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El orden internacional y los aportes antidemocráticos de Donald Trump

Departamento de América del Norte

Artículos

El orden internacional y los aportes antidemocráticos de Donald Trump[1]

Anabella Busso[2]

El análisis del orden internacional de nuestros días involucra un conjunto de supuestos teórico-conceptuales que orientan nuestra mirada. En este caso adherimos a aquellas interpretaciones que retoman la idea de “interregno” de Antonio Gramsci cuando describía el colapso de 1929 como una etapa en la cual “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en ese interregno se verifican los fenómenos mórbidos más variados” (Gramsci, 1999, citado por Sanahuja, 2022, p. 86).

En este marco subrayamos especialmente tres características:

– el interregno no muestra una crisis de coyuntura, sino una crisis estructural que se prolonga en el tiempo, es un período largo con vida propia;

– es una etapa donde surgen numerosos fenómenos mórbidos;

– y las manifestaciones de dichos fenómenos se producen tanto a nivel internacional, como al interior de los Estados y sus sociedades nacionales.

A partir de estas características entendemos que el mundo se encuentra transitando una etapa de interregno en la que aparecen múltiples fenómenos mórbidos. Entre ellos podemos mencionar acontecimientos tales como: el deterioro de la globalización neoliberal; el incremento del proteccionismo y el nacionalismo; los nuevos escenarios de guerra tanto entre Estados como intra-estatales; las disputas geopolíticas entre Estados Unidos y China; la precariedad del multilateralismo occidental; la aceleración del cambio climático; la aparición de fenómenos como el tecno-utopismo y el tecno-feudalismo; el impacto de la revolución industrial 4.0 sobre las modalidades laborales; las pandemias; la crisis de representatividad de las democracias liberales; el crecimiento de las derechas extremas; entre otros (Busso, 2014).

Si bien Estados Unidos y la administración Trump son parte de varios de estos fenómenos, nos interesa concentrarnos en los dos últimos puntos. Estos muestran su adhesión a ciertas prácticas de las derechas extremas que están generando un claro deterioro de la democracia estadounidense y, simultáneamente, le están quitando a Estados Unidos la condición de líder de la democracia occidental.

Aceptar que estamos en una etapa de interregno abre otra pregunta: ¿cómo se sale del mismo? Una alternativa es buscar la respuesta a través del pensamiento de Robert Cox (1987). El autor sostiene que un orden internacional es hegemónico cuando se alinean poder, ideas e instituciones capaces de dar respuestas a las demandas internacionales. Durante el interregno ese orden está en crisis, mientras que aún no es posible una nueva articulación de poder, ideas e instituciones para dar lugar al surgimiento de un nuevo orden hegemónico. Se supone que en el momento que esto ocurra el interregno finalizaría. En consonancia con este razonamiento, el escenario futuro podría dar lugar a un orden donde China ocuparía una situación de liderazgo, otros actores como los BRICS también cumplirían un rol significativo, se aceleraría la traslación de poder de Occidente a Oriente y, de manera más lenta, una redefinición de las ideas, valores e instituciones internacionales que podrían contribuir a una nueva hegemonía. En este marco, Estados Unidos no transitaría por una situación de implosión (como pasó con la URSS), pero sí de deterioro de su condición hegemónica.

Otra lectura reconoce que estamos en una situación similar al interregno, pero no acuerda con que la salida será un nuevo orden hegemónico. En un trabajo reciente de Roberto Russell y Juan Tokatlián (2025) avanzan sobre la idea de que lo que viene no habilita la posibilidad de un nuevo orden hegemónico, sino por el contrario ya estamos ante un “orden no hegemónico” y lo que vendrá mantendrá esa condición por distintas razones.

Su enfoque integra las contribuciones de dos perspectivas, una sobre la transición de poder y otra ligada al concepto de interregno. La mirada de los autores

Si bien propone una comprensión más integral, intenta describir un orden en el que ningún estado o coalición de estados y fuerzas sociales podrá imponer una hegemonía plena con alcance mundial. También se asume que es muy improbable que exista una única potencia hegemónica global de amplio alcance en el futuro. Una redistribución fluida y compleja del poder y los recursos entre los estados limita el mantenimiento o la consolidación de una hegemonía global. [Postulan] que un orden no hegemónico es una característica sistémica constante que nos acompañará durante mucho tiempo, no un fenómeno temporal que producirá un resultado definitivo (Russell y Tokatlián, 2025, p. 1).

