A 50 años del Mayo Francés

A las efervescentes jornadas en París de 1968 no podemos disociarlas de las transformaciones de la economía mundial de posguerra que permitieron un crecimiento sin igual, gracias a la intervención del Estado en la economía, la consagración de nuevos contratos sociales y la inversión en salud y educación, y de las contradicciones que se generaron a partir de ellas, tanto por los cambios que generaron en actores sociales tradicionales, como por las crecientes demandas de democratización de los nuevos actores sociales promovidos por las primeras.

Uno de ellos fueron los jóvenes, protagonistas ineludibles de aquellas jornadas, que afluyeron en masas a una institución que tenía rasgos estamentales y jerárquicos como lo eran las Universidades francesas de entonces.

Pero lo que hizo particular al Mayo Francés fue como esas demandas iniciales de democratización circunscriptas a las Casas de Altos Estudios, se fue desparramando como una mancha de aceite, hacia otros ámbitos, sumando a obreros, y haciendo temblar a un gobierno.

Barricadas, marchas y grafitis constituyeron elementos que hicieron distinguible este proceso, “sean realistas, reclamen lo imposible” es el principal recuerdo de esos días.

La habilidad del gobierno de Charles De Gaulle, luego de un primer momento de zozobra, para reprimir y dividir, y luego salir legitimado en las elecciones de fines de junio, es un aspecto que no pocos querrían olvidar.

El París de 1968 fue uno de los exponentes máximos de los movimientos políticos de los años sesenta de rebeldía y sueños. Pero muchas de sus banderas fueron resignificadas en las dos décadas siguientes, donde fueron vaciadas de sus contenidos originales y refuncionalizadas para un proyecto que se encuentran en las antípodas de sus motivaciones.

Alejandro Simonoff
CERPI