Departamento de Eurasia
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¿Hacia la victoria de Rusia en Ucrania?
Gabriel Merino
Luego de 11 años de guerra en Ucrania y con tres años de intensos combates a gran escala a partir de la intervención directa de Rusia con sus fuerzas armadas, pareciera que se abre una posibilidad de alcanzar la paz o por lo menos las primeras negociaciones serias al respecto. Estas se formalizaron a partir de la publicación de un llamado telefónico entre los primeros mandatarios de Estados Unidos y Rusia.
Fue clave para que ello suceda, que el secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, dijera públicamente que no era realista que Kiev ingrese a la OTAN y que tampoco lo era que Ucrania vuelva a tener las fronteras de 2014. Además, afirmó que una paz duradera debía incluir sólidas garantías de seguridad que aseguren que la guerra no volvería a empezar.
Es decir, las negociaciones formalmente se abrieron a partir del reconocimiento público por parte de Washington de tres de los intereses fundamentales de Moscú en el conflicto. Rusia también obtuvo una victoria en el plano de la narrativa histórica. Tanto China como Estados Unidos, las dos principales potencias actuales, pusieron de relieve el papel central de la URSS en la victoria sobre la Alemania Nazi, contra el discurso «revisionista» Occidental. Y Trump resaltó en su comunicado de la conversación con Putin que «luchamos juntos con tanto éxito en la II Guerra Mundial, recordando que Rusia perdió decenas de millones de personas.”
Esto resulta lógico. La iniciativa estratégica está hace tiempo en manos de Rusia y el tiempo juega a su favor: la guerra de desagaste aplicada por el Kremlin ha destruído la infraestrutura crítica de Ucrania a niveles insostenibles y hay una desesperante escasez de personal de combate que ni los reclutamientos forzozos logran ya cubrir[1] . También escacean las municiones en los arsenales de la OTAN. En el actual escenario, Moscú puede seguir obteniendo ganancias territoriales lentas pero sistemáticas en los territorios rusófonos del Este y el Sur, al tiempo que destruye las Fuerzas Armadas del adversario, siendo este último uno de los objetivos centrales —siguiendo a Helmuth von Moltke, el objeto principal de las operaciones no es el territorio, sino el ejército del enemigo.
La guerra de desgaste de Rusia se enmarca dentro de la doctrina Gerásimov (por el jefe del Estado Mayor Conjunto de Rusia, Genadi Gerásimov), que tiene como premisas reducir al máximo las pérdidas, obtener el máximo éxito con el mínimo costo y armonizar las distintas formas de lucha. No tiene prisa en derrotar al enemigo, sino que busca que éste caiga por sus propias debilidades (Vior, 2024). La búqueda de eficiencia y eficacia máximas está en relación a que Moscú debe cuidar su ‘recurso’ humano debido a que la demografía es una de sus grandes debilidades —lo cual vuelve un sinsentido la idea de una Rusia invadiendo a Europa que cuenta con tres veces más población (Todd, 2024). Además, la asimetría económica con la OTAN es evidente: en total los 32 miembros de la OTAN destinan 1,474 billones de dólares a su defensa mientras que Rusia en 2024 destinó menos del 10% de esa cifra, unos 126 mil millones de dólares, que es casi el doble del promedio de lo que gastaba hasta 2022.
Un intento por cambiar este escenario por parte del llamado Occidente implicaría que la OTAN envíe masivamente soldados al frente (cientos de miles), junto con la utilización de armamento que permita penetrar y golpear profundamente en el territorio de la Federación de Rusia. Si eso sucediese, la Guerra Mundial Híbrida en curso se tornaría una Guerra Mundial convencional entre potencias atómicas, entre las cuales Rusia es la principal, dejándonos en las puertas del Armagedón nuclear.
Sin embargo, aún si esa fuera la decisión, probablemente la OTAN no cuente con el armamento, ni las fuerzas necesarias para ello. De hecho, actualmente se calcula que Rusia produce tres veces más rondas de artillería que toda la OTAN en conjunto, a un costo cuatro veces menor por cada ronda[2] . Las potencias de la OTAN no sólo tienen un problema de producción, sino también de eficiencia relativa, especialmente para este tipo de guerras. Moscú cuenta con un importante complejo militar industrial, más pequeño que el estadounidense, pero de elevada eficencia relativa y preparado para este tipo de conflictos. También posee una impresionante producción de energía (exporta aproximadamente el 20% del gas a nivel mundial y el 10% del petróleo) y autoabastecimiento de alimentos para proveer a sus fuerzas armadas, contando a su vez con soberanía en el campo informático.