1.1 La postura de Trump frente al escenario de interregno

Dicho lo anterior, nuestro interés es realizar algunas reflexiones breves sobre tres síntomas mórbidos que afectan la calidad democrática de Estados Unidos: la crisis de representatividad de las democracias liberales, el crecimiento de las derechas extremas y las acciones de la administración Trump, tanto a nivel doméstico como internacional, con el objetivo de mantener un lugar de privilegio para Estados Unidos. La relevancia de la cuestión no afecta sólo a Estados Unidos, sino también a Occidente (incluida Latinoamérica) en función de la importancia que aún conserva este país, motivo por el cual se constituye en punto de referencia para otros gobiernos que, como el argentino, copian las acciones de Trump.

Para ello seleccionamos, a manera de indicadores, tres cuestiones que se relacionan con los tres síntomas mórbidos que mencionamos: las declaraciones del Presidente Trump durante la campaña electoral y los primeros meses de gobierno; la batalla cultural planteada como eje de su acción de gobierno y el estado actual de las relaciones cívico-militares en Estados Unidos.

1.2 Sobre las declaraciones antidemocráticas

Como lo adelantamos, el interregno manifiesta síntomas mórbidos no sólo a nivel internacional, sino también en el ámbito doméstico. Consecuentemente, reflexionar sobre el triunfo de Trump y su impacto a nivel global es una tarea que comienza en el escenario doméstico. Las decisiones de política exterior, geopolítica, comercio, entre otras, son tomadas siguiendo sus slogans de campaña: “Make America Great Again” (MAGA) y “American First”, cuyo peso es hoy más fuerte que en su primera administración.

El discurso sobre la excepcionalidad de la democracia estadounidense ha perdido espacio. Si bien es cierto que el desencanto de la sociedad americana con la política no es nuevo, sino atribuible a la alianza de republicanos y demócratas con el sector financiero internacional, la deslocalización de empresas, la globalización neoliberal y la incapacidad de gestionar tensiones culturales desde Reagan en adelante y que la elección de Trump tiene, sin dudas, legitimidad democrática de origen, también es verdad que existen riesgos que esta última se pierda a lo largo de la gestión en función de rasgos anti-democráticos fácilmente observables y que den lugar a lo que Steven Levitsky y Lucan A. Way (2020) denominan autoritarismo competitivo.

Algunos datos de campaña y de lo que va de su gestión confirman esta tendencia:

a- Trump manifestó en varias ocasiones durante la campaña electoral que desearía ser «dictador sólo el primer día» si ganaba nuevamente las elecciones (O’Donoghue, 2023);

b- la esencia del partido republicano heredera de su condición de Grand Old Party (respecto de la democracia, de la división de poderes, de los mecanismos de check and balance, entre otras) se ha desvanecido y su lugar ha sido ocupado por MAGA y su perfil movimientista de fidelidad total con Trump (Busso, 2023);

c- los nombres que conforman su gabinete muestran una alta homogeneidad ideológica con las ideas del presidente a los efectos de no tener desviaciones y desacuerdos como los que se dieron en su primer mandato, la pretensión es que no exista ninguna discusión democrática al interior de la gestión;

d- la idea de que las propuestas presidenciales se apliquen, sin mediación alguna, desde el mismo momento en que llegara al Salón Oval se logró a través de órdenes ejecutivas. Entre el 20 de enero hasta inicios de julio de 2025, Donald J. Trump firmó 170 Órdenes Ejecutivas[3] acciones que se ven fortalecidas por la mayoría obtenida en ambas cámaras del Congreso, pero especialmente por la primacía conservadora (6 vs 3) en la Suprema Corte de Justicia la cual resuelve los reclamos de inconstitucionalidad. A esto se suma un dictamen de julio de 2024 donde la Corte otorgó inmunidad parcial a Trump a la hora de ser procesado por acciones que llevó a cabo durante su tránsito por la Casa Blanca. Esto significa que el tribunal le otorgó «inmunidad absoluta contra el procesamiento penal» por aquellas acciones de carácter oficial que desarrolló durante su primer mandato, pero decidió que Trump carece de inmunidad en el caso de acciones no oficiales.

