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Cosas que estallan en los países árabes

Explosiones, muertes, bad news. ¿Otra vez Medio Oriente? No deseo contribuir, a través de estas líneas, con el imaginario catastrófico que se erige sobre esta porción del planeta. Tampoco concluir que esta “mitad” entre dos construcciones históricas, Occidente y Oriente, logró acaparar la violencia y el fanatismo. Estas reflexiones surgieron como un anhelo por comunicar lo que considero son interesantes conquistas en materia de derechos civil y políticos en Sudán. Sí, en Medio Oriente. Sin embargo, mientras surgían solapadamente ideas en mi mente como antesala de las palabras que ahora brillan sobre una pantalla, sucedieron las explosiones en Beirut. De alguna manera emergió, mientras calmaba la tristeza que provocaron estos hechos, una reflexión sobre las crisis y los estallidos, como oportunidad insoslayable de un cuestionamiento político.

En Sudan estalló el feminismo y una búsqueda política profunda. Por supuesto podemos nombrarlo o relatarlo de maneras disímiles, pero si observamos cuidadosamente veremos que procesos políticos y culturales que transitan en aquella región del mundo no están tan alejados de otras latitudes. Esto no significa ignorar sus particularidades. Sí asumir que se trata de una realidad compleja y diversa, como todas.

Una semana después de la caída del presidente Buteflika en Argelia, donde las movilizaciones populares le impidieron presentarse a elecciones por quinta vez, se produjo la de Omar al-Bashir en Sudan, luego de 30 años en el poder desde el golpe de estado que libró a fines de los años 80. En noviembre de 2019 el Poder Ejecutivo emitió una norma que revoca la Ley de Orden Público, la cual restringía y reprimía la vestimenta, circulación, oportunidades laborales y académicas de las mujeres sudanesas. A su vez, el gobierno previsional designó a varias mujeres en el gabinete y en diciembre una disposición disolvió el partido de al-Bashir. Otro evento de mayor resonancia ha sido la prohibición de la ablación o mutilación genital femenina hace pocos meses. De alguna manera, estos hechos delinean un cúmulo de demandas, pero, también nos enfrentan con la dificultad de comprender significados culturales en disputa y de abordar cómo se resuelvan las identidades nacionales, étnicas y religiosas en medio de una puja compleja entre lo heredado, lo recreado y lo impuesto.

Sudán transmite hoy las imágenes de un proceso convulso y todavía vigente. La población está siguiendo de cerca el proceso de transición de gobierno y recordando constantemente el contenido de sus reclamos. Su realidad, y la de la mayoría de los países árabes, ha provocado el surgimiento de numerosos trabajos académicos que describen y señalan nuevas formas de subjetividad política, ciudadanía y activismo, sobre todo tras los levantamientos de 2011. La profesora e investigadora española Luz Gómez ha encontrado en estos procesos un denominador común que podría convertirse en un móvil prometedor: “la democracia como objetivo y la resistencia pacífica como instrumento”.

En Beirut estalló un programa económico y un sistema político caduco. Desempleo, devaluación, pobreza, sumados a la nula credibilidad política del Gobierno: causa de los estallidos sociales, pero, resultado de una política económica y un programa de ajuste, contrapartida del “rescate” brindado por Francia y el FMI. Al igual que debe reconstruirse el puerto de Beirut y sus zonas aledañas devastadas, debe erigirse un nuevo proyecto político y económico. Uno propio, para su beneficio y crecimiento, antes que para asumir compromisos externos de una deuda que resulta exorbitante. La desidia, negligencia y crisis de representatividad política vuelven ardua la tarea de reconstrucción en medio de un escenario permanente de disputa entre poderes regionales.

Algunos apuntan directamente al neoliberalismo como esquema social integral. Por supuesto esto puede discutirse. Pero también considerar que la experiencia latinoamericana, y particularmente la argentina, nos permiten reconocernos en esas reformas económicas y sentir vivamente el desenlace de esos ajustes estructurales de disminución del gasto público. Esta cercanía afectiva, además, está vinculada en nuestro país con la significativa recepción de inmigrantes árabes durante los siglos XIX y XX, especialmente sirios y libaneses.

La mayoría de las plataformas de noticias alrededor del mundo denuncian “la corrupción de una clase política”. La sociedad libanesa lo tiene muy claro y lo viene exclamando con una avidez imponente durante las protestas y manifestaciones de carácter no sectario. Por supuesto los delitos tienen nombre y apellido, pero el problema de la corrupción es que no es monopolio del Estado. Involucra en sus dispositivos a agentes públicos y privados, locales e internacionales. Quizá habría que empezar por explorar y traducir esas demandas transversales y no sectarias que caracterizan las consignas populares en los últimos años.

Lo que pocas veces estallan son las categorías y estereotipos que desde Occidente utilizamos para referirnos a esa realidad geográficamente distante. Tal vez, como producto de la síntesis obligada por la circulación vertiginosa de noticias. Una vez más, frente a las especulaciones apocalípticas (remarcando el sentido religioso de lecturas simplistas), debemos anteponer reflexiones profundas y atentas a la diversidad, que acerque aquellos escenarios a nuestra realidad cotidiana y a nuestros debates políticos. Estigmatizaciones de todo tipo se han repetido a lo largo de la historia y logrando naturalizar conflictos armados e intromisiones interesadas de actores externos. Finalmente, nada de esto ha generado soluciones genuinas y a largo plazo.

Cecilia Civallero
Integrante
Departamento de Medio Oriente
IRI – UNLP