El otro escenario posible es continuar en el actual derrotero, con un costo de sostenimiento cada vez mayor para Occidente y con el riesgo de un colpaso total de Ucrania, a la espera de que el desagaste provoque un quiebre en el Kremlim y/o se produzca un colapso de su economía. Algo que no aparece en el horizonte. De hecho, los analistas de occidentales muchas veces ‘olvidan’ que la economía rusa medida a precios de poder adquisitivo (PPA) superó a la de Alemania y Japón en los últimos años en guerra, ubicándose ahora en el cuarto lugar a nivel mundial según estimaciones del FMI. Ello pone en evidencia que la guerra económica impulsada por Occindete contra Moscú no sólo no dio los resultados esperados, sino que terminó siendo un búmeran.
Las propias fuerzas globalistas angloestadounidenses, que apostaron por el conflicto entendiendo que resultaba clave debilitar a Rusia y pensaban que era posible propinarle a Moscú una derrota estratégica, reconocen que esa no es la situación desde por lo menos desde octubre y noviembre de 2023. En este sentido, la publicación británica The Economist (30 de noviembre de 2023), un órgano central dentro de la fracción que apostaba a escalar el conflicto, titula: “Putin parece estar ganando la guerra en Ucrania, por ahora”. Frente a esa situación, la recomendación del artículo es escalar, desplegando más recursos y desarrollando un mayor involucramiento directo, para cambiar el curso del conflicto.
Sin embargo, 10 meses después, el mismo medio admitía que “La guerra va mal. Ucrania y sus aliados deben cambiar de rumbo” (The Economist, 28 de septiembre de 2024). En dicho artículo se analiza con total claridad que: “Si Ucrania y sus aliados occidentales quieren ganar, primero deben tener el coraje de admitir que están perdiendo. En los últimos dos años, Rusia y Ucrania han librado una costosa guerra de desgaste. Eso es insostenible.” Insostenible para Kiev y Occidente, pero no para Moscú, que además de las fortalezas mencionadas, cuenta con el colchón estratégico de las potencias emergentes de Eurasia, destacándose China. Sin embargo, la recomendación del órgano globalista liberal, al igual que 10 meses antes, continuó siendo apoyar con más recursos a Kiev e involucrar de forma más profunda y directa a la OTAN, pero recalibrando los objetivos, para que estos sean “más creíbles”: básicamente admitir que NO eran recuperables los territorios en poder de Rusia y reconocer que ya no era posible una “victoria total” sobre Moscú.
Estos análisis resultan muy importantes porque lo que hace la administración nacionalista-americanista de Trump a partir de su asunción es reconocer formalmente a nivel político-institucional esta realidad, ya admitida a regañadientes por las fuerzas globalistas. En todo caso, el trumpismo y buena parte de las fuerzas que se alinean a dicha fracción del Occindete geopolítico, lo que plantean es otra estrategia a seguir en este frente de la GMH, en línea con sus lineamientos políticos, geopolíticos y geoestratégicos. En lugar de escalar en Ucrania buscan desescalar allí y llegar a un acuerdo con Moscú, para escalar en otros focos y frentes.
El análisis de situación presenta cuatro cuestiones a destacar:
- Rusia ha ganado en un conflicto clave en la acutal transición de poder mundial, que marcó una bisagra en el escenario político, geopolítico y estratégico mundial en 2014 y en 2022 (Merino, 2016; Merino, 2022). Aunque todavía está por verse/negociarse la dimensión de dicha victoria, gran parte de los grandes objetivos de Moscú estarían siendo logrados. Por otro lado, ‘Occidente’ suma una nueva derrota en Eurasia, el principal tablero geopolítico mundial. Ello, inevitablemente, tiene un gran impacto global, ya que la guerra de Ucrania es parte de un conflicto regional y mundial; y por eso mismo este resultado es uno de los hechos clave que definen un nuevo momento geopolítico —como la expansión de los BRICS o BRICS+, el surgimiento del modelo de IA china DeepSeek y el repliegue estratégico que está llevando adelante la Adminsitración Trump.