En la práctica, Trump no continuará siendo investigado por ninguno de los cargos de los que se lo acusaba durante su primera presidencia y por ningún otro que surja durante su segunda gestión, dejando de lado su rol en el intento de golpe de Estado del 6 de enero de 2021 cuando aún era presidente y que se constituyó en uno de los principales desafíos a la democracia estadounidense. En este marco, es relevante señalar que la práctica de no reconocer el triunfo electoral de la oposición política se viene consolidando en el escenario de las derechas extremas, tal como lo mostró el caso de Bolsonaro en Brasil y su intento de golpe, a lo que se suman actualmente las sanciones comerciales a Brasil y al juez del Supremo Tribunal, Alexandre de Moraes, por parte de Trump para que no avance el juicio sobre su aliado político.

1.3 La batalla cultural como propuesta de las derechas extremas y la idea fuerza de destruir el Estado profundo compartida con los tecno-utópicos

La batalla contra la herencia cultural marxista y el reclamo por la defensa de los valores de Occidente se constituyó en un eje de la narrativa y la acción política de the extreme right.  La antipolítica y el debate sobre las funciones del Estado son, entre otros, dos espacios donde esta batalla se disputa.

Una de las características de estas derechas, especialmente de la Derecha Alternativa, que nació y se consolidó en Estados Unidos y es uno de los apoyos más importantes a la gestión de Trump, es su planteo contra el establishment político y la burocracia del Estado, a los que consideran defensores de una agenda progresista (agenda woke) e integrantes del Estado profundo (deep state) que debe ser destruido. Estas ideas concluyen en una fuerte crítica a la política en general y a la institucionalidad republicana en particular. Entre libertad y República, optan por la libertad entendida en sus propios términos.

En la práctica esto significa la desarticulación de las estructuras burocráticas profesionalizadas del Estado y el consecuente deterioro del servicio público. Esta labor involucra el cierre y achicamiento de numerosas áreas estatales, pero también conlleva una mayor partidocratización de las mismas en tanto un buen número de los expulsados son reemplazados por funcionarios fanáticos de las ideas trumpistas. Además, incluye los intentos de Trump -que aún no pudo concretar- de despedir funcionarios de entidades autónomas y autárquicas como su propuesta de cambiar al titular de la Reserva Federal.

Esta tendencia se articula con la postura de ciertos empresarios, especialmente los titulares de las grandes corporaciones tecnológicas, quienes plantean una disputa geopolítica con los Estados, sus funciones y la conformación del orden internacional.

Para Bremmer (2021), las Big Tech han inaugurado una etapa donde compiten geopolíticamente con los Estados y plantean cumplir muchas de las funciones que en los últimos 400 años habían sido desempeñadas por estos. Todo esto se daría en el marco de un orden internacional digital. En este mundo las corporaciones pueden ser clasificadas. Encontramos a los “campeones nacionales” representados por aquellas compañías que adherían a las ideas de su nuevo rol en el orden internacional, pero estaban dispuestas a poner sus proyectos y servicios en un plano de cooperación con el gobierno de Estados Unidos, donde se encuentran sus casas matrices. Este modelo también se consolidó entre las Big Tech chinas (Alibaba, ByteDance, Tencent, Huawei), especialmente por la capacidad de control que ejerce el gobierno chino. Un segundo grupo, estaba integrado por las corporaciones “globalistas” cuya aspiración era mantener los mismos niveles de desregulación de los 90 invocando que esto les permitía una mayor innovación. El tercer grupo lo integraban los “tecno-utópicos” cuyo representante más destacado es Elon Musk. Su visión destaca que la tecnología no es sólo una oportunidad de negocios globales, sino también una fuerza con potencial revolucionario en los asuntos humanos (Bremmer, 2021). Pero lo más importante para el tema que estamos analizando es su mirada sobre un futuro donde el paradigma del Estado-nación que ha dominado la geopolítica desde el siglo XVII está siendo reemplazado por algo diferente que, a nuestro entender, no es otra cosa que la búsqueda de un orden internacional “post-estatal” (Busso, 2025). Siguiendo a Bremmer (2025) en un nuevo análisis sobre esta problemática las posturas de los tecno-utópicos se fue articulando con expectativas anti-democráticas. En este marco el auto sostiene:

