirmando su condición de actor periférico en las grandes decisiones globales. En segundo lugar, podría erosionar la narrativa británica de “aliado indispensable”, dado que ni su capacidad militar ni su capital diplomático serían determinantes en un eventual desenlace de la guerra. Desde la óptica de McCourt, este escenario evidenciaría los dilemas de una potencia residual: un país que conserva aún cierta relevancia estratégica, pero que carece de la capacidad de definir la agenda en ausencia de un respaldo estructural, sea a través de Bruselas o de Washington. En este sentido, el Reino Unido se enfrenta a la posibilidad de que su activismo en Ucrania sea percibido como algo accesorio y de que sus esfuerzos no se traduzcan finalmente en una influencia política definitoria.

El problema se agravaría aún más, si consideramos la posible emergencia de una Europa más cohesionada frente al desafío ruso. A diferencia de los años iniciales del Brexit, donde la desunión europea le ofrecía a Londres renovadas oportunidades para presentarse como un socio más ágil y resolutivo, la guerra de Ucrania ha reforzado la necesidad de una mayor coordinación comunitaria. La Unión Europea ha incrementado notablemente su capacidad de acción conjunta en materia energética, financiera y de defensa, disminuyendo los márgenes para que el Reino Unido se pueda desempeñar como un actor estratégico autónomo. En consecuencia, si la resolución del conflicto se produjera mediante un entendimiento bilateral TrumpPutin, Londres no solo podría quedar excluido del arreglo principal, sino que adicionalmente vería reducido su margen para posicionarse como un mediador relevante frente a una Europa fortalecida.

La lectura constructivista de McCourt enfatiza que el rol de “potencia residual” no es únicamente el reflejo de las capacidades materiales, sino también de las narrativas y legitimaciones en disputa. El Reino Unido, al abandonar la Unión Europea, se vio obligado a reconstruir su identidad internacional mediante la apelación a símbolos de poder residual: la OTAN, la “relación especial” con Estados Unidos y una capacidad militar más autónoma. Sin embargo, si Washington optase por el diálogo directo con Moscú, el Reino Unido se enfrentaría a la imposibilidad de traducir esas narrativas en un poder efectivo. La combinación de una Europa más cohesionada y de una negociación bilateral ajena a su participación dejarían al Reino Unido en el papel de un actor secundario en un proceso decisivo para la arquitectura de la seguridad continental.

En conclusión, la guerra en Ucrania le ofreció al Reino Unido tanto una oportunidad como un desafío. Ha sido una oportunidad en la medida en que le permitió proyectar un rol activo y ganar visibilidad internacional posterior al Brexit. Pero también le plantea un riesgo existencial: que su condición de potencia residual se haga evidente en el hipotético caso de que el desenlace del conflicto se decida sin su intervención, ya sea por una Europa más unida o por un acuerdo TrumpPutin que lo margine. En tal contexto, Londres se enfrenta al riesgo de confirmar la tesis de McCourt: la de un actor que, aunque busca reconstruirse como gran potencia, termina condicionado por la imposibilidad de definir los términos del orden internacional.

Federico Vaccarezza
Secretario
Departamento de Europa
IRI – UNLP