- Quedó demostrado que la guerra en Ucrania es parte central de un conflicto estructural entre Rusia y la OTAN, y en tanto la jefatura estatal del Occidente geopolítico es Estados Unidos (secundado por el Reino Unido) el poder dominante en Washington es quien decide el curso de acción (Ni Bruselas, Ni París, Ni Berlín, Ni Kiev deciden a pesar de sus desesperadas puestas en escena).
- La irrelevancia polítiica y estratégica de Europa quedó aún más en evidencia con el total destrato propinado por Washington, pagando los costos del fin del ciclo de la hegemonía estadounidense en tanto protectorado o ‘vasallo’.
- Se hicieron evidentes los costos que se pagan ante la falta de autonomía política y estratégica, lo que se comprueba tanto para el muy desdibujado eje franco-alemán, pero sobre todo para Kiev.
Esto último es bastante claro si observamos que las condiciones que ahora estaría obligado a aceptar el gobierno de Volodimir Zeleski para un acuerdo de paz contiene muchos de los puntos que se habían alcanzado en abril de 2022 en Estambul, como la neutralidad de Ucrania y su NO ingreso a la OTAN, como también limitaciones en sus fuerzas armadas y en el armamento. Pero, ahora, la situación es mucho más grave: debe renunciar a recuperar los territorios en poder de Rusia, su infraestructura está completamente destruida, perdió cientos de miles de vidas en la guerra y cuenta con menos de 2/3 de la población que tenía antes de febrero de 2014, en gran medida por una inmensa emigración, especialmente de las personas en edad de combatir y las pérdidas territoriales. Además, Kiev abiertamente debe ceder gran parte de su riqueza mineral a los Estados Unidos Trump para ‘pagar la guerra’ y ‘buscar seguridad’, algo que el propio gobierno de Estados Unidos ha formalizado y está negociando con total cinismo.
El acuerdo de Estambul de abril de 2022, garantizado por el propio presidente de Turquía (país miembro de la OTAN), fue roto por Zelenki ante la presión del entonces primer ministro británico, Boris Johnson, quien viajó en persona a Kiev para destruirlo, con la venia de la Administración Biden. Dicho acuerdo de paz chocaba con el objetivo debilitar estructuralmente a Rusia, por el que se buscaba, a través de Ucrania, llevar a Moscú a una derrota estratégica que la retire definitivamente de su papel como gran jugador geoestratégico, en un escenario de creciente multipolaridad relativa y articulación de Eurasia bajo el liderazgo de potencias emergentes.
¿La derrota de Occidente?
El año pasado se publicó el libro La derrota de Occindete, de Emmanuel Todd (2024), que tuvo impacto tanto por su contenido y porque suma una voz autorizada que resquebraja el discuros único de los principales medios de Estados Unidos y Europa, como también por la importancia de su autor, quien predijo en los años setenta la caída de la URSS. Sin buscar adentrarse en sus argumentos principales, algunos de las cuales no comparto, el libro muestra con claridad elementos para entender el declive relativo de ‘Occidente’ y como este declive se traduce en la guerra en el escenario ucraniano en su derrota. Una vez más, este conflicto muestra que ‘Occidente’ –y más precisamente Estados Unidos y la OTAN— ya no logra imponerse en las guerras que impulsa.
Dentro de llamado Occidente, los grandes costos los paga sobre todo Europa, que incluso se encuentra con su núcleo productivo alemán en recesión e incipiente desindustrialización (la emblemática empresa VW debió anunciar el posible cierre de varias de sus plantas en el país). En contraste, Estados Unidos ha obtenido varias ‘logros’ en función de sus intereses y podría salir antes de que los costos sean demasiado onerosos:
- Logró vender su gas a Europa que es mucho más caro que el de Rusia y, al parecer, sus empresas quedarían mediando la relación energética entre Europa y Rusia.
- Fracturó profundamente la relación entre Rusia y la Unión Europea, cuya profundización en pleno ascenso y articulación de Eurasia se veía como un problema geopolítico de primer orden para los intereses anglosajones.
- Las empresas estadounidenses productoras de armamentos han tenido muy importantes ventas y aumentos en sus cotizaciones por la guerra, captando la mayor parte de los recursos destinados a ese fin de los paquetes ‘ayudas’ a Ucrania financiados tanto por Estados Unidos, como por la UE, Reino Unido y Canadá.