Sin embargo, para algunos, la elección de la captura del Estado no fue solo pragmática, sino también ideológica. Varias figuras prominentes del sector tecnológico, en particular Musk y Thiel, han adoptado una visión antidemocrática del mundo. Consideran que el gobierno estadounidense (y el republicano en general) está irreparablemente roto, y que su pluralismo, sus pesos y contrapesos, y su función pública profesional son errores, no características. Estas figuras quieren que el gobierno estadounidense se gestione como una startup, con un «director ejecutivo nacional» no electo que ocupe un poder concentrado en nombre del progreso tecnológico. En su opinión, el control del Estado —y del futuro— debería recaer en las autoproclamadas élites tecnológicas, aptas para liderar el país en una era de cambio exponencial. Thiel declaró ya en 2009 que no creía que «la libertad y la democracia fueran compatibles». En 2023, Musk abogó por un «Sila moderno», en referencia al dictador romano a cuyo reinado se atribuye el colapso de la república (Bremmer, 2025).

En términos operativos la labor de desguace del Estado fue asignada por la administración Trump al Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE) cuya conducción estuvo en manos de Vivek Ramaswamy y Elon Musk. Si bien Musk se retiró del gobierno en malos términos y mostrando disputas ligadas tanto a intereses económicos como a cuestiones de egos con Trump, es importante tener en cuenta algunas cuestiones:

  • la dependencia a su cargo se denominó “Departamento”, pero en realidad siempre fue un órgano asesor para que el empresario no tuviese que abandonar la gestión de sus empresas y los contratos que tenían con el Estado. También es relevante subrayar que esta función tenía una fecha de finalización que coincidió con la partida de Musk (no se fue un mes antes, sino un día antes que terminara su función).
  • durante su gestión Musk anunció que reduciría el despilfarro, el fraude y los abusos del presupuesto federal. Argumentaba que recortaría 2 billones de dólares del presupuesto por año, lo que según Jeffrey Frankel (2024), equivalía al 31 % del gasto anual de Estados Unidos y al 7% de su PIB. Si bien estas cifras eran poco sostenibles el impacto sobre distintas dependencias del Estado fue significativo y, muy especialmente, sobre las políticas sociales. Estas propuestas abrieron el escenario para un dominio, al menos parcial, de los empresarios “tecno-utópicos” sobre el Estado-nación y sus expectativas de creación de un orden internacional digital pos-estatal, como mencionamos más arriba. Para consolidar este debilitamiento del Estado los tecno-utópicos fomentan el uso de monedas digitales y se aprovechan del descontento social con los gobiernos para apoyar a fuerzas políticas (en general de ultraderecha) que desconocen la institucionalidad democrática anteriormente existente y tienen afinidad con la mirada tecno-utópica (Busso, 2025), como el caso de las cercanía de Musk con el partido Alternativa para Alemania.

Las disputas entre Trump y Musk, surgidas por los contenidos de “la Gran y Hermosa Ley” propuesta por Trump, que aumentó el presupuesto militar y el techo de la deuda y bajó los impuestos a los más ricos, instalaron la idea de que Musk perdió y, por lo tanto, también perdieron los tecno-utópicos y ganó la política.

Este diagnóstico es discutible o, al menos, prematuro. Por una parte, gran parte de los empresarios tecno-utópicos siguen manteniendo una alianza con Trump con lo cual la idea de un orden pos-estatal no está desvanecida. Además, como señala Bremmer (2025), hasta el momento no se ha consolidado un orden internacional digital, sino uno híbrido donde en paralelo al mundo digital se ha incrementado la geopolítica estatal, pero de manera irregular. Mientras en Estados Unidos el rol de los tecno-utópicos ha aumentado, en China, donde predomina el modelo de campeones nacionales, los intereses del Estado siguen siendo parte del diseño del orden.

Adicionalmente, los recortes en numerosas agencias del Estado y en las políticas sociales iniciadas por Musk no se han detenido; a lo que se suma que el empresario anunció que se lanzará a la política con la propuesta de crear un nuevo partido político (America Party).

