Departamento de Asia y el Pacífico
Centro de Estudios Chinos
Artículos
La guerra comercial y la inevitable competencia global[1]
Martín López
En las últimas semanas fuimos testigos del inicio de una nueva escalada de tensión entre Estados Unidos y China. Aunque en esta ocasión el enfrentamiento gira en torno a imposiciones arancelarias en el rubro comercial, ya desde la llegada al poder de la administración de Donald Trump se produjeron rispideces entre ambos países debido al intercambio de sanciones en el segmento tecnológico.
Debido a los niveles de tensión sin precedentes, la gran incertidumbre y las severas consecuencias para la economía mundial, las medidas y contramedidas que se anuncian día a día parecen ser una excepcionalidad, pero en realidad la probabilidad de producirse este antagonismo entre ambas partes fue anticipada hace más de dos décadas.
Tal es así que ya el teórico estadounidense John Mearsheimer analizaba la inevitable rivalidad que se produciría entre Estados Unidos y China por el resguardo de su seguridad nacional en su conocida obra “La tragedia de la política de las grandes potencias” en el año 2001.
Tiempo después, en el año 2017, Graham Allison también advertía que el rápido y exponencial ascenso de China y su consecuente percepción de amenaza a la dominación estadounidense creaban una situación de potencial peligrosidad.
Por lo tanto, para palabras autorizadas de la academia norteamericana, la rivalidad no es una novedad y una contienda al máximo nivel entre Washington y Beijing no puede descartarse en su totalidad.
Sin embargo, hay muchas cuestiones que -al menos hasta el presente- mantienen alejada esta posibilidad.
Si nos adentramos en el análisis específico de esta nueva fase de discordia en el segmento comercial, resulta dable advertir que los consumidores estadounidenses son grandes demandantes y dependientes de la manufactura china y, a su vez, China es esencial para garantizar las cadenas de suministro globales.
Asimismo, para Beijing el mercado estadounidense es sumamente importante y toda alteración afecta directamente su propia producción y, por ende, impacta negativamente y ralentiza su crecimiento económico y desarrollo integral.
Por lo tanto, la estrategia china para la gestión de esta crisis apunta a la normalización de las condiciones para continuar con un desarrollo armonioso del intercambio comercial, que le permita seguir avanzando en el impulso de nuevas relaciones globales y la promoción de su liderazgo internacional.
Frente a este objetivo, si bien la dirigencia asertiva de Xi Jinping es consciente de su creciente poderío y se posiciona dispuesta a no retroceder, no se manifiesta revisionista de las reglas del orden internacional y, de hecho, utiliza las estructuras del mismo para salvaguardar sus intereses. Así lo demuestra la inmediata demanda presentada contra Estados Unidos ante la Organización Mundial del Comercio (OMC).
Ahora bien, es cierto que a diferencia de los últimos años, la respuesta es más desafiante. Las primeras represalias a lo que consideran la instrumentalización de aranceles de forma “irracional” y como “chantaje” no solo incluyó contramedidas comerciales, sino también otras medidas como restricciones a la exportación de materiales de tierras raras; la inclusión de empresas estadounidenses del sector de defensa y tecnología en listas de control de exportaciones y entidades no confiables; el inicio de nuevas investigaciones antidumping y la suspensión de importaciones de ciertos productos agrícolas estadounidenses de exportadores específicos, entre otra variedad de cuestiones.
Del otro lado de esta compleja y volátil confrontación, Estados Unidos se muestra inflexible y decidido a no abandonar su política arancelaria del garrote y de limitación y contención de China. Así lo explicitó Karoline Leavitt, secretaria de prensa de la Casa Blanca, quien sostuvo que China debe dar el primer paso si quiere llegar a un acuerdo comercial ya que es la interesada en el consumidor norteamericano.
Más allá del primer paso, ambas dirigencias son conscientes de que la escalada de esta guerra comercial arancelaria no es factible de sostenerse en el tiempo. Y, de serlo, representaría una “victoria pírrica” donde el costo de la victoria sería muy alto y no valdría la pena.
En una entrevista concedida a principios de 2023 al periódico español El Mundo, el prestigioso exsecretario de Estado y asesor de la Casa Blanca, Henry Kissinger, recalcó en varias ocasiones que Estados Unidos y China comparten al menos una obligación fundamental: evitar un conflicto catastrófico entre ambas potencias. Advirtió que, de estallar una segunda Guerra Fría entre Washington y Pekín, esta sería considerablemente más peligrosa que la primera.
En base a lo expuesto, este “arancelarismo” es un claro ejemplo para entender la dinámica de la competencia global segmentada: si bien existe una interdependencia económica significativa a nivel mundial, la competencia entre las grandes potencias se focaliza en sectores estratégicos clave, como el tecnológico o comercial, o propios de la geopolítica o de la geoeconomía. Lo complejo para desentrañar esta interacción es que la propia segmentación permite que la rivalidad se intensifique en áreas específicas sin necesariamente desembocar en un desacople total de las economías.
En suma, lejos está la contienda final pero cada día se experimenta con mayor intensidad la puja entre ambos contendientes que buscan acrecentar su poder y consolidar su liderazgo en el sistema internacional.
[1] Publicada originalmente en https://infosurenlinea.com.ar/la-guerra-comercial-y-la-inevitable-competencia-global/