- La adminsitración Trump le impuso al destratado Volodímir Zelenski un acuerdo para apropiarse de gran parte de la riqueza mineral de lo que quede de Ucrania, incluyendo sus tierras raras (de las que se discute su verdadera dimensión). Algo similar ya se estaba produciendo aceleradamente desde 2014 en el sector agrícola, con sus fértiles tierras negras, probablemete el principal activo ucraniano.
- Europa ha quedado expuesta en sus debilidades políticas, crecientemente fracturada, con la economía en problemas ante el resquebrajamiento de su esquema energético y en una situación de mayor subordinación estratégica a Estados Unidos. Esto tiene un fuerte impacto en Europa del Este y los Balcanes. Ha cambiado el escenario: el poder de Bruselas declina y esa región cruje. Serbia, el núcleo eslavo de dicha región, con histórica influencia de Moscú, vuelve a ser un punto clave de disputa. Esto se traduce en una mayor tensión del sistema político y en este marco deben analizarse las últimas protestas callejeras contra el gobierno y el caos en el parlamento. Además, si observamos los posicionamientos de los primeros ministros de Hungría (Viktor Orbán), Eslovaquia (Robert Fico), los presidentes de Bulgaria (Rumen Radev) y de Croacia (Zoran Milanović), o del candidato presidencial más votado de Rumania censurado por la corte Suprema (Călin Georgescu), entre otros, podemos ver cómo crecen en Europa del Este las fuerzas políticas que proponen dejar de apostar al conflicto en Ucrania y priorizar la distensión con Rusia[3].
Que uno de los puntos centrales de la Unión Europea sea aumentar el gasto militar a niveles exorbitantes muestra dos cosas: el total nivel de subordinación a Estados Unidos y que todavía se impone en Bruselas la conducción globalista. Europa en conjunto tiene un presupuesto de defensa cuatro veces superior al de Rusia. Por lo tanto, su problema no es presupuestario en relación a Moscú. Más gasto en defensa en las actuales condiciones, como le reclama Washington sin pudor, significa aumentar el flujo de recursos hacia el Complejo Militar Industrial del Pentágono, profundizando su condición de “vasallo”. Para hacer aún más dramático e insólito el escenario, la principal amenza sobre la integridad territorial de un país de la Unión Europea viene por parte de Washington, con la búqueda de Trump de quedarse con Groenlandia, que representa el 90% del territorio de Dinamarca. Ante ello, Bruselas se hace la distraída y casi no emite opinión. Además, evitan debatir, a pesar del total destrato actual, la cuestión de la autonomía estratégica, que implicaría salirse del mando de la OTAN y construir su propia defensa, con su propio complejo militar industrial.
Más allá de estas ganancias para los Estados Unidos, el problema de fondo es que mantener el viejo diseño de la hegemonía global hoy en crisis —con sus protectorados/vasallos, organismos multilaterales y diseño económico—, a la vez que tener que hacer frente a tantos frentes al mismo tiempo lleva a un problema de ‘sobreextensión imperial’[4]. Este se traduce en enormes déficits a nivel fiscal y comercial, una dinámica insostenible de endeudamiento público, crecientes problemas en la infraestructura nacional por falta de inversión y un importante proceso de desindustrialización —que hizo del ‘cinturón industrial’ del Nordesete y el Medio Oeste el ‘cinturón del óxido’, uno de los núcleos de los votantes de Trump.
Además, es en el escenario político y geopolítico global en donde se ven los mayores costos para Estados Unidos y ‘Occidente’, destacándose la profundización de una asociación estratégica integral entre Rusia y China —el gran ‘rival sistémico’— consolidando un eje de poder alternativo con centro en Eurasia. En este sentido, un objetivo central de la Adminsitración Trump parece ser intentar debilitar este estrecho vínculo sobre el cual se cimienta, desde 1997, la idea de un mundo multipolar. Para ello busca acercarse a Rusia y cercar a China, repitiendo la estrategia Nixon-Kissinger contra la URSS en los años setenta, pero invirtiendo los actores.