Finalmente, es oportuno recordar que el DOGE recopiló grandes cantidades de datos gubernamentales confidenciales (declaraciones de impuestos, bases de datos de inmigración, registros de la Seguridad Social, información de salud, entre otras) con el supuesto objetivo de descubrir «despilfarro, fraude y abuso» en el gasto federal para mejorar la eficiencia del gobierno. Esta tarea combinada con herramientas de Inteligencia Artificial (IA) y con un límite difuso entre el papel público de Musk y sus intereses privados, habilitan la duda sobre si estos datos ya han comenzado a introducirse en los modelos de IA patentados de su empresa xAI y, en el caso que esto haya acontecido, si los resultados servirán al bien público o al suyo propio (Bremmer, 2025). Como sostiene el autor ya sea que los datos se encuentren en manos de los gobiernos (como en China) o en los actores corporativos (como predomina en Estados Unidos), el poder tecnológico concentrado plantea riesgos para la democracia y la libertad individual.  En este marco afirma: “En 2021 escribí que ‘el eclipse de los Estados-nación por parte de las grandes tecnológicas no era inevitable’, pero parece que, al menos, el eclipse de la democracia por parte de las grandes tecnológicas ya ha comenzado” (Bremmer, 2025).

1.4 Las relaciones cívico-militares: cuando el poder civil altera el equilibrio

Si bien una de las tradiciones fundacionales de Estados Unidos fue el “control civil”, la literatura especializada coincide en subrayar que con posterioridad a la Guerra de Vietnam los militares estadounidenses se volvieron más politizados y más conservadores. Consecuentemente, las preferencias por el partido republicano superan el 60% entre quienes están en actividad y algo más entre quienes ya se han retirado. Estas preferencias se vinculan con decisiones tomadas por dicho partido en función de reclamaciones militares. A modo de referencia podemos mencionar la aprobación de las exigencias militares para aceptar el involucramiento de la Fuerzas Armadas en escenarios de guerra durante la administración Reagan y, posteriormente, la idea de “salida estratégica”[4] del General Colin Powell.

La pregunta entonces es por qué Trump, que anunció que desea Fuerzas Armadas poderosas y con un presupuesto adecuado,  mencionó en la campaña electoral y ya lo ha puesto en práctica, la creación de “una junta de guerreros” conformada por generales retirados que juzgará quienes  serán los militares de 3 y 4 estrellas que podrán permanecer en sus cargos. Las respuestas abarcan distintos componentes.

a- El presidente electo desea ejercer un efecto ejemplificador/castigo sobre aquellos militares que como Jim Mattis, John Kelly, HR Mcmaster, Mark Milley cumplieron funciones en su primer gobierno y luego de esa experiencia han sido muy críticos con él.

Por ello el gobierno ya inició la tarea de pase a retiro. Según Haley Britzky y Natasha Bertrand (6 de mayo de 2025) el secretario de Defensa, Pete Hegseth, ordenó el lunes 5 de mayo a las fuerzas armadas en servicio activo que eliminen al 20% de sus oficiales generales de cuatro estrellas, mientras el gobierno de Trump avanza con profundos recortes que, según dice, promoverán la eficiencia, pero que los críticos temen que puedan resultar en una fuerza más politizada. Además, Hegseth también ordenó a la Guardia Nacional eliminar el 20% de sus puestos más altos y estableció que el ejército debe eliminar un 10% adicional de sus oficiales generales y de bandera en toda la fuerza, lo que podría incluir a cualquier oficial de una estrella o superior o de rango equivalente en la Marina. Los recortes se suman a más de media docena de altos oficiales generales que el presidente Trump y el Secretario Hegseth han despedido desde enero, incluido el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general CQ Brown Jr. En declaraciones anteriores, Hegseth dijo que las eliminaciones eran «un reflejo de que el presidente quiere a las personas adecuadas a su alrededor para ejecutar el enfoque de seguridad nacional que queremos adoptar».

b- También comenzó a aplicar políticas contrarias a la perspectiva de género dentro de las Fuerzas Armadas establecidas desde la administración Clinton. En ese marco han pasado a retiro a las dos únicas mujeres que se desempeñaban como oficiales de cuatro estrellas, así como a un número desproporcionado de otras oficiales superiores femeninas.

c- Y, finalmente, Trump no desea volver a enfrentar mandos militares que invocando los límites constitucionales se nieguen a cumplir sus órdenes como cuando les solicitó que lo acompañaran en tareas de represión interna contra las manifestaciones por la muerte de George Floyd o en su propuesta de no entregar la Casa Blanca a Biden. Más allá de las afinidades ideológicas la negativa de los militares, especialmente el 6 de enero de 2021, junto a la del entonces vicepresidente Mike Pence, salvaron la transición de poder. Esta es una decisión que Trump parece no perdonar. Es por ello que la cita de Jeffrey Goldberg (24 de octubre de 2024), publicada en un artículo en The Atlantic, donde comenta una conversación entre el entonces presidente y un grupo de generales, y donde Trump habría afirmado: “I need the kind of generals that Hitler had”, no suena inverosímil.

