En este momento estás viendo El Pacto por el Mediterráneo: la ambición europea frente a la competencia geopolítica global

El Pacto por el Mediterráneo: la ambición europea frente a la competencia geopolítica global

En octubre de 2025 se presentó oficialmente el denominado Pacto por el Mediterráneo, una iniciativa auspiciada por la Unión Europea destinada a reforzar la cooperación estratégica entre los países de la ribera sur del mar Mediterráneo, los Estados miembros de la UE y otros socios regionales. El objetivo declarado es crear un “Espacio Mediterráneo Común conectado, próspero, resistente y seguro”. El Pacto se estructura sobre tres pilares esenciales -personas e innovación, economías sostenibles y seguridad- que abarcan la gestión de la migración, las fronteras y los riesgos compartidos.

El Pacto por el Mediterráneo surge como la evolución del marco de cooperación inaugurado hace tres décadas con el Proceso de Barcelona y actualizado en 2021 con la Nueva Agenda para el Mediterráneo. Según la documentación oficial de la Comisión Europea, el acuerdo abarca a los diez países de la vecindad sur y aspira a integrar de manera progresiva al norte de África, Oriente Medio, los países del Golfo, África subsahariana, los Balcanes occidentales e incluso Turquía. Se trata, por lo tanto, de una iniciativa de alcance expansivo, que busca reconfigurar la proyección de la UE sobre su vecindad meridional mediante un entramado de cooperación más flexible y ambicioso.

El Pacto fue impulsado por la Comisión Europea y la Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, en el marco de un proceso de consultas que involucró a los gobiernos, la sociedad civil, las universidades y los actores del sector privado. Está previsto que su respaldo político se formalice en una conferencia regional que coincidirá con el trigésimo aniversario del Proceso de Barcelona. Esa coincidencia no es casual: busca subrayar la continuidad histórica de la vocación europea por el Mediterráneo, pero también actualizarla frente a un escenario internacional radicalmente transformado.

A primera vista, el Pacto se presenta como un instrumento de cooperación regional destinado a promover la prosperidad compartida, la sostenibilidad económica, la innovación tecnológica y la estabilidad política entre las dos orillas del Mediterráneo. Temas como la transición energética, la conectividad digital, la educación, el empleo juvenil o la gestión de la migración ocupan un lugar central en su narrativa. Sin embargo, detrás del lenguaje de cooperación y desarrollo subyace una dimensión más profunda, vinculada con el reposicionamiento estratégico de la Unión Europea en un entorno global crecientemente competitivo.

El Pacto por el Mediterráneo no puede explicarse al margen de la competencia geopolítica en sentido amplio. En la actualidad, el Mediterráneo vuelve a ser un corredor clave entre Europa, África y Asia, atravesado por rutas comerciales, energéticas y migratorias de valor estratégico. En este contexto, la UE busca reafirmar su influencia en su vecindad inmediata y evitar que otros actores consoliden posiciones dominantes. La región mediterránea se ha convertido en un espacio de proyección de poder donde confluyen las ambiciones de múltiples potencias globales y regionales. China, a través de su Iniciativa de la Franja y la Ruta, ha incrementado su presencia en puertos estratégicos como el Pireo, Trieste o Haifa; Rusia mantiene una influencia significativa en Siria y Libia, y actores como Turquía, Egipto o los países del Golfo también expanden su rango de acción política y económica. Frente a este entramado, el Pacto europeo puede ser leído como una respuesta preventiva y afirmativa, destinada a consolidar la presencia de la UE como el actor central en la configuración del Mediterráneo contemporáneo.

La iniciativa expresa además la voluntad de la Unión Europea de avanzar hacia una autonomía estratégica más definida. Esto implica reducir las dependencias energéticas, tecnológicas y de seguridad respecto a actores externos, fortalecer las cadenas de suministro y construir alianzas sostenibles en su vecindad sur. En este sentido, el Pacto no se limita a un ejercicio de cooperación técnica o económica, sino que constituye una declaración política sobre la necesidad de preservar la relevancia geopolítica europea en un orden mundial multipolar. Así, la UE busca combinar el poder normativo que históricamente la ha caracterizado con una agenda más pragmática, orientada a la gestión de riesgos, la seguridad marítima y el control de flujos migratorios.

No obstante, la iniciativa enfrenta importantes desafíos. La retórica de la cooperación debe traducirse en resultados tangibles para los ciudadanos de ambas riberas: empleo, conectividad, estabilidad y oportunidades reales de desarrollo. Además, los países del sur del Mediterráneo no constituyen un bloque homogéneo ni carecen de sus propias estrategias e intereses, lo que exige de la UE una política exterior más sensible a las dinámicas locales. Existen también riesgos asociados a la percepción de que el Pacto pueda reproducir las históricas relaciones asimétricas o paternalistas, en lugar de construir una asociación genuinamente equilibrada. A ello se suma la limitada capacidad de la Unión para convertir su ambición declarativa en influencia concreta, dada la fragmentación interna entre sus Estados miembros y la competencia simultánea de otros actores globales.

En definitiva, el Pacto por el Mediterráneo representa mucho más que un programa de cooperación regional: es una apuesta por redefinir la posición de la Unión Europea en el nuevo tablero geopolítico. Constituye, en cierto modo, la respuesta de Bruselas a un escenario internacional donde el poder se distribuye de forma más plural y disputada. El Mediterráneo aparece como un espacio simbólico y estratégico desde el cual Europa intenta proyectar una identidad política propia, equilibrando su vocación de cooperación con la necesidad de defender intereses vitales.

Lejos de ser una mera herramienta diplomática, el Pacto por el Mediterráneo sintetiza las tensiones entre desarrollo y seguridad, entre vecindad y autonomía, entre interdependencia y soberanía. En última instancia, se trata de un intento de la Unión Europea por reafirmarse como actor relevante en su entorno inmediato y, al mismo tiempo, como potencia civil en un mundo cada vez más definido por la competencia geopolítica.

Su éxito dependerá de la capacidad europea para traducir la retórica de la asociación en compromisos sostenibles y resultados tangibles. Si logra consolidarse como un marco de cooperación real, el Pacto podría devolver al Mediterráneo su papel histórico como espacio de encuentro y convergencia entre Europa y sus vecinos del sur. En ello se juega no sólo la credibilidad de la política mediterránea de la Unión, sino también su ambición de proyectarse como un actor capaz de articular estabilidad, desarrollo y visión estratégica en su entorno más inmediato.

Federico Luis Vaccarezza
Secretario
Departamento de Europa
IRI-UNLP