También se profundizó la dinámica multipolar y la fortaleza relativa del muldo emergente. Esto se observa en las crecientes asociaciones estratégicas en Eurasia con otros actores de peso, que en su avance configuran un orden alternativo, como se comprueba con la extensión de los BRICS (BRICS+). Allí deben destacarse los vínculos entre Rusia e India: Nueva Delhi a partir del 2022 multiplicó por 33 la compra de petróleo de Rusia y se aceleró la iniciativa del Corredor Norte-Sur, además de ser el mayor comprador de armas de Rusia. Por otro lado, durante el mes de enero y días previos a la asunción de Trump, Moscú firmó con Irán un tratado de Asociación Estratégica Integral por 20 años. Y a principios de marzo de 2025 se realizó, en este marco, un ejercicio naval conjunto entre Rusia, China e Irán en el Océano Índico denominado Cinturón de Seguridad 2025. En este sentido, no resulta casual que, en un documento sobre las negociaciones de Paz publicado por la Casa Blanca, aparezcan conversaciones sobre un compromiso de limitar el desarrollo nuclear iraní, probablemente a cambio de que Estados Unidos no avance junto a Israel contra el país persa. Y resulta posible que se busque retomar el acuerdo que destruyó el propio Trump en su primer mandato, conocido como 5+1.
Todo esto muestra que el mundo emergente sigue su ascenso asociado más allá de las iniciativas del Occidente geopolítico para frenarlo y que incluso dichas iniciativas de ‘contención’ terminan potenciando este proceso. Incluso, con la escalada en Ucrania y la generalización de la guerra económcia, se han acelerado los sinuosos avances hacia una arquitectura monentaria-financiera alternativa al dólar con centro en Estados Unidos y el mundo anglosajón. Por otro lado, en términos relativos, hoy Rusia es más fuerte que tres años atrás en el mapa del poder mundial, aún con todas sus debilidades en materia demográficas y económicas.
El fin del mundo unipolar y de la utopía del “imperio Global”
En un buen libro titulado «Rusia: el regreso de una potencia», el francés David Teurtrie (2024) vuelve a preguntarse por qué las elites Occidetales decidieron la expansión de la OTAN hasta las fronteras con Rusia, sabiendo lo que esto implicaba. Esto nos lleva a la cuestión de la distancia entre los cálculos de las dirigencias y las realidades efectivas. O también, a la brecha existente entre las representaciones del mundo y la voluntad de los actores del drama histótico y, por otro lado, las condiciones existentes. Esta brecha sólo se resuelve en la competencia/lucha efectiva.
Afirma Teurtrie:
«La clarividencia de los opositores a la ampliación [de la OTAN], que anticiparon punto por punto lo que se observa en Europa veinte años después, plantea interrogantes sobre las motivaciones de quienes la apoyaron, perfectamente conscientes de estos argumentos: ¿los rechazaron bajo el pretexto de que Rusia era percibida como una potencia en declive irreversible? ¿O los ignoraron deliberadamente, asumiendo que reactivar la tensión con Moscú era el mejor medio para mantener la hegemonía estadounidense en Europa?
Probablemente una mezcla de ambas razones, ya que la confrontación con un adversario debilitado implica un coste relativamente bajo para unos beneficios geopolíticos considerados mucho mayores.»
Además, entiendo que, para las fuerzas globalistas del Occidente geopolítico y su proyecto de capitalismo transnacional del fin de la historia, los Estados continentales que podían contraponerse a dicho orden unipolar debían ser debilitados de forma estructural. En este sentido, ya en 1998, cuando está en apogeo el debate sobre expansión o no de la OTAN, el brasileño Helio Jaguaribe (1998) veía dos escenarios posibles en dicho punto de bifurcación histórico: el avance de Estados Unidos hacia un imperio mundial o el establecimiento de un “directorio” o “concierto” mundial plural, es decir, un sistema multicéntrico y multipolar en su dinámica política. Unipolaridad vs. Multipolaridad, pero que su vez implican, de fondo, dos sitemas y órdenes mundiales distintos. Un año antes, en 1997, China y Rusia declaraban en conjunto que era necesario construir un mundo multipolar.
De acuerdo a lo ocurrido, se puede afirmar que:
1- Se impuso el segundo escenario, una multipolaridad relativa como expresión geopolítica del quiebre de la hegemonía estadounidense o anglo-estadounidense, en detrimento del escenario de un «imperio global».
2- Las elites occidentales que ganaron el debate interno sobre la expansión de la OTAN erraron trágicamente en sus cálculos.