d- Existe una estrecha relación entre la idea anterior y la de involucrar a las Fuerza Armadas en hipótesis de conflicto internas. Más allá de su carácter anticonstitucional esta meta ha crecido significativamente en el segundo mandato. El objetivo, planteado en términos de guerra, son los migrantes. En este marco la represión y el encarcelamiento se dirigen a los migrantes ilegales y a las redadas para su captura, a lo que se suma la represión durante las manifestaciones y disturbios que se generen en contra de estas políticas. Hasta el momento han actuado las Guardias Nacionales y no las Fuerzas Armadas, pero se detectan tendencias políticas y discursivas preocupantes. Por una parte, el gobierno pretende recurrir a las Guardias Nacionales para enviarlas a los Estados que no aceptan las nuevas normas migratorias federales, por ejemplo el Estado de California o el Estado de Minnesota (donde gobiernos Tim Walz, quien fue candidato a vicepresidente de Kámala Harris) mezclando el tema con la idea de denunciar a todos los gobernadores demócratas que se le oponen a su política migratoria y desconociendo que debe mediar la solicitud de un gobernador para que esta actuación se concrete. La recurrencia a la Guardia Nacional y el intento de redefinición de las funciones de las Fuerzas Armadas no sólo es una violación de las prácticas democráticas, sino también un claro límite al federalismo estadounidense.

En el campo de la narrativa llama la atención que el discurso pronunciado por Trump en el marco de los festejos por los 250 años, después de destacar que el Ejército fue una institución previa a la conformación de un Estado independiente y marcar sus éxitos defendiendo a Estados Unidos en distintas partes del mundo, dedique la otra mitad de su presentación a subrayar la importancia del uso de las Fuerzas Armadas en el territorio de Estados Unidos para llevar adelante la lucha contra la inmigración y definir al actual Jefe del Estado Mayor Conjunto,  General Dan Caine, como alguien que le caía muy bien (Trump, June 10, 2025), lo que muestra  cuales son los criterios que se están utilizando tanto para la selección como de pase a retiro del personal militar.

Queda claro, y es lo más preocupante, que la idea de alteración de las relaciones cívico-militares deriva de las preferencias anti-constitucionales del presidente y no de la desobediencia militar. Consecuentemente, la segunda administración Trump pone de manifiesto que la relación con los militares constituirá una agenda compleja y crecientemente politizada donde el presidente se percibe más como un monarca[5] que como el comandante en Jefe de la Fuerzas Armadas de una república.

Desde una perspectiva aún más crítica Timothy Snyder (2025, s/p) sostiene que:

Mientras que los fascistas históricos tenían un enemigo externo y un enemigo interno, Trump sólo tiene un enemigo interno. Por eso, inmediatamente después de unirse a los ataques de Israel contra Irán, declaró la victoria y un alto al fuego: El mundo es demasiado para él; el ejército solo sirve para dominar a los estadounidenses… Estamos presenciando un intento de cambio de régimen, plagado de perversidades. Tiene un componente histórico: debemos celebrar a los traidores confederados como Robert E. Lee, quien se rebeló contra Estados Unidos en defensa de la esclavitud. Tiene un componente fascista: debemos aceptar el momento presente como una excepción, en el que todo le está permitido al líder. Y, por supuesto, tiene un componente institucional: los soldados están destinados a ser la vanguardia de la caída de la democracia, cuya tarea es oprimir a los enemigos elegidos por el líder, dentro de Estados Unidos.

Como afirma Tokatlián (2024), la crisis de la democracia en Estados Unidos no se superó con la elección de 2024; quizás se ha ahondado con un final imprevisible; tanto como lo es la personalidad del mismo Trump.

