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CEDAW: ¿una lucha vigente en tiempos de pandemia?

El 8 de mayo de 1985 el Senado y la Cámara de Diputados de la Nación Argentina sancionaron la Ley 23.179, relacionada a la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. La CEDAW (por sus siglas en inglés), fue aprobada el 18 de diciembre de 1979 por la Asamblea General y en la actualidad cuenta con la ratificación de 191 naciones.

Dicha conmemoración, en este presente tan particular, nos sirve para revisar cuáles son las formas de discriminación que aún siguen vigentes y cuáles son aquellas otras violencias que surgen, de forma tácita y bajo formatos novedosos. Esto podemos verlo claramente en nuestro país con las cifras de femicidios que siguen en ascenso, en contexto de aislamiento; donde muchas mujeres en cuarentena quedaron confinadas a compartir vivienda con sus agresores: en abril, por ejemplo, hubo un femicidio cada 26 horas y ya suman 117 los femicidios cometidos durante el 2020 (Observatorio de violencia de género “Ahora que sí nos ven”).

A pesar de estas cifras, que son desalentadoras para lo que significa la lucha transfeminista, en materia legislativa nuestro país ha sido vanguardia en lo que respecta a la protección de derechos de mujeres y otras identidades no hegemónicas. Por un lado, podemos mencionar la evolución parlamentaria que tuvo la Ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones interpersonales, Ley 26.485. Asimismo, cuando nos referimos a eliminar toda discriminación contra los cuerpos feminizados, desde el CeGRI incluimos al colectivo trans y travesti, el cual mediante la Ley 26.743, de Identidad de Género, receptó uno de los derechos más importantes para ellas/es, que es ser tratadas/es de acuerdo con su identidad autopercibida y sentir personal.

En consonancia, otro importante avance legislativo que significó la posibilidad de incorporar mujeres en los ámbitos de representación política, fue la modificación del Código Electoral Nacional, en donde se hizo obligatorio la oficialización de las listas de candidates, donde las mismas debían estar ocupadas por un 30% de mujeres y en proporciones tales que permitan ser electas. Actualmente, este porcentaje se aumentó a un 50%, haciendo realidad una lucha incansable, como es la paridad de género en los ámbitos de representación política.

Por otra parte, en el ámbito internacional, y contra todas las lecturas “new age”, notamos una forma de “discriminación positiva” en la hipervisibilización mediática de las acciones de las mandatarias contra el COVID-19, contrastándolas con la negligencia de algunos Jefes de Estado poderosos; demostrando un exagerado asombro respecto a la diferenciación de resultados contra la pandemia en razón de qué género esté al frente de la toma de decisiones. Consideramos que esta pendulación entre la subestimación de capacidades, admiración de ejercicio de poder y el esencialismo, podría ser muy perjudicial para un análisis serio del estado de situación. En otras palabras, queremos más mujeres al mando, pero sin que ello implique caer en reduccionismos ni en requisitos implícitos sobre sus aciertos y fracasos.

También cabe recordar que, desde la sanción de la CEDAW, no se han visto intenciones de disminuir las formas de discriminación contra la mujer en lo que respecta a las capacidades políticas para ocupar puestos de poder, al interior del mismo organismo que impulsó la Convención. Para ejemplificar, nos remontamos al año 2016, cuando se realizó una nueva elección para renovar el cargo de Secretario General en la ONU. En dicha instancia, se dio un caso emblemático en el que hubo una paridad de género con respecto a las candidaturas, representada por seis hombres y seis mujeres, con las mismas capacidades. Entre las candidatas estaba incluida la actual presidenta del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva. Como sabemos, finalmente obtuvo el cargo otro varón: el portugués António Manuel de Oliveira Guterres.

Desde el CeGRI, consideramos fundamental reconocer el aporte de todas las mujeres y feminidades −pero también de ciertos varones y masculinidades− que hacen (o, al menos, intentan) de esta sociedad internacional, una comunidad transnacional más igualitaria. En esta coyuntura, donde el enemigo se nos presenta como un virus, queremos recordar enfáticamente que la verdadera pandemia es el capitalismo heteropatriarcal.

 

Dulce Daniela Chaves
Coordinadora
Francisco Troilo
Integrante
Centro de Estudios en Género(s) y Relaciones Internacionales (CeGRI)
IRI – UNLP