3- Resulta increíble (y hasta trágico) que la actual conducción europea insista, en este escenario, en mantener la tensión con Moscú — “el mejor medio para mantener la hegemonía estadounidense en Europa” según Teutrie— aun en contra de los Estados Unidos de Trump. La dirigencia de Bruselas, subordinada a Londres y París, ha quedado completamente descolocada [5].
Una de las últimas imágenes que tuve sobre el teatro de operaciones mientras escribía estas líneas fue el colapso y la retirada masiva del ejército ucraniano en el frente de Kursk, el Oblast ruso en el que Kiev ocupó parte de su territorio fronterizo en 2024. Con esta pérdida, Ucrania perdió una carta clave que pensaba usar de cara a la negociación de paz con Rusia. Incursionar en Kursk fue el último intento de Kiev y la OTAN para recuperar la iniciativa estrégica y obligar a Rusia a debilitar el frente del Donbás, ya que teóricamente debía redireccionar tropas y recursos para cubrir el nuevo frente, cosa que no sucedió.
Ironías de la historia, durante la II G.M. allí se desarrolló la mayor batalla de tanques de todos los tiempos y fue la última gran ofensiva alemana en profundidad. La victoria decisiva del Ejército Rojo les otorgó la iniciativa estratégica para el resto del conflicto, poniendo a la defensiva al ejército alemán, lo que terminó dos años después con la bandera soviética flameando en Berlín. Hoy pareciera ser un símbolo, al menos para las siguientes décadas, del fin del mundo unipolar anglo-estadounidense y de la utopía del “Imperio Global”.
Bibliografía
Jaguaribe, Helio. 1998. El Mercosur y las alternativas de ordenamiento mundial. Capítulos del SELA 9: 7-30.
Kennedy, Paul. 1988. The Rise and Fall of the Great Powers. London: Unwin Hyman.
Merino, Gabriel (2016) “Tensiones mundiales, multipolaridad relativa y bloques de poder en una nueva fase de la crisis del orden mundial. Perspectivas de América Latina”, en Geopolítica(s): revista de estudios sobre espacio y poder, vol. 2, núm. 7, Universidad Complutense de Madrid, p. 201-225. https://doi.org/10.5209/GEOP.51951
(2022), La guerra en Ucrania, un conflicto mundial, Revista Estado y Políticas Públicas, (19): 113-140. FLACSO. https://revistaeypp.flacso.org.ar/files/revistas/1666979769_113-140.pdf
Teurtrie, David (2024). Rusia: el regreso de la potencia. Editorial Hypermedia.
The Economist (30 de noviembre de 2024) “Putin seems to be winning the war in Ukraine—for now”. https://www.economist.com/leaders/2023/11/30/putin-seems-to-be-winning-the-war-in-ukraine-for-now
The Economist (28 de septiembre de 2024) “The war is going badly. Ukraine and its allies must change course”. https://www.economist.com/leaders/2024/09/26/the-war-is-going-badly-ukraine-and-its-allies-must-change-course
Todd, Emmanuel (2024) La derrota de Occidente. Akal / A Fondo.
Vior, Eduardo (2024) “La aventura de Kursk acaba en la derrota en el Donetsk”, Dossier Geopolítico, septiembre de 2024. https://dossiergeopolitico.com/2024/09/03/9548/
[1] El nivel de deserciones hasta octubre de 2024 había alcanzado a más de 92.000 personas; a partir de esa fecha, las cifras pasaron a ser de información clasificada.
[2] Deborah Haynes, “Russia is producing artillery shells around three times faster than Ukraine’s Western allies and for about a quarter of the cost”, Sky News, May 26, 2024. https://news.sky.com/story/russia-is-producing-artillery-shells-around-three-times-faster-than-ukraines-western-allies-and-for-about-a-quarter-of-the-cost-13143224
[3] Jorge Wozniak, “Ucrania y los ucranianos en el tercer año de guerra”, Tektonikos, 12 de febrero de 2025. https://tektonikos.website/ucrania-y-los-ucranianos-en-el-tercer-ano-de-guerra/
[4] Conocido como Imperial overstretch o también imperial overreach, el concepto es desarrollado entre otros por Kennedy (1988).
[5] Sobre este punto resulta interesante el artículo de Eric Calcagneo “Europa en zugzwang”, publicado en Tektonikos, 30 de 2025: https://tektonikos.website/europa-en-zugzwang/