A modo de cierre

En breve, analizar la futura influencia de Trump y su modelo de derecha extrema sobre el rol de democracia en el orden internacional conlleva no sólo observar sus acciones internacionales, sino también su agenda doméstica. Esta tiene una vinculación directa con el proyecto “Make America Great Again” (MAGA). A diferencia de su estrategia comercial donde Trump ha aplicado aranceles a amigos y enemigos, su búsqueda de consolidar la batalla cultural, que involucra el deterioro de numerosas prácticas democráticas, se basa en alianzas sólidas con otros presidentes o partidos de oposición en distintas naciones que comparten su visión y copian sus prácticas. Estos son parte de una internacional reaccionaria y, en una escala menor, compiten para ver cómo se suman a las reuniones de la Conferencia de Acción Política Conservadora.

Si bien el dicho afirma que “para muestra basta un botón”, en Latinoamérica los botones se van acumulando y podrían ser suficientes para cerrar una camisa que oprima la democracia. Las acciones de la administración Trump sobre Brasil para que el Tribunal Supremo no avance en el juicio a Bolsonaro por intento de Golpe de Estado; los acuerdos con Bukele para alquilar centros penitenciarios en el Salvador donde se envían migrantes para su encarcelamiento sin derecho alguno a la defensa; las declaraciones del candidato a embajador de Estados Unidos en Argentina, Peter Lamelas; la elección en Chile para noviembre de 2025 que ya no sólo incluye una expresión de derecha extrema como el líder del Partido Republicano, José Antonio Kast, sino también al Partido Nacional Libertario con  Johannes Kaiser, que intenta llegar a la competencia  con un discurso aún más radical que el de Kast, son algunas muestra de esta tendencia.

En lo que a nosotros concierne el sostén político y económico –vía el Fondo Monetario Internacional– al gobierno de Milei en Argentina que también ha adoptado la forma de gobernar por decreto, criticar la división de poderes, considerar al opositor político como alguien que hay que destruir, su amor por los tecno-utópicos (Milei se reunió en varios ocasiones con Elon Musk) con sus propuestas de toma y desarticulación de Estado, la preferencias por el uso punitivo de la fuerza pública ante la movilización social van en la dirección de un “autoritarismo electivo”. Esto también se ha manifestado en el cambio de postura de nuestro país en las votaciones en Naciones Unidas que, en numerosas ocasiones alineadas con Estados Unidos e Israel, votaron contra resoluciones destinadas a defender derechos básicos. Que varios gobiernos de la región obedezcan a Trump y valoricen su estilo pendenciero sólo podrá ser acotado por la voluntad política de las sociedades nacionales oponiéndose a esas tendencias, a lo debe sumarse una clase política que recuerde lo que nos costó a los argentinos, y también a los latinoamericanos, recuperar nuestras democracias e involucrarse en su defensa. A los síntomas mórbidos del interregno hay que sanarlos, no profundizarlos.

Bibliografía

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[1] Las primeras reflexiones sobre este tema fueron vertidas en la Sesión Plenaria: “Dilemas de la Política Mundial. Orden, Geopolítica y Hegemonía” del Congreso de la Sociedad Argentina de Análisis Político, realizado en la Universidad Nacional de Rosario, del 22 al 26 de julio de 2025.

[2] Coordinadora del Departamento de América del Norte del IRI (UNLP). Profesora Titular de Política Internacional y Política Internacional Latinoamericana y Directora del Centro de Investigación en Política y Economía Internacional, en la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la UNR. Investigadora del CONICET.

[3] Estos datos fueron tomados de la página oficial Federal Register, consultada el 18 de julio de 2025. https://www.federalregister.gov/presidential-documents/executive-orders/donald-trump/2025

[4] La «salida estratégica» en el contexto de Colin Powell se refiere a la doctrina que establece criterios para el uso de la fuerza militar, enfatizando la necesidad de objetivos claros y alcanzables, una evaluación exhaustiva de riesgos y costos y la existencia de un interés nacional vital amenazado. Esta doctrina, conocida como la Doctrina Powell, surgió de su experiencia como jefe del Estado Mayor Conjunto durante la Guerra del Golfo y fue posteriormente aplicada en decisiones sobre el uso de la fuerza donde se destaca la práctica de bombardeo intensivo antes de una ocupación territorial.

[5] El presidente organizó un gran desfile militar para festejar los 250 años del ejército estadounidense el día que cumplía 79 años. Simultáneamente se planearon casi 2.000 manifestaciones en todo el país para hacerlas coincidir con el desfile. Muchas se llevaron a cabo bajo el lema ‘No Kings’ (Sin reyes), una referencia al principio —y aspiración— estadounidense de que ningún ciudadano está por encima de la ley.